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La Concertación o las tribulaciones de los mayordomos

Fuentes: www.g80.cl

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A un mes de iniciado el gobierno de la Alianza por Chile no hay señales aún de la restauración conservadora que se suponía iba a representar la llegada del multimillonario Sebastián Piñera a La Moneda. Por el contrario, en uno de sus primeros proyectos importantes como presidente, Piñera ha propuesto una muy acotada reforma tributaria -reforma de macetero se la hubiera llamado en los años 60-, desafiando los clichés del eje «libremercadismo-estatismo» con que ambas fracciones del bloque dominante gustan presentarse en público.

A dos razones obedece la ausencia señalada: la primera es que el ala «liberal» que representa Piñera, al contrario que el eje más «ultramontano» de la UDI y los desalojistas de RN, busca acumular momentum político por la vía de atraer a la Democracia Cristiana y rebarajar el naipe de las coaliciones que durante dos decenios han cogobernado el país (1); la segunda, más de fondo, es de orden histórico y estructural: la burguesía chilena no necesita una restauración conservadora, sencillamente porque no hay nada que restaurar. Los veinte años de gobiernos concertacionistas no constituyeron una ruptura de la lógica neoliberal, sino, por el contrario, su legitimación y profundización. La discusión entre las fracciones del bloque dominante es de ritmos y énfasis, no de estructuras.

Dos de las «señales» políticas que se han esgrimido como indicativas de cierta voluntad restauradora -la ola de despidos post terremoto y el nombramiento de Iván Andrusco como Director de Gendarmería-, una vez bien analizadas descubrimos que no son tales.

Los despidos post terremoto obedecen a la misma lógica que la ola de despidos de 2008 en el contexto de la crisis capitalista mundial: el ajuste por la vía de descargar sobre los trabajadores los costos de una crisis de la que no son responsables. Respecto a Andrusco hay un mal cálculo político de Piñera al pensar que las organizaciones de derechos humanos iban a hacer la vista gorda con él como lo hicieron con Lagos y Bachelet cuando nombraron a este mismo esbirro para altos cargos públicos (Lagos lo ascendió a general bajo su mandato; Bachelet, por su parte, lo envió el año 2004 como parte de una delegación de alto nivel para el tema de ¡derechos humanos! a la ONU) (2).

Por supuesto que Piñera no ha echado por la borda la agenda de la derecha conservadora. Pero sabe que necesita construir un consenso político amplio en el interior del bloque dominante antes de emprender cualquier iniciativa al respecto. Sabe que la Concertación, que está deseosa de regresar al poder ejecutivo en 2014 para recuperar las posiciones y prebendas que constituían la base de su política clientelista, necesita reposicionarse en términos de imagen haciendo como que defiende a los más pobres frente a la «voracidad empresarial» de Piñera. A su vez, el ala liberal de la alianza busca seguir penetrando en los sectores medios, cuyo viraje hacia la Alianza explica en mayor proporción el triunfo de Piñera el pasado 17 de enero.

En medio de ese escenario se ha desarrollado el vía crucis concertacionista, por primera vez fuera del ejecutivo en veinte años. Los resultados del reciente «cónclave», que dejaron esperando a quienes aguardaban una «autocrítica», y la batalla por los liderazgos internos muestran claramente que, con el gobierno de Piñera, la ex coalición oficialista no percibe amenazas de fondo, sino sólo la normal diferencia entre fracciones del bloque dominante que se alternan en el ejercicio del poder ejecutivo.

A ello ha contribuido ciertamente el mantenimiento -en parte por cálculo político de Piñera, en parte por su imposibilidad de conseguir cuadros medios- de centenares de cuadros intermedios concertacionistas en el aparato estatal. Los partidos de la Concertación, convertidos hace ya muchos años en agencias de colocación, no pueden arriesgarse a una política más de confrontación (que tampoco tienen motivos para desear) contra el nuevo gobierno sin afrontar a la vez el riesgo de romper la frágil cadena de lealtades que supone el no controlar esta vez los nombramientos.

Entusiastas de la ciencia ficción y la literatura fantástica habían especulado que, una vez en la oposición, la Concertación iba a retomar sus antiguos vínculos con los movimientos sociales, corrigiendo de esa forma los vicios y pecados que la llevaron a perder el gobierno. Contra los deseos píos de esos inocentes chocan las profundas transformaciones sufridas por los partidos concertacionistas y, como sustrato estructural, de la estructura de clases bajo el patrón de acumulación neoliberal del capitalismo criollo.  

Los de la Concertación se han convertido en partidos de burguesía mediana y pequeña (no confundir con pequeña burguesía) y de capas medias acomodadas con vínculos clientelistas hacia los trabajadores y las capas medias más pobres, a los que utilizan contra la gran burguesía en su disputa por los puestos de conducción del capitalismo chileno. Luchan por un acceso «igualitario» a los directorios de las grandes empresas, lo que se traduce, en definitiva, en una política elitista al servicio del gran capital (3). En su más modesta escala, aplican las mismas lógicas depredadoras y delincuentes que los segmentos empresariales de más tonelaje, como queda demostrado por la megaestafa montada por el «progresismo» con las becas Valech, en una coordinada acción entre la empresa privada bajo dirección concertacionista (la UNIACC) y el aparato estatal (la división de Educación Superior del Ministerio de Educación).

Esa es la razón por la cual la Concertación no sólo no impulsó ningún cambio democrático de fondo al modelo neoliberal instaurado por la dictadura, sino que lo legitimó y profundizó. Esa es la razón por la cual la Concertación no impulsará tampoco en el futuro ningún cambio democrático de fondo. Esa es la razón por la cual es profundamente errónea la postura de la izquierda ex extraparlamentaria que insiste en aliarse con la Concertación y que, en la práctica, se ha subordinado a la agenda política de ésta. Se trata de una izquierda que ha perdido sus vínculos con las masas, que hoy confía más en la maniobra cortesana que en la movilización de masas y que se siente cómoda en su papel de lacayo.

Desde el punto de vista de una política de izquierda clasista y anticapitalista, no se puede renunciar a priori a la posibilidad de volver a atraer a esa izquierda a posiciones independientes y que, aún no siendo revolucionarias, luchan consecuentemente por reformas democráticas. Sin embargo eso pasará, inevitablemente, por la constitución de polos de acumulación de fuerzas político-sociales que: a) rompan clara y definitivamente con ambas fracciones del bloque dominante, b) articulen la solidaridad y la lucha populares, c) busquen reordenar el eje político hacia la antinomia explotadores-explotados, d) estén dispuestas a disputar a la burguesía en todos los terrenos de lucha, en particular el terreno electoral, y e) anuden todo lo anterior en torno a un programa de reformas democráticas antineoliberales que apunten a la superación anticapitalista del neoliberalismo.
 
Notas

(1) Los llamados que El Mercurio, La Tercera y los think tanks conservadores hacen a Piñera exigiendo aplicar el recetario neoliberal más ortodoxo no son prueba de que Piñera está aplicando esas recetas ortodoxas, sino, por el contrario, de que no lo está haciendo. El domingo 18 de abril, Axel Buchheister, extremista entre los extremistas de derecha, insinuó en La Tercera que tal vez el de Piñera se estaba convirtiendo el quinto gobierno de la Concertación.

(2) En el año 2004 el PC estaba negociando un acuerdo electoral municipal con la Concertación, por lo que Hugo Gutiérrez y Lorena Pizarro -ambos militantes PC- no podían levantar mucho la voz para defender los derechos humanos en ese momento. Enhorabuena, ha desaparecido esa restricción.

(3) El fondo de la crítica concertacionista a los «conflictos de interés» de Piñera es ése: en la lucha por la igualdad entre fracciones de la elite no permitir ninguna ventaja al «enemigo». Júzguese, a la luz de esto, la consistencia política del semanario del PC, «El Siglo«, que, al estar pauteado por la agenda de los «conflictos de interés» planteada por la Concertación, se ha convertido en «mortero de corto alcance» de los intereses de una de las fracciones de la elite binominal en la lucha con la otra. La cercanía de la pasada Semana Santa nos autoriza a decir: «Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen».

Ramón Poblete
Ramó[email protected]

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