Resulta cuando menos paradójico que, en este momento histórico, las alternativas globales al capitalismo estén reducidas a la mínima expresión.
No es que los pueblos hayan dejado de luchar, no hay más que asomarse a los medios por el capital controlados; no los pueden ocultar: todos los meses, en un país, en un estado, en una nación, millones enfrentan las consecuencias de unas relaciones sociales de producción que han tocado techo en su capacidad para resolver las necesidades más básicas de la población.
Tras el supuesto fin de la pandemia que mató a millones de personas por la total privatización de los medios sanitarios y farmacéuticos, en Ecuador, Ceilán, Panamá, Gran Bretaña…, se ha levantado la clase trabajadora y los pueblos contra las condiciones de vida que los gobiernos burgueses les quieren imponer para salir de una crisis económica y social que nunca cerraron, y que se vio agudizada por la pandemia.
Luchan contra un capitalismo imperialista que no solo da síntomas de decadencia, sino que pone blanco sobre negro su incapacidad para resolver los problemas más acuciantes de la humanidad, como la salud o la propia vida en el planeta, amenazada por el cambio climático o la guerra generadas por las relaciones sociales capitalistas.
El drama de la historia es que todas estas movilizaciones obreras y populares no encuentran un objetivo que les dé sentido, que supere el ser “medios sin fin”. 40 años de neoliberalismo y su correlato progresista, el post marxismo, hicieron mella en la conciencia de la clase obrera y los pueblos sobre la esperanza de una verdadera transformación de la sociedad, convirtiendo lo más subjetivo de la persona, la conciencia que tiene de sí misma y de su fuerza como colectivo/clase social, en un freno objetivo para cambiar un futuro que el capitalismo en su decadencia ofrece como muy negro.
Es momento de acabar de una vez por todas con uno de los venenos que más daño han hecho entre la clase obrera y los oprimidos, desarmándolos ante las políticas del capital, la “ideología” de «renunciemos a la revolución», es decir, a luchar por la transformación socialista de la sociedad y limitémonos a “que la gente viva un poco mejor”, como dijera hace unos años el ex presidente de Uruguay, Jose Mujica.
40 años destruyendo la conciencia de clase
En el año 2000, hace ya 22 años, James Petras escribía una serie de textos sobre el papel de las ONGs en plena orgía neoliberal bajo el manto del “fracaso del socialismo”, asociado al colapso de la URSS y la desaparición de los ex estados del “socialismo realmente existente”, absorbidos todos ellos por la restauración del capitalismo.
Petras decía en aquel momento “(…) las ONGs son fundamentalmente actores políticos cuyos proyectos, capacitación y talleres no producen un impacto económico importante, (…) ni en reducir la pobreza. Pero sus actividades si desvían a la gente de la lucha de clases” (El postmarxismo rampante: una crítica a los intelectuales y las ONGs, Enero del 2000). Las consecuencias eran sociales y políticas, que se pueden sintetizar en una palabra, la “despolitización” de la sociedad.
Fueron muchos los marxistas a los que el Muro de Berlín se les cayó en la cabeza, que se reconvirtieron en adalides de la imposibilidad de la “transformación social” y que, a lo sumo, había que redistribuir la riqueza. El que mejor sintetizó este giro fue el expresidente de Uruguay, exguerrillero, Jose Mujica, cuando transmitió la derrota de toda una generación, la de los 60 y 70, a la juventud: «Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de la igualdad».
Al final, si todo se reduce a que “la gente pueda vivir un poco mejor”, para qué queremos sindicatos de clase, partidos revolucionarios y toda esa zarandaja que supone el riesgo de que te “aplasten y derroten”; mejor hacerse miembro/voluntario de una ONG, negociar con el enemigo proyectos y talleres para que “la gente pueda vivir un poco mejor”.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”
Este fue el lema de la generación que fue “aplastada y derrotada” y que el post marxismo redujo a “el seamos realistas, pidamos lo posible”. Fue otro dirigente de la clase obrera reconvertido en presidente de una república, Lula en Brasil, el que recordó que “la política es el arte de hacer lo posible”, con la misma lógica derrotista y reaccionaria de su colega Mujica: renunciemos a la transformación socialista de la sociedad, limitémonos a exigir lo “posible”, que dentro del sistema capitalista tiene unas fronteras claras, la propiedad capitalista de los medios de producción y distribución.
Es como si fuera el sueño de la marmota que se reproduce periódicamente. Esta discusión es tan vieja como el movimiento obrero y parecía que ya fuera resuelta a comienzos del siglo XX en la polémica entre Berstein y Luxemburgo, con la obra de esta última “Reforma y Revolución”, donde expone la dialéctica entre que “la gente viva un poco mejor” y la única garantía que lo hace posible, el socialismo; no la utopía de querer conseguirlo respetando “lo posible”, es decir los límites del capitalismo. La política es “el arte de hacer lo necesario” para que la “gente viva un poco mejor”, y si esto supone hacer la revolución, se hace. La práctica de estos 22 años, desde los textos de Petras, demuestra que las tesis defendidas por Mujica, Lula y todos los post marxistas son la verdadera utopía reaccionaria.
Que tras la pandemia, la crisis y la guerra la mayoría de los activistas, intelectuales y políticos de izquierda sean capaces de defender la utopía reaccionaria de los post marxistas, demuestra dos cosas, una, el calado de la derrota que supuso la restauración del capitalismo, dejando al capitalismo como el “único” sistema posible, dos, la profunda despolitización introducida en la sociedad por las ONGs, que fueron las formas organizativas que tomo la reacción post marxista. Como decía Petras, a más ONGs, menos organizaciones de clase, sindicales y políticas.
Al establecer en la conciencia de la clase y en las cabezas del activismo que, basándose en un argumento poderoso con un elemento de la realidad -la asociación “burocracia soviética” a “socialismo”-, cualquier objetivo de transformación social solo lleva a regímenes autoritarios, se gravaron a fuego los límites que la lucha social tenía, incluyendo a las propias organizaciones de la clase obrera, los sindicatos y los partidos; los marcos de la democracia burguesa, presentada como “superior” en todos los aspectos a las decadentes dictaduras burocráticas. Ocultaron el carácter capitalista de los dictadores no “comunistas” (los Francos o Pinochet), así como el verdadero carácter de dictadura capitalista que es la democracia burguesa.
En este cuadro, los sindicatos quedaron reducidos a organismos corporativos de un sector social, la clase obrera, formal y organizativamente separada del resto del cuerpo social, con un papel muy parecido al de las ONGs de negociación de proyectos, elaboración de estudios, informes y talleres sin la menor perspectiva en la lucha obrera. La desaparición de los estados en los que encarnaba, así fuera de manera degenerada, el proyecto social de la clase obrera, el socialismo, dejo a esta reducida a un sector social más entre la suma de los oprimidos. Ya no era la clase explotada que “concentraba todos los males de la sociedad” que “le permitían hablar en nombre de los derechos de toda la sociedad”, sino un sector más que, a veces, se le consideraba privilegiado y parte del enemigo.
La conclusión de la “derrota y aplastamiento” expresado por Mujica es, en palabras de Petras, que la lucha de clases y el enfrentamiento “no producen resultados tangibles; provocan derrotas y no resuelven problemas inmediatos”. Estas teorías post marxistas y “humanitarias” de las ONGs le vinieron como anillo al dedo a las burocracias sindicales. No olvidemos que un sindicato es un organismo que por su propia naturaleza defensiva tiende al pacto social, y si no tiene una dirección revolucionaria, se orientará inevitablemente hacia la colaboración de clases.
“La especialización en su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como la natural restricción de horizontes que va ligada a las luchas económicas fragmentadas en períodos de calma, concluyen por llevar fácilmente a los funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta estrechez de miras. Y ambas cosas se manifiestan en toda una serie de tendencias que pueden llegar a ser altamente funestas para el futuro del movimiento sindical”. (Rosa Luxemburgo, Huelga de Masas).
Asimismo, la ideología “onegista” influyó fuertemente en los mismos partidos, a partir, en este caso, de su integración en los aparatos de la democracia burguesa. Al sustituir el objetivo de “pidamos lo imposible” por el de “pidamos lo posible”, el marco político se redujo, en su caso, al campo electoral, transformando las estructuras organizativas de núcleos para la lucha en agrupamientos de “voluntarios”.
Un ejemplo es el PC español, cuando en plena Transición disuelve las “viejas” estructuras de fábrica, centro de estudio o barrios (“células”) y las sustituye por asambleas ciudadanas. El PC se estaba preparando para pasar de un organismo de lucha contra la dictadura franquista a la participación en las elecciones. Los y militantes activos pasaron a ser “afiliados / as” pasivos. La despolitización de la relación con la sociedad fue una de las consecuencias más nefastas: la vida política salió de los centros de trabajo, estudio o barrios para trasladarse a la configuración de los programas y las listas electorales.
Este desclasamiento de la sociedad fue alimentado por el post marxismo y las ONGs; así, el concepto “internacionalismo proletario”, considerado del pasado, fue sustituido por el de solidaridad que, como dice Petras, solo “es un fenómeno que transciende las clases, un gesto humanitario”. La solidaridad es un sentimiento básico del ser humano fruto de su carácter social; si el ser humano ha llegado a ser lo que es, se basa justo en la solidaridad entre las personas. El internacionalismo proletario va más allá, es una opción política que une a la clase explotada frente a la explotadora.
Como la ideología en la que se apoyaban era que las clases ya no existían, que solo “hay comunidades fragmentadas” constituidas alrededor de grupos sociales específicos (identidades) entre las que, como mucho, se establecen lazos de solidaridad y apoyo mutuo, no son precisas las organizaciones políticas en que cristalizaban el internacionalismo proletario, las internacionales obreras. Las ONGs son la expresión organizativa de este retroceso en la conciencia de clase.
El camino de vuelta, de la lucha de clases a la sociedad civil
La revolución burguesa se hizo a partir del enfrentamiento de la sociedad civil, es decir del naciente orden social burgués, contra el estado absolutista, feudal, como expresión de las necesidades del capitalismo de acabar con las limitaciones que ese estado imponía a la “libre voluntad” de los individuos para desarrollar sus negocios. Esta libertad individual suponía un hecho revolucionario, acabar con las anquilosadas estructuras feudales que culminó en 1789 en la Gran Revolución Francesa.
Una vez abierto el camino irreversible del dominio del capitalismo en la sociedad, la lucha de la “sociedad civil” bajo la que confluían todos los sectores sociales contra el despotismo del “antiguo régimen”, dejo de tener su componente revolucionario. Cualquier apelación a la “sociedad civil” solo significaba la subordinación política de la clase obrera al dominio del capital. Pero he aquí que la degeneración burocrática de la URSS y los estados del llamado “socialismo realmente existente” y su conversión en estados totalitarios puso otra vez en el centro a la “sociedad civil”.
Frente a las castas burocráticas que usurpaban el poder en esos estados aparecían, de nuevo y unidos por ese concepto, los capitalistas y sus aliados burocráticos -deseosos de restaurar el capitalismo- y la clase obrera -cuyo interés era la expulsión de los burócratas del poder y la revolución política-. Era la “farsa” de la “tragedia” de 1789, pues si bien en aquel momento esa unidad frente al feudalismo era profundamente revolucionaria, hoy esa unidad es reaccionaria al subordinar la clase obrera a los objetivos restauracionistas del capitalismo. De hecho, como la clase obrera no fue capaz de imponer su programa de revolución política, se impuso el del capitalismo y la restauración con consecuencias devastadoras en la conciencia de clase, que dio un salto atrás de siglos: la clase obrera, 40 años después, se ha convertido en el ala izquierda de la burguesía imperialista liberal, a través de las organizaciones progresistas, o de las burguesías nacionales seudo antiimperialistas como el castro chavismo.
La lucha de clases fue sustituida por la lucha de la “sociedad civil” contra las consecuencias más desastrosas del capitalismo, no contra el capitalismo mismo origen de esas consecuencias. Las ONGs, como organismos de esa “sociedad civil” interclasista, entraron por estos resquicios a partir de este desclasamiento. Como el objetivo no era acabar con el capitalismo -así fuera con declaraciones formales como el estalinismo- sino “paliar” (“hacer que la gente viva un poco mejor”) sus consecuencias más agudas, ya no era necesaria la militancia, llegaba con el “voluntariado” de los “activistas sociales”, que bien financiados por empresas y estados, acudían a llevar “ayuda humanitaria” allí donde el capitalismo hubiera provocado un desastre en forma de guerra (ahora Ucrania, Somalia, etc.), hambruna (Darfur) o pandemia (!SIDA en Africa!).
Los “gestores” de la miseria o la transformación socialista
De esta manera desaparece la militancia activa en las estructuras sociales, en centros de trabajo, de estudio, barrios, etc., para dar alternativas están los “voluntarios” de las ONGs que “ponen el énfasis en los proyectos, no en los movimientos” y para eso no se necesitan militantes; sino técnicos y profesionales que los elaboren y lleven a los organismos públicos y/o privados para su financiación y desarrollo.
En la máxima de que “la función crea al órgano” encontramos la explicación de fondo de que en una situación como la actual, en la que las alternativas a un sistema capitalista en deriva del “suicidio colectivo” están bajo mínimos, sean organismos como las ONGs los que determinen las formas de hacer política. El desclasamiento inducido por la ideología del sistema, que alimenta las divisiones identitarias hasta extremos histriónicos, pondría contento al obispo Berkeley; el capitalismo en decadencia ha conseguido que las personas tengan como máxima de su conocimiento la del obispo irlandés, “la realidad es lo que percibimos”, negando la existencia de una realidad objetiva exterior y por fuera de la voluntad humana.
Si no hay “una realidad objetiva exterior” no puede existir un proyecto social alternativo que dé una respuesta realista a la crisis del capitalismo; como mucho, cada individuo y/o sector social tendrá “su” alternativa, pero no una que sea globalizadora como es el socialismo y su fase superior, el comunismo.
En este cuadro de gran subjetividad en los análisis (se debate de opiniones, sentimientos y emociones) e individualizado hasta el extremo -mi realidad es la que yo percibo, que es diferente a la realidad de los otros, que cada uno la percibe como individuo- entra a la perfección la ideología de las ONGs, expresada en la frase de Mujica, “hagamos que la gente viva y poco mejor”. Dicho con toda la claridad del mundo, abandonen toda veleidad revolucionaria por un proyecto social global que solo conduce a regímenes totalitarios, y gestionemos lo mejor posible los recursos que los poderosos dejan caer de sus mesas a través de los “presupuestos participativos”, subvenciones para ONGs y “ayuda al desarrollo”, rentas básicas, etc.
Para qué se quieren militantes revolucionarios, activos, implicados con las luchas obreras y populares, que intenten levantar un programa alternativo al capitalismo, que dediquen su vida a la revolución, si la revolución ya no existe como realidad objetiva. Que la realidad cotidiana grite a los cuatro vientos las revueltas populares; que las poblaciones se levanten contra las consecuencias de las crisis capitalista no es importante. Lo decisivo es “la percepción individual” de la realidad de que esos millones de seres humanos saliendo del letargo y ocupando las calles, pero como no defienden ese programa, no protagonizan levantamientos revolucionarios.
Una alerta, de la misma forma que estos sectores “derrotan” a los movimientos en sus cabezas, antes de que lo haga el propio capital, se puede ir al otro extremo y creer que cualquier crisis social es una “revolución en marcha”, cuando puede ser solo una explosión social sin consecuencias políticas de calado. Para delimitar una y otra es imprescindible analizar todos los elementos de la realidad, y, sobre todo, los objetivos de la resistencia popular. Decía Trotski que “la solidaridad con un pueblo es directamente proporcional al programa que defiende” y estudiar esos objetivos es lo que debe permitir caracterizar las diferentes formas que adopta la reacción de la población ante las crisis políticas y sociales.
En los actuales momentos de crisis social aguda -ni los gobiernos imperialistas excluyen la posibilidad de una “guerra de alta intensidad” para la que se están preparando- el freno más importante, los que niegan el pan y la sal a los pueblos que enfrentan las consecuencias de la decadencia capitalista, son los miles de activistas que están imbuidos de la derrota que los Mujica, Lula y el pos marxismo en general han esparcido por la sociedad. No son las masas populares las que están aletargadas, son los activistas sindicales, políticos y sindicales, incapaces de adecuarse a los nuevos tiempos.
El capitalismo en su decadencia está poniendo a la humanidad al borde del precipicio social y climático; el pos marxismo y el individualismo de la pos modernidad, que baso todo en las corrientes identitarias y el conservadurismo de las ONGs, ha triunfado al destruir la conciencia de clase sobre la base de la “cultura del fragmento”, pero ha fracasado como supuesta alternativa al marxismo y al proyecto social de la clase obrera que hay que reconstruir.
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