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Karl Marx y El capital frente a las soflamas sin valor de Silvia Federici

Fuentes: Rebelión

Resumen introductorio: En este texto se hace una reflexión inicial sobre la importancia de las aportaciones de Karl Marx en El capital, para posteriormente explicar cómo la lectura que hace Silvia Federici de Marx es parcial y en algunos casos incluso contraria a lo que dice el propio Marx, tanto en Calibán y la bruja […]

Resumen introductorio:

En este texto se hace una reflexión inicial sobre la importancia de las aportaciones de Karl Marx en El capital, para posteriormente explicar cómo la lectura que hace Silvia Federici de Marx es parcial y en algunos casos incluso contraria a lo que dice el propio Marx, tanto en Calibán y la bruja como en El patriarcado del salario. No es un texto que quiera entrar en ninguna polémica, aunque tampoco la rehúye. Solo pretende contribuir al homenaje de Karl Marx en el bicentenario de su nacimiento y aclarar algunas cuestiones. El artículo consta de las siguientes partes: 1) Karl Marx y el valor de El capital; 2) Silvia Federici y la acumulación del capital; 3) Prostitución, lumpen y la Comuna de París; 4) La cuestión del trabajo esclavo en América; y 5) A modo de conclusión: Eleanor Marx, la mujer olvidada. Este análisis es una traducción al castellano de un artículo que se publicó originalmente en euskera en el número 224 de la revista Jakin (enero-febrero 2018; también se puede consultar en el blog «Komunzki»: http://www.argia.eus/blogak/ignazio-aiestaran/2018/04/30/karl-marx-eta-kapitala-silvia-federiciren-soflama-baliogabetuen-aurrean/ ).

Por lo demás, este análisis parte de una firme convicción: como dice Felipe Martínez Marzoa, caben diversas interpretaciones de Marx, pero no cualquier interpretación es válida. Por otro lado, lo que está en juego no es solo la interpretación de Marx y del mundo que alteró el capital moderno, sino la transformación de este, y esto difícilmente se podrá producir si los proyectos sociales que desean otra forma de vida que no sea la hegemonía del capital realizan un trabajo deficiente en la comprensión de las dinámicas del capital, del trabajo en todas sus variedades, del mismo valor económico-político y del legado del viejo topo de la historia.

1- Karl Marx y el valor de El capital

Muchos movimientos izquierdistas citan a Marx en el presente. En otros casos, aunque su nombre aparece entre las menciones, no se toma en consideración toda su aportación. La lucha de clases no constituye toda la investigación de Marx. Si no se analiza el valor del capital, la enseñanza de Marx se trunca por la mitad y se pierden su profundidad y sagacidad. Por tanto, es conveniente poner de manifiesto algunos puntos en torno a las mercancías y el valor económico en El capital. Veamos qué supone una sociedad capitalista.

La mercancía es cualquier producto que se cambia por otro. Cualquier mercancía se puede cambiar por otra mercancía en el capitalismo. Esta mercancía se cambia por esa otra mercancía o por aquella otra. No hay límite en el sistema económico del capital. Desde este punto de vista, todas las mercancías son iguales, aunque los precios (y los objetos) sean diferentes. Ese proceso material se logra con el dinero. Y en ello residen la fuerza y la eficacia del capital. En la vida los objetos (y las acciones) son diversos, pero en el mercado del capital todos son iguales, todos son intercambiables, el uno por el otro. Por eso, el procedimiento del capital es universal y el capitalismo no tiene fin o límite en su finalidad.

Se denomina sociedad capitalista a aquel tipo de sociedad donde se ha impuesto esa clase de sistema económico. En la sociedad capitalista todos los objetos son iguales, todos los trabajos son iguales, esto es, todos son equivalentes en el intercambio del valor. De hecho, se cambian por medio de un equivalente universal: a cambio de dinero. Eso supuso un cambio histórico impresionante, alterando, transformando y en muchos casos destruyendo los sistemas comunitarios del pasado. Todos los trabajos se igualan por medio de la universalidad abstracta del capital. Por eso, lo que valora el capital es el trabajo abstracto -no el trabajo concreto, ni tampoco los diversos usos de los productos-. El valor económico reside en el intercambio de mercancías en el mercado del capital, aunque los trabajos para producir las mercancías sean diversos. Aunque el proceso de producción del sistema capitalista presuponga la división del trabajo, en el mercado de ese sistema todo se intercambia, equiparando todos los productos de los trabajos. Karl Marx lo expresa así en El capital:

«A través del cúmulo de los diversos valores de uso o cuerpos de las mercancías se pone de manifiesto un conjunto de trabajos útiles igualmente disímiles, diferenciados por su tipo, género, familia, especie, variedad: una división social del trabajo. Esta constituye una condición para la existencia misma de la producción de mercancías, si bien la producción de mercancías no es, a la inversa, condición para la existencia misma de la división social del trabajo. […] En todas las fábricas el trabajo está dividido sistemáticamente, pero esa división no se halla mediada por el hecho de que los obreros intercambien sus productos individuales. Solo los productos de trabajos privados autónomos, recíprocamente independientes, se enfrentan entre sí como mercancías » (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 52).

El valor de las mercancías que se intercambian en el sistema abstracto del capital procede del trabajo, medido en horas de trabajo. Por eso, a la hora de analizar la sociedad capitalista, un elemento fundamental es el trabajo general abstracto, pues lo que ese sistema valora es ese valor abstracto. Con el salario se le paga a quien trabaja sus horas de trabajo -recordemos que el dinero es un equivalente abstracto-, pero con Karl Marx sabemos que a la trabajadora o al trabajador no se le paga todo el valor de lo que ha producido. El valor que no cobra el trabajador o trabajadora se llama plusvalía. Por otra parte, ese trabajador o trabajadora no tiene bajo su dominio o control los medios de producción. En la sociedad capitalista el trabajo de ese trabajador no es nada del trabajador, sino su fuerza de trabajo puesta en el mercado y explotada.

Además, en el mercado del capital no se valoran todos los trabajos, o por lo menos no se pagan todos los trabajos. El caso más llamativo es la reproducción para mantener la fuerza de trabajo del asalariado vivo, todo aquello que sea necesario para su conservación. Marx lo subraya en El capital:

«La fuerza de trabajo sólo existe como facultad del individuo vivo. Su producción, pues, presupone la existencia de éste. Una vez dada dicha existencia, la producción de la fuerza de trabajo consiste en su propia reproducción o conservación. Para su conservación el individuo vivo requiere cierta cantidad de medios de subsistencia» (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 207).

Para que se mantenga la fuerza de trabajo, «se gasta una cantidad determinada de músculo, nervio, cerebro, etc., humanos, que es necesario reponer». Asimismo, se deben satisfacer ciertas «necesidades naturales» para la conservación de la fuerza de trabajo viva. Tales necesidades están moldeadas o adaptadas por los pueblos o países:

«La suma de los medios de subsistencia, pues, tiene que alcanzar para mantener al individuo laborioso en cuanto tal, en su condición normal de vida. Las necesidades naturales mismas -como alimentación, vestido, calefacción, vivienda, etc.- difieren según las peculiaridades climáticas y las demás condiciones naturales de un país. […] Por oposición a las demás mercancías, pues, la determinación del valor de la fuerza laboral encierra un elemento histórico y moral » (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 208).

Por tanto, los medios de subsistencia y las necesidades para mantener la vida no aparecen en el mercado, no se miden directamente, pero son necesarios para que la fuerza de trabajo cumpla su función económica. Los trabajos para alimentación, ropa, calefacción y vivienda no se pagan en el mercado capitalista, aunque este tipo de mercado los presupone. Con ello Marx plasma el conflicto entre capital y vida. En ese conflicto Marx ya había descrito también cómo eran la distribución, el reparto y la explotación del trabajo doméstico fuera del mercado, tal y como lo indicó en La ideología alemana:

«Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que se corresponde perfectamente con la definición de los modernos economistas, según la cual el derecho del trabajo y la propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta » (Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana , Akal, Madrid, 2014, pp. 26-27).

Tal y como se puede leer en este párrafo citado, Karl Marx dejó claro que «la mujer y los hijos son los esclavos del marido» y que esa «esclavitud» era latente. Además, siguiendo El capital, también queda claro que esa explotación de trabajo latente se quedaba sin valorar fuera del mercado capitalista y sin salario.

2- Silvia Federici y la acumulación del capital

Por todo ello, reprocharle a Karl Marx que el trabajo hecho por las mujeres en las familias no se haya valorado es una falsedad. Sin embargo, esto ha sido lo que ha querido imputarle la activista y teórica Silvia Federici. Desde su obra Calibán y la bruja esta ha sido una de las objeciones, cuando se refiere al cuerpo de la mujer que se había convertido en un medio para expandir la fuerza de trabajo:

«Este aspecto de la acumulación primitiva está ausente en el análisis de Marx. Con excepción de sus comentarios en el Manifiesto Comunista acerca del uso de las mujeres en la familia burguesa -como productoras de herederos que garantizan la transmisión de la propiedad familiar-, Marx nunca reconoció que la procreación pudiera convertirse en un terreno de explotación, y al mismo tiempo de resistencia » (Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva, Traficantes de Sueños, Madrid, 2010, p. 139; en adelante esta obra será CB).

Más tarde diré algo sobre el lugar de las mujeres en el Manifiesto comunista. De momento es importante percatarse de la falta de verdad en lo que dice Federici. En La ideología alemana hemos visto cómo Karl Marx relacionó a la mujer con la esclavitud, criticando la familia patriarcal. Igualmente en el texto Bruno Bauer, la cuestión de los judíos se encuentran críticas duras y directas denunciando » la virtud del hombre de dinero » que quiere dominar a la mujer:

«La misma relación de la especie -la relación entre hombre y mujer, etc.- ¡se convierte en un objeto de tráfico! La mujer se convierte en objeto de lucro » (Karl Marx, OME, vol. 5, Manuscritos de París. Escritos de los «Anuarios Francoalemanes» , Crítica, Grupo Editorial Grijalbo, Barcelona-Buenos Aires-México, 1978, p. 206).

La mujer sometida al hombre se convierte en «objeto de lucro», el cuerpo de la mujer se convierte en «objeto de tráfico» con el dinero del hombre. Más claro imposible. Por tanto, es incomprensible que Silvia Federici silencie estos pasajes e ideas. Solamente se entiende porque Federici quiere presentar un muñeco de paja, intentando reducir a Marx a una caricatura. Una vez convertido en caricatura, viene el siguiente paso, reprochar a Marx que su teoría es androcéntrica: «Marx examina la acumulación primitiva desde el punto de vista del proletariado asalariado de sexo masculino y el desarrollo de la producción de mercancías» (Silvia Federici, CB, p. 23). Esta es una afirmación arbitraria carente de verdad.

Además de todo esto, encontramos una llamativa diferencia entre Marx y Federici en torno al capital y a la acumulación primitiva. Desde el mismo inicio de Calibán y la bruja Federici anuncia que ella usará la «acumulación primitiva» que Marx describe en el primer tomo de El capital (ver CB, pp. 22-23 y 88 y siguientes). Por medio de ese concepto quiere analizar las condiciones constitutivas que posibilitaron la sociedad capitalista, pero Federici no emplea todo El capital, porque no entra en la teoría sobre el valor de las mercancías. Esto le lleva a decir lo siguiente:

«Si bien Marx era agudamente consciente del carácter criminal del desarrollo capitalista -su historia, declaró, «está escrita en los anales de la humanidad con letras de fuego y sangre»- no cabe duda de que lo consideraba como un paso necesario en el proceso de liberación humana. Creía que acababa con la propiedad en pequeña escala e incrementaba (hasta un grado no alcanzado por ningún otro sistema económico) la capacidad productiva del trabajo, creando las condiciones materiales para liberar a la humanidad de la escasez y la necesidad. También suponía que la violencia que había presidido las primeras fases de la expansión capitalista retrocedería con la maduración de las relaciones capitalistas; a partir de ese momento la explotación y el disciplinamiento del trabajo serían logrados fundamentalmente a través del funcionamiento de las leyes económicas. En esto estaba profundamente equivocado » (Silvia Federici, CB, pp. 23-24).

Esto no es verdad. Ahí Federici entremezcla burguesía y capitalismo sin mucho sentido. Marx era de la opinión de que la burguesía era una clase revolucionaria, tal y como se puede ver en el Manifiesto comunista. De hecho, la burguesía revolucionó y eliminó el viejo orden feudal, y así se puede leer en su famoso manifiesto, pero eso no quiere decir que tan pronto como madurase con el capitalismo la violencia extendida en las primeras fases fuese a desaparecer. Una cosa es el carácter revolucionario de la burguesía y otra muy distinta la emancipación del proletariado frente a la burguesía en la sociedad capitalista. Como ya se ha dejado aclarado en el inicio de este artículo, desde que escribió El capital fue evidente que en el mercado capitalista de mercancías ni hubo, ni hay lugar para la emancipación de la clase trabajadora. El intento desarrollado en El capital es dejar al descubierto la violencia de las mercancías en el orden capitalista, desenmascarar el fetichismo de la mercancía. El objetivo no era aceptar el disciplinamiento de las leyes económicas del capital, sino justo lo contrario: poner patas arriba y revolucionar la ciencia económica capitalista y su ideología. El objetivo de El capital, tal y como se afirma en su subtítulo, fue la «crítica de la economía política». Cualquiera que haya puesto al descubierto el valor económico en el intercambio de mercancías sabe esto. Sin embargo, Federici fuerza tanto su argumento que al final parece que Marx fuera capitalista. He aquí otra formulación del argumento de Federici:

«No podemos, entonces, identificar acumulación capitalista con liberación del trabajador, mujer u hombre, como muchos marxistas (entre otros) han hecho, o ver la llegada del capitalismo como un momento de progreso histórico» (Silvia Federici, CB, p. 90).

Así se pierde la teoría del valor analizada y descrita por Marx. El Marx de Federici es un Marx desfigurado y sin valor. Desde el punto de vista de la historia y de la metodología del capitalismo el análisis de Federici presenta así una carencia que no ha suplido. Eso le lleva a desfigurar a Marx. A la hora de trabajar la acumulación primitiva, aunque el fin de Federici se dirige a analizar la colonización, el expolio de tierras al campesinado y la persecución de las brujas, por el camino ha perdido el valor desde la óptica marxista de El capital. Se ha quedado a mitad de camino. Por eso Federici se dedica tanto a describir la desaparición de los comunales. Sin embargo, el cercamiento y la desaparición de los comunales no son todo el análisis frente a la explotación del capital (hay que recordar otra vez lo que se ha dicho al respecto en la primera sección de este artículo). La desaparición de los comunales solo es un tipo de acumulación por desposesión. Eso no explica toda la dinámica del valor económico bajo el capitalismo. Karl Marx lo vio perfectamente. De joven publicó un artículo en la gaceta Rheinische Zeitung en torno a los debates sobre la ley del robo de leña, donde denunció la situación del campesinado. Después de que las propiedades comunales hubieran pasado a ser propiedades privadas, en una época de miseria, el campesinado seguía recogiendo leña en lo que antaño fueron campos y bosques comunales, siguiendo la costumbre habitual. En aquella publicación Marx escribió contra la ley que castigaba tales prácticas.

Por tanto, Marx sabía muy bien qué conllevaban la desaparición de los comunales y su privatización, pero no se quedó en ello. Dio un paso más en el análisis de la acumulación capitalista, hasta dejar al descubierto el procedimiento del valor en el intercambio de mercancías. Así llegó a escribir El capital. En el ataque al capitalismo Silvia Federici y Karl Marx son dos estrategias de dirección contrapuesta. Federici no ha tenido en cuenta la importancia del valor (económico) en la acumulación originaria capitalista y ha optado por quedarse en la explotación y desaparición de los bienes comunales. Marx empezó su investigación con la desaparición de los comunales y llegó a dejar al desnudo y a explicar el valor del capital que se produce mediante el intercambio de mercancías. Son dos direcciones diferentes.

No me voy a alargar más en esta sección. Solo añadiré un par de apuntes. En relación a la desaparición y privatización de los comunales, el trabajo de Federici ha sido muy bueno y perspicaz, y su investigación en torno a las brujas ha sido excelente y muy útil, pero su fundamento económico presenta unas cuantas carencias. Por poner un caso, cuando en Calibán y la bruja dice lo siguiente: «en el nuevo régimen capitalista las mujeres mismas se convirtieron en bienes comunes» (CB, p. 148). No estoy seguro de que en esa frase haya aplicado adecuadamente la categoría en torno a los comunales o bienes comunes, pues el circuito entre la propiedad privada y el cercamiento de los bienes comunales o comunes no supone en realidad la conversión en un bien común o comunal, sino lo contrario: su privatización o marginación.

Asimismo, en el artículo ‘Notes on Gender in Marx’s Capital’ (‘Notas sobre género en El capital de Marx’), publicado en 2017 en la revista Continental Thought & Theory (en castellano está traducido con pocas modificaciones en el capítulo ‘El capital y el género’ del libro de Silvia Federici: El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2018; en adelante este libro será PS), en ese artículo, digo, tenemos otra muestra de que Federici no ha profundizado en la teoría marxista del valor, por ejemplo cuando pone en el mismo nivel a Alfred Marshall y Karl Marx (PS, p. 56) o cuando en una nota del mismo artículo menciona a Piero Sraffa (la nota no aparece en la versión en castellano; sí, en cambio, en la versión original en inglés). A este lo cita para decir lo siguiente: «Los trabajadores -imagina Marx- gastan el salario en comprar los productos que cubren sus necesidades vitales, y al consumirlos se reproducen a sí mismos» (PS, 57). Karl Marx nunca dijo semejante cosa . Solo es un trabalenguas sin sentido, mezclando el consumo de mercancías con el valor de las mismas. Lo que Federici tiene en su cabeza para decir algo semejante es el libro de Sraffa titulado Production of Commodities by Means of Commodities (Producción de mercancías por medio de mercancías), pero mal asimilado. En esto también la teoría económica de Federici sigue sin liberarse todavía del marco neoclásico o neoricardiano y sigue sin comprender el cambio marxista frente a esas corrientes.

3- Prostitución, lumpen y la Comuna de París 

Con la intención de desfigurar y deslucir la propuesta de Karl Marx, Silvia Federici manipula con frecuencia citas históricas. Con esta finalidad toma como excusa la «prostitución». Como, por ejemplo, al decir esto sobre Marx:

«De este modo se niega la condición de trabajadora de la prostituta y se la relega a ejemplo de la degradación de las mujeres, perteneciente al «sedimento más bajo de la población excedente», ese lumpemproletariado»» (PS, p. 57; ver también PS, p. 89).

Con la intención de sostener esto, Federici menciona El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Marx. Analicemos, sin embargo, qué dice ahí Marx de verdad. En el último capítulo de esa obra, cuando Marx recuerda la prostitución, lo hace desde un contexto concreto y un sentido preciso. Bajo el código de Napoleón III dominaron los impuestos, los embargos, las subastas y las ejecuciones forzosas y grandes masas de habitantes se quedaron en la más pura miseria. En ese grupo de pobres, según las cifras oficiales, se encontraban cuatro millones de habitantes, incluidos «niños» nos dice Karl Marx: cuatro millones de indigentes, prostitutas, mendigos y delincuentes sin recursos, y otros cinco millones -campesinos y campesinas en su mayoría- al borde del abismo. Por tanto, la prostitución no era un trabajo corriente, sino una de la mayores explotaciones, el medio al que recurrían las mujeres que estaban en la miseria (y leyendo el texto de Marx, seguramente los «niños» o las niñas también entraban dentro de esta modalidad de explotación). Y así es como trata Marx esta cuestión. Por lo demás, él criticó con firmeza la explotación de la prostitución. Recordemos qué decía en El manifiesto comunista al respecto:

«¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública.

[…]

Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducirse mutuamente las esposas» (tomo la versión del Manifiesto comunista de Karl Marx, Antología, Siglo XXI, Buenos Aires, 2015, pp. 131-132).

Y en sus manuscritos sobre economía y filosofía, en concreto en el tercer manuscrito, dentro de la sección «Propiedad privada y comunismo», se encuentran las siguientes palabras:

«La prostitución es solo una expresión especial de la general prostitución del trabajador, y como la prostitución es una relación en la que no solo entra el prostituido, sino también el prostituyente -cuya ignominia es aún mayor-, también el capitalista entra en esa categoría » (Karl Marx, Manuscritos: economía y filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 145).

Además de que las reflexiones de Marx no sean las que refleja Federici, tenemos otra lección importante: la del lumpen o lumpemproletariado. No es correcta la opinión que le reprocha Federici a Marx. La filósofa y comunista Angela Davis, en su ensayo Political Prisoners, Prisons and Black Liberation (Prisioneros políticos, cárceles y liberación negra), destacó así el lugar y la importancia del lumpen en la obra de Marx desde la Comuna de París:

«Teniendo presente el carácter desclasado de los lumpemproletarios, Marx aseveró que son capaces tanto de «las hazañas más heroicas y los sacrificios más exaltados como del bandidaje más vil y la más sucia venalidad». Subrayó el hecho de que los Guardias Móviles del gobierno provisional constituido por la Comuna de París -alrededor de 24 000 soldados- estuvieron constituidos, en gran parte, por lumpemproletarios jóvenes, de edades comprendidas entre los 15 y los 20 años. Demasiados marxistas se han inclinado a sobrevalorar la segunda parte de la observación de Marx -la de que el lumpemproletariado es capaz de ejecutar el bandidaje más vil y manifestar la más sucia venalidad- a la vez que quitan valor o, ciertamente, pasan por alto totalmente su primera observación, en la que elogia al lumpen por sus hazañas heroicas y sus exaltados sacrificios» (Angela Davis y otros perseguidos políticos, Si llegan por ti en la mañana… vendrán por nosotros en la noche, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972, p. 33).

Por supuesto, Federici no ha leído estas palabras de Angela Davis. Lo que dice Angela Davis es fundamental para otro punto: la importancia de la Comuna de París en el pensamiento de Marx. Otra filósofa marxista, Raya Dunayevskaya, investigó qué tipo de influencia tuvo la Comuna de París en El capital (ver, por ejemplo, Raya Dunayevskaya, Marxism and Freedom. From 1776 until Today , capítulo sexto, y Rosa Luxemburg, Women’s Liberation, and Marx’s Philosophy of Revolution, capítulo décimo). Esta pensadora trabajó y explicó cómo cambió Marx el texto de El capital para la versión francesa, en la edición de 1875, teniendo en cuenta los acontecimientos de la Comuna. Marx llegaría a profundizar en el análisis del fetichismo de la mercancía, después de contemplar la democracia proletaria de la Comuna. Vio de manera más clara que el fetichismo de la mercancía residía en el valor y que era posible la unión libre por medio de una impresionante cooperación común, fuera de la producción del despotismo capitalista. Observó qué era posible liberar el trabajo y la acción fuera de la producción del valor capitalista, y así lo plasmó en la edición francesa. Siguiendo el argumento de Dunayevskaya, podemos extraer una conclusión destacable: además de analizar la industria en El capital, con los cambios de la edición de 1875 lo que Marx tuvo en mente como modelo fue la Comuna de París. Presentado y visto así, se vienen abajo las objeciones de Silvia Federici a Marx.

Federici ha escrito las siguientes objeciones en torno a El capital:

– «En el relato de Marx sobre el género en el taller también falta el análisis de la crisis que supuso para la expansión de las relaciones capitalistas la cuasi extinción del trabajo doméstico en las comunidades proletarias » (PS, p. 51).

– «El tema del género ocupa un lugar marginal en El capital » (PS, p. 51).

– «¿Guarda Marx silencio sobre el trabajo doméstico porque, como se ha sugerido antes, «no veía fuerzas sociales capaces de transformar el trabajo doméstico en una dirección revolucionaria»? » (PS, p. 61).

Si tomamos en consideración las observaciones de Davis y Dunayevskaya, entonces las declaraciones y preguntas de Federici pierden valor. Tal vez el problema sea que el lugar que ha dado Federici a las mujeres en El capital y en la historia es demasiado reducido. Tal vez el problema sea que no ha tenido en cuenta la revolución contemporánea de El capital, la Comuna de París, hecha por mujeres y hombres, por el lumpen y el proletariado. Tal vez el problema sea que Federici no ha mirado en el lugar que corresponde. Si presentamos conjuntamente El capital y la Comuna de París, si de la mano de Dunayevskaya analizamos conjuntamente la teoría del valor contra el fetichismo de la mercancía y la cooperación común liberadora, entonces muchas de las objeciones desaparecen. Tal vez no haya tantas reflexiones sobre el trabajo doméstico, porque, después de analizar y criticar la producción del mercado, del taller y de la industria, el modelo que Marx tenía en mente era la Comuna de los hombres y las mujeres libres en París. A veces Federici está tan ocupada analizando la maquinaria y el trabajo y sigue tan unida a su operaísmo u obrerismo del pasado que no ve más allá, borrando el valor completo de Marx.

4- La cuestión del trabajo esclavo en América

Además de tener una mala comprensión del valor en El capital, Federici llega a mentir cuando quiere acusar a Marx de cierto tipo de racismo, como en el siguiente párrafo:

«Existe un paralelismo con el lugar de la «raza» en la obra de Marx. Si bien reconoce que «el trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra», en su análisis no deja mucho espacio al trabajo esclavo ni al uso del racismo para forzar y naturalizar una forma más intensa de explotación. Por tanto, su obra no pudo poner en duda la ilusión – dominante en el movimiento socialista – de que los intereses de los trabajadores hombres blancos asalariados representaban los intereses de toda la clase obrera – una mistificación que en el siglo XX llevó a los rebeldes anticoloniales a concluir que el marxismo era irrelevante para su lucha -» (PS, pp. 61-62).

Queda de manifiesto cuál es el objetivo estratégico de Federici: a mala fe imputarle a Karl Marx (y al marxismo) una ideología que solo favorece al » hombre blanco trabajador » . Semejante acusación no es verdad, ni desde la historia del movimiento socialista, ni desde la lógica de Marx. Para empezar, Marx denunció la esclavitud en El capital: «El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra» (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 363). Y en ese libro también nos dice Marx:

«El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, la esclavización y el soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista » (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 3, p. 939).

¿Sabéis qué es lo más curioso de esta última cita de El capital? Pues que Silvia Federici ya la había utilizado en su libro Calibán y la bruja (ver CB, p. 89). De repente, ahora, se ha eliminado a propósito la cita de Marx que ya había empleado en Calibán y la bruja, y todo con el propósito de fabricar un muñeco de paja (racista) en torno a Karl Marx. Igualmente, Federici no ha leído lo que escribió Raya Dunayevskaya. Esta última nos mostró que Marx en El capital profundizó en la duración de la jornada de trabajo gracias a su análisis sobre la Guerra Civil de los Estados Unidos de América (ver para ello: Raya Dunayevskaya, Marxism and Freedom. From 1776 until Today , quinto capítulo).

Asimismo, Federici no hace ni mención del trabajo hecho contra la esclavitud en los Estados Unidos de América por Karl Marx y el movimiento socialista de la clase trabajadora de su época. El 28 de enero de 1865 la Asociación Internacional de Trabajadores envió una carta al presidente estadounidense Abraham Lincoln, una carta que había sido escrita por Karl Marx y que fue firmada por los miembros del Consejo Central de la asociación, incluido el propio Marx. La Asociación Internacional de Trabajadores hacía una denuncia directa y criticaba la esclavitud sin rodeos. El comienzo de la carta decía así:

«Congratulamos al pueblo americano con ocasión de vuestra reelección, por una fuerte mayoría. Si la resistencia al poder esclavista ha sido la reservada consigna de vuestra primera elección, el grito de guerra triunfal de vuestra reelección es: ¡muerte a la esclavitud!

Desde el principio de la lucha titánica que libra América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte de su clase depende de la bandera estrellada» (ver Karl Marx y Abraham Lincoln, Guerra y emancipación, Capitán Swing, Madrid, 2013, p. 207).

En ese documento oficial se reivindicaba la unión entre la clase trabajadora de América y la de Europa. Para ello se pedía hacer desaparecer la esclavitud. Con este argumento el final de la carta expresaba lo siguiente:

«Los obreros de Europa están convencidos de que si la guerra de Independencia americana ha inaugurado la nueva era de expansión de las clases medias, la guerra antiesclavista americana ha inaugurado la nueva época del ascenso de las clases trabajadoras.

Consideran como un símbolo de la nueva era que la suerte haya designado a Abraham Lincoln, el enérgico y valeroso hijo de la clase trabajadora, para conducir a su país en la lucha sin igual por la emancipación de una raza encadenada y para la reconstrucción de un mundo social » (ver Karl Marx y Abraham Lincoln, Guerra y emancipación, Capitán Swing, Madrid, 2013, p. 208).

Por tanto, la posición contraria a la esclavitud es innegable. De la misma manera y sin lugar a discusión, Marx puso de manifiesto la influencia de la colonización y la acumulación causada por esta en la aparición y conformación de las clases sociales dentro de los inicios del mercado mundial global bajo el capitalismo. Lo siguiente es una muestra de ello, entre otras muchas, que aparece en La ideología alemana:

«La manufactura y, en general, el movimiento de la producción, experimentaron un auge enorme gracias a la expansión del comercio como consecuencia del descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia las Indias orientales. Los nuevos productos importados de estas tierras, y principalmente las masas de oro y plata lanzadas a la circulación, hicieron cambiar totalmente la posición de unas clases con respecto a otras y asestaron un rudo golpe a la propiedad feudal de la tierra y a los trabajadores, al paso que las expediciones de aventureros, la colonización y, sobre todo, la expansión de los mercados hacia el mercado mundial, que ahora se había vuelto posible y se iba realizando día tras día, hacían surgir una nueva fase del desarrollo histórico, en la que en general no hemos de detenernos aquí. La colonización de los países recién descubiertos sirvió de nuevo incentivo a la lucha comercial entre las naciones y le dio, por tanto, mayor extensión y mayor encono» (Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana , Akal, Madrid, 2014, p. 49).

Por todo ello, resultan incomprensibles las objeciones que Federici ha planteado en su artículo ‘Notes on Gender in Marx’s Capital’ contra Marx, porque cuando ella ha querido ha sido una destacada historiadora y ensayista. En algunos casos estas objeciones solo parecen soflamas carentes de valor.

5- A modo de conclusión: Eleanor Marx, la mujer olvidada

Entre quienes conocían bien a Karl Marx sobresale Eleanor Marx. En el mismo año en que murió su padre, en 1883, publicó un trabajo en Progress, donde explicaba la teoría marxista del valor y cómo esta superaba la teoría económica de David Ricardo, mostrando al mismo tiempo un gran dominio de El capital. Eleanor Marx también conocía los acontecimientos de la Comuna de París, así como los movimientos de trabajadores y trabajadoras de su época. Ella pedía un nuevo sindicalismo desde el socialismo y también destacó y reivindicó el lugar de las mujeres, tanto en los sindicatos como en la clase trabajadora.

En 1891 escribió para el Congreso Internacional de Bruselas un largo informe en nombre de los delegados y delegadas de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la situación de Gran Bretaña e Irlanda. En un capítulo de ese escrito trató sobre los objetivos y las condiciones de las mujeres trabajadoras. Denunció allí que el hombre trabajador trataba a las mujeres «como animales domésticos», como si fueran la «propiedad personal» del hombre. En ese documento también criticó la explotación de las mujeres y puso al descubierto lo que ello conllevaba: que las mujeres, después de trabajar durante muchas horas, no tuvieran tiempo, ni ganas, para hacer reuniones y para organizar asociaciones y sindicatos. Con todo, en esas páginas de Eleanor Marx aparecían algunos avances conseguidos por las mujeres en algunas huelgas y sindicatos y, de paso, se adelantaba otro punto incisivo: por primera vez los hombres se habían dado cuenta de que olvidar a las mujeres era un error.

Eleanor Marx conoció a Clara Zetkin y tradujo alguno de sus escritos sobre las mujeres. Asimismo, escribió y publicó una obra titulada La cuestión de la mujer, junto con su marido. Trabajó en favor de los sindicatos de estibadores y de los trabajadores del gas, además de hacerlo también en favor de la causa de los partidos socialistas. Es interesante la posición de Eleanor Marx frente a las mujeres sufragistas. En más de una ocasión expresó que había que apoyar las campañas de las sufragistas, pero sin olvidar a las mujeres de la clase trabajadora, pues los problemas de las mujeres trabajadoras no se resolvían solo con los votos. Del mismo modo, criticó a las mujeres burguesas. Por mencionar solo un caso, algunas sufragistas burguesas se posicionaron en contra de reducir la duración de la jornada de trabajo y, sin rodeos, Eleanor Marx les dirigió unas palabras críticas y directas, argumentando y poniendo de manifiesto sus intereses de clase.

Eleanor Marx también se ocupó de los escritos de su padre, clasificando y publicando sus manuscritos tras su muerte. Sin lugar a dudas Eleanor conocía los errores o las limitaciones de su padre, tanto en sus textos como en su vida. Sin embargo, fue capaz de impulsar y sacar lo mejor de Karl Marx. A favor de la clase trabajadora y de las mujeres trabajadoras y en contra del valor económico del capital, tuvo en el horizonte cómo liberar a las mujeres y a los hombres de su explotación, tanto en el trabajo productivo como en el reproductivo, tanto en casa como en las asociaciones, tanto en los partidos políticos como en los sindicatos. Por supuesto Silvia Federici no suele citar a Eleanor Marx en sus trabajos historiográficos. Muchos marxistas tampoco lo hacen. La mujer olvidada.

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