¿Marx inmoralista? Una afirmación que pareciera navegar a contracorriente y, por tal, apreciarse como una afirmación errónea, extemporánea e injusta. Sin embargo, pese a los prejuicios que esta afirmación pudiera suscitar, creo que el tema planteado a modo de interrogación hay que abordarlo hurgando, sin más ni más, en el fondo de los escritos de […]
¿Marx inmoralista? Una afirmación que pareciera navegar a contracorriente y, por tal, apreciarse como una afirmación errónea, extemporánea e injusta. Sin embargo, pese a los prejuicios que esta afirmación pudiera suscitar, creo que el tema planteado a modo de interrogación hay que abordarlo hurgando, sin más ni más, en el fondo de los escritos de Marx, antes que siguiendo la línea de aquella imagen que ha logrado permear el imaginario social desde hace ya varias décadas.
Sabemos que el marxismo dogmático, o de manual, o mejor aún, la sovietización del marxismo, logró internalizarse en gran parte del mundo intelectual marxista logrando hacer carne varias imágenes que contrarían a lo esencial que está en su corpus. Es en este cuadro que ha logrado penetrar la idea de la existencia de una supuesta «moral marxista». Esta idea pudiera parecer comprensible respondiendo a la lógica de que si el marxismo persigue una mayor justicia social, superando el sistema capitalista, mediante la construcción de un nuevo orden socialista, se supone que tal nuevo orden, necesariamente tendría que corresponder a una nueva moral que lograra desplazar a la moral capitalista.
Sin embargo, encontramos también aquella otra concepción, de un número importante de estudiosos del marxismo, que expresan a menudo una actitud despectiva hacia la moralidad que, según dicen, no es más que una forma de ilusión, una falsa conciencia o ideología.
En este ir y venir de ideas contrapuestas nos topamos con algunos escritos en donde se podría deducir que los teóricos fundacionalistas del marxismo estarían avalando la tesis de la existencia de una moral marxista. Así, por ejemplo, se podría deducir aquello tomando un pasaje del Anti-Dühring en que Engels contrasta las moralidades ideológicas de la sociedad de clases con una «moralidad humana real del futuro». Este pasaje pareciera chocar con aquellos que señalan un inmoralismo en las ideas de Marx, y en el mismo Engels, atendiendo otros pasajes de sus respectivos pensamientos y obra.
En efecto, porque el susodicho pasaje de Engels en el Anti During, choca radicalmente con el pasaje escrito en el «Manifiesto Comunista» en aquella parte que dice que la revolución comunista «abolirá toda moralidad en vez de fundarla de nuevo». Está idea que está explícita en el Manifiesto Comunista no ha sido del todo bien aprehendida atendiendo al prurito aquel de que si el marxismo condena el capitalismo por explotar a la clase trabajadora y condenar a la mayoría de la gente a llevar una vida alienada e insatisfecha. ¿Qué poderosas razones podrían haber para esperar abandonar todo llamado a la moralidad?
Pero quizás, después de todo, el conflicto no esté en lo contradictorio de una frase citada en un documento comparada con otra citada en otro, pues pasajes más, o pasajes menos, lo que interesa realmente dejar en claro es en que punto está realmente el conflicto y lo profundo que éste es, En efecto, porque planteado así el problema no hace más que reducirlo y esquematizarlo dentro de estrechos límites teóricos que agotan toda posibilidad dialéctica de seguir un decurso de mayores posibilidades reflexivas.
Resultaría lato enumerar una larga lista de ejemplos que dejaran al descubierto los distintos sentidos y comprensiones del problema relativo al tema, sin embargo, para facilitar el análisis me permitiré sintetizar las distintas variables que pudieran existir en dos grandes posiciones que se muestran contrapuestas. Por un lado, están los teóricos burgueses que sostienen que la doctrina marxista por ser esencialmente materialista, descuida el espíritu del hombre y, por tal, carece en sus elementos fundacionalistas de una «moral». En cambio, un gran número de intérpretes de Marx se han afanado por demostrar que sus escritos si contienen una moral, a la que no han dudado llamar «moral marxista». Puestos estos dos puntos de vista en contraste, en mi opinión, y al contrario de lo que pudiera pensarse, el primer argumento tiene más razón que el segundo, claro está, no porque Marx se haya despreocupado del espíritu del hombre, como pretenden los ideólogos burgueses, o porque adhiera a una filosofía materialista, sino mas bien todo ello dentro de un complejo de explicaciones teóricas que por necesidades obvias al tema necesitan ser más explicitadas.
Para la comprensión inicial del fenómeno tenemos que tener a la vista que, en su sentido más general, la moralidad piensa que sus principios son imparciales y de validez universal y que el seguirlos dará a nuestras acciones una justificación que va más allá de los intereses en conflicto de individuos y grupos particulares. La concepción marxiana, en tanto, sobre este punto señala que esto no es tan así en tanto exista una sociedad de clases, y que el engaño ideológico fundamental de la moralidad es la forma en que hace pasar intereses particulares de clase como intereses universales.
Sobre este punto, Marx y Engels piensan que solo una vez abolida la sociedad de clases será posible que los individuos se relacionen entre sí simplemente como seres humanos, cuyos intereses pueden divergir en los márgenes pero se identifican esencialmente por su participación común en un orden social plenamente humano. Por ello, es la sociedad sin clases la que en realidad consumará lo que la moralidad pretende hacer engañosamente. Y sobre esta base puede ser comprensible que Engels hable de la «moralidad humana real» de la sociedad del futuro, aun cuando esto suponga una contraposición de la noción marxiana más característica de la moralidad, esencialmente como la pretensión falsa de universalidad propia de las ideologías de clase.
Por lo demás no hay que pasar por alto que Engels considera esta «moralidad humana real» como algo futuro y no algo que esté ahora a nuestro alcance, pues seguimos prisioneros de la sociedad de clases y de sus conflictos inevitables. Está claro además que Engels niega enfáticamente que existan «verdades eternas» sobre moralidad. Piensa sinceramente que los principios de una «moralidad humana real» -perteneciendo como pertenecen a un orden social futuro- son tan incognoscibles para nosotros como las verdades científicas postuladas para una teoría de una sociedad futura que la praxis aún tiene que probar.
Así, teniendo en cuenta lo contradictorio de los puntos de vista que se han sostenido sobre el tema, esto quiere decir que el papel desempeñado por las concepciones morales en el pensamiento de Marx nunca ha estado plenamente claro ni siquiera entre los propios marxistas. Las consecuencias de esta falta de consenso constituyen por sí solas un viejo debate dentro de la teoría marxista, a lo menos, en lo que corresponde a este específico punto. Con todo, históricamente la tendencia se ha movido más por el lado de concluir la existencia de una «moral marxista», idea que se ha hecho carne, incluso, en no pocos reputados pensadores e investigadores del marxismo.
Ahora bien, resulta evidente que Marx ha tomado de Hegel la idea de que la moralidad abstracta (kantiana) es impotente, y que los motivos que son históricamente efectivos siempre armonizan los intereses individuales con los de un orden social, movimiento o causa más amplio. Sin embargo, a pesar de esta crítica igual Hegel critica la «moralidad» sólo en sentido estrecho, intentando salvarla en su sentido más amplio. Ello porque Hegel al situar la armonía de los intereses individuales y de la acción social en la «vida ética», sigue tirándole un salvavidas a la moral, pues la armonía de los intereses individuales y de la acción social en la «vida ética» sigue siendo algo distintivamente moral por el hecho de que su apelación final a nosotros es supuestamente la apelación de la razón imparcial. Pero como quiera que sea el sistema de la vida ética igual resulta ser un sistema de derechos, deberes y justicia que realiza el bien universal, incluyendo en su movimiento, en sentido más limitado, a la moral como uno de sus momentos.
Por otra parte, tenemos tambíén que en el joven Marx arraiga temprano la lección hegeliana de que la falsedad acecha siempre que nos empeñamos en separar los hechos de los valores, al igual que ocurre si insistimos en deslindar al mundo de nuestro pensar acerca de él. Y si bien la tesis de la indistinción entre hechos y valores formaba parte de la metafísica hegeliana, el caso es que Marx supo traducirla en un sentido más amplio para los objetos de sus observaciones sociológicas, señalando a este respecto que todo contenido social de conciencia ha de reflejarse en la praxis concreta de los sujetos. Separar en éstos apreciaciones y acciones sólo provoca la recaída en una mala abstracción: la que permite hablar del hombre como una entelequia asocial o de los valores como aspiraciones desencarnadas.
Del respeto a esta idea de indistinción, junto a otras, se deduce la actitud predominante de Marx en la crítica, primero, de las instituciones sociales burguesas y, después, del capitalismo: se trata de hacer ver de qué modo específico las conductas expresan valores, no de juzgar si los valores son adecuados o no. Por eso no ha de resultar sorprendente que cuando Marx se refiere al comunismo no lo exponga simplemente como un conjunto de valores deseables. Su esfuerzo primordial no consiste en presentar de forma atractiva al comunismo, aunque esté convencido de que se trata de un orden más racional que el capitalismo, sino mostrar de qué modo los individuos comprenden el mundo gracias y al mismo tiempo que lo transforman necesariamente. De este modo, la unidad de hechos y valores acaba vinculándose con la idea de praxis; ésta, unificando teoría y práctica desarma toda tentativa de otorgar autonomía a las construcciones teóricas, incluyendo, claro está, a cualquier reflexión de orden moral o jurídico. Y esto se encuentra bien explícito en su conocido juicio: «Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento.»
En un sentido análogo, Marx también podría haber dicho que la práctica demuestra igualmente los valores morales defendidos y que, por consiguiente, no resulta necesario plasmar su validez en abstracto para convencer de ella a los individuos; pero se habría detenido en una consideración de este tipo si hubiese creído que las nociones morales o jurídicas podían determinar efectivamente las actitudes y las conductas de los hombres al margen de las instancias económicas clásicas que identificó.
Cabe destacar que la posición descrita no es únicamente la del Marx maduro: Marx la adopta en el momento que admite la indistinción entre hechos y valores, es decir, cuando a su paso por la universidad de Berlín, lee a Hegel y se esfuerza en desarrollar una postura filosófica propia que halle acomodo entre dos tesis contrapuestas: la aceptación resignada de los hechos históricos, al modo de la derecha hegeliana, y las exigencias morales con las que se enfrentan al mundo la izquierda hegeliana y los socialistas utópicos. Por ello, La ideología alemana no es la obra que inauguraría su desdén por el servicio que pueden prestar los conceptos morales o jurídicos, sino sencillamente el lugar donde éste se hace explícito.
Ahora bien, si sólo en el comunismo puede aceptarse conscientemente que el mundo es el resultado del esfuerzo práctico de los hombres, nunca algo independiente de ellos y que se les opone, entonces la ontología de la naturaleza humanizada, así como la epistemología que se deriva de ella, han de formar parte de la utopía social de Marx.
Es en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 donde Marx afirma, de modo inequívoco, en más de una ocasión, que el comunismo representa sobre todo una transformación decisiva de la naturaleza humana, que inaugura una relación nueva con la naturaleza a la par que una nueva comprensión de ésta. Debido a la metamorfosis total del ser humano que genera en todas sus esferas de actuación, su conciencia y sus relaciones con el mundo natural o social, el comunismo no puede ser reducido a una propuesta global de orden moral o de corrección jurídica más que a riesgo de una terrible equivocidad.
Además, desde su juventud, Marx creyó, en la misma línea de Hegel, que ninguna norma moral ni ningún conjunto de normas morales o jurídicas podían producir una transformación de tal calibre. En este sentido, la idea de considerar al comunismo como un telos moral, orientador de la acción revolucionaria, o como una forma sofisticada y anclada en el devenir histórico de implantar la justicia es incompatible con la intención explícita y temprana de Marx de hallar un punto de paso intermedio entre el fatalismo histórico y la pretensión de desafiar moralmente a la realidad. Marx siempre rechazó ser incluido entre aquellos que reducían la historia a un conjunto de hechos no susceptibles de control humano, pero tampoco admitió nunca ser alineado en la larga serie de reformadores sociales que creyeron posible modificar las circunstancias sociales e históricas mediante el ímpetu de la voluntad moral o el afán por la justicia.
Partiendo de estas ideas es que quiero aventurar mi reflexión personal, en dirección a apostar por aquella tesis opuesta a aquella que ha deducido de los escritos de Marx la existencia de una moral marxista. Por cierto, mi exposición no va a resultar nada nuevo en circunstancias que ya otros investigadores (Allan Woods, Lluis Pla Vargas, etc.,) se han pronunciado en el mismo sentido. Claro está que ahora agregaré variables y complementaciones propias que he estimado necesario introducir, para mejor aclarar el punto. Por cierto mis ideas no se encuentran animadas bajo el propósito de entrar a descalificar a aquellos que piensan en contrario, ni menos presuponer que las mismas tengan que prevalecer sobre éstos. Al contrario, mi intención se encuentra animada bajo el espíritu de aportar ideas y puntos de vista a manera de mantener vivo un debate sobre uno de los aspectos de la teoría marxista sobre la que no se ha hecho mucha luz como si ha hecho sobre otras categorías (dialéctica, enajenación, alienación, etc.)
No es un dato menor señalar que, según Marx, los seres humanos no necesitan una moral para ver transformado su mundo. Para Marx las ideas morales así como las filosóficas y todas aquellas categorías que se encuentran alojadas en la superestructura, no contribuyen a superar el mundo real, más bien son precisamente esas ideas los que lo consagran y justifican. Así entonces, la Ley y la moral son prejuicios burgueses derivados de intereses burgueses, constituyendo ambas categorías los portavoces de dichos intereses.
Ahora bien, en un sentido amplio es característico del pensamiento moral presentarse como un pensamiento fundado en cosas como la voluntad de un Dios benévolo para todos, o un imperativo categórico legislado por la pura razón o un principio de felicidad general, etc. Desde este punto de vista la moralidad se describe como la perspectiva de una buena intención imparcial o desinteresada, que tiene en cuenta todos los intereses relevantes y otorga preferencia a unos sobre otros sólo cuando existen razones buenas para hacerlo. Incluso, si recurrimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua, observamos allí una definición que opera en el sentido indicado: «Ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia». Así, cualquiera sean las fuentes a que recurramos para encontrar un significado de la palabra moral, vamos a comprobar que todas operan en el sentido precedentemente indicado.
Entonces, de acuerdo a su significado, entendemos que la esencia de la moral corresponde a una idea intrínsecamente ligada a «acciones humanas», cuya tendencia es ser aceptadas por todos, es decir, conlleva en sí un rango inequívoco de generalidad, de universalidad. Esto quiere decir que desde el punto de vista filosófico la idea de moral responde inequívocamente a una concepción metafísica, y bien sabemos que la teoría de Marx tiene la razón de ser de su fundamento en la dialéctica, justamente ésta última en oposición frontal a la metafísica. De allí que esta va a ser la primera poderosa razón y la primera gran pista que me van a servir para fundamentar mi negación a la supuesta existencia de una moral marxista.
Sin embargo, en mi opinión, existe una razón aún más poderosa para reforzar este punto de vista, y que tiene su origen en los propios escritos de Marx. En efecto, en varios de sus escritos Marx refiere que los actos humanos deben estar motivados no por tal o cual moral sino por la «autotransparencia» de la acción. ¿Qué quiere decir con esto Marx?. Evidentemente el señala que la autotransparencia de la acción no es meramente un valor teórico. Y si bien es cierto que la humanidad puede no haber conocido aún una forma social de vida regida por la autotransparencia de sus componentes, ello se debe a que la estabilidad de todas las sociedades basadas en la opresión de clase -y esto significa todo orden social registrado en la historia, incluido el nuestro- depende del hecho de que sus miembros están sistemáticamente privados de la libertad de autotransparencia social. En este orden los oprimidos sólo pueden seguir en su lugar si se mistifican adecuadamente sus ideas sobre ese lugar; cuestión precisa y necesaria para los opresores, pues de lo contrario el sistema podría verse amenazado si se incubaran ideas excesivamente precisas sobre las relaciones que les benefician a expensas de otros.
De otra parte, de cuerdo con la doctrina marxista, todas las instituciones humanas, el pensamiento y las acciones tienen una base económica. De allí que los seres humanos no necesitan una moral para transformar el mundo, sólo se necesita transformar las condiciones materiales en que se desarrolla la vida de la humanidad. Como se sabe, para Marx no es la teoría sino la practica, el cambio de circunstancias reales, lo que eliminará ciertas ideas de las mentes humanas y así erradicar la moral de las personas al considerarlas ya no necesarias. La moral no será capaz de superar la alienación del hombre, sino que será preciso la transformación de las estructuras materiales que son las realmente culpables de la enajenación de los seres humanos. Las ideas morales o filosóficas, al contrario de lo que creían los filósofos e intelectuales de su época, no contribuyen a superar este mundo, más bien lo consagran y lo justifican al no darse cuenta de su procedencia. La Ley y la moral son prejuicios burgueses derivados de intereses burgueses con la única y exclusiva intención de perpetuar las condiciones existentes de la sociedad de clases. En este cuadro, los valores morales cumplen la función de ser los portadores y portavoces de los intereses de la clase dominante. De esto se instituye que la transformación moral del mundo es una mentira si no atiende fundamentalmente a la corrección de una distribución de la riqueza radicalmente injusta.
No resulta casual, entonces, que en sus escritos la actitud de Marx se muestra más bien hostil hacia la moral, a los valores morales e incluso a la propia moralidad. Así, por ejemplo, contra Proudhon, Heinzen y los «socialistas auténticos alemanes», Marx las emprende una y otra vez utilizando regularmente los términos de «moralidad» y «crítica moralizante» como epítetos insultantes. Condena amargamente la exigencia de «salarios justos» y «distribución justa» del Programa de Gotha afirmando que estas expresiones «confunden la perspectiva realista de la clase trabajadora» con la «verborrea desfasada» y la «basura ideológica» que su enfoque científico ha vuelto obsoleta. Incluso, cuando algunos amigos persuaden a Marx para que incluya una retórica moral suave en las reglas para la «Primera Internacional», confiesa que tuvo que pedir disculpas a Engels por ello: «me vi obligado a introducir dos expresiones sobre «deber» y «lo correcto»… es decir, sobre «la verdad, la moralidad y la justicia», pero están situadas de forma tal que no pueden hacer daño alguno».
Por cierto que el problema de la moral no se suscita a partir de los escritos de Marx. Sobre el tema sabemos, por un lado, que desde tiempos inmemoriales, hace miles de años atrás, cuando se conformaron los primeros grupos humanos, éstos empezaron a concordar comportamientos y costumbres a modo de poder lograr una mejor convivencia entre los miembro de la comunidad. En ese tiempo, entonces, la moral no era teórica sino que empírica. En las sociedades modernas en cambio, las morales son preceptuadas en códigos y leyes en donde éstas quedan preceptuadas de manera obligatoria para todos los miembros. Y no sólo en las sociedades modernas, sino que ya en las tablas de Moisés, en los diez mandamientos encontramos ya los primeros preceptos morales escritos.
Pero así como encontramos en la época antigua testimonios y documentos del como se preceptuaban códigos de moralidad, así también encontramos escritos en donde pensadores, sobre todo filósofos y hombres de letras, se oponen a estos códigos de moralidad. Estos últimos a través de la historia, han sido conocidos o denominados «inmoralistas».
En efecto, desde la antigua Grecia nos han llegado voces de filósofos con un tono fuertemente inmoralista (Diógenes, el cínico, por ejemplo.). Varios siglos después, ejemplos como los del marqués de Sade y el mismo Oscar Wilde, no harán más que radicalizar dicha línea. Incluso, hasta el mismo Hegel pareció quedar seducido por dicha impronta, pero la fuerza de su Espíritu Absoluto le impidió ir más allá. En la Modernidad, entre otros, destacan las fuertes voces inmoralistas de Marx y Nietzsche, cuyos ecos hoy adquieren renovados bríos.
«Yo soy el primer inmoralista», dirá Nietzsche en Ecce Homo, libro escrito el año 1888, cuando Marx ya había muerto. Sin embargo, en mi opinión, en este punto Nietzsche se equivoca, porque ya muchos años antes, en sus escritos más tempranos, Marx le había arrebatado dicho autoproclamado título. En efecto, cuando se ha intentado hacer una analogía entre el pensamiento de Marx y Nietzsche, respecto de la moralidad, los epígonos del primero, suelen hablar de una supuesta «moral marxista» para contraponerla a la moralidad capitalista, o bien a la inmoralidad nietzscheana proveniente de aquel narcisismo individualista que promueve el discurso del filósofo de Sils María. Sin embargo, estas pretensiones no han hecho más que malinterpretar al mismo Marx.
En efecto, quien lea con atención los escritos de Marx y Nietzsche, no podría dejar de concluir que el ataque a la moral de Marx es mucho más radical y demoledora que la de Nietzsche, puesto que este último supone la existencia de dos tipos de morales, una moral que afirma la vida y otra que la niega, de ahí que su lucha será en contra de todas las morales negadoras (nihilistas) de la vida reivindicando, en cambio, aquellas morales encaminadas a hacer una afirmación de la vida.
Para Marx, en cambio, no hay morales ni afirmativas, ni negadoras, ni de ningún otro tipo, simplemente a ambas les resta validez por ser sólo productos o subproductos que deambulan en la superestructura como una más de las tantas invenciones que cristalizan finalmente en la ideología. Por eso, en mi opinión, Marx no se plantea reemplazar una moral por otra, simplemente se plantea, al igual que para el Estado su extinción, en el momento que advenga la sociedad comunista, momento en el cual el hombre comunista hará valer la «autotransparencia» en la acción. Siendo la moralidad un sistema de ideas que interpreta y regula la conducta de una manera esencial para el funcionamiento de cualquier orden social, Marx opta por la autotransparencia de los individuos en sus actos, y no por una determinada tal o cual moral, las cuales cualesquiera sean sus orígenes, siempre actuarán en forma compulsiva y, por tal, distorsionadoras de aquella necesaria autotransparencia a que hace referencia Marx.
Sin embargo, rechazar la moralidad no es necesariamente rechazar toda conducta que prescribe la moralidad y defender la conducta que prohibe. En efecto, algunos preceptos morales (como un mínimo respeto a la vida e intereses de los demás) parecen no tener sesgo de clase alguno, sino pertenecer a cualquier código moral concebible, pues sin ellos no sería posible sociedad alguna. ¿Cómo puede querer Marx desacreditar estos preceptos, o pensar que el materialismo histórico los ha desacreditado? Además, si todos los movimientos de clase precisan una moralidad, al parecer entonces también la necesitará la clase trabajadora. ¿Cómo puede querer Marx privar al proletariado de un arma tan importante en la lucha de clases?
Puede haber algunas pautas de conducta comunes a todas las ideologías morales, y podemos esperar ideologías morales que las realcen. Si la gente debe hacer y abstenerse de hacer determinadas cosas para llevar una vida social decente, sin duda Marx desearía que en la sociedad comunista del futuro la gente hiciese y se abstuviese de hacer esas cosas. Pero Marx no deseaba que se hiciesen porque lo prescribe un código moral, pues los códigos morales son ideologías de clase, que socavan la autotransparencia de las personas que obran de acuerdo con ellas. Quizás el temor es que sin motivos morales, nada nos impediría caer en la extrema barbarie. Marx, sin embargo, no comparte este temor, primo hermano del temor supersticioso de que si no existe Dios, todo está permitido. La tarea de la emancipación humana es construir una sociedad humana basada en la autotransparencia racional, libre de la mistificación de la moralidad y de otras ideologías. Marx reconoce que en la actualidad no tenemos una idea clara de cómo sería una sociedad semejante, pero cree que la humanidad es igual a la tarea de procurar una sociedad así.
De todo esto se comprende que Marx tenga poderosas razones para negarse a eximir a las ideologías morales de la clase trabajadora de semejante crítica. La misión histórica del movimiento de la clase trabajadora es la emancipación humana, pero toda ideología, incluidas las ideologías obreras, socavan la libertad destruyendo la autotransparencia de la acción. Marx arremete contra la moralización en el movimiento obrero porque considera indispensable para su tarea revolucionaria la «perspectiva realista» que le aporta el materialismo histórico.
Por eso los intereses de clase marxianos no son «morales» siquiera en un sentido extenso. Son intereses de una clase que está en relación hostil a otras clases, y pueden defenderse sólo a expensas de los intereses de sus clases enemigas. Además, todo esto vale tanto para los intereses proletarios como para los de cualquier otra clase. Representar los intereses de la clase trabajadora como intereses universales o como algo imparcialmente bueno es para Marx un paradigma de falsificación ideológica y un acto de traición contra la clase trabajadora.
Un tercer elemento a sumar para fundamentar de que no existe una moral marxista, es el hecho de que Marx inequívocamente pone a la moral en el mismo plano de la ideología, presuponiendo que toda moral deriva en una determinada tal o cual ideología. Relacionado con este punto, Marx considera que los sistemas filosóficos abstractos eran engaños, «formas de ideología».
En efecto, para Marx, la ideología representaba una falsa conciencia de los hechos sociales y económicos de la vida. Típicamente, aparecía en las creencias de los pensadores tradicionales que no estaban conscientes de la fuerza impulsora (las realidades económicas) que subyacía a sus concepciones, y que creían, erróneamente, que su sistema era una creación pura de su mente. De esta forma, se pueden comprender las razones de la crítica de Marx a todos los teóricos de la ética que formulaban principios universales de conducta. Estos moralistas no ven que las exigencias morales son meras racionalizaciones diseñadas por las clases económicas dominantes, y que, al cambiar esas clases, también cambia la moral. Como Marx y Engels lo expresan: «Cada nueva clase, que se pone a sí misma en el lugar de la clase dominante anterior a ella, se mueve únicamente a la consecución de sus intereses, y los presenta como si fueran el interés común de toda la sociedad. La clase dominante da a sus ideas la forma de universalidad, y las presenta como las únicas racionales y universalmente válidas».
La filosofía moral de Kant, basada en un principio formal y abstracto de la razón llamado imperativo categórico, sería esa forma específica de ideología que Marx critica. Por eso cuando Marx asegura que «los comunistas no predican ninguna moral», está diciendo que la moral, en general, es un sinsentido.
Como sabemos, Marx para configurar todo el armado de su teoría, parte de las condiciones de clase existentes en la sociedad de su época, condiciones de clase que surgen y se crean a partir de las condiciones materiales de vida, de las cuales se origina «toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, formas de pensar y concepciones de la vida diferentes y características» que sirven a sus miembros a motivar acciones que llevan a cabo en su favor. Pero en la medida que estos sentimientos, ideas y concepciones son producto de una clase especial de trabajadores intelectuales que trabajan en beneficio de una clase, Marx reserva para ellos un nombre especial: «ideología». Así, entonces, los productos de los ideólogos – sacerdotes, poetas, filósofos, profesores, pedagogos, etc.- son, de acuerdo con la teoría materialista, típicamente ideológicos. Productos todos ellos que sirven para explicar la concepción del mundo de clases sociales particulares, en una época particular y que sirven a los intereses de clase de éstos.
Es en esta línea que Engels, en una carta a Franz Mehring, define la ideología como «un proceso realizado por el pensador con la conciencia, pero con una «falsa conciencia». Las fuerzas motrices verdaderas que le mueven siguen siendo desconocidas para él; en caso contrario no sería un proceso ideológico. Este pensador se imagina para sí fuerzas motrices falsas o aparentes . Según este juicio, la ilusión principal de cualquier ideología es una ilusión sobre su propio origen de clase. Cuando el ideólogo piensa que está siendo motivado por un entusiasmo religioso o moral, se autoengaña a sí mismo pensando que obra por deber moral o amor filantrópico.
Según Marx, la característica más profunda de la ideología es su tendencia a representar el punto de vista de una clase como un punto de vista universal, los intereses de esa clase como intereses universales. Esto es precisamente lo que hacen las ideologías morales: representan las acciones que benefician a los intereses de una clase como acciones desinteresadamente buenas, en pro del interés común, como acciones que fomentan los derechos y el bienestar de la humanidad en general. Pero sería ilusorio pensar que este engaño podría remediarse mediante un nuevo código moral. Pues en una sociedad basada en la opresión de clase y desgarrada por el conflicto de clase, la imparcialidad es una ilusión. No existen intereses universales, ninguna causa de la humanidad en general, ningún lugar por encima o al margen de la lucha. Sus acciones pueden estar subjetivamente motivadas por la benevolencia imparcial, pero su efecto social objetivo nunca será imparcial. Para Marx es precisamente este rasgo el que vuelve a la moral esencialmente ideológica colocándola en el mismo nivel de aquellas categorías que caen dentro de la superestructura, tales como la religión, el derecho, etc.. De esto resulta evidente que para la teoría marxista la moral se vuelve ideología.
Hilando más delgado aún, Marx señala que cuando las personas están motivadas por ideologías no se comprenden a sí mismas como representantes de un movimiento de clase; pero son exactamente eso. No piensan en los intereses de clase como la explicación fundamental del hecho de que estas ideas les atraen a ellos y a otras personas; no obstante, esta es la explicación correcta. No obran con la intención de promover los intereses de una clase social frente a los de otras; pero esto es lo que hacen, y en ocasiones tanto más eficazmente porque en realidad no tienen semejante intención. Pues si verdaderamente supiesen lo que estaban haciendo, simplemente podrían no seguir haciéndolo.
Por todo esto es que no resulta sorprendente que Marx normalmente describa la moralidad, junto a la religión y el derecho, como formas de ideología, «otros tantos prejuicios burgueses tras los cuales se esconden otros tantos intereses burgueses». Pero no sólo condena las ideas burguesas sobre la moral. Su blanco último es la propia moralidad. En el Manifiesto Comunista Marx señala que al igual que la revolución comunista supondrá un corte radical de todas las relaciones tradicionales de propiedad, también supondrá el corte más radical con todas las ideas tradicionales. Evidentemente Marx pensó que igual que la abolición de la propiedad burguesa será una tarea de la revolución comunista, otra será la «abolición de toda moralidad».
Ahora bien, en este sentido, los juicios sobre lo que es bueno para la gente, lo que va en su interés, son sin duda «juicios de valor», pero no son necesariamente juicios morales, pues incluso si no existe en absoluto preocupación por la moralidad, se puede seguir estando interesado en promover los intereses y el bienestar propio y el de otras personas cuyo bienestar preocupan. El ataque de Marx a la moralidad no es un ataque a los juicios de valor, sino un rechazo de los juicios específicamente morales, especialmente los relativos a las ideas de lo correcto y la justicia.
Así entonces, señalar que Marx atribuye a la concepción materialista de la historia haber «roto el soporte de toda moralidad» es de importancia suma, puesto que en la concepción materialista de la historia es donde Marx hunde las raíces para ir al origen de la moralidad. Así, si para Nietzsche el origen de la moral tiene raíces culturales que empieza con la decadencia griega a partir de Sócrates y sigue impertérrito su curso con el advenimiento del cristianismo, para Marx, en cambio, la moral tendrá una fundamentación ideológico-político a partir de la existencia del dominio de una clase por otra, cuestión conclusiva y primordial de la concepción materialista de la historia.
Y si Marx piensa que el movimiento obrero persigue los intereses de la «gran mayoría»; ello no quita mérito al hecho de que igual los intereses de la clase trabajadora son los intereses de una clase en particular, y no los intereses de la humanidad en general. Marx cree que el movimiento obrero llegará a abolir la sociedad de clases y conseguirá con ello la emancipación humana universal. Pero su primer paso para esto debe ser emanciparse de las ilusiones ideológicas de la sociedad de clase. Y esto significa que debe perseguir su interés de clase en su propia emancipación conscientemente como interés de clase, no distorsionado por las ilusiones ideológicas que presentarían su interés de forma glorificada y moralizada. Marx piensa que sólo desarrollando una clara conciencia sobre sí mismo de este modo el proletariado revolucionario puede esperar crear una sociedad libre tanto de las ilusiones ideológicas como de las divisiones de clase que crean su necesidad.
Hay que reiterar que Marx, en sus ideas teóricas, reflejadas fundamentalmente en la filosofía materialista de la Historia y de la libertad, la tarea del hombre se presenta como el imperativo de liberarse de la alienación económica para realizar su ser genérico. Pero los valores en cuyo nombre se emprende esa liberación nunca son trascendentes a la experiencia humana, sino inmanentes a la Historia. Entonces, lejos de oponerse a la realidad (a la que servirían de modelos las morales), se extraen de la realidad, sin separarse nunca totalmente de ella. Naturalmente, Marx está conciente que la conciencia del hombre siempre puede fabricar valores sin relación con la experiencia concreta: pero en dicho caso la tarea ética que propone no está ya caucionada por las condiciones materiales necesarias para su realización: se trata simplemente de una moral-consolación o una moral moral-aspiración, muy lejos de estar en la piel de la propia realidad..
Ahora, y por último, si quisiéramos insistir en que existe una ética o moral marxista en los escritos de Marx, tenemos que dejar expresión de que su existencia estaría íntimamente ligada a la dialéctica de lo real. Y en este sentido, debemos atender bien al hecho de que la dialéctica de lo real ni suprime ni hace inútil la toma de conciencia de un imperativo moral, pero le impone límites objetivos, dentro de los cuales puede ser real y práctica. Así, por tanto, mientras el hombre continúe siendo prisionero de determinaciones y separaciones-, la única tarea, a la vez ética y práctica, que realmente se ofrece a su libertad es la de coincidir activamente con su devenir.
Fuentes:
Manifiesto Comunista. Marx y Engels El Anthi Duhring. Federico Engels La ideología alemana. Carlos Marx Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Carlos Marx La teoría de la justicia en el joven Marx. Lluís Pla Vargas Marx contra la moralidad. Allan Wood Nietzsche, un siglo después. Hernán Montecinos