El jueves 22 de enero mientras recorría la página virtual de El Espectador me llevé una gran sorpresa cuando leía los titulares del día y de pronto apareció la sesión del horóscopo con el siguiente anuncio, que supongo también fue publicado en la edición impresa del citado periódico: «Acuario: Hoy deberás tener cuidado en el […]
El jueves 22 de enero mientras recorría la página virtual de El Espectador me llevé una gran sorpresa cuando leía los titulares del día y de pronto apareció la sesión del horóscopo con el siguiente anuncio, que supongo también fue publicado en la edición impresa del citado periódico: «Acuario: Hoy deberás tener cuidado en el trabajo, las cosas no están para hacer protestas, sobre todo si estás en la empresa por contratos, ya que tendrás que aguantarte con lo que te manden, por muy injusto que parezca».
En todo el tiempo que llevo indagando sobre las pérdidas históricas que afectan a los trabajadores, nunca había visto una afirmación que llegara al extremo del cinismo de atribuirle a los astros (es decir, a la luna, el sol, y los planetas) de manera directa la responsabilidad por lo que acontece en el ámbito laboral.
Si se mira el mensaje de fondo que aparece en esa noticia en apariencia banal, puede entenderse todo el sentido de la flexibilización laboral, porque el neoliberalismo considera a los trabajadores como los principales enemigos de la pretendida libertad de mercado, sobre todo si están organizados. Por esta circunstancia, el desmonte de los Estados intervencionistas, con el sofisma de la desregulación y la globalización, ha buscado desorganizar a los trabajadores, destruir los sindicatos, suprimir las conquistas laborales, ampliar la jornada de trabajo, generalizar el trabajo de niños, mujeres y ancianos, eliminar el salario básico y reducir lo máximo posible el salario real, impulsar los contratos a destajo, por días o por horas, incrementar el desempleo para arrinconar a la gente a aceptar lo peor, y desconocer el pago de todo aquello que tuviera que ver con el llamado «salario indirecto» (atinente al pago de salud, educación, transporte, alimentación y todo lo necesario para reponer la capacidad de trabajo y las personas estén en condiciones de ir a laborar todos los días).
Con la crisis capitalista generalizada por todo el mundo, es obvio que quienes van a asumir el costo de la misma son los trabajadores, como se palpa en Colombia. Al parecer, no ha sido suficiente el precio que aquéllos han tenido que pagar con la apertura económica, la «reforma laboral» (sic), la precarización en el empleo, el asesinado de sindicalistas, la privatización de la seguridad social, la ampliación de la jornada laboral, el desempleo, la eliminación de las pensiones y mil cosas más. Con tal panorama, no es raro que ante la creciente lumpenuribización del país, el cinismo cunda también en el ámbito laboral, como lo demuestra el caso de un exministro, que se embolsilla millones de pesos mensuales, al proponer la reducción y eliminación del salario mínimo porque le parece muy alto y merma la competitividad de la economía colombiana. De la misma forma, es tanto lo que se ha perdido y retrocedido en materia de derechos de los trabajadores que aparece como normal que en los supermercados de cadena, que obtienen cuantiosas ganancias al mes, niños, niñas, jóvenes y adultos desempeñen en forma gratuita la tarea de empacar los productos, sin salario ni vinculación contractual de ninguna clase, y que corra por cuenta del consumidor socorrer al empacador con una limosna, que éste pide al final de la compra, entre suplicas y vergüenza. Con esta situación tenemos, entonces, que en Colombia en los supermercados se presenta la horrorosa práctica de trabajar sin salario, lo cual debe tener bailando de la dicha a los grandes comerciantes. La supresión del salario -más no del trabajo asalariado y alienante- se constituye en el modelo ideal para cualquier capitalista, que siempre sueña con tener una gran cantidad de fuerza de trabajo a su disposición, gratis, resignada y pasiva.
Por ello, nada mejor que martillar en la conciencia de la gente a través de todos los medios, incluyendo al horóscopo, para presentarle el panorama de miseria laboral, como un resultado no de unas determinadas políticas que benefician a las clases dominantes, sino como un designio astrológico, frente al cual nada puede hacerse, y mucho menos protestar. Eso no rima muy bien con la «actitud positiva», esa basura propandística que se ha tomado todos los medios de comunicación, con el fin de convencernos de que no existen problemas estructurales (como la explotación, la desigualdad, el desempleo, el saqueo de recursos naturales, la perdida de derechos…) ni responsables (empresarios, industriales, banqueros, terratenientes, capitalistas multinacionales), pues simplemente los problemas son individuales y cada uno es el responsable de su propia suerte y se labra el destino que se merece.
No sorprende que al mismo tiempo con todo lo anterior, los libros y revistas que más se venden y los programas de radio y televisión que más se sintonicen se dediquen a la «superación personal» y no se busque la solución de los problemas estructurales en las acciones y luchas colectivas, como debería ser. No, ahora lo que se imponen son gestos individuales, en donde se combinan el arribismo con el espíritu de limosnero, como rasgos distintivos de aquellos que ya no son sujetos sino robots alienados y que, como ordena el capitalismo a través del horóscopo en el que aparecen los implacables designios de los astros, «tendrás que aguantarte con lo que te manden, por muy injusto que parezca».
Si lo dicen los astros nada que hacer, porque al fin y al cabo la globalización y la astrología, según sus propagandísticas, son indiscutibles, como la Ley de la Gravedad, y benéficas para todos. De tal manera, ¡que a trabajar como borregos, con la cabeza baja y sin chistar, porque según tu horóscopo debes ser obediente, sumiso, servicial, sapo y besar la mano de aquel que te oprime y explota! Por algo, uno de los lemas del lumpenuribismo dirigido a los pobres es «trabajar, trabajar y trabajar», mientras en las altas esferas del poder se delinque, trafica y mata.