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La crisis de las crisis

Fuentes: Rebelión

En los últimos tiempos nos hemos visto obligados a centrarnos en lo que ocurre en nuestro más cercano alrededor. Los golpes propiciados por el poder económico y financiero y sus fieles administradores políticos nos han ubicado en una realidad cruda, difícil, que siempre habíamos creído lejana, endémica de los llamados países del sur. Esos que, […]

En los últimos tiempos nos hemos visto obligados a centrarnos en lo que ocurre en nuestro más cercano alrededor. Los golpes propiciados por el poder económico y financiero y sus fieles administradores políticos nos han ubicado en una realidad cruda, difícil, que siempre habíamos creído lejana, endémica de los llamados países del sur. Esos que, principalmente en América Latina y, especialmente, en las décadas de los 80 y 90 del ya pasado siglo, sufrían los ajustes estructurales, los graves problemas de la deuda, la pérdida continuada de derechos sociales, políticos o laborales y las privatizaciones dictadas por entidades como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Qué lejos nos parecía aquello que, fácilmente, podíamos casi ignorar y seguir mirando nuestro ombligo y respirando hondo, satisfechos, por haber tenido la suerte de no haber nacido en esos países.

Hoy, todo eso nos golpea, ya no en nuestra puerta sino en nuestros propios cuerpos y mentes. Todo eso y más está aquí, se ha instalado y la crisis que la vieja clase política calificaba en el 2008 como algo coyuntural, cíclico en el capitalismo y que no podía traernos nada más grave que alguna medida de ajuste pasajero, se nos muestra como una crisis estructural. En realidad como una crisis de crisis y, por tanto, añadiendo a ese carácter estructural, sistémico, la característica de civilizatoria. Por que l a suma de todas las crisis constituye la crisis civilizatoria del modelo socio-político, económico, cultural e ideológico occidental que, por su carácter dominante, aunque en declive, se encarna como crisis planetaria.

Nos acostumbraron en los últimos tiempos al uso de la palabra crisis en singular, haciendo referencia única y exclusivamente a la denominada como la crisis económica, como si ésta fuera la resolutiva respecto a nuestra mejora o pérdida de las condiciones de vida. Pareciera que todas nuestras esperanzas sobre la vida y la de quienes sentimos cercanos giran en torno a la solución o agudización de la crisis de las finanzas. Sin embargo, esa estrategia de presentación única nos desvía y distrae (una vez más) de lo realmente importante, de la pluralidad de las crisis que vivimos y su carácter estructural, sistémica, radical en cuanto que atañe a la raíz del modelo de capitalismo neoliberal dominante que muestra su agotamiento. A los poderes instalados no les conviene que la ciudadanía perciba la profundidad real de las crisis de este modelo a fin de que no se plantee las posibles alternativas al mismo y su necesidad urgente de ponerlas en marcha. Es más seguro para el sistema que vivamos en el pesimismo y zozobra sobre nuestro inmediato presente y futuro, pues eso nos inmoviliza y reasegura sus opciones de seguir siendo el modelo dominante.

Las crisis ocultas, a las que nadie parece atender, se minimizan y, por lo tanto, se obvian en un intento de prestidigitación que las haga desaparecer . La realidad, sin embargo es diferente y terca, y nos muestra permanentemente que esas crisis se profundizan y se nos muestran como elementos acusatorios de la testaruda verdad que supone la crisis estructural del sistema capitalista. Crisis ambiental, energética, climática, de valores, alimentaria.., además de la financiero-económica y la política, se rebelan en un agravamiento continuo y profundo que en algún momento puede hacer imposible su abordaje y resolución.

Ese distraimiento general hacia la crisis financiera como la única existente es consciente por parte del sistema pues así nos difumina, nos oculta, su creciente debilidad. Y esto le permite seguir atacando las bases sustentables, éticas e ideológicas de los otros ámbitos de la vida social, política y cultural que está destruyendo o agotando. En el mejor de los casos, este neoliberalismo, que se cree fuerte en su agonía y que como todo moribundo tiránico se vuelve más agresivo en sus últimos momentos de vida, solo plantea opciones de mitigación de los efectos de las crisis, pero sin alterar sus bases estructurales. Bien al contrario, se reitera, en lo que sabe que es la insostenibilidad de sí mismo como sistema, profundizando las raíces de su propia crisis y afectando a cada vez más sectores. Ámbitos que incluso en la lógica del mercado, un día se consideraron intocables, hoy se tratan de explotar para la obtención enloquecida de más y más beneficios. Este es el caso de, por ejemplo, el comercio del carbono, la privatización del agua y su desaparición como derecho humano básico, la existencia y extensión de productos transgénicos o, la vuelta de las mujeres a la casa obligándolas a abandonar el espacio público, en suma, la mercantilización de la vida y de su cuidado en prácticamente todas sus facetas humanas y naturales.

Nos vendieron el logro de una mejor calidad de vida si aceptábamos los paradigmas del capitalismo neoliberal (individualismo y mercado) y mirábamos hacia otro lado mientras el expolio de la tierra y de la mayoría de sus habitantes se extendía. Y hoy avanzamos en un acelerado deterioro de la vida (infelicidad, soledad, pérdida de derechos sociales y laborales, destrucción de la naturaleza, aumento incesante del desigual reparto de la riqueza, …).

Esos paradigmas también se nos traducían como promesas de desarrollo y progreso ilimitados, aunque fuera a costa del empobrecimiento de las grandes mayorías sociales en el mundo. Construirse como arquetipo del desarrollo-consumismo en el que los mercados mundiales ya no pueden expandirse más y la capacidad del consumo se ha visto ampliamente superada por la oferta. Este paradigma ha llevado al desequilibrio irrecuperable de la vida y la pregunta es si seguiremos permitiendo este proceso que nos lleva a la destrucción o empezamos a transformar radicalmente el sistema. Porque, como dijo A. Einstein «callar en la crisis es exaltar el conformismo». Y si al principio citábamos la situación de crisis aguda de América Latina en las últimas décadas del siglo XX, ahora recuperamos nuevamente ese continente recordando que han sabido plantarse ante la crisis para empezar a construir la posibilidad de algo realmente nuevo, diferente y más justo y equitativo. Ante todo esto, ¿la ciudadanía de este viejo continente seguiremos mirándonos el ombligo y apretándonos contra la pared pensando que así las consecuencias de esta situación pasarán de largo, sin desposeernos de nuestros derechos a la vida plena?.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.