En sus reuniones con las vacas sagradas de las finanzas de la Unión Europea, Yanis Varufakis, ministro griego de Economía, no se separaba en ningún posado de su querida bufanda a cuadros alrededor de su cuello. Los ogros europeos frente al solitario cordero heleno, uno contra todos era el leit motiv o guión de la […]
En sus reuniones con las vacas sagradas de las finanzas de la Unión Europea, Yanis Varufakis, ministro griego de Economía, no se separaba en ningún posado de su querida bufanda a cuadros alrededor de su cuello. Los ogros europeos frente al solitario cordero heleno, uno contra todos era el leit motiv o guión de la película que se rodaba con sonido directo de altos vuelos. Y dialécticos puñales traidores dirigidos al unísono a la espalda y a la cara de Varufakis.
Grecia se jugaba el ser o no ser del pago de su astronómica deuda en la más absoluta de las soledades, a cuerpo gentil o dicho a lo taurino a puerta Gayola. Esa bufanda pretendía dar a entender a la opinión pública en general y en particular al electorado griego de Syriza que Varufakis representaba una opción distinta a los asientos ocupados por los políticos de la UE inquisidora, tradicional, neoliberal, colonialista, mercantilista y retrógrada liderados por Merkel y sus paniaguados segundones, con Hollande en el rol de escudero venido a menos de la conservadora alemana.
Varufakis quería aparecer como un outsider radicalmente distinto: el símbolo de su bufanda coloquial así lo manifestaba, pero también trasladó, quizá como mensaje de refilón no previsto, que Grecia luchaba en una soledad espeluznante contra los intereses bancarios y financieros de poderosos entes en la sombra, gigantes que podían aplastarlo con solo mover un dedo.
Esa bufanda de Varufakis se transformó en un icono dramático de la soledad radical de Grecia, abandonada a su suerte por el resto de las fuerzas de izquierda europeas y de la clase trabajadora de los respectivos socios de la UE. ¿Por qué no hubo movilizaciones inmediatas de solidaridad en todos los países de la UE con Grecia? Si tan próximos se encuentran a las tesis de Syriza, ¿qué hicieron al respecto IU y Podemos salvo emitir comunicados timoratos de aliño más o menos adornados con el calor entrañable de la distancia calculada y segura hacia Tsipras y los suyos?
Varufakis se ha quedado solo con su bufanda, al menos por el momento. Todavía desconocemos que deparará el futuro inmediato, pero a simple vista parece que Syriza deberá o bien transigir con la postura agresiva de la troika o bien oponerse, buscando auténticos aliados estratégicos en el resto de Europa, a las fuerzas conservadoras-socialdemócratas de corte neoliberal que dominan en Bruselas y Berlín desde hace décadas. La segunda alternativa precisará de sacrificios inmensos y de un arrojo especial por parte del pueblo griego. Y la primera opción exigirá grandes dosis de hipocresía y de discursos falaces para atemperar el previsible desencanto y furor de los electores de Syriza.
La indumentaria de los políticos transmite mucha información no verbal acerca de sus intenciones y de los efectos que desea provocar su imagen pública. Todo ello es bien sabido por las consultorías que asesoran a los dirigentes políticos.
La bufanda de Varufakis no ha sido un chispazo de ingenio creativo y espontáneo en su imagen de estos días, como tampoco lo es que Alexis Tsipras, primer ministro griego, use traje pero no corbata, un complemento masculino por antonomasia en el vestir formal que gentes de izquierdas suelen eludir prescindiendo de su uso para marcar distancias con sus contrincantes de la derecha. De momento, Tsipras está manejando su imagen a favor de viento: parece de izquierdas y parece que cumplirá con sus promesas electorales, aunque nunca se sabe qué sucederá a plazo más o menos inmediato. ¿Se pondrá Tispras la corbata para convertirse en un político serio y como dios manda? ¿Tirará al cubo de la basura Varufakis su emblemática y colorista bufanda?
Valls, Renzi y Sánchez
El no uso puntual de la corbata humaniza a los políticos y los hace más cercanos al común de los mortales. Casi todos tiran de ese look más desenfadado, incluso en mangas de camisa, durante actos de fin de semana, en festivos o en campañas electorales. En mangas de camisa blanca es la puesta en escena elegida recientemente que han utilizado Manuel Valls, primer ministro francés, Matteo Renzi, premier italiano, y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, para impulsar la etiqueta socialdemócrata en la UE a través de sus personalidades públicas de nuevo cuño, diseño y formato. Así se han mostrado los tres juntos y por separado: de blanco inmaculado. Sin duda que se trata de una estrategia de proximidad y largo alcance: en camisa campechana y de color blanco para significar neutralidad ideológica y desapego subliminal al rojo revolucionario de los socialistas del siglo XX.
Nada es casual en política. Casi todo es imagen. Los contenidos resultan secundarios y prescindibles porque los grandes partidos defienden idénticos intereses capitalistas con ligeros matices. Al electorado se le gana por pequeños detalles, gestos estudiados, palabras sonoras, modos de conducta cool e imagen que conecte con querencias y gustos a la moda de un público ávido de novedades con gancho y carisma desbordante.
Desde la segunda mitad del siglo XX, la política se ha convertido en pura imagen y permanente puesta en escena audiovisual, si bien existen enormes diferencias entres distintos países y épocas históricas.
El PSOE, por ejemplo, se hizo alternativa de gobierno visualizada por la mayoría empezando por los pantalones de pana y las patillas largas de Alfonso Guerra, lo que otorgaba pedigrí inconfundible de izquierdas a sus principales líderes mediáticos, que al poco tiempo cambiaron a ternos más clásicos y adecuados para elevarse a líderes de la izquierda aceptable en el contubernio borbónico de la transición posfranquista. Al principio fue la pana la que se llevó a los izquierdistas irredentos o de alma sentimental; más tarde para captar a un electorado menos politizado, de centro, la pana hubo que dejarla en el baúl de los recuerdos.
Podemos
Es curioso observar como los más destacados dirigentes de Podemos, jóvenes profesores universitarios la mayoría de ellos, participan de ese look juvenil urbanita underground globalizado que los hace tan diferentes a la casta profesional de políticos a la que dicen combatir con frenesí y entrega desmedida desde su aparición en la escena pública. Desde su éxito en las elecciones europeas, el discurso de Podemos ha ido bajando de intensidad y fuerza expresiva, en palabras de su máximo dirigente, Pablo Iglesias, porque ya son alternativa real de gobierno según las encuestas demoscópicas y hay que ponerse serio y riguroso en las propuestas. ¿Esa seriedad y responsabilidad súbita, tras entrevistarse casi de tapadillo con el embajador USA en España, le llevará a Iglesias a cortarse la coleta que ahora mismo luce? Nunca se sabe aunque cosas veredes amigo Sancho, como dijera el inefable Alonso Quijano.
La imagen a veces suplanta al discurso y otras lo modifica, suavizando o reforzando los elementos que se pretenden difuminar o potenciar. Sin salir de España, fueron un paradigma los jerseis de cuello alto del líder histórico de CC.OO., Marcelino Camacho. La imagen encajaba con su función sindical de obrero de toda la vida. El cuello alto daba un calor suplementario a la clase trabajadora en su conjunto que madrugadaba a diario y tenía que soportar los reveses rudos de los fríos invernales. Camacho era un líder obrero en la realidad y en la imagen pública que trasladaba. Su indumentaria transmitía verdad sin aditivos ni colorantes.
Mao, Fidel Castro y Hugo Chávez
Otras imágenes eran desmenuzadas y sopesadas con exhaustividad previamente. Es el caso de la China comunista de Mao, vestida como un solo ser humano uniforme y colectivo en pos de un destino común: la revolución cultural contra el atraso secular y la explotación capitalista. Sus efectos fueron contradictorios, aunque China diera un salto adelante espectacular desde sus estructuras casi feudales. Hoy, el hombre uniforme se ha convertido en millones de personalidades unidimensionales en disputa, paradoja de paradojas en nombre de los ideales comunistas, eso sí con líderes ataviados a la usanza occidental de hombres avezados en negocios internacionales de alto standing. Cada fase histórica (e ideológica) tiene su tempo interno y sus señas de identidad propias. En China, la modernidad es hacerse ricos y perseguir el lucro personal en bien de la colectividad, un sistema comunista muy sui géneris.
En este repaso veloz de las imágenes convertidas en discurso político no podía faltar Fidel Castro, un maestro de la palabra hecha imagen y viceversa. Es más que conocido que la revolución cubana está asediada desde su mismo origen por EE.UU. y fuerzas transnacionales de diverso signo y pelaje. Castro usó siempre de su casaca militar para trasladar la idea-fuerza al mundo a y a su pueblo de que había que defender los logros conseguidos con uñas y dientes si ello fuera preciso. Su porte militar e imponente de comandante en jefe mantenía alerta constante a todo un país.
Sigamos con Fidel Castro. Y el difunto Hugo Chávez. Para la estética occidental sus encuentros en chándal suponían un choque frontal con los prejuicios de lo que debe ser un líder o dirigente político. En España, el chándal, además de su uso deportivo, es una indumentaria informal entre chabacana y ligera de andar por casa. Chávez y Castro conversaban así, en chándal, de cosas profundas e intrascendentes, sin protocolos o puestas en escena sofisticadas o rimbombantes, esto es, como la gente normal de la calle en Cuba o Venezuela.
Esas hipotéticas secuencias distendidas o relajadas entre políticos occidentalizados buscarían eventos en bellos entornos artificiales y decorados ad hoc ampulosos: un campo de golf, una mansión en el campo o una delicatessen gráfica original donde pudieran encajar al milímetro los recortables de las figuras políticas concretas. La espontaneidad política en Occidente es un oxímoron de libro.
No es un secreto que todo discurso político tiene un componente esencial en la imagen o soporte físico de sus principales líderes. La cultura en la que vivimos es eminentemente audiovisual: un gesto, un tic, una mirada, una prenda de vestir o una forma peculiar de moverse pueden arruinar o lanzar al éxito inminente cualquier propuesta política que enganche con el subconsciente ideológico de la gran masa consumidora de emociones evanescentes.
Lo político se ha transformado en una mercancía más en el mercado capitalista. En ocasiones dice más la expresividad subliminal de un detalle nimio o circunstancial, la bufanda de Varufakis, que todo un discurso de palabras técnicas plagadas de argumentaciones farragosas y prolijas. El mundo actual no está preparado para excesivas tonterías y estériles disputas intelectuales.
¿Perderá la bufanda Varufakis él solito o se la birlará Merkel al descuido? ¿Se la quitará motu proprio o seguirá ufano y orgulloso alrededor de su cuello? En la bufanda de Varufakis residen muchas claves políticas de los próximos meses.
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