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Paradojas butlerianas

Judith Butler y la insistencia de reformar el capitalismo

Fuentes: www.andreadatri.blogspot.com

Con la presencia de Judith Butler, se presentó en Buenos Aires, durante la 35° Feria del Libro, ¿Quién le canta al Estado-nación? Lenguaje, política, pertenencia, un diálogo entre Judith Butler y Gayatri Chakravorty Spivak con prólogo de Eduardo Grüner, editado por Paidós. Judith Butler estuvo en Buenos Aires, para deleite de su público -exiguo pero […]

Con la presencia de Judith Butler, se presentó en Buenos Aires, durante la 35° Feria del Libro, ¿Quién le canta al Estado-nación? Lenguaje, política, pertenencia, un diálogo entre Judith Butler y Gayatri Chakravorty Spivak con prólogo de Eduardo Grüner, editado por Paidós. Judith Butler estuvo en Buenos Aires, para deleite de su público -exiguo pero entusiasta-, dictando un seminario de doctorado en la UBA y presentando su último libro, donde se transcribe el diálogo que mantuvo con Gayatri Chakravorty Spivak en una universidad californiana, en mayo de 2006. El tema: «las nuevas condiciones asociadas a las ideas de Estado, nación y pertenencia, y sus variables expresivas político-culturales» (1).

Ambas profesoras de Literatura Comparada discu­rrieron, en aquel entonces, acerca de la interpretación del himno de los EE. UU. en castellano, un hecho acaecido en medio de las movilizaciones multitudinarias de inmigrantes ilegales y que suscitó el rechazo del entonces presidente George W Bush, en estos términos: «Pienso que el himno nacional debe ser cantado en inglés», para añadir: «La gente que quiera ser un ciudadano de este país debe aprender inglés, y deben aprender a cantar el himno nacional en inglés». En Buenos Aires, la presentación de Judith Butler en la Feria del Libro estaba auspiciada, paradójicamente, por la revista cultural del diario La Nación. Quizás nadie le haya advertido a la autora que nunca mejor dicho aquello de traduttore, traditore si, a la ilustre visitante, se le tradujo La Nación por The Nation. Porque resulta paradójico que el oligarca diario golpista argentino auspiciara la charla de esta probablemente fiel lectora del progresista semana­rio norteamericano homónimo de más antigua tradición demócrata.

Además, para regodeo de fanáticos deconstruccionistas y nueva paradoja de la noche, esta conferencia sobre Estados y naciones, se dictó en la sala que lleva el nom­bre del célebre escritor argentino nacido en Palermo, más british que el Big Ben y enterrado en Ginebra. Y por último, para perplejidad de la conferencista y risas cómplices del público presente, en medio de su charla sonó, también paradójica y estrepitosamente, una banda marcial que -fuera del predio- ensayaba una marcha que bien podía confundirse con un himno nacional. Finalmente, la conferencia terminó con una pequeña rebelión del audito­rio ante la firme decisión de la presentadora de La Nación de no dar la palabra al público (corroborado, no era The Nation, no). Un reclamo con abucheos que, sin que mediara traducción alguna, Butler supo interpretar y resolver haciendo caso omiso de su auspiciante y pidiendo que la hicieran responsable a ella misma por las demoras en entregar la sala. Pero, más allá de la licencia de bromear que se atribuye quien suscribe, ¿de qué habló Judith Butler?

Y usted pregunta por qué cantamos

Como señalamos en la introducción, Judy! -como supo homenajearla su alumnado californiano- vino a presentar el libro que reflexiona sobre una de las movilizaciones más importantes de los inmigrantes en EE.UU. de los últimos tiempos; más precisamente, sobre una de esas acciones callejeras de las masas: la entonación del himno norteamericano en castellano, seguido también del himno mexicano.

Centrando su análisis en la idea arendtiana de ciudadanía como el «dere­cho a tener derechos», Judith Butler discurre acerca de la performatividad que encierra el acto de cantar el himno -algo propio de los ciudadanos reco­nocidos por el Estado-nación-, por aquellos privados de tal derecho. Basán­dose en la filosofía política de Hanna Arendt, se explayó acerca de la unidad imaginaria que representaría el Estado-nación, el que, para constituirse, ne­cesariamente precisa de poblaciones excluidas del derecho a tener derechos: deportaciones y múltiples privaciones que no son ficticias sino un modo violento de producción de unidad. Una unidad política que, como señalara Arendt, sólo podía mantenerse en la coexistencia con una estructura pre-política, la constituida por los sin-Estado.

Algo que aparece cuestionado, para Judith Butler, por la globalización a la que hizo referencia, porque si las fronteras políticas definen a los que tienen derecho a tener derechos, exclu­yendo a los «otros», ¿qué sucedería hoy cuando los flujos migratorios, la deslocalización de poblaciones enteras, el nomadismo de los refugiados, cues­tionan o resquebrajan las contornos de los Estados nacionales? La primera reflexión de la conferencia, en este marco de interpretación que se desarrolla en el libro presentado, fue entonces, una paradoja política: «La respuesta inicial de la derecha, ejemplificada por George Bush, consistió en insistir en que el himno nacional debía cantarse en inglés y que cantarlo en castellano era algo absolutamente inaceptable, ofensivo e impropio. Y de la izquierda hubo otra respuesta: que cantar el himno nacional en sí mismo era algo impropio y ofensivo ya que constituye una forma de patriotismo y casi nadie de la izquierda está a favor del patriotismo o del amor al país» (2).

La acción misma protagonizada por los inmigrantes era paradójica -o performativa, diría Butler- ya que reclamaban derechos civiles de los que están desprovis­tos -como el derecho a reunión, por ejemplo-, reuniéndose por miles en las calles de Los Ángeles. Personas desprovistas de los derechos que otorga la pertenencia a un Estado-nación -los apátridas de Hanna Arendt- ejercían un derecho que no tenían, para peticionar su obtención.

Frente a esto, Judith Butler -que confesó su rotunda negativa a cantar el himno nacional bajo cualquier circunstancia- se encontró con la misma paradoja que le provoca la defensa de los derechos civiles de las parejas de gays y lesbianas. Porque, tal como reflexionaba en Contingencia, hegemonía, universalidad, si el derecho al matrimonio para las parejas homosexuales tiende a universalizar un derecho hoy restricto a las parejas heterosexuales, al mismo tiempo refuerza la legitimación que el Estado otorga a determinadas prácticas sexuales en detrimento de otras, ahon­dando la diferencia entre formas legítimas e ilegítimas del intercambio sexual (3).

Si el hecho de que fueran gargantas de inmigrantes ilegales las que cantaban el himno norteamericano es -desde el punto de vista de la deconstrucción que nos propone Butler- un acto performativo que pone en evidencia la exclusión violenta en la que se funda la unidad imaginaria del Estado-nación, también es cierto que, en el mismo acto, se alude a cierta confianza y expectativa de inclusión en un determinado ordenamiento social, económico, jurídico y político que, dicho sea de paso, no sólo se basa en la exclusión de los trabajadores extranjeros, sino también de una gran parte de la población afroamericana condenada a los peores empleos y al desempleo, las cárceles, la indigencia y la muerte violenta; de la existencia de no-lugares donde, paradójicamente, el po­der del Estado (imperialista) es infinito como en las cárceles de Guantánamo y otras (4); amén de la expoliación económica de otros Estados-naciones de donde, precisamente, provienen los inmigrantes ilegales que pueblan la metrópoli.

Un ordenamiento que a luz vistas, se basa en la exorbitante concentración de capitales en un extremo, mientras en el otro, millones de seres humanos se ven obligados a vender su fuerza de trabajo por cada vez menos si es que no han sido excluidos de ese «derecho a la esclavitud» que les reserva la democra­cia capitalista y forman parte ya de los nuevos contingentes de «ciudadanos» desocupados, que son una de las primeras consecuencias de la gigantesca crisis económica mundial que estalló en el centro del imperialismo. Paradoja de las masas que cantan el himno de una América de la cual están excluidos, reclamando su inclusión y provocando otra paradoja en el pensamiento butleriano: la brecha que se constituiría entre la reflexión filosófica y la práctica política. Pero según la autora, «no puede haber una política de cambio radical sin contradicción performativa. Ejercer una libertad y afirmar una igualdad en relación con una autoridad que excluye ambas es mostrar cómo la libertad y la igualdad pueden y deben ir más allá de sus articulaciones existentes. La contradicción debe ser tomada en cuenta, expuesta y elaborada para convertirse en algo nuevo» (5). Su­mar la voz en este canto performativo ¿es correcto o incorrecto políticamente?

Palabras vanas

La izquierda norteamericana no canta el himno, nos dijo Judith Butler. Pero la derecha impone que sólo puede ser cantado en inglés. Y ahí están los inmigrantes, desprovistos del derecho a ser ciudadanos, cantando el himno como se les canta, pero con pocos resultados de inclusión a la vista. Algo que también parece advertir la filósofa norteamericana que, hacia el final de la conferencia, se preguntaba: «El hecho performativo ¿realmente induce el derecho que buscan ejercer?» Y agregaba: «Bajo las condiciones en las que un grupo tiene características de subalterno, la única forma de reivindicar derechos es asimilándose a las estructuras jurídicas que fueron construidas, no sólo borrando y explotando a las culturas originarias, sino que siguen borrando y explotándolas» (6).

Pero ¿es la única forma? Para Judith Butler la paradoja no encuentra respuesta: ultra-radicalidad teórica y el más reformista de los fatalismos a la hora de la acción política; divorcio obligado entre teoría y práctica porque no ve que justamente es el programa el que debe ayudar a las masas a adaptar su conciencia política, actualmente preñada de prejuicios conservadores, a la situación objetiva de la crisis social que atraviesa al sistema en su totalidad. Las contradicciones internas del capitalismo están mucho más maduras para una revolución que la propia conciencia de las masas que sufren las peores consecuencias de estas mismas contradicciones.

Ese hiato sólo puede superarse a través de un puente de reivindicaciones transitorias que, partiendo de las condiciones actuales conduzca a la única conclusión verdaderamente realista, que es el ataque al corazón del capitalismo. Es sólo en esa perspectiva que el reclamo de ciudadanía -en boca de millones de inmigrantes ilegales, hoy esclavos de segunda y tercera categoría en el corazón del imperio- encierra aún un potencial subversivo. Para los defensores de la democracia radical, sin em­bargo, parece que bastara con reducir el programa a algunas reformas en el marco de la sociedad burguesa -las que, de conseguirse, sólo permitirán la inclu­sión y cooptación de ciertas elites y aún de manera provisoria y circunstancial, ya que la profundización de la crisis volverá a barrer con ellas- y, por otra parte, prometer en términos teóricamente abstractos e indeterminados un futuro socialista. Que los subalternos reivindiquen sus derechos en los marcos normativos que le impone el dominio que asimismo los priva de derechos.

En esa encrucijada se encuentra Judith Butler porque su horizonte libertario no va más allá de la demo­cracia que denomina pluralista, en la que reaparecen -con nuevos ropajes- los valores liberales de la «ciudadanía», librados autónomamente a una esfera separa­da de las relaciones sociales de producción en las que encuentran su fundamento. Porque, habrá que decirlo, el Estado no es un terreno imparcial donde las masas pueden lanzarse al juego agonístico de la democracia plural, donde los significantes pueden imponer o perder su hegemonía frente a los adversarios que pretenden hacer lo suyo con los propios.

La propia crisis capitalista ha dejado al descubier­to, más que nunca antes, el carácter de clase de los Estados: cinco billones de dólares para el salvataje financiero de los grandes bancos y empresas y ¿cuántos millones de trabajadores desocupados? La democracia sin dominio de clase con la que sueña Butler no es más que un ejercicio retórico apto para estudiantes progresistas californianos, pero que se demuestra brutalmente falaz para millones de seres humanos sometidos a la explotación. Defender «incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales, pero [realizando] este trabajo cotidiano en el marco de una perspectiva correcta, real, vale decir, revolucionaria» (7), decimos nosotros. No por casualidad los dardos de la teoría de la democracia pluralista son arrojados, antes que a nadie, contra el marxismo.

Contra aquellos que, según Chantal Mouffe, tienen una visión antipolítica porque «su objetivo es el estable­cimiento de un mundo más allá de la izquierda y la derecha, más allá de la hegemonía, más allá de la soberanía y más allá del antagonismo», los que aspira­mos a un mundo «en el cual se haya superado la discriminación nosotros/ellos» (8). Claro que, para el marxismo, el binomio nosotros/ellos sólo puede eliminarse en tanto tiene un fundamento económico y Chantal Mouffe quiere revelar que es un binomio esencial y necesario porque lo considera estrictamente político, enfren­tando a la derecha que insiste en que ese binomio es indisoluble porque es cabalmente moral (9). Es que el objetivo de una política democrática de cuño posmarxista «no es erradicar el poder, sino multiplicar los espacios en los que las relaciones de poder estarán abiertas a la contestación democrática» (10).

Una discusión académica sobre la democracia que encontró su telón de fondo en la caída de la ex Unión Soviética, la contraofensiva imperialista que se denominó «¿Despliega aún su hermosura estrellada, sobre tierra de libres, la bandera sagrada» (11) «Está muy claro que Barak Obama constituye una mejora enorme respec­to de lo que hemos tenido en décadas recientes y, en ese sentido, yo también comparto el agrado y la emoción ante su elección. Pero creo que también hay que tener algo de cuidado y recordar ciertas cositas sobre algunas de sus políticas, por ejemplo el hecho de que ahora él se encuentre dando dinero a los bancos y no a las personas. Él cree que darle dinero a los bancos es una forma de llegar a las personas» (12). Así opinó Judith Butler ante la pregunta de la moderadora sobre el «acontecimiento» de la elección presidencial que llevó al primer afroamericano a la Casa Blanca. Luego se despachó con que Obama no ha reconocido los derechos de las personas que permanecen detenidas en Guantánamo y otros lugares semejantes y que no se ha pronunciado enfática­mente por el derecho al matrimonio de las parejas homosexuales. «Así que, resumiendo, diría que, efectivamente, él genera esperanzas y expectativas en la gente y está bueno que genere esperanzas, pero no que prometa una reden­ción. Si promete esperanza, está todo bien; ahora, si promete redención, rescate, ahí creo que muchos de nosotros vamos a quedar decepcionados» (13).

Gotcha! (¿se atrevería el excelente traductor de la conferencia a decir que aquí, cerca del final, «saltó la laucha»?). Aplaudir las esperanzas que generaba Obama entre los sectores más oprimidos de las masas norteamericanas, durante su campa­ña electoral, es una cosa -cuestionable, también, cuando esos aplausos provienen de una filósofa que se pretende de izquierda. Pero algo peor es aplaudir esas espe­ranzas, cuando Obama en el poder ha empezado a dar muestras de cuál es su verdadero programa de gobierno: restablecimiento de los tribunales militares para los detenidos acusados -en gran parte, sin pruebas- de terrorismo; defensa de los métodos de escuchas y espionaje; renuencia -en nombre de la seguridad nacional- a publicar fotografías que muestran las torturas que la CIA y el Ejército ejercen durante los interrogatorios.

Una política que incluye el aumento del presupuesto de Defensa y el reagrupamiento de las tropas norteamericanas en Afganistán que, bajo el gobierno de Obama, se ha convertido en el territorio privilegiado para librar la «guerra contra el terrorismo», el «plan de inversión público-privada en activos here­dados» que no es otra cosa que un mero maquillaje del plan Paulson y la recapitalización del FMI. Mucho menos que cien días fueron los que necesitó el presidente de la esperanza para aclarar que no tiene previsto levantar el embargo comercial contra Cuba hasta tanto La Habana no dé «muestras de democratización» y, por otra parte, asesinar a 93 niñas y niños en una masacre en la que perecieron 143 personas bajo los bombardeos aéreos de EE. UU. sobre el norte de Pakistán, en los que se sospecha el uso de fósforo blanco. Para Butler, sin embargo, son buenas las esperanzas porque, en última ins­tancia, cualquier redención (¿emancipación?), en esta revisión deconstruccionista de Hanna Arendt, implicaría el peligro del totalitarismo: si queremos escapar al monstruo del nazismo y del stalinismo, debemos conformarnos con las miga­jas de la democracia liberal, donde la hegemonía no es una necesidad transito­ria de la clase explotada para establecer las alianzas ineludibles en su lucha contra la clase dominante, sino la forma permanente que adquiere el juego político de inclusión y exclusión en el que, los «izquierdistas» pueden bregar a lo sumo, porque no queden cristalizados los significantes de lo abyecto.

Ante la pregunta de una joven del público, Judith Butler fue clara: que el Estado incorpore algunas de las demandas de los movimientos sociales en sus agendas políticas, pero que éstos sigan existiendo por fuera de los parámetros de las organizaciones estatales, para apuntar permanentemente a esta contra­dicción agonística que daría lugar a la radicalidad. «No se trata de transformar todo lo abyecto en algo intachable, respetable, sino que hay que desplazarlo para poder así formular la crítica de la forma en la cual el Estado fija los términos para su reconocimiento»(14), remató. En términos de otro de sus colegas, la política de la izquierda sólo debería reducirse a «minimizar la crueldad»(15). Eliminarla de la faz del planeta es un sueño no sólo imposible de realizarse, sino uno que no deberíamos soñar a riesgo de caer en la pesadilla del totalitarismo.

Palabras más, palabras menos

El viejo Rorty ya les había dicho, a los amigos de la democracia pluralista, que la sobrefilosofización de los deconstruccionistas sólo había ayudado a crear una izquierda enroscada en sí misma, en las universidades norteameri­canas y británicas, pero que cada vez era más irrelevante para la discusión política (16). Podríamos agregar ¿era tan necesaria semejante sofisticación lin­güística que hace imperiosa la aparición de exegetas por encima de los tra­ductores, para terminar diciendo, en otras palabras, lo que el revisionismo socialdemócrata ya dejó planteado hace más de un siglo? Mucha sangre ha costado al movimiento obrero internacional la banal idea de que la progresiva democratización de las instituciones del Estado, por la participación de la clase obrera a través de su partido en el parlamento, o la consecución de reformas legislativas, por su peso social en las luchas por reivindicaciones mínimas, iban a terminar convirtiendo al Estado en una «cáscara vacía» que atendiera «el bien común», aboliendo su carácter de apa­rato de dominación de una clase sobre otras.

La estrategia del movimiento obrero debía ser, entonces, ampliar la ciudadanía, en contraposición a abolir el trabajo asalariado, porque en los hechos, la progresiva igualdad política permitiría ir disolviendo la desigualdad social. Pero como señalara Rosa Luxemburgo en su célebre polémica con el revisionista Eduard Bernstein: «Toda constitución legal no es más que un producto de la revolución. En la historia de las clases, la revolución es el acto político creador, mientras la legislación sólo expresa la pervivencia política de una sociedad. La reforma legal no posee impulso propio, independiente de la revolución, sino que en cada período histórico se mueve en la dirección marcada por el empujón de la última revolución y mientras ese impulso dure. O dicho más concretamente: sólo se mueve en el contexto del orden social establecido por la última revolu-ción» (17). Esto significa entonces que elegir el camino de la reforma en vez de la revolución, no es marchar al mismo objetivo por distinta senda, sino dirigirse hacia un destino diferente: «en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua» (18). En el fondo del pensamiento butleriano no se encuentra la búsqueda de la realización del socialismo, sino la insistencia en la necesidad de reformar al capitalismo; no existe el anhelo de suprimir el mecanismo esencial de su funcionamiento basado en la explotación asalariada, sino el más sencillo de atenuar algunos de sus más brutales abusos.

Pero mal que le pese a los deconstruccionistas de la democracia plural, la dominación de la burguesía, como ya señalamos, se fundamenta en relaciones económicas y no meramente jurídicas. Más bien todo lo contrario, la forma jurídica de la «ciudadanía» encubre la esencia socio-económica de la «esclavitud asalariada» bajo su apariencia de participación democrática igualitaria. Si la clase obrera no se convence de la necesidad de superar las contra­dicciones del capitalismo a través de una revolución social, no hay destino para la humanidad que no sea más barbarie.

Si se rechaza esta perspectiva, no hay otro horizonte que el de las migajas para los «abyectos» que agonizan miserablemente, al pie de la mesa de la democracia burguesa; migajas que caen cada vez con menor frecuencia mientras arrecia una crisis descomu­nal del sistema capitalista que subyace bajo los parlamentos. Esa clase tiene un himno que, paradójicamente, no responde a ninguna nación, porque la explotación, a diferencia de los derechos civiles, no reconoce fronteras. ¿Judith Butler se atreverá, entonces, a entonarlo?

Andrea D’Atri es licenciada en Psicología (UBA) y especialista en Estudios de la Mujer. Se desempeñó como docente universitaria en Buenos Aires, Córdoba y La Plata y consejera del programa Cono Sur de la School of International Training (USA). Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (2004) y editora y co-autora de Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia (2006). También ha publicado «Nuevas encrucijadas para el feminismo del siglo XXI» en Los ’90: fin de ciclo. El retorno de la contradicción, de José Henríque (comp.); Ed. Final Abierto, Bs. As. (2007); «Repolitization of the Women’s Movement and Feminism in Argentina» en Building Feminist Movements: Global Perspectives, de L. Alpizar, A. Durán y A. Russo Garrido (ed.); Zed Books, London (2006); y «Obreres, moviment de dones i moviment feminista» en Nosaltres les dones, de Aurora Mora (comp.), CEPC, Barcelona (2005). Otros artículos han sido publicados en diversos medios, en español, inglés, francés, portugués y griego. Actualmente integra el consejo asesor del Instituto del Pensamiento Socialista «Karl Marx», donde coordina el Departameneto de Género y dicta seminarios y charlas sobre los temas de su especialidad. Blog: www.andreadatri.blogspot.com

Notas

1. Comentario en contratapa de la edición de Butler y Spivak, ¿Quién le canta al Estado-nación?, Bs. As., Paidós, 2009.

2. Desgrabación de la conferencia dictada por Judith Butler en la 35° Feria del Libro, Buenos Aires, 30 de abril de 2009.

3. J. Butler, E. Laclau, S. Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad, Bs. As., FCE, 2003, p. 182.

4. Dice Butler «se trata de una vida saturada de poder. Lo cual nos recuerda, de modo crucial, que el poder no es lo mismo que la ley», en Butler y Spivak, op.cit., p. 49.

5. Butler en Butler y Spivak, op.cit., p. 89.

6. Desgrabación ya citada.

7. León Trotsky, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, Bs. As., IPS, 2008, p. 70.

8. Chantal Mouffe, En torno a lo político, FCE, Bs. As., 2007, p. 10.

9. Ibídem, p. 12.

10. Chantal Mouffe, El retorno de lo político: comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical, Paidós, Bs. As., 1999, p. 24.

11. Estribillo del himno nacional de los Estados Unidos.

12. Desgrabación ya citada.

13. Ídem.

14. Ibídem.

15. Simon Critchley, «Deconstrucción y pragmatismo. ¿Es Derrida un ironista privado o un liberal público?» en Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragmatismo, Bs. As., Paidós, 1998, p. 81.

16. Richard Rorty, «Respuesta a Ernesto Laclau» en Chantal Mouffe (comp.), op.cit., p. 137.

17. Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución, Madrid, Ediciones Ex Libris, 2005, p.31.

18. Ibídem, p.32.