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La crisis del coronavirus: todos tenemos que cambiar

Fuentes: Rebelión

“La producción de valores de uso o bienes no cambia su índole general por el hecho de que se efectúe para el capitalista y bajo su control”. El Capital. Karl Marx.

Una crisis de esta índole pone de manifiesto que todos tenemos que cambiar. No podemos hablar siempre culpando al otro, al sistema o al orden social. Hablamos como si nosotros estuviéramos fuera del sistema, como si no tuviéramos responsabilidad alguna en todo lo que pasa, sin reconocer que muchas cosas de las que pasan se debe a nuestras limitaciones e incapacidades. No apreciamos como debiéramos lo que cambia y lo que necesariamente tiene que cambiar. No apreciamos lo nuevo. Pensamos como si todo siguiera igual que siempre. Y así repetimos y repetimos las mismas ideas. Nos volvemos inamovibles y nos comportamos ante esta grave crisis de forma incólume. Procedemos como si nosotros siempre estuviéramos libres de pecado.

La cita de Marx que encabeza este trabajo pone en claro que todo no es el valor ni las formas del valor, que todo no puede ser examinado desde la perspectiva de las formas de valor, como si el valor de uso, su producción y su consumo carecieran de un estatuto propio en el mundo. La forma capitalista de producción de valores de uso no solo no cubre toda la naturaleza de la producción, puesto que su índole general no sufre modificación por tener la forma de capital, sino que tampoco cubre todas las formas del ser y del actuar del ser humano. Mi fuerza de trabajo empleada en la empresa privada tiene la forma de capital variable, pero solo por un tiempo determinado, 8 horas de trabajo diario, el resto del tiempo carece de esa forma. Pero hay más: todas las capacidades y habilidades que residen en mi persona no son puestas en movimiento cuando yo trabajo para la empresa privada. Más bien ocurre que la mayoría de mis potencialidades espirituales y corporales entran en juego liberada de la forma de capital.

En la sección de El Capital  titulada Compra y venta de la fuerza de trabajo, Marx se expresa en los siguientes términos: “…, el volumen de las llamadas necesidades naturales, así como el modo de satisfacerlas, son un producto histórico y, por lo tanto, depende en su mayor parte del nivel cultural de un país”. (He puesto en negrita lo que considero fundamental cuando hablamos del capitalismo). Es un error hablar del capitalismo en general, como si fuera una sustancia que toma cuerpo en cada nación, y en todas reflejara lo mismo y del mismo modo. Hay dos cosas importantes en la cita de Marx: una, el volumen de las necesidades y el modo de satisfacerla no son iguales en todas la naciones y no son iguales en todas las fases históricas de cada una de esas naciones, y dos, ese volumen de necesidades y el modo de satisfacerla depende del nivel cultural de un país. A más cultura el volumen de esas necesidades será mayor, más variado y más refinado; y el modo de satisfacerlas estará dotado de mayores valores culturales y más nivel civilizatorio. Pero esto que afirma Marx para el salario también es válido para el tipo de Estado, para el estilo de vida de los ciudadanos y ciudadanas y para el modo de ser social de los capitalistas.

Todas las sociedades capitalistas son entidades concretas con determinaciones históricas nacionales peculiares. Los capitalistas alemanes no son iguales que los capitalistas latinos. Los trabajadores alemanes tampoco son iguales que los trabajadores latinos. No son iguales en disciplina y en productividad. Y el comportamiento cívico de sociedades como la austriaca, sobre todo en relación con los bienes públicos, no tiene nada que ver con el comportamiento cívico de los españoles. En EEUU el individualismo está desarrollado de una manera feroz y la religión está incrustada en la sociedad civil de un modo que no se dan en las sociedades de la Unión Europea. Repito: no debemos hablar del capitalismo como si fuera una sustancia que cobra existencia en todas las naciones del mismo modo. La esencia de un pueblo no puede estar separada de su existencia y de su ser social. Y cada nación es diferente a la otra.

La crisis del coronavirus pone de manifiesto, sin duda alguna, todas las limitaciones del modo de producción capitalista y lo perjudicial que resulta estas limitaciones para la salud de los seres humanos, incluidos los propios capitalistas. El individualismo, ejemplificado sobre todo en los deportistas, y la propiedad privada son las causas principales de los males sociales. Si no predominara el individualismo y la propiedad privada, las consecuencias letales del coronavirus sobre la población hubieran sido notablemente menores. El coronavirus se ha presentado como un enemigo nuevo capaz de provocar una hecatombe económica de tales dimensiones que ha provocado que hasta los propios liberales demanden el socorro del Estado. Nadie ha quedado libre de los efectos devastadores de esta pandemia. Y como siempre y de forma inevitable las poblaciones más vulnerables sufrirán más que nadie sus horribles consecuencias.

El coronavirus ha puesto también en primer plano cuáles son las necesidades básicas de los seres humanos que de forma imperiosa tienen que ser satisfechas. Tener un techo donde alojarse, la alimentación, la electricidad, el agua de abasto, las comunicaciones y la salud. Todas las naciones del mundo, hasta las más liberales como es el caso de EEUU, tomarán conciencia de que sin un potente sistema sanitario la economía no podrá ser desarrollada con éxito.

El coronavirus también ha puesto de manifiesto que la globalización tiene sus lados oscuros y sus riesgos. De manera que sin instituciones globales, en especial el desarrollo y fortalecimiento de la OMS, el futuro puede ser muy incierto. Hasta ahora los beneficios de la globalización han ido a parar al sector financiero –en especial a los bancos y a los fondos de inversión– sector tecnológico, en especial las llamadas redes sociales y el comercio electrónico,  sector deportivo, sector cinematográfico y sector discográfico.  Todos estos sectores han idealizado la globalización y son los principales responsables de la enajenación de masas.

La globalización ha hecho que el ser humano sea bajo el punto de vista del consumo más universal que nunca, pero su conciencia ha sido separada de su voluntad colectiva. Sin organización de los intereses comunes de los consumidores de las redes sociales y de los eventos deportivos televisados, el poder de los propietarios y equipos directivos de las empresas del sector tecnológico será imparable, egoísta y despótico. Las instituciones mundiales tienen que buscar el modo en que los usuarios de las redes sociales y los consumidores de los eventos deportivos televisados puedan dotarse de organizaciones que velen por sus intereses comunes.

La globalización ha puesto de manifiesto también lo nocivo que son los fondos de inversión. Habría que parar sus actuaciones en dos niveles: uno, habría que ponerle límites a la cantidad de capital del que pueden disponer, y dos, habría que regular sus inversiones, no deberían realizarlas en cualquier momento ni sobre cualquier sector económico. Los fondos de inversión aprovechan todas las crisis nacionales para extraer exagerados beneficios. Sectores como la vivienda o instituciones de tipo sanitarios les deberían quedar vetadas. En cuando a la primera limitación es oportuno mencionar a la gestora de fondos BlacRock que posee unos activos superiores a los 5 billones de euros, esto es, cinco veces el PIB de España. Tienen el  poder de varios Estados sin tener las obligaciones éticas y sociales de los Estados. De ahí la necesidad imperiosa de ponerles límites. Son monstruos económicos que no generan un bien social. Son la peor expresión social de la codicia capitalista.

La crisis del coronavirus también ha puesto de manifiesto los males de la deslocalización de empresas y la necesidad de fortalecer la industria nacional. La globalización y la división del trabajo internacional no deberían debilitar la autonomía industrial que debe poseer cada nación. Esto se ha hecho evidente en la producción de respiradores y de equipos de protección individual. Esta debilidad nacional, como ha sido el caso de España, ha provocado que el número de muertos por coronavirus haya sido mayor.

Otro aspecto que ha salido a relucir en esta crisis es la necesidad del uso social de las nuevas tecnologías, en especial de los dispositivos móviles. Con las aplicaciones correspondientes el seguimiento sobre los movimientos de los contagiados sería preciso y se podría advertir a todo el mundo si ha tenido contacto con algún contagiado. En el futuro inmediato los datos masivos, la tecnología 5G y la inteligencia artificial serán decisivos en el desarrollo civilizatorio de la humanidad y muy especialmente en el seguimiento y control de los desastres naturales y de las pandemias.

Otro aspecto a destacar y es uno de los más importantes es el desarrollo científico. En este sentido se pone de manifiesto que mientras actividades tan poco básicas como son las deportivas concentran un enorme poder económico, los científicos apenas tengan recursos para investigar y muchas veces tengan que emigrar porque no encuentran trabajo. En este ámbito el mundo tienen que cambiar de forma radical. Todos nos tenemos que esforzar para evitar que necesidades tan secundarias como las deportivas oculten y deprecien el valor tan decisivo y básico que tiene la investigación científica. Y en este ámbito la labor de concienciación de los periodistas es decisivo.

Por último, la crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto la necesidad que tienen las naciones de poseer una poderosa economía estatal y de que el poder estatal en casos de grave crisis esté altamente centralizado. Los pequeños nacionalismos como los grandes nacionalismos se manifiestan en momentos de crisis globales como altamente dañinos. Solo basta observar el número relativamente tan bajo de contagios que se ha producido en China comparado con los que se han producido en Europa y en EEUU.

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