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Juan Diego Redondo Puertas: La fuga de los 45

Fuentes: Insurgente

Breve sinopsis: Juan Diego, tras casi treinta años en prisión, nos relata cómo preparó la fuga para 600 presos en la prisión Modelo de Barcelona al frente de la COPEL. Son quince jornadas registradas en su diario entre el 19 de mayo y el 2 de junio de 1978. En esta última fecha los 45 […]

Breve sinopsis: Juan Diego, tras casi treinta años en prisión, nos relata cómo preparó la fuga para 600 presos en la prisión Modelo de Barcelona al frente de la COPEL. Son quince jornadas registradas en su diario entre el 19 de mayo y el 2 de junio de 1978. En esta última fecha los 45 que habían trabajado en la excavación de un túnel de casi una decena de metros salieron por las alcantarillas de Entença, Rosselló, Provença e Infanta Carlota ante la mirada de asombro de los transeúntes o el atasco de los coches. Se consumaba una de las mayores fugas registradas en el Estado español.



Podría titular esta semblanza «JUAN DIEGO REDONDO PUERTAS, ALIAS DIEGO EL MALO O EL MALO DIEGUITO: CARNE DE CAÑÓN Y DE PRISIÓN» pero no esperará nadie encontrar aquí, ubicado en los intersticios de este heroico diario digital, una crónica de sucesos al uso o un retrato que naturalice y por tanto justifique socialmente esa carne de cañón y de prisión. Como si fuera natural el destino de las balas y el talego que la sociedad reserva para algunos que no han tenido la fortuna de nacer en una cuna real o ni siquiera en una cuna. Perseveran en su delito rebelándose.


«Yo vengo a hablar aquí de su libro» como lo llevo haciendo con otros personajes tan peregrinos o más que éste, que dejaron alguna memoria de sí mismos escrita. Prefiero estas autobiografías tan raras por inusuales y más veraces que las de tanto prohombre ahíto de prebendas e incienso. Por rara lo es hasta la editorial y su nombre Maikalili. El proyecto de su joven creadora, Mercè Sentias, busca autores inéditos que a menudo relatan sus propias vidas. Un propósito humilde con ediciones pequeñas pero inmensas para sus escritores protagonistas por los efectos vivíficos, salvíficos, miríficos -elijan ustedes- que les proporciona. «La fuga de los 45» en cambio ha conocido un gran éxito de ediciones y difusión. El interés del género, especialmente en el cine (no me extrañaría una versión nostálgica del tipo de «perros callejeros») ha llevado a la televisión a Juan Diego Redondo. El rocambolesco atraco en Caprabo a las noticias y grandes titulares en los últimos meses desempolvando esas viejas crónicas del Vaquilla, el Torete y compañía. Repito por si es necesario: no me interesan. Esto no es «El Caso» ni pretendo ni está a mi alcance entretener con las andanzas del Lute a la misma sociedad amodorrada. El malo Dieguito -como le bautizaron sus colegas- es ya una parodia de sí mismo en busca de su fama, de su personaje (también ha publicado una segunda parte de estas memorias: «atracos a bancos» y podrá escribir entre rejas más que al menos algo le lucrarán). Me interesa y mucho el que aparece en ese periodo conflictivo y de luchas de finales de los 70. Tiene mérito en todo caso que 30 años después haya podido contarlo y publicarlo personalmente: primero porque es uno de los pocos supervivientes entre sus compañeros y segundo que lo haya contado él mismo. Esto que podría parecer muy normal no abunda en su medio. Empezando porque no sabía escribir hasta hace bien poco. Fue una monjita quien visitó a la editora con el original que ella revisó mientras él dormía en la cárcel.


Me interesa sobre todo el movimiento de prisiones encabezado por la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha). Un momento único en la historia reivindicativa de las prisiones del Estado español. Diego Redondo era el número Uno en la Modelo, «con mando sobre mando» o «en jefe» como gusta referir él mismo. Él mismo reconoce que «la cárcel en sí era más del preso que de la Administración Penitenciaria. Eran otros tiempos y otras historias».


Es maravilloso observar la metamorfosis de estos jóvenes, casi todos menores de edad (La Constitución después fijó la mayoría de edad a los 18 años), sin instrucción y con unas muy vagas ideas políticas, a lo sumo cazadas al vuelo por la proximidad eventual de las galerías de presos políticos (una categoría de VIP’s dentro del ambiente carcelario en buena parte auspiciada por sus propios integrantes). Es esa lucha y organización su sentido de vivir y la fuente de regeneración. En ella ocupan cargos y ejercen funciones dignas. Sorprende por tanto su lenguaje asimilador. Según he ido leyendo he tomado algunos ejemplos: «Toma nota, secretario -dijo el administrador, Servicios de información, jefe de Centro de Servicios, notificar, presidir la Junta, el Administrador hizo cuentas, más de cien solicitudes de audiencia, se convocó de nuevo el Cuartel General. Hechas las formalidades, comenzó la sesión. Se vio que la actividad en la oficina…A pesar de todo, comenzó con normalidad la jornada laboral en busca de libertad…operarios, trabajadores, a causa de mi «baja» por enfermedad, ejercer las funciones propias de la administración económica, (suspender) juicios revolucionarios, traductores». En otro frente de batalla imponen un «impuesto revolucionario», un brazo armado de la COPEL, un GIL (Grupo Interno antiabusos en Lucha), otro externo GAPEL (Grupo Armado de exPresos En Libertad).


Incluso dan algunas lecciones de justicia. Lo ilustro. De los frecuentes casos que someten a su «jurisdicción», con inmediatez y celeridad juzgan una estafa, restituyen el dinero a cada uno de los estafados. Oído el acusado autorizan sus actividades (repartiendo el 50 % de los beneficios a la Coordinadora) y rehabilitado de tal modo que pasa a ser escolta del nuevo Número Uno. Esto que puede parecernos tan poco serio como pintoresco no adolece de los vicios de un Estado que se arroga el monopolio de la justicia, sometiendo a su maquinaria a los débiles, no siempre satisfaciendo a las víctimas y pocas veces castigando a los poderosos. Las composiciones a las que solían llegar estos «juicios revolucionarios» ofrecían más sensibilidad, contrapesos y puede que garantías que los más solemnes y dotados de todos los medios que el Estado (autollamado de derecho) ha consagrado remedando antiguas formas y ceremonias religiosas.


Con lo cual voy a parar a otro punto con el que concluyo. Ya lo traté en «Qué es la cárcel. La vida en prisión (notas)». Está colgado por algún que otro sitio. Paso a reproducirlo.

– Alternativas a la cárcel.

De lo que se trata es de reparar el mal ocasionado, no de causar otro mayor sobre el condenado. Las comunidades con mayores lazos sociales así lo hacen. Ciertamente, las penas privativas de libertad son propias de los siglos XIX y XX. En la actualidad es patente su inadecuación en cuanto no rehabilitan: con esta razón rehabilitadora se fueron imponiendo. Prueba de ello es que el nuevo código penal ha tratado de abrir otras alternativas, pero a todas luces insuficientes. La realidad es que existen megaprisiones, hacinamiento a pesar de proliferar nuevas cárceles. Se ha pasado de 8.000 reclusos en 1975 a más de 60.000 hoy.

Como señala Giddens, «las prisiones modernas tienen más que ver con los asilos para pobres, en los que era obligatorio el trabajo, que con las cárceles y calabozos del pasado»

Y como el otro día escribía Haro Tecglen los delitos comunes son políticos por cuanto es la organización social la que obliga a ellos, los predetermina.
La amnistía general a los presos políticos de la «transición» debió extenderse a los presos sociales. Un proyecto de indulto general presentado en el Senado por Bandrés y Xirinacs* fue rechazado por la inmensa mayoría de los grupos parlamentarios. Con esto convalidaban el orden franquista y su represión. No está de más recordar (en estos tiempos sin memoria, ergo desalmados) que ese rechazo de la clase política a esa reivindicación que partió de la Coordinadora de Grupos Marginados de Madrid provocó un notable incremento de la conflictividad en las prisiones. La violencia alcanzó su grado más alto con el asesinato del recluso anarquista Agustín Rueda (el 14 de marzo de 1978) y, una semana después, con la del entonces director general de Instituciones Penitenciarias, Jesús Haddad.**

Esta razones y no otras llevaron a una reforma urgente del sistema penitenciario. La Ley Orgánica General Penitenciaria venía así prontamente -26 de septiembre de1979- a cumplir un mandato constitucional. La ley de fuerzas de seguridad, en cambio, esperó hasta 1986.

Entre las virtudes de la vigente ley de 1979, parece claro que influyó decisivamnete en la desarticulacón de aquel importante movimiento asambleario de reclusos. La consagración de una lógica punitivo-premial, de un sistema de penas «progresivo» (para los no conflictivos, para los otros un fichero F.I.E.S. de más que dudosa constitucionalidad) han fomentado, sin duda, la individualidad entre los reclusos, en detrimento de las anteriores actitudes solidarias.

El humillado no debe perder la dignidad, debe resistir. Y todos juntos, en reunión de etnias, culturas, regiones. Y obligar a la Administración al respeto de todos y cada uno de ellos, de su particularidad. Ese es el camino para evitar la autodestrucción, quitando ladrillos del muro.


* Xirinacs confiesa en el mismo prólogo: «Yo había leído que siempre que un país pasaba de un régimen autoritario a un régimen democrático, la amnistía incuestionable para los presos políticos, siempre iba acompañada de un indulto general para los presos sociales. Así sucedió, por ejemplo, hacía pocos años en Portugal a al salida de su negra tiranía de cincuenta años».


** En el mismo prólogo , Xirinacs narra que Haddad «demasiado comprensivo -según algunos-» promovía la rehabilitación de los presos. «Oficialmente, -continúa el bravo ex -senador- fue ametrallado en Madrid por los GRAPO. En los pasillos de las Cortes se decía que lo habían eliminado algunos directores de prisiones de tendencia profranquista.



A Lluís M. Xirinacs le honra además haber presentado la siguiente enmienda al texto constitucional. Sin ningún éxito, claro:
«Los Jueces, al establecerse sentencia condenatoria, tratarán de investigar la responsabilidad de la sociedad que envuelve al inculpado y de determinar las correcciones correspondientes por vía adecuada.


Motivación: Este artículo puede parecer futurista. Pero la posición de la sociedad ante el delincuente me recuerda la posición de las fuerzas vencedoras de la pasada guerra mundial, como de cualquier guerra, que con el juicio y condena del vencido dejaron tapadas y justificadas todas las barbaridades perpetradas por los vencedores. El odio del delincuente contra la sociedad, ante este tratamiento parcial e injusto, no hace así más que aumentar. Sólo con medidas como la propuesta se pueden atacar las causas profundas de la delincuencia».


¿Qué nos parece hoy? ¿Hacia dónde está evolucionando la sociedad?



-Post Scriptum:

Por si pronto es llevada su historia a las grandes pantallas, él mismo Diego Redondo, el malo Dieguito, recurre a unos flash-back muy oportunos mientras vela dormido/despierto en una silla. Ante la tensión de los momentos cruciales que se avecinan, frena la acción y se recrea ante sus numerosos pasos por los reformatorios, los penales, los intentos de fuga, las palizas y represalias, las reyertas, los tiroteos, sus heridas de muerte y quirófanos…