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La balanza y el velo: ¿está vendada o no está vendada la justicia?

Fuentes: Sin Permiso

Representada como una hermosa señora que sostiene en la izquierda una balanza y en la derecha una espada, la Justicia, a veces tiene los ojos abiertos, a veces ocultos por una venda que les impide ver. De aquí parte Adriano Prosperi en su último ensayo, Justicia vendada, publicado por Einaudi, que analiza los tornadizos significados […]

Representada como una hermosa señora que sostiene en la izquierda una balanza y en la derecha una espada, la Justicia, a veces tiene los ojos abiertos, a veces ocultos por una venda que les impide ver. De aquí parte Adriano Prosperi en su último ensayo, Justicia vendada, publicado por Einaudi, que analiza los tornadizos significados de un concepto central para nuestra sociedad.

Adriano Prosperi es uno de esos magos que toma un fragmento de historia y, moviéndolo entre sus manos como un cristal, multiplica sus facetas y reflejos. En Justicia vendada, (Einaudi, 2008) la pregunta que espolea su curiosidad parece simple: ¿Por qué la justicia, representada siempre como una mujer hermosa (el código masculino nos ha considerado inferiores pero sin embargo ha envuelto en ropajes femeninos ideas, valores, virtud, artes etc. algo como para ser pensado) a veces está vendada y a veces no? Por regla general, es una hermosa señora que sostiene en la izquierda una balanza y en la derecha una espada, pero sobre sus ojos, puede tener una venda o puede no tenerla. ¡Precisamente ella, que es la que debe discernir entre el entuerto y la razón!

Properi nos adentra en un laberinto, no sin antes ponernos en guardia sobre conclusiones apresuradas, incluidas las de algún que otro gran erudito de la iconología (Panofski) , que a veces ignora la vastedad del trasfondo cultural y social del que, en un cierto momento, surge un símbolo como figura. Es una verdadera aventura, occidental y moderna, la de la venda puesta sobre los ojos de la Justicia.; y se reflejan en ella conceptos diversos sobre la Justicia misma, que forman parte del debate actual. Es bellísima y vendada la justicia que ha condenado a un inocente, con la que la emprende violentamente Edgar Lee Masters en la Antología de Spoon River. Pero no siempre la venda ha significado justicia justa. Quien se jacta de vivir completamente en el presente desconoce cuánto de nosotros revela el pasado, y qué poco inocente es olvidarlo

Desobediencias fatales

El asunto comienza en el renacimiento. Los griegos tenían una idea de la justicia, asimilable en general a la palabra Diké, y que se diferencia de las nociones asociadas a juzgar, más o menos asimilables a la palabra Temis. Ninguna de las dos llevaba venda ni espada; por otra parte, no se nos vienen a la mente con facilidad otras justicias, no escritas pero simbolizadas. Los dioses de los griegos no son particularmente justos, no lo era el irascible Zeus, y tampoco Palas Atenea, a la que a menudo se la invita a juzgar , pero que por capricho hace enloquecer a Áyax, quien se convierte en una furia. Porque en los humanos, más que de maldad o culpa, se trata siempre de un oscurecimiento de la razón, de un error, «amartía» En cuanto a Roma, más que de elaborar figuraciones míticas, se ha ocupado de dar a la coexistencia entre los hombres conceptos, reglas, procedimientos, de los que sabemos todavía hoy día, y que reaparecen a lo largo de los siglos en Europa, cada vez que la justicia vuelve a poner los pies en la tierra

En el judaísmo y a partir de aquel, en el cristianismo, la justicia implica una trascendencia porque está emparentada con la culpa originaria en el inicio de la humanidad. El primer libro de la Biblia, el Génesis, narra la desobediencia fatal de Adán y Eva, con la consiguiente pérdida del paraíso, la muerte y el dolor. La primera espada es la del arcángel que los arroja al este del Edén. Desde entonces, la historia es un tempestuoso diálogo de los imperfectos y en consecuencia injustos hombres con Dios -el único Dios, el único en el cual está el conocimiento y la justicia-. «Justicia, id est Deus» titula Prosperi uno de sus capítulos

 

Una culpa indeleble

Dios no puede ser ciego, por consiguiente desde hace mucho tiempo el occidente cristiano deja íntegra y vidente esta justicia, virtud cardinal. Y así la representan, bella criatura severa, Giotto y la escuela sienesa de pintura. La venda queda como atributo de la voluble Fortuna, que de virtuoso y divino no tiene, precisamente, nada. Es a comienzos del 1400 cuando aparece una primera justicia vendada, en un contexto secularizado, una especie de aurora de la Reforma, cuando ya corre la necesidad de un cambio de la iglesia. Pero será a finales de siglo cuando en las ilustraciones de la Nave de los locos de Sebatián Brant (1494) jurista y poeta, un grabado represente a la señora con espada y balanza mientras un loco le anuda una venda sobre los ojos. Es un loco que lleva un sombrero con cascabeles, semejante al «fool» de Shakespeare que le espeta al rey impunemente en la cara acerbas verdades, algo que a un cortesano normal no le estaría permitido; la ambigüedad de la locura, sobre la cual sabe mucho Erasmo, asoma la cabeza. Desde aquel momento -la nave de los locos fue en su época un bestseller- la justicia vendada se propagará a través de cuadros, grabados y estatuas: en particular durante el siglo XVl. Pero cambiando su significado por el camino. En Brant era con toda seguridad negativo; impedir que la Justicia viera era cosa de locos

Pero Lutero está ya allí y separará ásperamente de Dios a la justicia mundana, en coherencia con el pensamiento trágico de Agustín: la culpa es inseparable de los hombres, el pecado original es intrínseco a nosotros, nos salvaremos o nos condenaremos por la gracia, no por las obras. La justicia de los hombres no tiene nada que ver con Dios, es expresión de la autoridad terrenal a la que -como lo aprendieron duramente los campesinos de Tomás Münzer- le debemos sumisión. En un mundo indeleblemente marcado por el pecado, los hombres están ex origine, sujetos a la tentación y lo mismo todas sus instituciones. Y a menos de cuarenta años del libro de Brant, en la edición de la Constitución penal de Works de 1531, aquella venda pasa a ser positiva: con una venda sobre los ojos la justicia se impide ver a las partes, que recurren a ella, el rico y poderoso que le ofrece una bolsa de oro y el pobre, nada de nada. Tan solo así podrá defender a las viudas y a los huérfanos, que se amparan al arrimo de su resplandeciente, pero ciega, imagen.

Es más, mejor sería que los jueces careciesen también de manos con las que agarrar el oro. O, si ellos nos ven, está bien que esté vendado el soberano, máxima autoridad en la tierra. Justicias ciegas y locos videntes se abrazan cordialmente. La venda se ha convertido en garantía de imparcialidad. Por eso están vendadas las justicias niñas, que hay sobre las fuentes de las plazas, porque, al igual que el agua, la justicia debe ser un bien común

Piedad para el culpable y verdugo

Desde entonces han permanecido vendadas hasta nuestros días algunas estatuas que se yerguen solemnemente ante los tribunales. No saber a quién se juzga sería garantía de que la ley es igual para todos. No opina así Rawls, pero está vendada la pequeña Justicia que la Corte Suprema de los Estados Unidos tiene a mano y contempla meditabunda. Es el colmo de la secularización: no se trata de una gran Justicia que tiene a mano a una pequeña Corte, sino, al contrario. Pero la cosa no queda aquí. La venda alberga, por su naturaleza, la ambigüedad. Está vendado el Justo por excelencia, el Cristo, cuando es azotado por personajes feroces , que ríen sarcásticamente, especialmente en el norte: Gruenewald lo venda, pero algún otro no -un desconcertante Cristo de rostro firme, con las manos sobre las rodillas, ha alzado la venda de sobre los ojos hasta la frente y mira a lo lejos (Jorg Breu el Viejo en Augsburgo) . Pero esto también ocurre en nuestras menos espantosas , e incluso absurdamente serenas, flagelaciones; Angélico lo venda, Piero della Francesca, en Urbino, no. También en el norte, de repente, tras la flagelación, ya no hay venda cuando se le pone la corona de espinas. Son dos visiones diversas de la tradición cristiana, pero también de la pintura; entre los nórdicos, a caballo entre el siglo XV y el XVl, excepción hecha de Durero que tiene la impronta del sur, las imágenes de la Pasión reproducen las facciones trastornadas y los cuerpos desfigurados, conocidos, al cambiar el siglo a penas transcurrido

Y además, cuando el hijo de Dios está vendado, ¿por qué lo está? ¿Porque se encuentra sometido a la más ciega impotencia humana?¿Para que no vea quién lo tortura?¿O para que los ojos de los torturadores no se encuentren con los suyos? También a los condenados a fusilamiento se les ofrecía la venda (los héroes la rechazaban) y los «ciegos» eran los soldados del pelotón de fusilamiento que debía disparar, ignorante cada uno de ellos sobre si su fusil era de los que estaba cargado tan solo con salva de pólvora o no. La venda no evitaba la pena pero la ocultaba un poco. Al ahorcado, el capuchón le es impuesto para no verle el rostro tras el estirón. Es la piedad para el culpable, también para el verdugo que es y no es culpable. Misericordia cristiana. Más católica que protestante, también ésta femenina, en especial de la Virgen que intercede por el pecador.

Volvamos una vez más sobre la mudanza de significados del ver y no ver. Los jueces interrogaban y decidían en secreto, tan solo era público el suplicio. En democracia el proceso pasa a ser público y se aleja de los ojos de la muchedumbre la pena (la ejecución puede ser vista, como concesión a la venganza privada, en algunos estados de Estados Unidos). La publicidad del proceso es un fundamento del carácter democrático en tanto que control popular sobre el poder. Mas desde hace un cierto tiempo en el que la TV intenta hurgar de cerca en el rostro de los jueces y en el de los acusados -se convierte en espectáculo. Pero convertirse en espectáculo ¿significa mostrar la verdad?¿O banalizarla? ¿O hacer concesiones al voyeurismo, al sadismo? ¿El juez que se sabe enfocado por una cámara habla y decide como si no lo estuviese? Ante la duda, jueces o imputados pueden rechazar el ojo de la TV. Al final del volumen, Prosperi nos muestra una Lady Justicia en tejanos, que empuña una metralleta y una daga. Sin la balanza, pero vendada. Ciega y represiva

Metros y medidas

A propósito, la balanza parece ser el instrumento más antiguo e indiscutible de la justicia. Se encontraba ya junto a la diosa egipcia Ma´at y pesaba méritos y deméritos de los muertos. Pero, ¿qué significa pesar, si no es medir? Y la medida tiene un metro convencional. Pero, ¿cuál es la medida con la que se mide a la justicia? La balanza servía para el intercambio de mercancías. La justicia, ¿Qué intercambia? Una violación vale tanto grano, dicen las primeras tablas de Gortyna; aún ahora «se paga» con la cárcel o los dineros. ¿Qué tienen en común? Nada, contrariamente al feroz ojo por ojo, diente por diente. La balanza de la justicia sobreentiende que existe un equivalente universal entre dolor y culpa, culpa y pena. O cielo. No es la primera vez -estoy pensando en los Tribunales de consciencia y en Entregar el alma- que Adriano Prosperi se asoma a estos abismos.

Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto.

Traducción para www.sinpermiso.info : Joaquín Miras