El 10 de diciembre se conmemora la proclamación por parte de las Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Cuando estamos ante este tipo de conmemoraciones, tendemos a pensar que las grandes causas son tarea de grandes personalidades, intelectuales, cargos políticos, artistas, etc. Dos anécdotas servirán para demostrarnos que no es […]
El 10 de diciembre se conmemora la proclamación por parte de las Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Cuando estamos ante este tipo de conmemoraciones, tendemos a pensar que las grandes causas son tarea de grandes personalidades, intelectuales, cargos políticos, artistas, etc. Dos anécdotas servirán para demostrarnos que no es así.
1 de diciembre de 1955. La costurera negra Rosa Parks sube a un autobús en Alabama y se acomoda en un asiento reservado para blancos. Cuando un blanco la exige el asiento, se niega a cederlo. Por este hecho es detenida. Los trabajadores negros inician un boicot de un año contra la empresa de autobuses y se pone en marcha un amplio movimiento liderado por Martín Luther King. Como resultado de la presión, al año la Corte Suprema declaró inconstitucional la segregación entre blancos y negros en los autobuses.
1 de diciembre de 2001. Michael Moore, autor de la película documental «Bowling for Columbine», acude a un acto en conmemoración del incidente de Rosa Parks. Moore estaba pasando malos momentos, puesto que después de tener listos para la distribución 50.000 ejemplares de su libro «Estúpidos hombres blancos», la editorial HarperCollins había decidido suspender la distribución después de la oleada de censura patriótica que inundó Estados Unidos tras los atentados de las torres gemelas. La editorial comunicó a Moore que debía eliminar algún capítulo y rehacer el resto. De esto fue de lo que habló en el acto del 1 de diciembre, leyendo dos capítulos del libro censurado. A los pocos días, Moore recibió una colérica llamada de un ejecutivo de la editorial que le preguntó por lo que había contado a los bibliotecarios. Moore no entendía nada. Pasados los días, va comprendiendo lo que ha pasado. Resultó que entre el público que tenía el 1 de diciembre había una bibliotecaria, Ann Sp
aranese, que cuando llegó a su casa se conectó a Internet y escribió a sus amigos bibliotecarios. Éstos se pusieron en marcha, colgando en una web dedicada a temas literarios progresistas un texto que reñía a Moore por no haber hecho público su caso y permitir, por tanto, la censura en su país. Además, se pedía a todo el mundo que escribiera a la editorial. La respuesta fue masiva, y la editorial, que no quería quedar como censora, no tuvo más remedio que ceder y publicar el libro tal y como lo había escrito Moore. Por supuesto, no hizo nada por su promoción, pero el libro tuvo un éxito inmediato y se han vendido millones de ejemplares.
Vemos aquí cómo ciudadanos anónimos pudieron ganar una importante batalla contra el racismo y otra contra la censura, libradas contra grandes poderes que oponían resistencia. Esto nos demuestra que todos podemos hacer cosas por defender en nuestro propio trabajo, en nuestra propia vida cotidiana, los derechos de todos los ciudadanos.