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Mundos realmente posibles I

«Know how»

Fuentes: Rebelión

1 Normalmente cualquiera suele estar dispuesto a reconocer que no es lo mismo decir algo, que hacerlo. Por eso muchas veces se usa esa diferencia entre el dicho y el hecho para distinguir, por ejemplo, entre lo «posible» y lo «imposible», y se considera a algo «posible» si, además de poder decirlo, también se lo […]

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Normalmente cualquiera suele estar dispuesto a reconocer que no es lo mismo decir algo, que hacerlo. Por eso muchas veces se usa esa diferencia entre el dicho y el hecho para distinguir, por ejemplo, entre lo «posible» y lo «imposible», y se considera a algo «posible» si, además de poder decirlo, también se lo puede hacer -si se lo puede no sólo proponer1 sino también, digamos, poner-.

Si algo está ya hecho parece, ciertamente, difícil, el que alguien pueda dudar acerca de su posibilidad. Así, cuando alguien hace de facto algo, o cuando algo hace, en efecto, algo, puede que no tengamos más remedio que admitir -al menos de acuerdo con esta manera tan «positivista», de interpretar la cuestión- que eso es posible; pero quizás no antes de que sepamos cómo.

Antes de poder considerar a algo posible -al menos en este sentido-, y de poder pasar a contar con ello como contamos con todo lo demás que está fáctica o efectivamente a nuestra disposición de ese mismo modo -como, por ejemplo, el subir por una escalera, el lavar la ropa o el construir una casa- seguramente tendremos que haber comprobado antes, de alguna forma, que aquello es, ciertamente, algo factible, o bien tendrá que haber quedado demostrado, de alguna manera, que eso es efectivamente así. Y para ello no bastará sólo con señalarlo o con mostrarlo ya hecho [ready-made], ni con que venga alguien y lo haga delante nuestro [perform], sino que también tendrá que ser posible explicar cómo se hace eso, o mostrar cómo podría cualquiera hacerlo o, por lo menos, tratar de hacerlo o probar a hacerlo.

De hecho, a la hora de considerar a algo posible -al menos en este sentido-, parece que es, incluso, más importante el llegar a saber cómo se puede hacer algo, o el poder probar, de alguna manera, a hacerlo, que el propio llegar a hacerlo de hecho.

Así, si alguien dijese, por ejemplo, que es posible contar todos los granos de arena que caben en la Tierra, o levantarla usando un solo brazo, puede que nos costase un poco admitirlo en un primer momento. Sin embargo, tan pronto como nos mostrase cómo podemos contar cualquier número de cosas con ayuda de un cierto método de cómputo, o cómo podría levantarse cualquier peso con un solo brazo usando una palanca lo suficientemente larga y rígida y teniendo un punto de apoyo lo bastante firme, en seguida reconoceríamos que aquello otro -que no es más que contar una cierta cantidad de granos de arena o levantar un cierto peso (por grandes que sean una y otro)- también podría hacerse exactamente de la misma forma.

De este modo, por más que no hubiéramos llegado a hacerlo de hecho, ni lo pudiéramos, de momento, hacer -al menos hasta que no lográsemos hacernos con la palanca o con el punto de apoyo en cuestión (cosa que podría llegar a resultar bastante complicada)-, lo que no podríamos ya decir es que aquello sigue pareciéndonos algo «imposible».

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Basta con que podamos contar un determinado número de cosas mediante ese método, o con que podamos levantar un determinado peso mediante ese procedimiento, para que comprendamos perfectamente que el llegar a hacer así –de hecho– cualquiera de aquellas otras cosas sería sólo una cuestión de tiempo -concretamente el que se necesitaría para terminar esa cuenta o para completar el giro del brazo de esa palanca-. La diferencia que existiría entre una cosa y otra (entre contar ocho u ochenta granos, o levantar ocho u ochenta kilos) serían meras diferencias de magnitud -diferencias cuantitativas o cualitativas, de número o de grado (de cantidad, de tamaño, de duración o de intensidad del esfuerzo)-. Pero en estos casos normalmente basta con una pequeña muestra o con una simple prueba de que aquello (contar cantidades con un método de cómputo o levantar pesos con una máquina) es, al menos, posible -digamos- «en cierta medida», para que cualquiera esté dispuesto a admitir que el hacer todo aquello otro (fuera lo que fuese) que pueda hacerse de esa misma forma -con independencia de su magnitud- es ya sólo cuestión de realizar una serie más larga de pasos iguales a aquél, o un giro igual pero más amplio o más duradero de ese mismo brazo o de otro más largo, o que es sólo cuestión de emplear un esfuerzo mayor, pero al menos en este sentido -en lo que respecta a su posibilidad, y a su posibilidad así entendida- puede decirse que da lo mismo ocho que ochenta. No se trata ya, en efecto, más que de lo mismo repetido y/o aumentado y, normalmente, cualquiera suele estar dispuesto a admitir la posibilidad de algo así sin necesidad de haberlo visto antes hecho paso a paso y de principio a fin.

En realidad, más bien lo que ocurre suele ser todo lo contrario: una vez que alguien nos muestra cómo puede hacerse algo, o que comprobamos que algo podría hacerse de cierta forma, el resto nos parece ya un trabajo puramente mecánico, una aburrida repetición o intensificación de lo mismo, un proceso que compre(he)ndemos fácilmente como si se tratase de una sola unidad: la formada por todas las marcas que hay que hacer en la tarja, por todas las piedras que hay que mover en el ábaco; por todas las vueltas que hay que dar a la manivela o todos los golpes que hay que dar con el martillo -a saber: los que sean necesarios-. Se trata, en todo caso, de algo que podemos en(-)tender perfectamente (ver como el resultado –perfectio– hacia el que tiende ese proceso de repetición, aumento o disminución). Nos basta con poder intentarlo o ensayarlo un poco (con poder hacerlo en alguna medida, con poder empezarlo o con poder reproducirlo de alguna forma -de esa forma– aunque sea a escala) para poder dar ya por hecho que su terminación completa efectiva o de facto -su actualización o ejecución exhaustiva y perfecta de hecho– es una mera cuestión de tiempo y de trabajo, es decir: de «potencia»2.

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Para admitir, por tanto, que algo es posible -en este sentido-, que algo es factible o efectuable, parece que no sólo no es suficiente con verlo ya hecho y acabado, sino que eso tampoco es, propiamente, necesario. No basta con verlo actualizado o con verlo en acción, sino que es preciso poder verlo también -de alguna forma, en alguna medida– también en potencia. Pero, además, una vez que se logra verlo como algo factible o efectuable siquiera en potencia, deja de ser necesario el llegar a verlo enteramente cumplido en acto, y puede pasarse ya a considerarlo como posible.

En cambio, lo que sí parece no sólo necesario sino también suficiente para ello -para poder pasar a considerar a algo como posible en este sentido que estamos considerando- es el llegar a compre(he)nder, de alguna manera, cómo se lo puede hacer, el lograr en(-)tender de qué forma se puede o se podría hacer aquello: el conseguir representarlo como el resultado de un determinado proceso más o menos aburrido y mecánico de repetición y/o intensificación de -a poder ser- un mismo paso, como el producto del desarrollo de una determinada potencia, de la ejecución de todo ese trabajo -perfectamente determinado- durante todo ese tiempo -perfectamente determinable-.

No parece, pues, necesario, para admitir la posibilidad de algo el haber asistido antes a su completa y total ejecución, a su plena y exhaustiva actualización, y ni siquiera parece que esto pudiera llegar a ser suficiente. Pero, sin embargo, sí parece indispensable el poder compre(he)nderlo dentro de esa forma, de esa forma de hacerlo, poder en(-)tenderlo como parte de ese proceso -a saber: como su resultado-; y esto, por más que no sea lo mismo que contar con ello ya perfectamente acabado (de hecho) si supone contar una demostración efectiva y fáctica. Esto último es tanto, en efecto, como poder -al menos- probar, de alguna forma, a hacerlo, esto es: poderlo llegar a hacer, de hecho, al menos en alguna medida -aunque no necesariamente en aquella que nos permitiría llegar a completarlo o llevarlo a su entera y verdadera perfección y satisfacción (contar todos los granos de arena de la Tierra o levantarla usando un solo brazo)-, poder llegar a hacerlo, de hecho, al menos de alguna forma -incluso aunque el hacerlo por entero de esa forma exceda todas las potencias de las que ahora mismo disponemos-.

Parece, por tanto, preciso, en todo caso -para que podamos llegar a admitir tranquilamente que algo es posible- algo así como el poder hacer al respecto no ya algo más que proponerlo, sino también algo más que, por ejemplo, suponerlo3 o que, pongamos por caso, posponerlo4. Es necesario siempre ese algo más: el poder ponerlo de facto o efectivamente, el poderlo poner de alguna forma y en alguna medida, poder actualizarlo o poder verlo pasar de la potencia al acto de alguna manera.

Para admitir la posibilidad de algo son necesarias, pues, ambas condiciones -el entender cómo (de qué forma) es posible algo, y el disponer de alguna prueba o muestra de que lo es (al menos en alguna medida)5-, y, normalmente, suelen ser, también, suficientes.

En cambio, cuando falta alguna de ellas, ni la proponibilidad más entusiasmante, ni la suponibilidad más verosímil, ni la posponibilidad más esperanzadora, y ni siquiera la propia ostensibilidad más palmaria e incuestionable de algo -el hecho de estar ya hecho o ya puesto aquello delante nuestro como algo completamente terminado y perfectamente capaz de sostenerse por sí mismo (existire)- bastan para acabar con las dudas que a cualquiera le pueden legítimamente seguir surgiendo acerca de su posibilidad -al menos así entendida-, acerca de su posibilidad -digamos- fáctica o efectiva: de su disponibilidad en tanto que resultado de una compre(he)nsión o de un en(-)tendimiento de la propia potencia que habría que poner en marcha para actualizar aquello.

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Todo esto podría parecer quizás más complicado, más abstracto y más teórico de lo que en realidad es, ya que no se trata más que de la manera en que, normalmente, cualquiera juzga acerca de la posibilidad de algo.

Así, si por ejemplo alguien sostuviese que es posible crear algo de la nada o construir un móvil perpetuo de primera especie, difícilmente nos bastaría con ver el resultado -con ver las cosas que dice haber creado de la nada o que dice que han sido creadas así, o ver la rueda que no se detiene y que dice que no se detendrá nunca- para poder considerarlo ya como algo posible, y para librarnos definitivamente de todas las dudas que pudiésemos albergar acerca de ese asunto.

Probablemente, para poder empezar a tomarnos aquello un poco en serio, necesitaríamos también algún tipo de explicación acerca de cómo ha podido hacerse eso, algo que nos permitiese entenderlo de alguna forma. Y, sin embargo, tampoco sería suficiente, a este respecto, con que nos dijese -pongamos por caso- que se trata de una rueda de cuyas dos mitades se han suspendido un número desigual de pesos, y que por eso se mueve continuamente para recuperar el equilibrio. Tampoco nos bastaría con nos dijeran que puesto que cinco más siete es igual a doce y un bocadillo de sardinas no es más que un chusco de pan con sardinas, entonces cinco chuscos de pan más siete sardinas serán igual a doce bocadillos de sardinas -cada uno bien con su chusco y cada uno bien con su sardina-; y que dado que aquello es así -y a menos que queramos entrar en contradicción con lo que acabamos de admitir-, los otros siete panes y los otros cinco peces han de haber salido directamente de la nada.

Ciertamente, incluso aunque al principio pudiéramos dar por buenas esas explicaciones -sobre todo si tenemos un despiste considerable-, si a al final resultase que -como parece ser el caso- luego no hubiera forma de hacer aquello (en ninguna medida y de ninguna manera) cuando probásemos a hacerlo, si la rueda se parase una y otra vez, y los chuscos y sardinas se empeñasen en seguir siendo los mismos -es decir: si aquello no diera ninguna muestra de ser efectivamente así-, sería muy difícil que pudiésemos llegar a comprender en algún momento cómo se hace aquello, que pudiésemos entenderlo -aunque fuese como el resultado de una serie muy larga o muy compleja de pasos quizás inalcanzable para nuestras potencias actuales6-.

De ser así, no sería difícil que empezásemos, tarde o temprano, a dudar de esas explicaciones y, seguramente, si no se nos ofreciese ninguna otra, acabaríamos dudando incluso de la posibilidad misma de aquello -por más que lo estuviésemos viendo con nuestros propios ojos-. Nos resultaría, ciertamente, muy difícil, no acabar sospechando que se trata no, propiamente, de algo posible, sino más bien de un truco o de un milagro.

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Desde luego, en tal caso, lo que no podríamos de ninguna manera hacer, sería considerar a aquello como algo posible -en el sentido al que nos venimos refiriendo-. Eso no podría pasar a convertirse en una posibilidad de esas que tenemos disponibles -ni como la de lavar la ropa, ni como la de levantar la Tierra con una palanca-, ya que no podemos comprender como es eso posible y, por lo tanto, no sabemos ni siquiera por dónde empezar.

Así pues, si se tratase de algo que, no obstante, tuviésemos delante de hecho, no nos quedaría otro remedio que considerarlo un truco o un milagro. Ahora bien, no cabe duda de que no es lo mismo una cosa que la otra.

En el primer caso -si lo consideramos un truco- estaremos suponiendo que hay algo allí que se nos está pasando desapercibido7, pero que es algo, en último término, efectuable o factible para cualquiera que sepa cómo hacerlo y disponga de la potencia necesaria -ya sea porque, en realidad, aquello no es más que una mera apariencia (por ejemplo una apariencia de creación ex nihilo o de movimiento perpetuo) lograda mediante algún efecto u operación oculta (como la extracción de un doble fondo, la prestidigitación o la acción de un artefacto escondido), o porque, en caso de no serlo, existe algún medio (un determinado método o procedimiento más o menos ingenioso o habilidoso, o algún tipo de máquina o mecanismo más o menos sofisticado) gracias al cual cualquiera podría llegar a hacer eso mismo de una forma puramente mecánica8-.

Si, por el contrario, lo considerásemos un milagro, estaríamos suponiendo, en cambio, que no hay ningún truco, que por mucho que lo comprobásemos y lo siguiésemos comprobando, nunca llegaríamos a encontrar allí nada oculto -ninguna operación o efecto que se nos haya pasando desapercibido-; que se trata de algo que está, no sólo más allá de todo lo efectuable o factible para cualquiera, sino más allá de todo lo que cualquiera podría llegar nunca a compre(he)nder o a en(-)tender jamás: algo misterioso que está enteramente fuera de nuestro poder ya que ni siquiera podemos intentar hacerlo, probar a hacerlo en alguna medida o de alguna forma, y sólo nos es dado limitarnos a contemplarlo como algo admirable (admirabilis).

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Pues bien, el caso es que por razones que podremos considerar discutibles pero no enteramente absurdas, este último tipo de suposiciones nos resultan hoy muy difíciles de sostener9. Y no sólo porque estemos más avisados acerca de cómo han acabado ya muchas de ellas, sino porque aquella forma de entender la cuestión de la diferencia entre lo «posible» y lo «imposible» -tan «positivista» ella- a la que nos hemos referido, parece haberse ido convirtiendo poco a poco e irremisiblemente -como el avance de la desertización- en la única que cualquiera suele estar dispuesto a reconocer, y en la única que se considera ya capaz de pedir y hasta de exigir a cualquiera que reconozca.

Ese poderse saber cómo (know how) parece que se ha ido convirtiendo cada vez más en una especie de principio o de regla cuya aceptación se exige por adelantado a cualquiera al menos cuando se trata de hablar de cuestiones serias, de cosas verdaderamente posibles, de asuntos acerca de los cuales se afirma que no son sólo se trata de algo que alguien pueda proponer, sino de algo que se puede hacer y que se puede llegar a poner. Y eso es algo, además, que por teórico que sea, no deja de tener también bastante relevancia práctica -tanto privada como pública- ya que, normalmente, solemos proponernos realizar, más bien, aquello que previamente hemos considerado posible, e incluso hay quien ha definido a la propia política como, precisamente: «el arte de lo posible«.

1 Situar en una proposición como algo «decible», como algo «determinado».

2 Es así, precisamente, como la mecánica moderna define la potencia: como el cociente entre el trabajo realizado (el producto de la fuerza aplicada por la distancia recorrida por el punto de aplicación) y el tiempo empleado, o lo que es lo mismo, como el producto de la fuerza aplicada por la velocidad con la que se desplaza el punto de aplicación. Esta misma proporción aparecía ya recogida también en la famosa «ley de oro» de la mecánica de los antiguos, que rige para todas las máquinas simples -o «potencias mecánicas»- y según la cual si se quiere aumentar la velocidad a la que se realiza un trabajo hay que disminuir la distancia recorrida por el punto de aplicación (disminuyendo, por ejemplo, la longitud de la palanca o el diámetro de la rueda) y/o aumentar la fuerza aplicada o, como diríamos hoy: «emplear más potencia».

3 Darlo siempre ya por hecho y terminado.

4 Presentarlo como algo que siempre ha de estar por hacer o por terminar.

5 Si es que no son (en el fondo) la misma condición.

6 Pero de pasos que, en todo caso, cualquiera podría llevar a término si contase con el tiempo o con la potencia suficiente.

7 Quizás algo demasiado pequeño, demasiado grande, demasiado rápido, lento, simple, complejo, etc.

8 Igual que cualquiera podría sacar un barco del agua con la fuerza de un solo brazo si dispusiera del juego de polipastos necesario, o que cualquiera podría poner un huevo de pie si conociera el truco.

9 Al menos en teoría, aunque quizás no tanto en la práctica.