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La angustia y la regresión política en nuestros días

Fuentes: Rebelión

Franz Neumann (1900-1954) sostuvo recién acabada la II Guerra Mundial que política en el siglo XX tenía la característica específica de estar marcada y recorrida por la angustia. Lo que, por consiguiente, hacía también y a su vez que la política en cuanto tal se encontrara del todo relacionada con el manejo político que se […]

Franz Neumann (1900-1954) sostuvo recién acabada la II Guerra Mundial que política en el siglo XX tenía la característica específica de estar marcada y recorrida por la angustia. Lo que, por consiguiente, hacía también y a su vez que la política en cuanto tal se encontrara del todo relacionada con el manejo político que se hiciera de dicho sentimiento, más o menos generalizado, en situaciones de crisis o de inseguridad fundamentalmente socio-económica y presente sobretodo en las clases medias y asalariadas. Se trataría, en Política, de un saber habérselas con la angustia. Puesto que resulta más que posible que en la realidad se produzca una completa ignorancia del papel de ésta en la política, o bien porque se considere como un factor irrelevante o bien porque se desconozca hasta en su misma existencia.

La angustia representa un sentimiento erigido sobre una base más o menos real o más o menos consistente desde el punto de vista de su realidad objetiva. Porque, para la angustia cuenta sobretodo la representación o relato que se hace de un determinado problema o conjunto de problemas que sacuden la existencia colectiva. Y esto es algo que volvería casi más bien secundaria o incluso accesoria a la cuestión referida a la objetividad o base real efectiva con que cuente la representación o relato de dicho problema. Porque lo que aquí es del todo determinante es la existencia del sentimiento de angustia y el papel que tiene en ella la falsa conciencia o la ideología -en su sentido peyorativo o negativo-. Pero quizás lo más importante aquí sea que, al tratarse de un sentimiento negativo y construido sobre una base más o menos real o ilusoria, se trata de un fenómeno de naturaleza a-racional.

Por consiguiente, se debería decir que lo único que se puede esperar, al menos para bien, debe de producirse de cada cuál en la izquierda, es decir, tiene y debe de nacer de lo razonable y del virtuosismo de las propias acciones de cada uno de los actores políticos de la izquierda en nuestro país. Porque, desde luego, ignorar al sentimiento de la angustia, producido éste a raíz de la crisis económica y política actual, confiándose siquiera en lo más mínimo a que este sentimiento revestirá por sí mismo en algún momento un halo de reflexividad y de racionalidad tiene más de superstición y de esperanza vana, que de esperanza fundada, en vista de que el propio Franz Neumann sostuviera la necesidad de emplear una auténtica guerra psicológica para conseguir desvincular del partido nacional-socialista a las masas del pueblo alemán antes, durante e incluso tras la II Guerra Mundial.

La cuestión en juego resulta ser más que nada el hecho de que en los tiempos actuales la angustia representa un factor decisivo y determinante en la política -y, por tanto, en la acción e inacción política- y es un dato que de ningún modo debe de ser ignorado, aunque se trate de un dato difícil de ser observado. La angustia debe de ser estudiada y analizada, puesto que éstos son tiempos de fuertes restructuraciones y cambios económicos -y, por consiguiente, también de cambios laborales y productivos a escala planetaria, como consecuencia fundamentalmente de una división mundial del trabajo en continua mutación-, a los que se puede sumar una crisis en términos políticos, como parece ser que nos ha ocurrido en nuestro país, fundamentalmente y sobretodo a raíz del procés.

La angustia resulta indudable que existe entre la población, más allá que se manifieste de una u otra manera. Pero resulta imperioso que este sentimiento de angustia se reconduzca hacia unos términos virtuosos o éticos en el sentido político y relacionados con el interés general en su sentido más eminente y universal; y sin ninguna tendencia dialéctica posible, ni admisible -es decir, sin una dialéctica como pelea o lucha entre contrarios igualmente escorados hacia el extremo-. Porque quizás, aquí, el virtuosismo propiamente dicho consista en el término medio entre el exceso y el defecto. La angustia puede, como vemos, utilizarse y manipularse con fines políticos desvinculados por completo del interés general de la sociedad, pudiendo llegar así a servir únicamente a los intereses espurios de una camarilla de dirigentes políticos autoritarios y reaccionarios. Porque el problema se sitúa en la vinculación que se lleva a cabo y se ejerce entre entre el liderazgo y los partidos autoritarios, y el objeto o fines sociales deseados por gran parte de la población. Unos fines que suelen ser son poco claros y hasta poco consistentes, sí; pero que dejan vinculado al deseo y al objeto del deseo con la acción política a favor del partido autoritario y reaccionario.

La angustia, por todo ello, resulta un dato o indicador que no se debe menospreciar en modo alguno y se debe abordar con perspectiva crítica tanto desde el punto de vista teórico como el práctico; pues lejos de poder indicar la cercanía de un vuelco hacia la izquierda, puede por el contrario implicar más bien un vuelco hacia la derecha o hacia el regreso. Porque hay, además, algo hasta cierto punto evidente, aunque pase por el contrario desapercibido para muchos/as: nuestro país aún siendo desde el punto de vista sociológico mayoritariamente progresista y de izquierdas es, sin embargo, en el sentido ideológico y político mayoritariamente de derechas. Y la razón resulta ser sencilla: aunque sociológicamente sea superior la izquierda, la derecha está mucho más ideologizada y es bastante más sólida políticamente que la izquierda, cuando el progresismo sociológico se desmoviliza y se desilusiona políticamente.

Quizás la razón de ello sea en parte precisamente la vulnerabilidad social del colectivo o capa social al que aspira a representar la izquierda, la cual se traduce en una debilidad de su consciencia y acciones políticas de izquierdas, y en justamente lo contrario cuando éstos mismos adoptan la ideología de la derecha y del poder sin coincidir con sus intereses materiales. Pero el esgrimir aquí, una vez más y por ejemplo, que la culpa la tendría la Ley Electoral y el Régimen Electoral General no es más que otra forma de no atender a la realidad y de incluso de pasar directamente por encima de ella de manera sesgada y del todo interesada en no reconocer los errores de la izquierda; lo que sería un gran error, al menos de perspectiva.

El «regreso» reaccionario puede significar distintas cosas, en su mayoría ambivalentes y en esa medida marcan el campo, tanto de las propuestas como de las políticas reaccionarias: por ejemplo, desde una vuelta a las recetas económicas neoliberales y de desregulación financiera, que llevaron a la crisis de 2008, pero que produjeron bienestar volátil en determinadas capas y sectores profesionales-liberales, hasta un regreso a la institucionalización del franquismo sociológico y ultra-católico. Quizás también represente la tendencia hacia el regreso al estado de naturaleza por oposición al estado civil, en el que predominaría una administración de justicia arbitraria y la violencia política por parte de grupos privados de la sociedad. La violencia institucional puede representar un problema, sobretodo bajo ciertos y determinados gobiernos; pero el peligro está todavía mayor cuándo el Gobierno mismo se identifica directa e inmediatamente con grupos de interés político de carácter privado y dirigidos por una camarilla autoritaria que sólo persigue sus propios intereses. Es decir, la angustia puede conducir, tanto a la indiferencia y a la apatía política -una suerte de angustia depresiva, como la denomina Neumann- como a la acción política decidida por parte de un partido potencialmente autoritarios y regresivos, es decir, a la angustia persecutoria. Pero lo importante es que aquí, tanto la inacción como la acción corren la suerte de producir efectos regresivos.

De manera que, en nuestro caso, la crisis financiera de 2008 ha tenido una amplia repercusión en los niveles de vida de fundamentalmente las clases medias y bajas, al tiempo que ha aumentado de manera exponencial la polarización de las rentas y la concentración de riqueza y capital en las capas más altas. La crisis también ha abierto una brecha generacional entre jóvenes y mayores, entre cada nueva generación con respecto a la anterior; pues los jóvenes pueden ven que no podrán tener el nivel de vida que tuvieron sus padres y también pueden ver que la progresión de la devaluación social y laboral es mayor cada nueva generación. Ello, si bien es más que cierto que, en todo caso, el nivel de renta familiar de partida u original determina en su mayor parte el grado socio-económico al que los jóvenes y nuevas generaciones pueden llegar a aspirar en la sociedad. Pero, al problema socioeconómico de nuestro país -la crisis económica de 2008 y sus devastadores efectos sobre los índices de bienestar de las anteriores clases medias-, se ha venido a sumar el factor de la crisis política e institucional, fundamentalmente a raíz del estallido del conflicto catalán y del problema territorial en toda su amplitud.

La solución al problema, entonces, no parece ni fácil ni sencilla, en una situación y sociedad tan compleja como las actuales. Pero, quizás sí, la solución pasaría por empezar a dejar de dialectizar a las bravas y de pretender que se tiene la razón absoluta, en una situación en la que el patrimonio lo tiene el sentimiento a-racional de angustia. Porque el escenario político actual es meridianamente claro y no deja lugar a dudas acerca de su potencial peligrosidad y dañosidad: tres partidos de las derechas con posibilidades amplias de representación, frente a dos partidos con posibilidad de representación por el lado de las izquierdas. Se puede esperar un vuelco de última hora, como muchos esperamos sin éxito aquél 26 de Junio de 2016; pero a los resultados electorales los decide predominantemente el fenómeno de la abstención entre la mayoría sociológica de izquierdas de nuestro país. Es por eso por lo que es tan importante llamar al voto y a la movilización del voto en todas las Elecciones, aunque nunca antes más que en éstas; porque no resulta nada sencillo que la gente salga de su apatía, ilusionándose lo suficientemente como para ir a votar a unas Elecciones; puesto que aquí sucede como en la mecánica clásica: los cuerpos no tienden sino a preservar su estado, ya sea éste un estado de movimiento político o de reposo (la inacción).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.