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Kiva Maidanik, un soviético guevarista crítico de Stalin

Fuentes: Rebelión

    Conocí a Kiva Maidanik en 2005, en la inauguración de la Escuela de Formación Política Florestan Fernandes del Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil. Fue una auténtica sorpresa. No sabía que iba a estar allí. Me tocó compartir un viaje sin saber que era él… Nunca lo había visto en persona. En un […]

 
  Conocí a Kiva Maidanik en 2005, en la inauguración de la Escuela de Formación Política Florestan Fernandes del Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil. Fue una auténtica sorpresa. No sabía que iba a estar allí. Me tocó compartir un viaje sin saber que era él… Nunca lo había visto en persona. En un momento pensé: «¿Este viejo canoso no será…?» Cuando comenzamos a conversar, le planteé inmediatamente mis discrepancias y críticas. Hablamos de Mijaíl Gorvachov y del bluf que significó la Perestroika. Kiva había apostado, infructuosamente, a desestalinizar la Unión Soviética (URSS) de la mano de Gorvachov. Se había equivocado notablemente.

Nuestro diálogo comenzó por ahí. No tuvo ningún problema en reconocer sus errores. Pacientemente me fue explicando las razones de ese fracaso. También me relató los argumentos por los cuales no se quiso sumar al nuevo PC ruso. Terminante e indignado, afirmó: «Esos no son comunistas, son nacionalistas».

A lo largo de los días que duró la Escuela las conversaciones con Kiva continuaron. Cada una era más interesante y rica que la anterior. Lamento profundamente no haberlo grabado. Kiva exponía sus relatos con lujo de detalle y obsesión de artesano perfeccionista. De su rememoración emergían y fluían fechas, nombres, lugares, datos muy precisos que la memoria no alcanza a retener como una grabadora. Era cautivante y seductor. Tenía un humor muy fino y cáustico.

Yo venía cargando con todos los prejuicios en la espalda. Había leído desde hacía años sus libros, artículos y folletos, sabía que había pertenecido al partido soviético. Lo imaginaba como un burócrata moderno y aggiornado. Nada más lejos de la realidad. Incluso, por esos días, el compañero cubano Carlos Tablada Pérez me había solicitado un prólogo para su excelente y riguroso libro El pensamiento económico del Che. Al redactarlo incluí algunos apuntes sobre los debates ocurridos en la década del ’80 en torno al Che. Allí criticaba a Kiva Maidanik. Afortunadamente el prólogo no había salido todavía de la imprenta. Al regresar a mi país, luego de conocer personalmente a este viejo revolucionario, decidí suprimir las críticas a Kiva. Simplemente las borré. Había sido injusto y Kiva, aun con sus limitaciones y falencias, no se las merecía.

En varias ocasiones a lo largo de la Escuela Kiva nos contaba anécdotas, debates, confrontaciones, peleas y experiencias de lucha que no siempre han sido publicadas. Invariablemente las historias de Kiva giraban en torno a las rebeliones e insurgencias de América latina, su objeto de estudio, su gran pasión, el amor de sus amores. Ante interlocutores mucho más jóvenes que él -donde convivían salvadoreños, cubanos, argentinos, nicaragüenses y brasileños; algunos ex comandantes guerrilleros, otros sacerdotes y la mayoría simples militantes de base-, Kiva nos atrapaba explicando las distintas posiciones que habían disputado al interior del equipo soviético. El papel nefasto de la burocracia. El lugar de la KGB (a la que pertenecía, dicho sea de paso, el único biógrafo de Guevara en idioma ruso) y cómo esta institución de inteligencia había reclutado a algunos dirigentes de PPCC de América Latina (él daba nombres y apellidos precisos); más preocupados en cumplir y hacer obedecer las directivas oficiales del Estado soviético que en hacer la revolución en América latina.

Sus relatos e historias iban in crescendo y alcanzaban el clímax cuando se refería al Che y a Fidel. Kiva era un partidario de la revolución cubana y un guevarista convencido y genuino. Sus ojitos claros le brillaban y su sonrisa generosa se le ensanchaba de repente cuando rememoraba su encuentro personal con Guevara en los años ’60 y el modo en el cual el Che increpaba a los soviéticos por no priorizar la conciencia comunista.

Cuando le regalamos un libro nuestro sobre el pensamiento del Che, él nos entregó a cambio un libro suyo que lleva en la cubierta una foto donde se lo veía más joven junto al guerrillero argentino-cubano. Le explicamos que no entendíamos una palabra de ruso y se lo devolvimos. Con una nueva sonrisa, él insistió diciendo: «Ya encontrarás a alguien que te lo traduzca». A esta altura la URSS no existía más. No estaba actuando o simulando Su guevarismo no era fingido ni impostado, sino genuino y sentido.

Pero él no se detenía en la admiración por el Che. A pesar de haber pertenecido al Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas-PCUS (que durante los años ’60 y siguientes se opuso a los destacamentos revolucionarios de América Latina en nombre de la «coexistencia pacífica» y una ilusoria «paz mundial») Kiva también defendía a la nueva izquierda revolucionaria latinoamericana, seguidora de las ideas de Guevara. La conocía de primera mano en cada uno de sus dirigentes. El viejo era una auténtica enciclopedia caminando.

Asimismo, en cada charla, nos daba información precisa de los funcionarios soviéticos que se habían encargado oficialmente de América latina y se habían opuesto con tenacidad a la lucha armada continental. En forma taxativa nos dijo: «Esos tipos no entendían nada», para luego agregar: «algunos de ellos ni siquiera sabían hablar el castellano. ¡No sabían nada de nada! ¡Eran unos carajitos [sic]!».

Probablemente, quien mejor haya definido a Kiva es Joao Pedro Stedile, dirigente del MST. Cuando en un momento Kiva no aparecía y le tocaba hablar en la Escuela ante una numerosa audiencia militante, Joao Pedro toma el micrófono y, con una ironía casi argentina, lo llama públicamente del siguiente modo: «¿Dónde está Kiva Maidanik, el compañero soviético que hace 50 años nos viene hablando mal de Stalin?». Seguramente esa fue y será la mejor definición de su pensamiento teórico y su personalidad política.

Lamentablemente, Kiva ya no está con nosotros. Acaba de fallecer. No obstante sus errores o limitaciones, Maidanik se esforzó por representar en su prolongada práctica militante el espíritu de continuidad internacionalista de la revolución bolchevique de 1917, del legado revolucionario de Lenin y sus compañeros, la herencia del heroico pueblo soviético que «invirtió» 20 (veinte) millones de muertos para derrotar a los nazis y que fue aplastado, reprimido o traicionado por diversas camadas de burócratas, oportunistas y mediocres funcionarios.

Querido compañero Kiva Maidanik

¡Hasta la victoria siempre!