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Entrevista con Mike Davis

La ciudad imperial y la ciudad miserable (II)

Fuentes: Sin Permiso

Mike Davis, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, acaba de publicar en la Editorial Verso de Londres su esperado libro sobre las ciudades miseria en la economía remundializada de la globalización neoliberal [Planet of Slums]. Con tal motivo, Tom Engelhardt le hizo una entrevista en dos partes, que reproducimos a continuación. Acaba de traducirse al castellano su también reciente libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, Viejo Topo, Barcelona, 2006).SP

TE.- Tengo la impresión de que, en Bagdad, Bush está tratando de crear una extraña versión del mundo urbano que describes en Planeta de las ciudades miseria. Allí podemos ver una zona franca imperial rodeada de vallas en el centro de la ciudad con su correspondiente Starbucks y, fuera de allí, el resto de la capital en vías de desintegración y la enorme barriada pobre de Sadr City. El único intercambio que hay entre ambas zonas son los helicópteros armados con misiles en una dirección y los coches bomba en la dirección contraria.

MD.- Exactamente. Bagdad se ha convertido en el paradigma de la quiebra del espacio público, e incluso de la desaparición del espacio en el que conviven los extremos. Los barrios en los que convivían integrados suníes y chiítas han sido rápidamente desbaratados, no sólo por la acción estadounidense actual, sino también por el terror sectario.

Sadr City, en su momento llamada Ciudad de Saddam, situada en el cuadrante oriental de Bagdad, ha crecido hasta alcanzar proporciones grotescas (dos millones de personas pobres, mayoritariamente chiítas). Y sigue creciendo, como lo hacen también las barriadas pobres de los suníes, en esta ocasión sin que Saddam tenga nada que ver, sino por la desastrosa gestión estadounidense de la agricultura iraquí, en la que no se ha invertido dinero alguno de los programas de reconstrucción. Granjas enormes se han convertido en desiertos, mientras que todos los esfuerzos se han concentrado, sin demasiado éxito, en la reconstrucción del sector petrolífero. Debería ser esencial preservar cierto equilibrio entre el campo y la ciudad, pero las políticas de los norteamericanos no han hecho más que acelerar el abandono de las tierras.

Naturalmente, las zonas francas constituyen comunidades protegidas, la ciudadela dentro de la gran fortaleza. Este es un fenómeno emergente en todo el mundo. En mi libro contrapongo este hecho al del crecimiento de las barriadas pobres periféricas. Puede observarse una clase media preocupada por conservar su cultura tradicional en la zona central de la ciudad y configurar un mundo en el que se desarrolle una forma de vida supuestamente californiana. Algunas de esas áreas disponen de tantos dispositivos de seguridad, que se han convertido en verdaderas fortalezas. Otras son suburbios de un estilo más típicamente americano, pero todas se organizan con la mira puesta en unos Estados Unidos de ensueño, y muy particularmente basadas en la fantasía de una California universalmente difundida por televisión.

De modo que los nuevos ricos de Pequín pueden desplazarse del trabajo a su casa por autopista hasta llegar a áreas protegidas que tienen nombres como Orange County y Beverly Hills (también hay un Beverly Hills en El Cairo, así como un barrio entero diseñado según la estética de Walt Disney). En Yakarta ocurre lo mismo: zonas en las que la gente vive en unos Estados Unidos imaginarios. Proliferan como síntoma del desarraigo de la nueva clase media urbana en todo el mundo. En el mismo proceso se observa la obsesión creciente por poseer cosas que pueden verse por televisión. De modo que te encuentras con arquitectos del Orange County real diseñando un «Orange County» en las afueras de Pequín. Existe un mimetismo tremendo con todas las cosas que la clase media ve por televisión o en las películas.

TE.- Para referirnos a otro proyecto urbano de Bush, algo parecido está ocurriendo en Nueva Orleáns, ¿no te parece?

MD.- Sin duda. Lamentablemente, la mayor parte de la clase alta blanca de Nueva Orleáns preferiría vivir en una versión de parque temático del Nueva Orleáns histórico, antes que hacer frente a la tarea real de reconstruir la ciudad o de convivir con la mayoría afroamericana. Las expectativas de la gente de vivir de una forma auténtica hace ya mucho que han perdido la referencia de la realidad. En Ecología del miedo mostré cómo los Estudios Universal habían reunido todos los símbolos de Los Ángeles, habían realizado copias en miniatura de los mismos y los habían colocado en un lugar protegido llamado City Walk. De modo que cuando vas a la ciudad, visitas esa réplica (un equivalente de Las Vegas), en vez de acudir a la ciudad de verdad. Visitas el parque temático de la ciudad, que básicamente es un supermercado. Si vas al casino, ya has vivido la experiencia completa. Mientras tanto, los pobres tienen cada vez más vedado el acceso a la cultura y al espacio público de la ciudad, en tanto que los ricos voluntariamente abdican de ambos para convertir la arena de la ciudad en un espacio universal genérico que tiene rasgos idénticos en todos los países. La base común simplemente desaparece.

Pero aún existen diferencias enormes entre culturas y continentes. En América Latina lo más terrible es el grado de polarización política que se alcanza, la ferocidad con la que la clase media se resiste a las demandas de los pobres. Chávez ha tenido que importar médicos cubanos porque sólo un puñado de galenos venezolanos estaban dispuestos a trabajar en los barrios pobres. Oriente Medio es muy distinto. En El Cairo, por ejemplo, en donde el Estado ha dejado de prestar servicios, o es demasiado corrupto como para prestar incluso los más esenciales, las necesidades son atendidas por profesionales islamistas. La Hermandad Musulmana ha substituido a los colegios de médicos y de ingenieros. A diferencia de la clase media de América Latina, que sólo se moviliza para preservar sus privilegios, se organizan para proporcionar servicios a los pobres, constituyendo una sociedad civil paralela. En parte está la obligación coránica de pagar un diezmo, pero significa algo que tiene importantes efectos sobre la vida de la ciudad.

TE.- Me gustaría dar un breve rodeo. El libro anterior a Planeta de ciudades miseria fue El Monstruo llama a nuestra puerta [trad, castellana M.J.Bertomeu, Ed. Viejo Topo, Barcelona, 2006], sobre la gripe aviar, y creo que, por lo que hemos hablado, está muy conectado con Planeta de ciudades miseria, porque también habla de un proceso de empobrecimiento y degradación planetario, el de la agricultura.

MD.- Estamos asistiendo a la recreación de un mundo dickensiano de la pobreza de la era victoriana, pero a una escala que habría asombrado a los propios victorianos. De modo que, naturalmente, te preguntas si no estará regresando la preocupación que asaltaba a las clases medias victorianas por las enfermedades de los pobres. Su primera reacción ante una epidemia era irse a Hampstead, abandonar la ciudad, tratar de alejarse lo más posible de los pobres. Sólo cuando estaba claro que el cólera había cruzado los umbrales de las barriadas pobres y había llegado a alguna de las áreas habitadas por la clase media, se empezaba a realizar alguna acción sanitaria y se disponía algún tipo de infraestructura de salud pública. La fantasía actual, como en el siglo XIX, es que de algún modo podremos separarnos de los pobres, podremos erigir vallas a nuestro alrededor, o escapar hacia algún lugar donde no haya pobres. Creo que son pocos los que se dan cuenta de las inmensas, literalmente explosivas concentraciones existentes, que pueden propiciar la difusión de enfermedades.

Hace más de veinte años, científicos muy destacados en el campo de las enfermedades infecciosas advirtieron en una serie de trabajos sobre los peligros de reaparición de determinadas enfermedades. La globalización, sugerían, estaba causando una inestabilidad ambiental y un cambio ecológico a escala planetaria, amenazando así el equilibrio entre los humanos y sus microbios de un modo que podía dar origen a nuevas plagas. Al mismo tiempo, alertaban del fracaso en crear sistemas de rastreo de enfermedades e infraestructuras sanitarias de una dimensión acorde con las medidas de la globalización.

En mi libro revisé la relación existente entre las barriadas pobres, ubicuas en todo el planeta y siempre asociadas con desastres sanitarios, y las condiciones clásicas que favorecen la difusión de una enfermedad entre las poblaciones humanas. Por otro lado, me centré en cómo la transformación de los medios de vida estaba propiciando la aparición de nuevas condiciones para el surgimiento de enfermedades entre los animales y la subsiguiente transmisión de éstas a los humanos.

La gripe es un paradigma muy importante de la enfermedad infecciosa. Su reserva primigenia se encuentra en el singular sistema productivo de la agricultura de la China meridional, en la que se produce una íntima relación ecológica entre pájaros salvajes, pájaros domésticos, cerdos y humanos. En el caso de la gripe aviar, en el mundo actual se han creado las condiciones óptimas para su difusión; además, el crecimiento de las conurbaciones pobres ha provocado un aumento de la demanda de proteínas en las dietas de la gente, y esta demanda no puede ser satisfecha por los medios de producción tradicionales de proteínas; esto se resuelve por la vía de la producción industrial de alimentos.

Todo eso significa una urbanización de la producción de los medios de subsistencia elementales. En vez de tener 15 o 20 gallinas en algún patio y un par de cerdos en la granja, de lo que estamos hablando en lugares como los alrededores de Bangkok es de un auténtico cinturón de habitáculos aviares, algo parecido a lo que podríamos encontrar en Arkansas o en la zona noroeste de Georgia (millones de gallinas hacinadas en granjas de producción). Una densidad de aves como ésta jamás ha existido en la naturaleza y, según los epidemiólogos con los que hablé, es muy probable que esto favorezca la evolución acelerada de las enfermedades, pudiendo alcanzar una virulencia extrema.

Al mismo tiempo, los humedales de todo el mundo se han degradado y las aguas se han desviado hacia otros lados, muchas veces para uso de la agricultura de riego, provocando así un desplazamiento de aves migratorias salvajes hacia los campos, arrozales y granjas. Toda esta revolución en los sistemas productivos de los alimentos básicos, particularmente la demanda creciente de carne de pollo -actualmente la segunda fuente de proteínas del planeta-, el crecimiento de las barriadas pobres, la degradación de los humedales, todo ha ocurrido a una gran velocidad entre los últimos diez o quince años; y de todas estas cosas estábamos advertidos por una generación entera de expertos en enfermedades infecciosas. Se trata de un desorden ecológico muy radical que ha cambiado la ecología de la gripe y las condiciones bajo las cuales las enfermedades animales pueden ser transmitidas a los humanos. También ha ocurrido en un momento en que la sanidad pública en gran parte del Tercer Mundo urbano se ha degradado. Una de las consecuencias del ajuste estructural de la década de 1980 fue que forzó a médicos, enfermeras y empleados del sistema público a emigrar, abandonando Kenia o Filipinas, pongamos por caso, para recalar en Gran Bretaña o Italia.

Se trata de una fórmula infalible para lograr el desastre ecológico, y la gripe aviar es la segunda pandemia de la globalización. Hoy parece bastante claro que el VIH del SIDA surgió, al menos en parte, del comercio de carne de caza, puesto que los africanos occidentales se vieron forzados a regresar a la carne silvestre cuando las fábricas europeas empezaron a envasar al vacío las capturas de pescado del Golfo de Guinea, la principal fuente tradicional de proteínas de las dietas urbanas. También existe la hipótesis, corroborada por un buen número de evidencias circunstanciales, de que el VIH probablemente alcanzó su masa crítica en Kinshasa (Congo), una gran ciudad que es el ejemplo actual más palmario de lo que acaba ocurriendo cuando el Estado se hunde o se retira de la prestación de servicios públicos.

De modo que aparecen el VIH, la gripe aviar, la SARS (otra enfermedad surgida del comercio de carne de caza, en esta ocasión en ciudades del sur de China, que se difundió por el mundo a una velocidad terrorífica). Éste es el futuro de las enfermedades…

TE.- …y de la proliferación de barriadas pobres y degradadas.

MD.- Si, enfermedad en un mundo de ciudades miseria. Dada la combinación existente de barriadas pobres globales y cambios a gran escala en la ecología de los humanos y de los animales, algo como la extensión de la gripe aviar a toda la humanidad es casi inevitable. Sin embargo, más preocupante aún que la mera amenaza de la gripe aviar es la reacción contra la misma: una provisión inmediata de vacunas y antivirales, una atención exclusiva a la protección de la salud de las poblaciones en un puñado de países ricos, los cuales además monopolizan la producción de esa clase de fármacos. En otras palabras, el abandono consciente de los pobres. Si la gripe aviar no llega este año, sino dentro de cinco, habrá una diferencia en el nivel de protección en los Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña. Los pobres, en cambio, estarán donde están, particularmente en el caso de los africanos, que tienen el riesgo añadido del holocausto que está produciendo el VIH, facilitando que la población sea más propensa a contraer nuevas infecciones.

TE.- De modo que éste es uno de los posibles metabolismos entre la ciudad imperial y la ciudad de barriadas pobres. El otro posible metabolismo tiene que ver con la violencia, con nuestras guerras contra el terror, contra las drogas, y contra lo que fuere. Con eso quiero referirme a que si primero se piensa en Vietnam y luego se observa qué ha ocurrido en Irak, uno cae en la cuenta de que hoy la jungla de la guerra moderna está en las barriadas pobres.

MD.- Sin pretender minimizar las contradicciones sociales explosivas que aún subyacen en las zonas rurales, está claro que la futura guerrilla, la insurrección contra el sistema mundial, se ha desplazado a la ciudad. Nadie ha entendido esto con mayor claridad que el Pentágono, y nadie ha lidiado con la misma intensidad con las consecuencias empíricas de esta situación. Sus estrategas están a años luz en la comprensión del fenómeno del mundo de las barriadas pobres con respecto a los geopolitólogos y responsables internacionales con una visión tradicional…

TE.- …y también sobre el calentamiento global.

MD.- Sí, puesto que se dan cuenta de la inestabilidad potencial que creará, y acaso también están valorando los cambios ventajosos que puede producir en los equilibrios de poder internacionales.

Lo que han demostrado los Estados Unidos en los últimos años es una extraordinaria capacidad para noquear la organización jerárquica de la ciudad moderna, atacar sus infraestructuras básicas y sus puntos de interconexión, borrar las emisoras de televisión y bloquear los puentes y las vías de suministro energético. Las bombas inteligentes pueden hacerlo, pero simultáneamente el Pentágono ha descubierto que esto no es aplicable a la periferia de barriadas pobres, a las zonas laberínticas, casi desconocidas, sobre las que no existen mapas, en las que no hay jerarquías definidas, que carecen de infraestructuras centralizadas y de edificios altos. Existe una clase muy singular de literatura militar tratando de adivinar qué es lo que el Pentágono ve como la tierra incógnita de este siglo, que hoy en día está representada por las barriadas pobres de Karachi, Puerto Príncipe y Bagdad. Todo esto remite a la experiencia de Mogadiscio (en 1993), que supuso un gran conmoción para los Estados Unidos y mostró que los métodos de guerra urbana tradicionales no funcionaban en las barriadas degradadas.

TE.- Aunque casi nadie lo mencione, en las calles de Mogadiscio, además de algunos soldados estadounidenses, también perecieron un número indeterminado pero elevado, como mínimo unos cuantos centenares, de somalíes.

MD.- Podemos cometer carnicerías a gran escala, asesinando con relativa facilidad a centenares de personas. Lo que no sabemos hacer es cortar con precisión quirúrgica los nudos de interconexión básicos, puesto que éstos apenas existen. Porque ni estamos lidiando con un sistema que tiene un espacio jerarquizado, ni generalmente tratamos tampoco con organizaciones con estructuras jerárquicas. No estoy muy seguro de que el Consejo de Seguridad Nacional lo comprenda, pero para muchos estrategas militares es una obviedad. Si se leen los análisis del Army War College, por ejemplo, se descubre una geopolítica muy distinta de la que ha desarrollado el gobierno de Bush. Los encargados de planificar las guerras no hacen hincapié en ejes del mal o en supuestas conspiraciones, sino que ponen el énfasis en la realidad del terreno: esto es, en la expansión descontrolada de las barriadas pobres periféricas y en las oportunidades que éstas proporcionan a una miríada de opositores -barones de la droga, al-Qaeda, organizaciones revolucionarias, grupos religiosos- para conseguir hacerse fuertes en esos feudos. Utilizan tecnología GIS (Geographic Information System) y satélites para completar la información que les falta, puesto que normalmente el Estado sabe muy poco sobre sus propias barriadas pobres periféricas.

El asunto del metabolismo de la violencia entre la ciudad de barriadas pobres y la ciudad imperial está conectado con una cuestión más profunda, la cuestión de la capacidad de acción humana. ¿De qué modo esta inmensa minoría de la humanidad que ahora vive en las ciudades, pero que está desterrada de la economía formal del mundo, podrá encontrar su futuro? ¿Qué capacidad tiene para actuar en sentido histórico? La clase obrera tradicional -como dejó bien claro Marx en el Manifiesto Comunista– era una clase revolucionaria por dos razones: porque no participaba en el orden existente, pero también porque estaba centralizada por el proceso moderno de producción industrial. Tenía un enorme poder social potencial para convocar huelgas, para simplemente detener la producción, para tomar las fábricas.

Bien, pues ahora tenemos una clase trabajadora informal que no ocupa ningún lugar estratégico en el sistema productivo, en la economía, que sin embargo ha descubierto un nuevo poder social, el poder de trastornar la ciudad, de realizar actos significativos en la ciudad, que van desde la no-violencia creativa de las gentes de El Alto -la enorme barriada gemela de La Paz, en Bolivia, donde los residentes regularmente levantan barricadas en la carretera que va al aeropuerto, o cortan las vías de transporte para hacer oír sus demandas-, hasta la utilización, que se ha universalizado, de los coches bomba por parte de nacionalistas y grupos sectarios, a fin de golpear barrios de clase media, distritos financieros e incluso zonas francas protegidas. Pienso que hay diversos experimentos por doquier, ensayos de búsqueda de la forma más eficaz de utilizar el poder de subvertir la ciudad.

TE.- Te contaré cuál sospecho que es el mayor poder subveriso actual: el poder de poner en jaque los flujos de energía. La gente pobre es capaz de realizar acciones muy eficaces con muy poca tecnología a lo largo de miles de kilómetros de tuberías de petróleo y gas en todo el planeta que carecen de la más mínima protección.

MD.- Ya se pueden ver elementos de una campaña incipiente. Sólo en el último mes se ha producido un atentado con coche bomba en la refinería de petróleo más importante de Arabia Saudita y ha estallado el primer coche bomba en el delta del Níger, en Nigeria. Nadie salió herido, pero hizo subir los precios del petróleo.

TE.- Terminas Planeta de ciudades miseria con esta observación: «Si el imperio puede utilizar tecnologías orwellianas de represión, sus marginados tienen a los dioses del caos de su parte».

MD.- El caos no siempre entraña una fuerza maligna. El peor escenario imaginable siempre es aquél en que la gente es silenciada. Su destierro se hace permanente. Se está produciendo una selección implícita de la humanidad. Se designa a las personas que deben morir y se olvida el asunto del mismo modo que olvidamos el holocausto del SIDA o que acabamos siendo inmunes a las llamadas de socorro de las hambrunas.

Hay que despertar al resto del mundo, y los pobres de las ciudades miseria y las barriadas degradadas están experimentando con un amplio abanico de ideologías, plataformas y modos de utilización del desorden: desde ataques casi apocalípticos contra la propia modernidad hasta atentados de vanguardia para inventar nuevas modernidades, nuevas clases de movimientos sociales. Pero uno de los problemas fundamentales estriba en que, cuando se tiene a tanta gente luchando por puestos de trabajo y espacio, la forma obvia de regularlos es mediante el surgimiento de padrinos, jefes tribales, líderes étnicos, que operan sobre principios de exclusión étnica, religiosa o racial. Eso tiende a crear guerras autoperpetuantes, casi eternas, entre los propios pobres. De modo que en la misma ciudad pobre puede hallarse una multiplicidad de tendencias contradictorias (gentes adorando al Fantasma Sagrado, o uniéndose en bandas callejeras, o formando parte de organizaciones sociales radicales, o convirtiéndose en clientes de políticos sectarios o populistas).

TE.- Sólo una observación final. A menudo se te califica de apocalíptico, de profeta de la desesperanza, de catastrofista, pero casi siempre escribes sobre la contribución que hacen los humanos a la catástrofe, sobre cómo rechazamos afrontar las realidades de nuestro mundo. De modo que, en mi opinión, tu trabajo siempre tiene un elemento provechoso, siempre hay algo de esperanzador en él. Al fin y al cabo, si los humanos tienen parte de responsabilidad en lo que ocurre, es obvio que algo podemos hacer para evitar que eso ocurra o para abordarlo de una forma distinta.

MD.- Bueno, mi obligación es tratar de ser lo más claro y honrado posible sobre qué creo, sobre las ideas que me han animado a realizar la investigación y que me han llevado a observar la realidad, siempre con la restricción de mi limitada experiencia vital. No me siento en absoluto obligado a edulcorar nada de lo que digo con pegotes de supuesto optimismo. En una ocasión alguien acusó a Ecología del miedo poco menos que de regocijarse en el Apocalipsis, lo que me llevó a pensar que o bien el libro estaba mal escrito, o bien estaba mal leído. Entre otras cosas que contradicen esa acusación, hay un capítulo sobre la literatura del Apocalipsis en Los Ángeles en el que dejé muy claro que el regocijo en el Apocalipsis normalmente tiende a ser una modalidad de voyeurismo racista.

Pero finalmente es importante recordar el verdadero significado del Apocalipsis en las religiones de la tradición abrahámica, el cual, al fin y al cabo, y al final de la historia, no es otra cosa que la revelación del texto real de la historia, de la narración real, no la escrita por las clases dominantes, por los escribas del poder. Es la historia escrita desde abajo. Por eso siempre he sentido mucho interés por las religiones de los oprimidos; por eso he prestado una gran atención a fenómenos como el Pentecostalismo, que algunos han considerado una atención poco crítica.

TE.- ¿Dirías, pues, que nuestro futuro colectivo parece abocado al desastre?

MD.- La ciudad es el arca en la que podríamos sobrevivir a la debacle medioambiental del próximo siglo. Las ciudades genuinamente urbanas son la forma medioambientalmente más eficiente que poseemos de existir en la naturaleza, puesto que pueden substituir el lujo público por el consumo privado o familiar. Pueden cuadrar el círculo entre la sostenibilidad medioambiental y un nivel de vida decente. Sin embargo, por muy grande que sea tu biblioteca o tu piscina, nunca llegará a tener las dimensiones de la Biblioteca Pública de Nueva York o las de una gran piscina pública. Ninguna mansión, ningún San Simeón, serán nunca equivalentes a Central Park o Broadway.

Sin embargo, uno de los mayores problemas radica en que estamos construyendo ciudades que no tienen cualidades genuinamente urbanas. En particular, las ciudades pobres consumen las áreas naturales y las cuencas hídricas imprescindibles para el funcionamiento de las ciudades como sistemas medioambientales, para su sostenibilidad ecológica, y las consumen tanto por la especulación privada destructiva como simplemente porque la pobreza tiende a ocupar cualquier espacio. En todo el mundo, la pobreza y el desarrollo de la especulación privada urbanizan las cuencas hídricas y los espacios verdes que las ciudades necesitan para tener un funcionamiento ecológico y ser verdaderamente urbanas. Como resultado, las ciudades pobres cada vez son más vulnerables ante los desastres, las pandemias y la catastrófica escasez de recursos, especialmente de agua.

En sentido contrario, la mejor forma de afrontar el cambio medioambiental global es reinvirtiendo -masivamente- recursos en las infraestructuras sociales y físicas de nuestras ciudades, para así poder también reemplear a decenas de millones de jóvenes pobres. No debería caer en saco roto que Jane Jacobs -que tan claramente vio que la riqueza de las naciones se crea en las ciudades, y no en las naciones- haya dedicado su último y deslumbrante libro al espectro de la época oscura que está por llegar.

Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Traducción para www.sinpermiso.info: Jordi Mundó