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La americanizacion de la Navidad

Fuentes: Rebelión

Las dos cosas más importantes que nos han ocurrido a los españoles en el siglo pasado fueron, probablemente, la guerra civil y la americanización de las costumbres. Los ecos de la primera aún resuenan en la literatura, en el análisis histórico y, curiosamente, la segunda, la americanización, se convirtió en una forma de superar aquel […]

Las dos cosas más importantes que nos han ocurrido a los españoles en el siglo pasado fueron, probablemente, la guerra civil y la americanización de las costumbres. Los ecos de la primera aún resuenan en la literatura, en el análisis histórico y, curiosamente, la segunda, la americanización, se convirtió en una forma de superar aquel conflicto. De todos es sabido cómo el franquismo, a quien Europa negaba legitimación y trato, recibió de la América de Eisenhower ,que buscaba apoyos para la guerra fría, lo que nuestros vecinos nos negaban. La americanización de las costumbres, paralela a la de la economía política, que también ocurrió en todo el Occidente, se hizo aquí más contundente, quizás por el rechazo europeo y la debilidad cultural producida por la confrontación fraterna. La huída hacia adelante del régimen fue justamente permitir que los modos americanos suplantaran el inevitable entendimiento entre las dos Españas, que se fué produciendo después, aunque ya un tanto arcaicamente. Mientras tanto, la fuerza del modelo se intensifica, paradogicamente, de la mano de un gobierno cuya primera legitimidad le viene de la izquierda, tradicionalmente contraria a la dominación americana.

Pero las costumbres son más importantes que las ideologías y, en unos veinte años, las fiestas de la Navidad, por ejemplo, se han transformado, de un acontecimiento religioso familiar, en un festival de compraventas, viajes y regalos. Los grandes almacenes hacen su agosto en el frío, las Agencias se quedan sin sitios a donde mandar a los españoles pudientes, muchos precisamente para huir del frío, Papá Noel le hace una decidida competencia a los Reyes Magos, que ven peligrar incluso su festividad, y los regalos, que eran una cosa para niños, se generalizan. En cierto sentido, el regalo sustituye a la conversación y el quitarse de en medio por unos días termina por romper aquellas piñas familiares de la Navidad, tan valoradas por los viejos y, a veces, tan temidas por los j¢venes. En resumen, otra celebración de los dos rasgos más obvios de la cultura dominante, el individualismo y el vagabundeo. Porque, en ese sentido, y quitando lo de los regalos, ya da igual la Navidad que la Semana Santa o las vacaciones de verano. Son ocasiones de autoafirmación, cebadas por las industrias que más la cultivan, compras y viajes, como contrapunto al pertenecer, a la integración en un grupo más grande, y, sobre todo, más valioso que uno mismo. Que las lealtades son ahora negociables y voluntarias, que hay que poner distancia entre uno mismo y el grupo, aunque éste sea el familiar, para evitar la sofocación, son las nuevas pautas de comportamiento, que se manifiestan incluso transformando las fiestas tradicionales. El portador del cambio es, naturalmente, la clase media. Ni los ricos, harto seguros de su exclusividad ni los pobres, cuyo presupuesto les impide americanizarse en demasía, son los protagonistas de esta nueva Nochebuena. Ellos, incluso, quedaban mejor en la Navidad anterior, como dispensadores y destinatarios de aquella caridad que acompañaba al mensaje de Belén y que hoy queda tan desairada en el nuevo escenario como la zambomba o los villancicos.

La Navidad tradicional se convierte en reclamo publicitario, en anuncios que subrayan lo que ya no existe pero, en todo caso, los coloridos y la decoración de las calles son iguales en Madrid y Nueva York, o en Albacete y Kansas. Estés en tu país o en otro, si sales a la calle apenas notas la diferencia.

alberto moncada