La derrota en el debut por cinco tantos contra uno frente a Holanda fue una catástrofe. La «palomita» de Van Persie -ya pintando las primeras canas-, para clavarla de cabeza en el arco, confirmó esos momentos de «autonomía de lo futbolístico», esos pasajes en los que se convierte en arte pese al sin fin de […]
La derrota en el debut por cinco tantos contra uno frente a Holanda fue una catástrofe. La «palomita» de Van Persie -ya pintando las primeras canas-, para clavarla de cabeza en el arco, confirmó esos momentos de «autonomía de lo futbolístico», esos pasajes en los que se convierte en arte pese al sin fin de condiciones impuestas por la industria del deporte globalizado como espectáculo, como negocio sobrevalorado y como filtro para millones de cracks que nunca llegan. En última instancia por eso lo seguimos mirando y disfrutando -pese a la barbarie que lo rodea-, atentos a esas pinceladas de fútbol que nos dejan boquiabiertos, ya sea en el potrero del barrio o en el mismísimo Maracaná remodelado a golpes de muertes obreras y malgasto de las finanzas públicas, en un país que es tan grande como desigual.
Pero no es la única catástrofe de España y ni de cerca la más importante. Envuelta en una crisis orgánica, cuyos últimos hitos por arriba fueron los resultados de las últimas elecciones europeas y la reciente abdicación del mismísimo Rey cazador, no de utopías sino de elefantes, actividad que dejó documentada en imágenes fotográficas que recorrieron el mundo.
En las elecciones del pasado 25 de mayo, si bien ganó el conservador Partido Popular (en el gobierno), éste junto con el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), con quien conforma el bipartidismo tradicional, apenas llegaron al 49%. No alcanzaron ni siquiera sumados la mayoría electoral.
Por abajo, la crisis tuvo sus manifestaciones que van desde el movimiento de los indignados del 15 M de hace tres años (2011) hasta las huelgas obreras de Panrico (alimenticia) que llevó adelante, en su primera etapa, ocho meses de paro; y de Coca Cola, que aún continua en conflicto contra despidos masivos (y acaba de lograr una resonante resolución judicial a favor de los trabajadores). Todo esto en un marco en el que, luego de seis años de crisis económica mundial, existen en España un 26% de desocupados, cifra que asciende a más del 55% entre los menores de 25 años.
En este escenario se da la abrupta emergencia de «Podemos», una nueva fuerza política de izquierda con apenas cuatro meses de existencia, que alcanzó cerca del 8% de los votos (1.200.000) en todo el país (10,52% en Madrid), casi empardando a los reformistas de la vieja Izquierda Unida (IU). «Podemos» obtuvo 5 bancas al parlamento europeo, apenas una menos que la tradicional IU y entre las dos fuerzas rondan el 23% de los sufragios. La candidatura encabezada por Pablo Iglesias, un líder de 35 años, profesor universitario y ex conductor de un exitoso programa de TV y de gran manejo mediático, ha recogido los votos de una parte importante de activistas sociales, empleados públicos, personas de mediana edad (muchos ex – votantes del PSOE) que han protagonizado el 15M, el movimiento contra los desahucios (desalojos) y las llamadas «mareas» en contra de los recortes de servicios públicos esenciales.
Pablo Iglesias es una mezcla de enfant terrible, aunque un poco venido en años y rockstar políticamente incorrecto. Está orgulloso, sin embargo, de la excelencia de su formación académica y técnica, así como la de sus principales candidatos (varios de ellos hoy diputados). Pero también de la «formación» de sus principales «operadores políticos», entre los que se encuentran Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, intelectuales formados en el estudio y la defensa del chavismo o el evomoralismo. Monedero además fue militante durante 25 años de IU y asesor del 2000 al 2005 de Gaspar Llamazares, el ala derecha de esa formación política.
Iglesias exige el fin de la casta y un gobierno barato, no en pos de un leninista «estado de las cocineras», sino de uno en manos de la más suavizada «ciudadanía», académicamente formada y moralmente no corrupta. «No es Marx o Lenin; es democratizar la economía y poner límites a la casta corrupta», afirmaba tres días antes del batacazo electoral. (http://ecodiario.eleconomista.es 22/05/14)
El fenómeno de Pablo Iglesias y «Podemos» explotó hasta el final todo lo que puede dar la «autonomía de la política» y más aún después de la llamada «posmodernidad», es decir cuando tiende a convertirse en videopolítica absoluta. Un discurso en el que se entrecruzan Toni Negri o Ernesto Laclau, con las formas suburbanas de La Polla Records. Denunciador explosivo de la casta o el «populismo punitivo» y admirador a la vez de los gobiernos pos-neoliberales latinoamericanos. Un proyecto de «populismo blanco» que explora las fronteras del anticapitalismo, para siempre volver (cuando se trata del programa y estrategia) a encaminarse en la ruta de un reformismo radical. «Podemos» como consigna vacía, que toma la forma de significante positivo en reemplazo del negativo «que se vayan todos» argentino. Uso y abuso indiscriminado de la bandera de la lucha de generaciones, donde lo «nuevo» y lo joven se convierten causas nobles y exclusivas por excelencia.
La politización de la «no política» y un intento de partidización sui generis del apartidismo. Aprovecha el único momento en que ese tipo significantes pueden funcionar coyunturalmente como aglutinadores políticos electorales: cuando la crisis estalla y está en sus confusos primeros momentos y cuando la radicalización (y por lo tanto la polarización) política se encuentra también en sus inicios. Es la expresión casi en crudo del malestar en cierta medida impotente que genera toda crisis orgánica y total, cuando irrumpe tomando a todos desprevenidos. Con programas difusos y carencia de estrategia y la ilusión de encontrar una salida con un golpe de manos electoral, un par de votaciones plebiscitarias online y muchos «memes» viralizados en facebook. La revolución a la vuelta de un click.
Sin embargo, este proceso en el que se juega el futuro España seguirá su dinámica. O se desarrolla hacia un clásico enfrentamiento de apertura a posibles escenarios revolucionarios o se restaura el orden bajo la batuta de nuevos o viejos partidos, incluso donde pueden ser reencauzados los actuales descarriados funcionales. En cualquiera de los dos casos las construcciones mediáticas están condenadas a la crisis política y esto ya es motivo de polémica y de válida disputa en los incipientes círculos militantes que comienza a aglutinar «Podemos». La revolución o la restauración no juegan sus momentos decisivos en las redes o en la TV, sino en el cuerpo a cuerpo de las clases en lucha, y en última instancia gana el que llega mejor preparado, es decir, mejor organizado y con posiciones estratégicas en las clases fundamentales.
2001 en 2014
La crisis y la emergencia de «Podemos» nos dicen que España vive su 2001. Es más interesante pensarlo como expresión de ese malestar social que contrapesa por izquierda al fortalecimiento de las derechas en gran parte de Europa, que como proyecto político poco definido y menos como apuesta programática, donde repite viejas fórmulas extraídas de la tradición de los reformismos.
El periodista Horacio Verbitsky comparó el presente del Estado Español con la crisis argentina de fin del siglo: «España vive hoy una crisis que recuerda la que pasó la Argentina a fin de siglo y que invita a reflexionar sobre las democracias que en cada país sucedieron a las respectivas dictaduras». Y más adelante, reflexionando sobre el voto a los partidos de izquierda que rechazan los planes a austeridad afirma: «Uno de ellos es Podemos, cuyas propuestas son reminiscentes de las que han prevalecido en Sudamérica en la última década.» (Página 12, 8/6/14).
Con esta afirmación pretende emparentar a «Podemos» con el kirchnerismo, para apropiarse de la última moda política europea e intentar revitalizar el desgastado proyecto con éxitos ajenos. Darle superviviencia al relato con una solución española para los problemas kirchneristas. Pero la comparación no tiene sustento. Néstor Kirchner fue en cierta medida un outsider, pero que creció en la periferia oculta y opaca del viejo partido peronista. Fue engendrado adentro y no afuera de los grandes partidos tradicionales. Todo el aparato lo acompañó detrás de la escena en los primeros años, pero manteniendo el poder real, mientras llevaba adelante su tarea restauradora. Era parte de la casta y ayudó a su reconstrucción: Daniel Scioli y Sergio Massa son el producto de su obra.
«Podemos» puede compararse con otros movimientos que surgieron de la crisis que culminó en las jornadas del 2001. Podría Luis Zamora contarle de los éxitos más o menos fugaces y los inevitables fracasos de este tipo de construcción política, porque él de alguna manera estuvo ahí. Otro sector fue aquel representado por los movimientos sociales, como el «Movimiento 501», de aquellos que se alejaban más del 500 km. para no votar, muchos de cuyos dirigentes terminaron cooptados por La Cámpora, que a su vez fue cooptada por el PJ. Es decir se convirtieron en un avatar inofensivo dentro del poder real del peronismo. Es como sí de las entrañas del PP o el PSOE, surgiera un gobernador de provincias, que ayudado por un mazazo al salario obrero y por condiciones internacionales favorables (factores de difícil realidad hoy), renovara el discurso tradicional y lograra cierta estabilidad. Y Pablo Iglesias terminara en la disolución internista de su bloque parlamentario, por las disputas personalistas sin organicidad, anclaje social, ni estrategia (Zamora) o como pata izquierda del nuevo gobierno (autonomistas devenidos en kirchneristas).
Cuando se carece de una estrategia propia, se corre serio riesgo de caer preso de estrategias ajenas. Luego del batacazo de las europeas, esto ya se empezó a manifestar con la declaración de intenciones de posibles aliados, para llegar a ser «mayoría».
La magia de Andrés Iniesta quizá pueda cambiar el curso de la película de lo que queda del mundial para la España de Vicente del Bosque, e incluso puede dejar atrás la catástrofe del 1-5. Después de todo, en 2010 también empezó perdiendo, aunque no por tanto.
Pero no hay magia de videopolítica o mediática que exima al movimiento obrero y al movimiento popular de la necesidad de dotarse de una estrategia, una organización y un programa que le permitan cambiar el curso de su futuro y dejar atrás este presente de catástrofe mucho más grave y con mayores consecuencias que ese viernes negro del debut en el Arena Fonte Nova de Salvador de Bahía.
Fuente original: http://elviolentooficio.blogspot.com.ar/2014/06/la-catastrofe-de-espana-en-el-espejo.html