Traducido para Rebelión por Caty R.
El 29 de diciembre de 2008 André Glucksmann publicó en Libération un artículo titulado «Por un mundo mejor». Un programa al que es difícil oponerse. En efecto, ¿quién podría reclamar atentados graves contra los derechos humanos, la persistencia de conflictos sangrientos o el fortalecimiento de las dictaduras?
En cambio sí se puede cuestionar la forma en la que André Glucksmann quiere mejorar el mundo.
En lo que respecta a la política de los Estados, concentra sus críticas sobre Rusia y China. Nada nuevo por su parte sobre este punto, lo ha hecho a lo largo de muchas columnas, reconozcámosle la virtud de la coherencia. Los espíritus sombríos señalan que es tan admirador de la China de Mao como crítico con la de Hu Jintao, mientras que se podría pensar que en materia de derechos humanos, tanto reales como formales, la situación seguramente es más llevadera hoy que en aquella época… Ciertamente hay cosas que decir sobre esos regímenes en materia de democracia y respeto de los individuos. Pero en lo que se refiere a violaciones de derechos humanos, ¿son ellos los más criminales?
Un simple vistazo a los informes de Amnistía Internacional o de la Organización de Derechos Humanos demuestra que muchos regímenes son mucho más represivos y tratan con mayor brutalidad a sus pueblos, y sobre todo a sus opositores. La elección de Glusckmann puede ser que no esté dictada por la magnitud de las violaciones de los derechos humanos, sino por el peso estratégico de los países concernidos. Rusia y China son los dos principales rivales estratégicos de Estados Unidos, y por lo tanto se puede tener la desagradable impresión de que aquí el discurso sobre la moral es para ocultar el deseo de no ver la competencia a la potencia estadounidense.
Es totalmente legítimo como objetivo, pero en este caso nos hallamos frente a una política de potencias y no en el terreno de la moral, que aquí sólo sirve como cortina de humo. Sólo nos ocupamos de las víctimas si el culpable es estratégicamente interesante. Todavía es más sorprendente cuando Glusckmann coloca a Hugo Chávez en su concurrida lista de los «dictadores más buscados». No se puede dejar de apreciar el populismo de Chávez. Pero si todos los dictadores se sometieran al veredicto de las urnas, incluidos los que están en su contra, el planeta no estaría en tan mal estado. Se puede pensar que hay condiciones peores que la de un opositor venezolano. Pero es cierto que Hugo Chávez ha irritado enormemente a George W. Bush y quizá eso explique la furia de Glusckmann. Recordemos que éste apoyó la guerra de Iraq, que no era la posición de las ONG defensoras de los derechos humanos. Y no recordamos haber oído sus protestas contra Guantánamo o Abu Ghraib. Lo más preocupante es que Glusckmann no se ofende por los bombardeos de poblaciones civiles cuando los perpetran los bombarderos estadounidenses o israelíes, pero los condena si los llevan a cabo los cazas rusos.
Sucesos comparables, actitudes opuestas
Una nota de la redacción precisa que el artículo se escribió antes de los bombardeos de Gaza. Nos quedamos más tranquilos, los aprobó después. Sin embargo, podemos suponer sin miedo que si los sucesos de esa naturaleza hubieran tenido lugar en Kosovo, su indignación habría sido inmediata y presentada ruidosamente al conocimiento del público. Es encomiable si es para promocionar los derechos humanos. No lo es menos ser coherente y defender de forma universal los derechos humanos que se presentan como tales. Pero partir del principio de que las democracias occidentales siempre tienen razón, por el simple hecho de que son las democracias occidentales, es un poco corto. Si nobleza obliga, democracia también. Ser una democracia no da derechos a un régimen, sino a sus ciudadanos. Ser una democracia impone obligaciones a un régimen, entre otras la de respetar sus propios criterios. El mundo occidental se debilita y debilita los principios que pretende promover si se usan como pantalla de una política de poder, si los aplica o denuncia su violación de forma selectiva.
Lo que una gran parte del resto del mundo reprocha al mundo occidental no son los valores que encarna, sino el hecho de que no los respete siempre y que sea permisivo o riguroso dependiendo de que la falta de respeto sea cometida por un aliado o un adversario. Y lo que cada vez es más difícil de soportar es que algunos se cubran con el manto del moralismo mientras permanecen insensibles a ciertas violaciones de los derechos humanos y utilicen la indignación selectiva en función de la nacionalidad de las bombas y de las víctimas. Y además se creen autorizados a impartir lecciones a los demás.
Texto original en francés: http://www.liberation.fr/
Pascal Boniface es el director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS).