Desde que irrumpió en el escenario de la política Podemos y empecé a ver y a escuchar a Monedero, como si tuviese delante una bola de cristal y fuese yo uno de esos augures a los que los emperadores romanos consultaban, vi todo lo que iba a ocurrir… No digo nada nuevo: la edad añade […]
Desde que irrumpió en el escenario de la política Podemos y empecé a ver y a escuchar a Monedero, como si tuviese delante una bola de cristal y fuese yo uno de esos augures a los que los emperadores romanos consultaban, vi todo lo que iba a ocurrir…
No digo nada nuevo: la edad añade a la inteligencia un estimable valor suplementario que, en política, no sirve para nada. Pero lo vi. Yo no me he integrado jamás en ningún afán común que me comprometiese a lo acordado entre varios. Me ha hecho sentir auténtico pánico la sola idea de tener que responder de mis palabras, de mis ideas y de mis actos ante nada ni nadie que no fuese yo mismo o un juez. Seguro que por las mismas razones que llevaron a Groucho Marx a decir que yo no pertenecería a ningún club que me admitiese como socio. Sentirse diferente, más allá de la gratificación que supone el propio sentimiento, tiene el precio de verse uno obligado a huir de lo gregario… Por esto, y por otras cosas, comprendí enseguida perfectamente a Monedero cuando empecé a escucharle. No era, no es, hombre de ataduras que se preste a ser aprobado o reprobado por necios. Y en política, y más aún en la española donde la democracia, si no es un simulacro, es aún balbuceante o está en la fase anal, los partidos políticos, a los efectos que quiero destacar aquí, son como una ratonera. Y la prensa y los periodistas no están mucho más lejos en materia de libertad, pues no hay pruebas en contrario de que los dueños de los medios con su ideología a cuestas no sean determinantes, no impongan en las veladas a sus amigos y correligionarios o no corten por lo sano cuando lo consideren oportuno. Y ello, por más que los periodistas hagan frecuente protesta de independencia profesional.
Por otra parte, si los periodistas oficialistas no son independientes, si la justicia no es independiente y si los miembros de los partidos organizados en listas cerradas se deben al «aparato», ¿qué pinta un librepensador en cualquiera de las tres esferas? Y Monedero no sólo es un librepensador. Monedero es revolucionario, sin que el término deba ser asociado necesariamente a violencia. Precisamente, uno de los mayores revolucionarios de la historia, Mao Ze Dong, decía que la principal virtud del revolucionario es la paciencia. Pero cuando un país como España, sumido en la mayor de las podredumbres imaginables del sistema capitalista, quiere y debe tomar otro rumbo, los sinapismos y los placebos no sirven. Los cambios, para muchos, incluido yo y por supuesto Monedero, han de ser profundos. Y quienes los abanderen no pueden hacer concesiones a la nomenclatura, el estilo y formas de lo «tradicional». La tradición, en la España política, tiene las patas muy cortas, y lo políticamente correcto no es más que otro freno potente que contribuye a impedir que se abran las compuertas que den entrada a la verdadera democracia capitalista.
Y aún hay más razones para que Monedero deje el aparato del partido. Los principales enemigos de un proyecto común, de un programa político, de una religión o de un sistema completo están dentro de las estructuras que configuran el proyecto, el partido, la religión o el sistema. Lo son los renegados de una religión, los tránsfugas del partido, como los capitalistas son los principales enemigos del capitalismo. Y Monedero por fin lo ha comprendido así, independientemente de que conserve la mejor amistad con el líder de Podemos.
Monedero será infinitamente más útil a la causa de Podemos y de todos los que les seguimos conservando intacta su independencia personal e ideológica que viéndose obligado a pelear a todas horas con políticos filisteos y con periodistas bellacos situados estratégicamente en toda clase de tribunas…
Jaime Richart es Antropólogo y jurista
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.