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La construcción de Jesucristo y el lanzamiento de la Iglesia celestial para reinar sobre todos los pueblos del mundo

Fuentes: Rebelión

Sabido es que la figura de Cristo, tal y como la conocemos hoy día, se construyó en el Concilio de Nicea (actual Turquía) para proceder, a continuación, al lanzamiento de la Iglesia que tendría la misión de reinar -por encima de emperadores y reyes- sobre todos los pueblos del mundo. En ese cónclave, celebrado en […]

Sabido es que la figura de Cristo, tal y como la conocemos hoy día, se construyó en el Concilio de Nicea (actual Turquía) para proceder, a continuación, al lanzamiento de la Iglesia que tendría la misión de reinar -por encima de emperadores y reyes- sobre todos los pueblos del mundo.

En ese cónclave, celebrado en el 325 d.C. siendo emperador Constantino, más de 300 obispos zanjaron sus diferencias sobre Jesucristo (unos decían que era un gran rabino; otros «un revolucionario» que defendía a los pobres y a los esclavos; otros un predicador influido por los esenios; otros un iluminado, otros «uno de tantos Mesías» que fueron crucificados por los romanos o colgados por los judíos, etc., y decidieron crear un Dios, que era a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo que hubiera enloquecido al mismísimo Nazareno.

Se suprimieron todos los Evangelios apócrifos, tan buenos como los otros, ya que «utilizaban un lenguaje políticamente incorrecto». Esos escritos decían, entre otras cosas, que José era un anciano viudo que tenía varios hijos (los supuestos hermanos de Jesús) y que se casó con María cuando ésta frisaba con los catorce años y jugaba con las aves. (Ave María).

Luego, con el mayor descaro del mundo, se copiaron de otras religiones orientales el nacimiento del Niño Jesús en una cueva; la virginidad de María; el misterio de la Santísima Trinidad, la epifanía del Espíritu Santo en forma de paloma, etc., lo que ha sido estudiado con rigor y profundidad, entre otros, por el especialista en religión comparada E. Royston Pike.

Tras el parto de Jesús en la ciudad de Nicea ya era posible dominar y controlar el mundo con la tiara del Padre Celestial que ceñiría la testa del Pontífice, el representante de Dios en la Tierra. Su Iglesia tendrían un poder terrorífico, jamás visto: a los obedientes y los sumisos se les premiaría con el Paraíso; a los endemoniados que mordían manzanas y se veían a escondidas con Prometeo, se les condenaba al fuego eterno.

(Sobre «la gran estafa» se acaba de publicar en España «La invención de Jesús de Nazaret» (Ed. Siglo XXI, 2018), excelente trabajo del historiador de las religiones Fernando Bermejo Rubio que está teniendo «un peligroso» impacto internacional. Yo, por mi parte, sigo teniendo como libro de cabecera «El Evangelio según Jesucristo», obra genial e irrepetible de José Saramago).

Con la caída del Imperio Romano entramos en la Era de la Oscuridad, pero sobrevive «la manía griega» de utilizar «LA RAZON» por encima de todas las cosas para que la humanidad pueda avanzar y dar «el salto comunal». Mientras en las tierras bíblicas la religión lo impregna todo, en Atenas la filosofía ofrece herramientas para explorar, conocer, comprobar, medir, descubrir leyes universales, etc., que demanda nuestro curioso cerebro para separar lo falso de lo verdadero y encontrar sentido a lo que hacemos.

La Iglesia casi consigue su objetivo y extiende su poder por medio planeta. Pero un día pre-petróleo nace Mahoma que, con la misma filosofía de Nicea, se propone también regir el mundo con Leyes dadas por el único Dios, Alá. Entre ambas religiones queda el Oriente exótico con grandes creadores de corrientes de pensamiento como Buda, Confucio, Lao Tsé, etc.

Las religiones monoteístas comparten dos principios fundamentales: Uno, el odio a todos los libros que chocan con las Sagradas Escrituras, que son la mayoría, y elaboran sus respectivos «Index librorum prohibitorum». Dos, la satanización del sexo, ya que el placer carnal lleva directamente al Infierno. Por lo tanto, se borran de la historia las orgías que celebraban miles de hombres y mujeres en los bosques de Baco y el amplio abanico de relaciones sexuales que se practicaba con normalidad en el mundo clásico, incluso en la Arabia pre-islámica. La homosexualidad, el lesbianismo, etc., pasan a encabezar la lista de pecados mortales. «Su kamasutra», copiado de los mismos olímpicos, se «demoniza», y se persigue durante siglos (y se sigue persiguiendo) a «los hijos e hijas de Sodoma, Gomorra y Lesbos».

Tras tantos siglos de judaísmo, cristianismo e islamismo, va a ser casi imposible, o va a costar muchísimo, que colectivos como el LGTBI no sean vistos – a pesar de la incipiente tolerancia- con la marca cainista en la frente. (Aconsejo a los que quieran saber un poco del sexo en Roma leer «el Satiricón» de Petronio. Tampoco tiene desperdicio Don Luciano de Samosata, humorista sirio del siglo II d.C.). Este autor escribe con una gracia insuperable la historia de un anciano homosexual, supuestamente multimillonario, «que se cepilla a todos los jóvenes de su ciudad con la falsa promesa de hacerlos sus herederos». Ese episodio se narra en su magistral obra «Diálogos de los dioses/Diálogos de los muertos/Diálogos marinos/Diálogos de cortesanas» (Alianza Editorial).

A pesar de que el Papa y los Obispos, por una parte, y los Imanes y los Ulemas (sabios) por la otra, realizan purgas mayúsculas y tratan de dirigir los rebaños hasta el día del Juicio Final (quemando o decapitando a «los endemoniados»), la estirpe prometeica sobrevive, pese a que rozó la extinción, y vienen «cinco revolucionarios», portando antorchas de llama inextinguible, que partirán el mundo en pedazos, pondrán a los clérigos en su lugar, y cambiarán bruscamente el curso de la HISTORIA.

Me limitaré a citarles: Darwin, Marx, Einstein, Freud y Simone de Beauvoir, aunque me extenderé un poco sobre la compañera de Sartre.

En su obra «El segundo sexo», publicada en 1949, Simone de Beauvoir hizo un llamamiento a las mujeres (a la mitad de la población mundial) a que se construyan a sí mismas, desde dentro, desde sí mismas, por sí mismas y según sus propios criterios, y a que quemen los retratos con los que los varones las han rebajado, cosificado y caricaturizado durante milenios. Ese manifiesto, junto a las aportaciones de otras pensadoras feministas, desencadenó un movimiento sísmico (con un imparable efecto dominó) tan importante como la «herejía» darwiniana de que tú procedes del mono.

A estas alturas del siglo XXI la evolución de la inteligencia colectiva sería inexplicable «sin la irrupción de la DIOSA reconstruida», renacida cual Ave Fénix, que mutilaron todas las culturas «de la guerra y de la esclavitud» y todas las religiones monoteístas que «regalaron al hombre una mujer para que no se aburriera y le sirviera».

El citado quinteto abrió vías infinitas al progreso y dio jaque mate, aunque todavía muchos no se hayan enterado (aún hay gente que cree que la Tierra es plana) a las religiones Abrahámicas. Con ellos la razón y el «daimón que llevamos dentro» conquistaron espacios que parecían hasta hace poco de «ciencia ficción». Una vez le dije a un amigo sabio «todo está dicho y todo está escrito». Él me contestó: «Es verdad, tienes razón, pero todo está por decir y todo está por escribir» (Y también por hacer, añadiría ahora).

(Parafraseando a Hawking, ¡perdonad mi falta de modestia! Yo practico una religión para ateos inteligentes. Creo que hay una existencia que mantiene todo en armonía, y que a esa presencia le importa un bledo el destino de los seres humanos, pero, curiosamente, «los seres humanos que están en armonía con ella, son capaces de hacer cosas maravillosas»).

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.