Las elecciones al Parlamento Europeo se han saldado con un rotundo fracaso de participación. Los países de mayor tradición democrática, Alemania, Francia, Bélgica no han llegado al 50%. Reino Unido, Portugal, Holanda, no han alcanzado el 40% y los nuevos, Polonia, Checa, Eslovaquia, ni siquiera al 20%, de modo que casi el 60% de los […]
Las elecciones al Parlamento Europeo se han saldado con un rotundo fracaso de participación. Los países de mayor tradición democrática, Alemania, Francia, Bélgica no han llegado al 50%. Reino Unido, Portugal, Holanda, no han alcanzado el 40% y los nuevos, Polonia, Checa, Eslovaquia, ni siquiera al 20%, de modo que casi el 60% de los europeos no se han molestado en elegir a sus representantes en uno de los organismos decisorios de la Comunidad.
Los expertos tratan de explicar el desastre aduciendo que los partidos no se toman en serio estas elecciones, que apenas se explican los asuntos en juego, que la idea de Europa todavía no forma parte de la conciencia ciudadana y que los políticos no están a la altura de su misión.
Decía recientemente Piotr Sztompka, sociólogo polaco, ex presidente de la Asociación Internacional de Sociología, que los países del Este están ingresando a la vez en la democracia y el capitalismo pero con mucho más entusiasmo por el segundo.
Los signos externos del capitalismo a la americana, consumos irrelevantes, crecimiento de la desigualdad, negligencia de lo público, descenso de las prestaciones asistenciales, predominio de una clase especial de empresarios vinculados al poder se complementan con una escasa cultura democrática. Estaríamos empezando a establecer en Europa una democracia a la americana, uno de cuyos signos fundamentales es la escasa participación electoral?
La abstención americana se explica, sobre todo, porque pobres y jóvenes no se sienten suficientemente representados y estiman que la política y los políticos no les van a resolver sus problemas y están al servicio de los poderes económicos, que financian sus campañas. La ley electoral española privilegia a los grandes partidos y aproxima a España a ese modelo occidental que establece que las elecciones las ganan dos partidos, ambos funcionales al modelo económico y que se turnan en el poder. A veces hacen falta alianzas con partidos regionales o más radicales pero, lo normal, desde mediados de los años setenta, es esa alternancia de partidos funcionales al sistema económico de mercado. Además España se distingue de Francia y de Italia en que el PP contiene a toda la derecha, no han surgido partidos de extrema derecha como en esos países mientras que la izquierda está dividida o al menos hay una clientela de Izquierda Unida que no vota habitualmente al PSOE. La clientela de derechas es más fiel y castiga menos a sus representantes que la izquierda. ¿Por qué?
La derecha española contiene unas mayores dosis de patriotismo tradicional y, por consiguiente, no suele castigar a sus representantes políticos si éstos dan prueba de conducirse dentro de ese paradigma patriótico. Los índices de participación electoral europeos se han mantenido prácticamente constantes en la última década entre un sesenta y un ochenta por ciento de participación según el tipo de elecciones, más nutridos en las generales que en las autonómicas y las locales y débil en las europeas. Lo único verdaderamente destacable ha sido esa tendencia a la búsqueda del voto de centro de los partidos dominantes. Podría decirse que, ausentes los grandes temas de confrontación supranacional e ideológica y conseguido un progresivo aumento de los gastos sociales del Estado, los partidos pugnan por retener sus clientelas y atraer a las nuevas en base a promesas de eficiencia y honorabilidad. Por eso los quebrantos de esas promesas y los casos de corrupción están jugando el papel principal en las oscilaciones del voto y en actitud de las nuevas generaciones. De hecho las elecciones más que ganarlas el partido en la oposición las pierde el que está en el poder. Y los votantes, una vez cumplido con su voto, apenas participan en política. Esa es la sustancia de la crisis contemporánea de la democracia cuya solución no está a la vista en Norteamérica y cuyo trasfondo se empieza a percibir fuera de ella.