Un revoloteo de periodistas, tertulianos, opinadores, analistas e informadores mostraban su alboroto por radio y televisión, momentos antes de que empiece la primera sesión de investidura en el Congreso español. Todos compartían una aspiración que según ellos era de toda la ciudadanía: la necesidad inmediata de que haya un gobierno. De que haya un acuerdo, […]
Un revoloteo de periodistas, tertulianos, opinadores, analistas e informadores mostraban su alboroto por radio y televisión, momentos antes de que empiece la primera sesión de investidura en el Congreso español. Todos compartían una aspiración que según ellos era de toda la ciudadanía: la necesidad inmediata de que haya un gobierno. De que haya un acuerdo, de que haya un pacto. ¿Qué acuerdo y qué pacto? Es igual, uno. ¿Qué gobierno? No importa, uno. Ese gobierno y esos pactos y acuerdos, según la opinión de los respetables periodistas y analistas y tertulianos y opinadotes varios, daría estabilidad al país. ¿Qué significa? No importa, es importante.
Cuando ya estaba por convencerme de esas necesidades tan sensatas y convenientes y mas todavía viniendo de opiniones tan respetables y valiosas, surgió la voz de Iñaki Gabilondo, que frenó un poco tanto entusiasmo por la inmediatez de un gobierno.
Dijo más o menos que no tenemos que olvidarnos que cualquier gobierno que surja tendrá «estrecho margen de maniobra». No me acuerdo si dijo «muy estrecho margen», pero sigamos. Agregó Gabilondo con la serenidad de su prestigio y la seguridad de su experiencia, que el gobierno elegido por los parlamentarios está sujeto a las normas y leyes de la Unión Europea y que, además, estamos integrados al euro lo que estrecha aún mas nuestra independencia de acción (no son palabras textuales, pero si el sentido de lo que dijo). Por si no estaba claro, comparó este asunto con un partido de fútbol: «la cancha está marcada» señaló y no podemos sobrepasar los límites.
Iñaki Gabilondo me hizo pensar, una vez más. Yo creo que también a todos los que lo hayan escuchado.
Entonces, me dije, podríamos decir que nuestra democracia está limitada, que jugamos dentro de los márgenes de la «cancha marcada».
¿Qué es entonces lo que elegimos?
Elegimos entre las posibilidades que nos ofrecen y que ninguna excede los límites impuestos.
Claro que no es lo mismo que decida el PP o que lo haga el PSOE, aunque ambos partidos jueguen en la misma cancha.
En vez de cancha digamos las cosas por su nombre, digamos capitalismo. Imaginemos el capitalismo como un gran círculo. Todo lo que está dentro del círculo está permitido, nada se permite fuera de ese círculo.
No es lo mismo gozar de ciertas libertadas sociales que no tenerlas. Por supuesto. No es lo mismo un salario mínimo de 600 euros que otro de 900, desde ya. No es lo mismo encontrarte en una manifestación a un policía malo que a otro bueno, indudablemente.
Siguiendo con ese pensamiento imaginé a los políticos en el Congreso como en un gran escenario. Rodeados de informadores que nos dicen lo que los políticos quieren decir cuando dicen lo que dicen. O sea, los políticos-actores decidiendo el presente y futuro de nuestras vidas, mientras nosotros ocupamos el lugar de los espectadores… de nuestras propias vidas. Peor todavía, espectadores que reciben una interpretación de lo que sucede, a cargo de analistas, tertulianos, opinadotes, periodistas, etc.
Con razón José Luis Sampedro decía que si la democracia no recae en el pueblo no es democracia, y que la democracia española reside en los banqueros.
Con razón Saramago afirmaba que capitalismo y democracia son incompatibles.
A todo esto, desde el círculo empresarial alertaban de que un gobierno del PSOE con la izquierda radical ¿? (tal vez se refería a Unidas Podemos aunque nada de lo que propone va más allá del capitalismo), sería terrible para el país. No está de más recordar que el país, para las élites dominantes, son ellos y que lo que es bueno para ellos por lo tanto, es bueno para el país. Lo cierto es que, por las dudas, el círculo empresarial advertía de las marcas de la cancha.
Mientras tanto Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se acusaban mutuamente de no querer llegar a un acuerdo y peleaban dialécticamente un ministerio mas o menos sin que nosotros, los espectadores, supiéramos qué proponía cada uno para gobernarnos mejor.
El llamado «trifachito» miraba la escena bochornosa lleno de íntima satisfacción porque no esperaba un desencuentro tan infantil como el que ofrecían los que están en el límite no diría opuesto porque me parece demasiado, pero si mas alejado.
El círculo empresarial, o sea los empresarios, seguramente observando el desenlace de la disputa detrás del humo de sus soberbios puros, sentirían la misma satisfacción que los genuinos defensores de sus intereses (el «trifachito»por si quedan dudas). Por todos los medios a su alcance ya habían expresado su deseo (y sabemos que sus deseos son órdenes) de que Ciudadanos forme parte con el PSOE del futuro gobierno, en nombre de la estabilidad, que quiere decir que a nadie se le ocurra hacer olas.
Finalmente pensé que esta democracia parlamentaria, que fue útil durante 40 años, necesita una renovación con urgencia. Un cambio que nos haga participar a nosotros no solo para elegir a los supuestos representantes, sino también para tomar parte de vez en cuando, directamente. Una profundización para que en realidad decidamos libremente, sin límites y sin la cancha marcada.
En otras palabras, para que la democracia sea democracia y no un espectáculo mediático del que no formamos parte.
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