El pasado día 14 Rebelión reproduce un artículo de Lorenzo Cordero que lleva por título: «Las cenizas del PCE». Estando de acuerdo con la valoración cenicienta, sin embargo considero que no entra en el fondo del problema cuando dice: «El PCE empezó a arder, entre las llamas de la nueva pasión democrática española, en 1977. […]
El pasado día 14 Rebelión reproduce un artículo de Lorenzo Cordero que lleva por título: «Las cenizas del PCE». Estando de acuerdo con la valoración cenicienta, sin embargo considero que no entra en el fondo del problema cuando dice: «El PCE empezó a arder, entre las llamas de la nueva pasión democrática española, en 1977. Precisamente, un sábado de gloria (9 de abril) cuando los dirigentes comunistas españoles -presididos por Santiago Carrillo- celebraban una reunión del Comité Central de su partido. Recibida la noticia, fue interrumpido el debate y Carrillo (eufórico) propuso a los reunidos el reconocimiento inmediato de la Monarquía y de todos sus símbolos.»
Se confunde el autor centrando su crítica en el cambio de los símbolos y del color de las banderas, del paso de la tricolor a la bicolor. Hoy en España no existen grandes diferencias «democráticas» comparadas con las democracias occidentales en su forma monárquica o republicana. Incluso después de los recortes producidos en el republicano país norteamericano bajo la excusa del terrorismo, y la falta de garantías en los procesos electorales, podemos decir que aquí hay mejores garantías formales que allí.
La crisis del PCE, como la de muchos de los partidos que se hicieron llamar herederos del marxismo-leninismo, estalinismo o maoísmo y ahora adaptándose a la realidad «cambiante» que nos dijera el maestro del cambio, como «democráticos»; tiene una base y unos antecedentes ideológicos en el tiempo, que tuvieron su reflejo político negativo pasados muchos años desde que se puso en práctica aquella política sin sustancia ideológica marxista y leninista. Unos desaparecidos ya, como fueron los del llamado Socialismo Real encabezados por el PCUS, o el eurocomunista PCI el «alma máter» de Don Santiago (nuestro tuerto en el país de los ciegos ideológicos, que le permitió escribir su gran aportación revisionista «Eurocomunismo y Estado»). Otros, como el PCE cuyas siglas no han desaparecido, pero que políticamente no pinta nada, y se camufla tras la IU electoral, también en su ceniciento caminar.
Tal vez en los archivos del PCE se conserve aquella «Nuestra Bandera», la revista teórica del PCE, (habría que recordar 1963 o 1964), donde se reproducía las tesis de Fernando Claudín, (el responsable ideológico en el Cte. Ejecutivo) donde se realizaba un análisis muy objetivo sobre la realidad del país que rompía con el triunfalismo que nos trasmitía Mundo Obrero y la Pirenaica cuando nos presentaban como inminente caída la breva dictatorial franquista. Sin embargo, Claudín planteaba una salida reformista, una ruptura con las posiciones de compromiso revolucionario mantenidas a lo largo de la historia del partido, para terminar diciéndonos que el proceso de transición del franquismo a la «democracia» tenía que ser hegemonizado por la burguesía democrática.
Aquel pronunciamiento reformista de Claudín le supuso la expulsión del partido dirigido por D. Santiago Carrillo, pero este siniestro personaje que fue titulado en su tiempo «rojo» como «el Carnicero de Paracuellos», ahora invitado y abrazado por el Borbón fue aupado a la máxima dirección por una militancia poco formada, le robó sus tesis reformistas, las puso en práctica con su lenguaje ampuloso seudorevolucionario. Recordamos aquel brindis de Carrillo en Moscú (1967), durante una cena en un hotel del PCUS, donde los que asistimos invitados a la celebración del 50 Aniversario de la Revolución Rusa, le oíamos repetidamente levantar su copita de vodka en honor de Ruiz Jiménez, abanderado demócrata, ex ministro de educación con Franco e importante dirigente cristiano demócrata de aquellos tiempos. La operación reformista estaba en marcha, no entendimos a cuenta de qué aquellos brindis, dos años después lo entendimos y junto a otros compañeros jóvenes sin aureolas proteccionistas cultivadoras, fuimos también expulsados del PCE, aunque evidentemente no por los motivos de Claudín.
Conviene anteponer a cualquier comentario crítico personal para no idealizar la crítica, que los personajes que ascienden a las cúspides, lo consiguen porque existen las condiciones objetivas y subjetivas que lo permiten. Si Carrillo nos condujo a donde estamos, fue porque las condiciones objetivas con las que se encontró en aquel momento se lo facilitaron. Por un lado la situación dictatorial que impedía la democracia interna en el partido y externa, donde la formación ideológica militante era muy escasa, lo cual no impidió que ante la batalla contra la dictadura fascista, el grado de formación y compromiso militante existente, heroico incluso, que fuese suficiente para comprender cual era el enemigo a combatir permitiese su abnegada lucha a través de las consignas emanadas del líder asentado en París. Por otro lado el bajo nivel ideológico militante, sustituido por el culto a la personalidad del líder burocrático, que existía entonces y existe actualmente con nombre diferente, a pesar del cambio en la forma de dominio dictatorial, que ha sido sustituida por la subyugación ideológica mediante un estado y una democracia en abstracto impuesta por la burguesía «democrática», siguen siendo entonces y ahora la causa fundamental de que en nuestro país y en el mundo entero, el imperialismo campee a pesar de las tremendas masacres y aberraciones que comete. Que el pueblo sin la existencia de la organización educadora que le ayudase a tomar conciencia y a la necesidad de autoorganizarse responsablemente se encuentre tan atomizado y disperso, tan confundido y alienado.
No es cierto que el PCE empezó a arder en 1977. Probablemente empezó a arder el mismo día que nació, como muchos de los partidos que parecían ser revolucionarios, pero que ya no existen al no desarrollar la teoría marxista de forma objetiva aplicada a cada momento histórico. Nuestra experiencia personal, cuando nos encontramos con la tea ardiente que nos indujo a la crítica, a la expulsión y al aislamiento, fue al leer la antesala de la gran obra teórica reformista española, primero con «Después de Franco ¿Qué?» que en su desarrollo se tradujo en «Eurocomunismo y Estado». En aquella primera obra, editada en 1965 en París por Editions Sociales, se sentaron las bases para la reconciliación nacional entre las clases sociales y que ha dado lugar a lo que hoy sufrimos «democráticamente».
Para no cansar citaremos algunos de los párrafos del libelo sobre el después de Franco, ¿Qué? ya que nos permitirán comprender el engendro contrarrevolucionario y reformista. Ya en las palabras de introducción a la obra, todo un poema a la contradicción refiriéndose a la guerra civil, nos dice: «De hecho, la perdió España (la España, grande y libre, de los explotados y los explotadores-el comentario se entenderá que es nuestro), su pueblo; los derrotados estaban en uno y otro de los dos campos contendientes».
Quienes defendían una y otra idea de España en cada bando de la guerra quedan ocultos. Que intereses económicos se escondían tras la provocación de la guerra civil también. Se encubre que el formalismo del Estado democrático de la República fue sustituido por la forma dictatorial de dominio, una vez que a través de aquel mecanismo formal de democracia, triunfó un gobierno popular que se planteó transformaciones socio económicas que afectaban a la base del sistema capitalista, lo mismo que sucedió en Chile en 1973.
Aunque, en el juego de la confusión a continuación nos quiere hacer creer que quien la ganó fue fruto de las malas hierbas fascistas que dieron el triunfo a los ávidos oligarcas: «Y la ganó exclusivamente una minoría de grandes financieros y terratenientes, una oligarquía ávida de preservar sus privilegios, y unos cientos o unos miles de altos jerarcas que se han enriquecido malversando los fondos públicos». Nos quiere decir que Franco provocó la guerra, no el ejercito permanente del Estado capitalista que dijera Lenin, eslabón determinante de la burguesia organizada a través de su Estado como clase dominante. Su maquiavelismo demagógico le permite reconocer el por qué de la guerra civil, al mismo tiempo que niega que el causante de la guerra civil fuese la oligarquía con el fallido Estado Republicano de democracia formal, que al fallarles como forma de dominio dio lugar a ese fascismo que toda democracia burguesa tiene oculto bajo el manto democrático: el ejercito permanente; que como reconoce permitió siguiera beneficiándose la minoría de grandes financieros y terratenientes, los de entonces y los que ahora una vez recompuesta la mejor envoltura del capitalismo que nos retorna al formalismo democrático con monarquía «democrática» en vez de república «democrática», donde la explotación y el caos es hegemonizado por ese imperialismo, que ya mucho antes de que nos lo cambiaran de nombre por el de globalización nos dijeron Marx y Lenin, sobre todo este último en su obra «El imperialismo fase superior del capitalismo» y al que nos conducirían las monarquías o repúblicas democráticas burguesas de Europa.
Más adelante, siguiendo las tesis de Claudín, nos dice: «¡Hoy no se trata de resucitar la guerra ni de preparar la revancha!»
«Hoy lo esencial es liberar a España del régimen reaccionario y fascista, del imperio de la oligarquía monopolista y terrateniente, de los que se aprovecharon de la guerra».
Continua con su demagogia, se aprovecharon nos dice en vez de decir que fue una necesidad de la clase capitalista el provocarla. Como buen reformista trata de confundir revolución proletaria con revancha, como si la lucha de clases fuesen cosas del pasado, y las guerras surgen porque sí, sin ser motivadas por las luchas de clases que en el mundo se manifiestan de diversa forma, por eso, sin revolución prometía liberar a España (una grande y libre), liberandonos a «todos», de los que se aprovecharon de la guerra. Pero como decíamos antes, no nos liberó su retorno a la «democracia», tal vez a él sí, por eso es invitado y abrazado desde palacio.
Mientras la España ¿de todos?, como nunca unida a la Europa del capital «democrático», asciende en el protagonismo del pasado imperial perdido. Los banqueros financian a los sindicatos, a los partidos cuyos lideres son abrazados por Bush o Chirac, los modernos representantes de las grandes oligarquías del viejo y del nuevo mundo. Aznar apuesta por ponerse al servicio del que considera es el más fuerte de los defensores imperialistas, aunque sea del otro lado del Atlántico, y Zapatero apuesta por el imperialismo del viejo mundo.
Grandes palabras elocuentes de su ampulosa verborrea con la que engañar a una militancia poco preparada ideológicamente son las que seguidamente reproducimos: «Tablas de la ley. Son el fruto de una investigación, de una búsqueda constante, a través de la acción política y la lucha de clases; de un esfuerzo tenaz por abarcar la realidad cambiante y fluida, por interpretarla a partir de una actitud básica: nuestra posición de clase y de principios en tanto que Partido marxista-leninista del proletariado; el interés de las amplias masas populares, de las que somos exponentes y vanguardia; el interés de España que es nuestra patria, y cuyo futuro – de ello somos conscientes – depende en gran medida de nuestro esfuerzo».
El caudillo salvador no nos salvó, el Partido ceniza. El partido como elemento educador de las masas renunció y sigue renunciando a ejercer esa responsabilidad que debiera ser la única que le diferenciase de las masas trabajadoras alienadas. Pero cómo puede impartir un analfabeto una ideología que tiene una base científica: la teoría marxista y leninista.
Terminemos para no repetirnos en la crítica con esta sintética frase premonitora de lo que estamos viviendo: «Este ha sido y es el fin de nuestra política de reconciliación nacional. Este es el noble y elevado propósito que persigue nuestro partido».