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La construcción de la utopía

Fuentes: Rebelión

En un artículo anterior nos atrevimos a afirmar que frente a las lógicas desarticuladoras que se trae el posmodernismo disfrazado de basismo, aparece la utopía como propuesta, acechando desde las prácticas más cotidianas y populares. Rescatar la noción de utopía, sin pretender escribir una novedad sobre lo que ya tantos han creado, es una decisión […]

En un artículo anterior nos atrevimos a afirmar que frente a las lógicas desarticuladoras que se trae el posmodernismo disfrazado de basismo, aparece la utopía como propuesta, acechando desde las prácticas más cotidianas y populares.

Rescatar la noción de utopía, sin pretender escribir una novedad sobre lo que ya tantos han creado, es una decisión oportuna y necesaria ante «el fin» de todas las cosas, como hemos sido bombardeados en estos tiempos.

Afirmar la utopía es desentumecer viejos anhelos y pensarlos en las condiciones que hoy nos atraviesan, que nos superan y nos amenazan. Es habilitar la posibilidad de cambio, de resquebrajamiento del viejo orden y la capacidad productiva y creadora de la política.

Hay una operatoria muy efectiva sobre este concepto, que consistió en construir a lo utópico como inalcanzable, irrealizable, imposible. En consecuencia, la utopía así planteada se convirtió en un sinsentido. Sin embargo, la noción que esos brillantes pensadores revolucionarios le imprimieron al concepto fue totalmente lo opuesto, una quimera que la alquimia lograría realizar.

La fórmula corrió por hacer confluir condición de clase oprimida con sentido de clase, y en consecuencia visibilizar que nada tenía de utópico no perder nada y ganar todo revolucionando el mundo y a nosotros mismos.

Las experiencias de las luchas pasadas creyeron en esto, y creyeron -en consecuencia- posible la utopía. Como los componentes a transformar son históricos, y por eso cambiantes, cada una de esas experiencias tuvo sus particularidades y respondió a las condiciones en que se encontraban las clases que nada pierden.

Los tiempos actuales encuentran a los sectores populares en mejores condiciones que unos años atrás. Las formas con que el Estado los atraviesa responden a un modo voraz y ávido frente a las demandas sociales: los asisten, los contienen, los vinculan, extienden derechos, mejoran su cotidianeidad. El derecho al trabajo, a la asistencia, a la inclusión, es hoy atendido y dispuesto desde los propios mecanismos estatales y ello conlleva a la institucionalización de una serie de demandas que tiempo atrás amenazaron y pusieron en jaque la gobernabilidad.

La inclusión educativa y de salud aumentó sustancialmente. Los niveles de desempleo se encuentran casi en el rango que ocupaban antes del menemato. A diferencia de los 80, el desempleo ha caído junto con la pobreza. En ese tiempo se era pobre, pero se tenía trabajo; en los 90, pobre y sin trabajo. Hoy esos niveles han caído, sin embargo el modelo de acumulación encontró un piso difícil de perforar, y ello lo demuestra cuando analizamos que a pesar de que pobreza y desempleo como índices estructurales se encuentran bajos, los niveles de desigualdad en la distribución del ingreso sigan altos.

En 1986 el 10% más rico de la población argentina ganaba 18 veces más que el 10% más pobre, en 1996 26 veces, en el 2003 40 veces, hoy 25 veces. En el 89 el 29.10% era pobre, pero con un nivel de desempleo de 7.6%; en el 96 25.75% de la población empobrecida y 17.2% desempleada; en el 2002 21.5% de la población estaba desocupada; en el 2003 un 50,9% de la población pobre; en el 2009 13.55% era pobre y 8.68% desempleada. Más allá de que podamos creer o confiar más o menos en estas cifras, más aterrador resulta reproducir cifras generadas por consultoras cuyas mediciones dejan mucho que desear y está claro que detrás del negocio privado de las cifras, hay sectores que representan el interés de unos pocos. La intención acá no es mostrar y alabar al santo dato, sino advertir sobre eso que llamamos «condiciones» o el estado en que se encuentran.

En tema está en cómo fundir los elementos en su estado actual para construir la utopía. A cada estado de las «condiciones sociales» de los sectores populares, le corresponde una forma organizativa propia. Los sectores piqueteros resultaron en los 90, por ejemplo, la forma organizativa clave que construyó a partir de una nueva figura social emergente como el «desocupado», una propuesta de radicalización o de inclusión a partir de una nueva noción del trabajador. Las asambleas pos 2001 contuvieron y potenciaron las acciones de la clase media empobrecida, modalidad que luego adoptaron algunas organizaciones de trabajo territorial en sectores populares. Las cooperativas y fábricas recuperadas devolvieron al transhumante desempleado nuevamente su posición como sujeto del trabajo. Estas formas, aún vigentes, han sido fuertemente atacadas por los mecanismos estatales y el propio modelo de acumulación.

Muchas de las operatorias de intervención social y política del Estado estuvieron dirigidas a entremeterse, fragmentar o cooptar estas estrategias organizativas. Por qué. Porque podían constituir una posible amenaza o ingrediente para comenzar la alquimia. El problema hoy reside en problematizar las condiciones actuales y observar, que en el frente social, se identifican avances fuertes que buscan contener las condiciones estructurales de precariedad, pobreza y exclusión.

Y en última instancia, qué mejor. Es preferible un revolucionario bien comido que desnutrido. El problema está en que durante 20 años se vino construyendo la fórmula de la alquimia a partir de organizar desde la exclusión, la necesidad y la precariedad. Hoy es el Estado quien construye desde ese ámbito y en consecuencia, como todo lo que se institucionaliza, termina impregnando el sentido revolucionario de esas prácticas. Qué diferencia hay entre una cooperativa de trabajo autogestionada y una promovida por un plan social. A simple vista, son lo mismo. La cuestión reside en deconstruir y construir el sentido político de la experiencia, por sobre lo social.

No podemos construir la utopía «demandando lo social», esa es una bandera arrebatada, la de la asistencia. Debemos pensar si es posible hacerlo «a partir de» lo social, radicalizar el sentido que hoy tienen un conjunto de beneficios que extienden o ensanchan los derechos sociales. Y construir a partir de ello no implica su destrucción, o correr por izquierda pidiendo más universalidad, eso es promover esa utopía de la imposibilidad. Construir a partir de lo social está en politizar, atender a esa cuestión clave de construir poder popular pensando y delineando en la práctica misma la noción de proyecto político, que antes la urgencia de la necesidad nos robaba el tiempo y sólo llegábamos a tapar los baches cotidianos.

Hoy el tiempo de construcción, en las condiciones sociales de los sectores populares, es clave. Mucho más difícil, sí, resulta que cuesta ver a partir de qué ejes organizar cuando la necesidad la organizan desde arriba. El tiempo apremia, porque como dijimos, las condiciones son cambiantes, y cada condición es producto de relaciones de fuerzas que se imponen, el modo en que hoy se distribuye y concentra es producto de que algunos acumulan menos que otros, pero esa dinámica es contingente, y la avanzada reaccionaria está a la vuelta de la esquina, y una vez que se vuelve dominante, con bayoneta o decreto puede modificar la condición en un suspiro.

Es importante que volvamos a pensar el Estado, su forma, su fisonomía, el modo en que sus mecanismos están interviniendo y construyendo sujetos y sociedad. Las condiciones políticas de construcción han cambiado, el retorno de lo público estatal advierte sobre una transformación también, de los elementos de la alquimia, y en consecuencia no debemos correr detrás de la política, sino anticiparnos a ella y comenzar a construir la utopía. Los espacios de articulación ya están, hay que politizarlos y redoblar la apuesta frente a la avanzada estatal, tanto de aquellos que gobiernan como de aquellos que juegan de oposición.

Como dice Marcuse, la utopía es una imposibilidad que se hace posible en la misma transformación, y los transformadores para ser tales no deben anclarse en lo existente.

* El autor es integrante del Colectivo de Investigación «El Llano» y militante del Colectivo Bachilleratos Populares en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.