En una civilización afectada y transformada por una serie de circunstancias históricas que incluye el incremento incesante de la brecha clasista a raíz de la imposición de la globalización neoliberal capitalista, el enfrentamiento bélico, diplomático y comercial entre las principales potencias desarrolladas por la hegemonía planetaria, los fatídicos desastres naturales originados por la crisis ecológica alrededor del planeta y, los efectos psicológicos causados por el consumismo (inducido por la industria publicitaria a través de las denominadas redes sociales, gracias al uso masivo de internet), las migraciones desde las naciones del Sur subdesarrollado hacia las naciones del Norte desarrollado, el terrorismo (tanto de Estado como de grupos radicalizados) o las tensas interrelaciones culturales en las cuales busca prevalecer la supremacía del pensamiento eurocentrista (ahora yanquizado); sumado a lo que Frei Betto ha atinado en llamar “globocolonización”, se impone – quizá más que antes – el tema de la liberación nacional como alternativa real para superar todos los escollos que tales circunstancias históricas representan para la paz, la igualdad y la emancipación de los seres humanos. Todo ello en el marco de una convivencia en la diversidad mediante la cual éstos puedan reflejarse verdaderamente en su dimensión humana sin que se imponga una uniformidad cultural, social e ideológica que rompa con su derecho a la particularidad étnico-cultural, religiosa o social.
La comunidad en la diversidad sería la mejor manera de confrontar y de trascender las circunstancias históricas arriba señaladas. La misma implica el desarrollo de un proceso continuo de desaprendizajes y aprendizajes colectivos que permitan afianzar consideraciones de empatía y esperanza que sean los soportes vitales de un nuevo modelo civilizatorio y de una conciencia revolucionaria de los sectores sociales organizados; lo que requerirá poner en práctica todo un proceso de desalienación en oposición al individualismo político occidental moderno, así como a la matriz de poder o la matriz de la modernidad colonial que ha subyugado a los pueblos del mundo, donde la idea de ciudadano está normalmente por debajo de la idea de consumidor, en beneficio del afán de lucro de aquellos que controlan el sistema.
La comunidad en la diversidad no significa preservar espacios folklóricos. Todos los ámbitos vitales se entrecruzan en esta propuesta, haciendo obsoleta toda posibilidad de simple reforma del orden vigente, en lo que será una revolución radical, apuntando a la extinción consciente del modelo de civilización liberal y del capitalismo como su sistema económico. Su puesta en práctica conduce, necesariamente, a plantearse – en términos amplios – la liberación nacional, aún cuando se tenga la noción de ser soberanos, cosa que no solamente se aplica en el orden político institucional sino que se extiende a nuestra idiosincrasia como nación y pueblo, resarciendo los errores y las múltiples deficiencias que se arrastran desde el periodo del colonialismo hispano. Implica retomar y valorizar los aspectos de socialidad que se han mantenido vivos en el pueblo, dándoles el carácter de proyecto nacional. Esto obliga a quien habla de cambios revolucionarios a cuestionar sus propios asertos y a comprometer su accionar en función de lograr que sean los mismos movimientos sociales los que asuman la toma de decisiones de una forma ecológica, ya que implica la preservación de la naturaleza que es decir la vida en todos sus niveles; armonizando los intereses de todos y no únicamente de una minoría privilegiada.
El colapso del sistema-mundo, regido fundamentalmente por el imperialismo gringo, arrastrando a la humanidad a una extinción que ya nadie pone en duda, hace necesario el surgimiento de propuestas revolucionarias totalmente diferentes al mismo. Estas pueden nutrirse de los diferentes cuestionamientos a que es sometido dicho sistema, de manera constante, por los sectores populares que son las principales víctimas de su dominación, exclusión y explotación; lo que hará más factible su concreción, al no ser cosa ajena a la realidad que éstos viven. La comunidad en la diversidad y la liberación nacional están imbricados en un proceso de construcción que podría calificarse de circular, ya que uno conduce al otro y viceversa, sin que se permita un estancamiento o una institucionalización esterilizante que deje todo a medias; invocándose razones que nada tienen que ver con sus propósitos esenciales.
Homar Garcés / Maestro Ambulante
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