Algunos de ustedes quizás hayan estado presentes en nuestra reunión en mayo de este año en este edificio, cuando recordé lo que dije a Lucien Goldman en París pocos meses antes del histórico mayo del 68 francés. En contraste con la entonces prevaleciente perspectiva de un «capitalismo organizado», que se suponía había dejado exitosamente atrás […]
Algunos de ustedes quizás hayan estado presentes en nuestra reunión en mayo de este año en este edificio, cuando recordé lo que dije a Lucien Goldman en París pocos meses antes del histórico mayo del 68 francés. En contraste con la entonces prevaleciente perspectiva de un «capitalismo organizado», que se suponía había dejado exitosamente atrás la etapa del «capitalismo de crisis» -una visión notoriamente sostenida por Marcuse y también compartida por mi querido amigo Lucien Goldman- yo insistí en que, comparada con la crisis a la que en realidad nos estamos dirigiendo, «la Gran Crisis Económica de 1929-1933» parecería una «reunión de té parroquial».
En las últimas semanas tuvieron una muestra de lo que tenía en mente. Pero no más que una muestra, porque la crisis estructural del sistema del capital como un todo, que estamos experimentando en nuestro tiempo en una escala epocal, está condenada a ponerse considerablemente peor. Se volverá -en su debido momento- más profunda, en el sentido de invadir no sólo el mundo de las más o menos parasitarias finanzas globales sino cada una de las esferas de nuestra vida social, económica y cultural.
La cuestión obvia que debemos abordar ahora concierne a la naturaleza de la crisis que se despliega globalmente y las condiciones requeridas para su plausible resolución.
Si tratan de recordar lo que escucharon repetir incansablemente durante las últimas dos semanas acerca de la actual crisis, una palabra se destaca, ensombreciendo todos los demás diagnósticos realizados y sus correspondientes remedios. Esa palabra es confianza. Si pudiéramos conseguir un pagaré de diez pesos por cada ocasión en que esa palabra mágica ha sido ofrecida para el consumo público en las últimas dos semanas en todo el mundo, sin mencionar su continua reafirmación desde entonces, todos seríamos millonarios. Nuestro único problema en ese caso sería qué hacer con nuestros repentinamente adquiridos millones. Puesto que ninguno de nuestros bancos, ni siquiera nuestros recientemente nacionalizados bancos – nacionalizados por la friolera de no menos que las dos terceras partes de sus activos de capital- podrían proveernos de la legendaria «confianza» requerida para una inversión o depósito seguro.
Incluso nuestro Primer Ministro, Gordon Brown, nos obsequió a este respecto la última semana la memorable frase: «La confianza es la cosa más preciada» Conozco la canción – y probablemente la mayoría de nosotros la conoce- que dice: » El amor es la cosa más preciada». ¡¿Pero la confianza en la banca capitalista es la cosa más preciada?! ¡Esa sugerencia es completamente perversa!
Sin embargo, la propuesta de este remedio mágico ahora parece ser universal. Es repetida con tal convicción como si la «confianza» simplemente pudiera llover del cielo o crecer en gran abundancia en los capitalísticamente bien abonados árboles de las finanzas.
Hace tres días (el 18 de octubre) en el programa más importante de entrevistas del domingo a la mañana de la BBC – el programa de Andrew Marr- desempolvaron un distinguido caballero ya entrado en años, Sir Brian Pitman, quien fue presentado como el antiguo jefe de los negocios bancarios Lloyd´s. No dijeron cuando fue que encabezó esa organización, pero la manera en la que habló lo dejó suficientemente claro bastante pronto. Puesto que pudo saberse través de sus respuestas respetuosamente recibidas que habría estado a la cabeza del Lloyd´s Bank bastante antes de la crisis económica mundial de 1974. De acuerdo con esto, para animar a los televidentes, introdujo una gran innovación conceptual en el discurso de la confianza al decir que nuestros problemas se debían a cierto exceso de confianza. E inmediatamente demostró también el sentido de esta «confianza excesiva «, al decir, más de una vez en una entrevista corta, que hoy no puede haber problemas serios, porque el mercado siempre se encargó de todo. Incluso si algunas veces se fue inesperadamente muy abajo, más tarde siempre volvió a subir. De manera que así lo haría esta vez, y volvería a subir infaliblemente una y otra vez en el futuro. La crisis presente no debería exagerarse, dijo, porque es mucho menos seria hoy que la que experimentamos allá por 1974. Porque en 1974 teníamos una semana laboral de 3 días en Inglaterra [aún si esto no ocurría en ningún otro lugar], y ahora no la tenemos. ¿No es así? ¿Y quién podría discutir ese hecho irrefutable?
De este modo, ahora tenemos la palabra mágica que explica todas nuestras dificultades ya no como un huérfano infeliz, sola, sino como parte de algo así como una fukuyamizada tríada pseudo-hegeliana: confianza – falta de confianza y confianza excesiva. El único elemento ahora faltante en este discurso explicativo mágico es el fundamento real de nuestro peligroso sistema bancario y asegurador, que opera sobre la base de trucos de confianza auto protectores [self-serving] que tarde o temprano están condenados a ser (y de tiempo en tiempo han sido realmente) descubiertos.
En cualquier caso, toda esta charla acerca de las virtudes absolutas de la confianza en la gestión económica capitalista se asemeja bastante a la explicación ofrecida por la mitología hindú acerca de la base de sustento del universo. Puesto que en esa antigua visión del mundo se dice que el universo descansa, de modo que podemos tranquilizarnos, en la espalda de un elefante. ¿Y el evidentemente poderoso elefante? podría preguntarse. Pero nadie debería pensar en eso como una dificultad. Puesto que el elefante se sostiene, lo cual es incluso más tranquilizador, en la espalda de una tortuga cósmica. «¿Pero que hay de la propia tortuga cósmica?» Ni siquiera se atrevan a hacer esa pregunta, por cuanto podrían convertirse en el alimento de tigres de bengala, antes de que se extingan.
Afortunadamente, The Economist es tal vez un poco más realista en su evaluación de la situación.
En el contexto de nuestro doloroso tema, la ahora reconocida crisis económica que tiende a agravarse, voy a darles citas exactas, incluyendo algunas cifras irrefutables de las ya innegables fallas capitalistas, tomadas principalmente de periódicos tan bien establecidos y con una conciencia de clase burguesa tan desvergonzada como The Economist y The Sunday Times. Los citaremos meticulosamente, palabra por palabra, no simplemente porque son importantes en su campo sino también para evitar que nos acusen de «izquierdismo parcial y tergiversante».
Marx decía que, en las página de The Economist, la clase gobernante «se habla a sí misma». Las cosas han cambiado un poco desde esos días. Puesto que ahora incluso en el campo especializado del «conocimiento económico» la clase gobernante necesita un órgano de propaganda de circulación masiva, con la mistificación general como propósito. En vida de Marx la clase gobernante tenía suficiente «confianza», y también una buena cantidad de indisputada «confianza extrema», como para necesitar eso. De este modo, en las presentes y menos arrogantes circunstancias, el periódico semanal de distribución masiva con base en Londres, The Economist, -el vocero orgullosamente seguro de sí del «encuentro de Davos» dominado por los EEUU- sensatamente admite que la crisis que estamos enfrentando hoy tiene que ver con las dificultades de «Salvar al sistema», de acuerdo con el título a toda página de su edición del 11 de Octubre del 2008.
Podemos dar por sentado, desde luego, que nada menos que «salvar al sistema» (o no) es lo que está en juego en nuestro tiempo, incluso si la discusión de The Economist de este problema es un tanto extraña y contradictoria. Puesto que en su habitual manera de intentar presentar su posición altamente partidaria como una «visión equilibrada» objetivamente, por medio del uso de la fórmula «por un lado, por el otro», The Economist siempre logra alcanzar su deseada conclusión a favor del orden establecido. De este modo, también en esta ocasión, The Economist sostiene en su artículo principal del 11 de Octubre que «Esta semana vio la primera débil luz de una respuesta global de largo alcance al vacío de confianza». Ahora, afortunadamente, el «vacío de confianza», aunque reprensible en si mismo, se espera que sea remediado gracias a la un tanto misteriosa «respuesta global de largo alcance».
Al mismo tiempo, del lado más realista, el semanario londinense también reconoce en el mismo artículo editorial que
El daño a la economía real se está volviendo visible. En América el crédito al consumo actualmente se está encogiendo, y alrededor de 150,000 americanos perdieron sus empleos en Septiembre, la mayor cantidad desde el 2003. Algunas industrias están siendo seriamente dañadas: la venta de autos está en el punto más bajo de los últimos 16 años en la medida en que los posibles compradores no pueden conseguir crédito. General Motors ha cerrado temporalmente algunas de sus fábricas en Europa. Alrededor del globo los indicadores a futuro, tales como sondeos de gerentes de compras, son horriblemente sombríos.
No dicen, sin embargo, que «el vacío de confianza», podría tener algo que ver con esos hechos.
Por supuesto, la apología del sistema debe prevalecer en cada artículo, incluso si tiene que ser presentada como la palabra indiscutible de la sabiduría pragmática. En este sentido, «salvar al sistema» para The Economist equivale a la identificación totalmente acrítica del periódico con, y el incuestionable apoyo de, la ilimitada operación de rescate económico – la cual no será llevada a cabo por medio de los «recursos del mercado» habitualmente glorificados de la manera más dogmática- a favor del sistema capitalista en problemas. De este modo, incluso los más apreciados y bien ensayados preceptos de propaganda (un libre mercado no sólo no existente en la actualidad sino nunca existente en realidad) pueden ser ahora tirados por la borda en pro de la noble causa de «salvar al sistema». Concordantemente, The Economist nos dice que la economía mundial claramente está en malas condiciones, pero podría ponerse mucho peor. Este es el momento de hacer aun lado el dogma y la política y concentrarse en respuestas pragmáticas. Eso significa más intervención gubernamental y cooperación en el corto plazo que la que los contribuyentes impositivos, los políticos o de hecho los periódicos pro libre mercado normalmente querrían 1
Hemos sido sometidos a sermones similares por el Presidente George W. Bush con anterioridad. Él dijo a su audiencia televisiva hace dos semana que normal e instintivamente él es un creyente en, y un apasionado partidario de, el libre mercado, pero dadas las presentes circunstancias excepcionales el tiene que pensar en otros caminos. Tiene que comenzar a pensar en estas difíciles circunstancias, punto. No pueden decir que no han sido advertidos.
Las sumas involucradas en la solución «pragmática» recomendada, la cual aconseja no prestar atención a lo que «normalmente querrían» los «contribuyentes impositivos y los periódicos pro libre mercado» (es decir, la ahora aconsejada solución que significa, en rigor, la necesaria sumisión de las grandes masas del pueblo a mayores cargas impositivas tarde o temprano) son literalmente astronómicas. Para citar a The Economist de nuevo: «en poco menos de tres semanas el gobierno de [los Estados Unidos de]* América, en conjunto, expandió su pasivo bruto a más de 1 trillón de dólares -casi el doble de lo que ha costado la guerra de Iraq hasta ahora».2 «Los bancos europeos y norteamericanos van a perder unos 10 trillones de dólares.»3 «Pero la historia enseña una lección importante: que las grandes crisis bancarias son resueltas en última instancia al echar grandes porciones [dollops] de dinero público.» 4
Decenas de trillones de dólares de dinero público «echado», y justificado en el nombre de la supuesta «importante lección de la historia», y desde luego al servicio de la indiscutible buena causa de salvar al sistema, es ciertamente una gran porción [dollop]. Ningún heladero de High Street podría siquiera soñar acerca de tal cucharada [dollop]*. Y si agregamos a esa magnitud el hecho citado en la misma página del periódico londinense, que sólo en el curso del último año «El índice de precios de los alimentos de The Economist subió cerca del 55%»,5 y «el alza de precios de los alimentos a fines del 2007 y comienzos del 2008 generó revueltas en unos 30 países», 6 en ese caso la porción en cuestión se vuelve aún más reveladora acerca de la naturaleza del sistema el cual ahora se encuentra en una crisis aún en vías de profundizarse.
¿Pueden pensar en una mayor acusación para un pretendidamente insuperable sistema de econo-producción [econproduction] y reproducción societal que aquel que – en la cima de su fuerza productiva – está produciendo una crisis alimenticia global, y el inseparable sufrimiento de incontables millones en todo el mundo? Esa es la naturaleza del sistema al cual ahora se espera que sea salvado a toda cosa, incluyendo el actual astronómico costo económico «repartido».
¿Cómo puede uno puede darle un sentido tangible a todo esos trillones gastados? En tanto hablamos de magnitudes astronómicas, le hago esta pregunta a un amigo cercano que es profesor de astrofísica en la Universidad de Londres. Su respuesta fue que debería señalar que sólo un trillón es algo así como cien veces la edad de nuestro universo. Ahora, en la escala de la misma magnitud la regularmente subestimada cifra oficial de la deuda americana*, por su cuenta, alcanza en nuestros días más de 10 trillones. Es decir, mil veces la edad de nuestro universo.
Pero déjenme citar un corto pasaje de una publicación japonesa. Dice lo siguiente:
¿Cuánto dinero especulativo se está moviendo alrededor del mundo? De acuerdo con los análisis de Mitsubishi UFJ Securities, el tamaño de la «economía real» global, en la cual bienes y servicios son producidos e intercambiados, se estima en $48.1 trillones…Por otra parte, el tamaño de la «economía financiera» global, la suma total de las acciones, títulos y depósitos, asciende a $151.8 trillones. De modo que la economía financiera se ha inflado tres veces el tamaño de la economía real, creciendo especialmente rápido durante las dos décadas pasadas. La brecha llega a $100 trillones Un analista involucrado en esta estimación dijo que cerca de la mitad de esa cantidad, $ 50 trillones es apenas necesaria para la economía real. Cincuenta trillones de dólares valen más de 5,000 trillones de yenes, un número demasiado grande para que lo pueda comprender realmente.7
Es de hecho muy difícil de comprender, por no mencionar de justificar, como nuestros políticos apologistas del capital y banqueros sí lo hacen, las sumas astronómicas de la especulación parasitaria acumulada hasta el punto de corresponder a 500,000 veces la edad de nuestro universo. Si ustedes desean tener otra medida acerca de la magnitud involucrada, simplemente imaginen a un desafortunado contador de los tiempos romanos, a quien se le pide algo tan simple como que escriba en su pizarra la cifra de 5,000 trillones de yenes, en números romanos. Estaría totalmente desesperado. Simplemente no podría hacerlo. E incluso si tuviera a su disposición números arábicos, los cuales no habría podido tener, incluso en ese caso necesitaría 17 ceros después del número 5 para poder escribir la cifra en cuestión.
El problema es, por tanto, que nuestros acomodados políticos y banqueros parecen pensar sólo en ceros, y no en sus conexiones sustantivas, cuando presentan estos problemas para el consumo público. Y ese enfoque no puede funcionar indefinidamente. Porque uno necesita mucho más que ceros para salir de este agujero sin fondo del endeudamiento global al que estamos condenados por el sistema al cual ahora quieren salvar a toda costa.
De hecho, la reciente popularidad de Gordon Brown tiene mucho que ver con ceros en más de un sentido. Su asombrosa nueva popularidad – la cual, pensándolo mejor, puede terminar siendo efímera – fue ilustrada la semana pasada por el título de primera página del diario: «De perdedor a héroe» [From zero to hero] 8. El artículo en cuestión sugiera que nuestro Primer Ministro a triunfado realmente en «salvar al sistema». Así es como se ha ganado estos vivos elogios.
La razón por la cual fue aclamado de ese modo, como un héroe, fue el hecho de haber inventado una nueva variante de nacionalizar la bancarrota capitalista, la cual puede ser adoptada con una «conciencia de libre mercado» sin conflictos también por otros países. Eso hizo que incluso George W. Bush se sintiera menos culpable acerca de actuar en contra de lo que él mismo llamó su «instinto apasionado» cuando nacionalizó una enorme «porción» de la bancarrota capitalista de los EEUU de la cual un solo ítem – los pasivos de las gigantescas compañías hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac – eran equivalentes a 5.4 trillones de dólares (es decir, la suma requerido para continuar la guerra en Iraq por 54 años).
La «novedad pragmática» – en tanto opuesta a «el dogma y la política» en las palabras de The Economist – de la reciente nacionalización de la bancarrota capitalista hecha por el «Nuevo Laborismo» consiste en que los contribuyentes no obtienen absolutamente nada (en otras palabras, cero-cero-cero tantas veces como quieran escribirlo, incluso diecisiete veces) por las inmensas cantidades de dinero invertidas en activos de capital quebrados, incluyendo nuestros bancos británicos nacionalizados en sus dos terceras partes. Esta clase de nacionalización de la bancarrota capitalista es un tanto diferente de las versiones anteriores, instituidas luego de la Segunda Guerra Mundial cuando la «Cláusula 4» del Partido Laborista – abogando por el control público de los medios de producción – era aún parte de su constitución. Puesto que en 1945 los sectores en bancarrota de la economía capitalista nacionalizados fueron transferidos al control del estado, durante su generoso proceso de vuelta a engordar con dinero proveniente de los impuestos generales, con el propósito de la apropiada «privatización» en su debido momento.
Incluso la nacionalización de la compañía Rolls Royce llevada adelante por el Primer Ministro conservador Edward Heath en 1971 siguió el mismo vergonzante patrón de control estatal y nacionalización abiertamente admitida. En nuestros días, sin embargo, la belleza de la solución de Gordon Brown es que pierde la vergüenza mientras multiplica la cantidad de billones desperdiciados invertidos en la bancarrota capitalista. Indudablemente eso merece completamente su promoción «de perdedor a héroe» al igual que el galardón más alto de «Salvador del mundo» que le fuera conferido por algunos otros diarios, a causa de su gran modestia que le permite estar satisfecho con absolutamente nada a cambio de nuestros- no los suyos- billones generosamente gastados. ¿Pero puede esta clase de remedio gubernamental ser considerada una solución duradera a nuestros problemas, incluso en el corto plazo, sin mencionar la requerida sustentabilidad a largo plazo? Sólo un tonto puede creer eso.
En verdad, las medidas recientemente adoptadas por nuestras autoridades políticas y financieras sólo atienden un único aspecto de la crisis actual: la liquidez de los bancos, compañías hipotecarias y aseguradoras. E incluso eso sólo de un modo acotado. En realidad la gigantescas «porciones de dinero echadas»* no representan más que el pago del depósito, por así decir. Mucho más va a ser requerido a ese respecto en el futuro, mientras los trastornos que aún se despliegan en el mundo del intercambio de acciones continúe acentuándolos.
En cualquier caso, mucho más allá del problema de la liquidez, otra dimensión que involucra sólo a la crisis financiera concierne al de la casi catastrófica insolvencia de los bancos y compañías aseguradoras. Este hecho se aclara una vez que sus especulativa e irresponsablemente asumidos, pero sin embargo existentes, pasivos son realmente tomados en cuenta. Para darles un ejemplo: dos de nuestros grandes bancos en Inglaterra tiene pasivos equivalentes a $2.4 trillones cada uno, adquiridos bajo el aventurerista supuesto de que nunca iban a tener que pagarse. ¿Puede el estado capitalista liberarlos exitosamente de esa cantidad de pasivos? ¿De dónde podría el estado tomar en préstamo dinero de tal magnitud para la operación de rescate requerida a tal propósito? ¿Y cuáles serían la necesarias consecuencias inflacionarias de «repartir tales porciones» en estas verdaderamente gigantes operaciones de rescate por medio de la simple impresión del dinero requerido en ausencia de otras soluciones?
Más aún, los problemas no se agotan con el riesgoso estado del sector financiero. Pues aún más difíciles de remediar, los sectores productivos de la industria capitalista también están en serios problemas, sin importar que tan altamente desarrollados y favorecidos puedan parecer por su posición competitivamente aventajada en el orden jerárquico global del capital transnacional. Debido a lo limitado de nuestro tiempo, debo confinarme otra vez a un, pero a un muy significativo, ejemplo. Involucra a la industria automotriz de los Estados Unidos, gravemente humillada en los últimos años, a pesar de todos los subsidios recibidos en el pasado, otorgados por el estado capitalista más poderoso, que se cuentan por muchos millones de dólares norteamericanos.
Permítanme citar un artículo acerca de la corporación Ford y sus fantasías globalizantes allá por 1994. publicado en The Sunday Times. Así es como nuestros distinguidos periodistas financieros pintaban un cuadro color de rosa en esos días:
La completa globalización está siendo intentada por las multinacionales… ´Este es definitivamente el bebé de Trotman´, dijo una fuente [norte]americana. ´Él tiene una visión del futuro que dice que, para ser un ganador global, Ford tiene que ser una corporación verdaderamente global.´ De acuerdo con Trotman, quien dijo a The Sunday Times en Octubre de 1993, ´Como la competencia automotriz se vuelve más global mientras avanzamos hacia el siguiente siglo, la presión de encontrar economías de escala* se va a volver cada vez más grande. Si, en vez de hacer dos motores de 500,000 unidades cada uno, se puede hacer 1 millón de unidades, entonces los costos son mucho más bajos. En definitiva va a haber un puñado de jugadores globales y el resto o bien no va a estar ahí o va a estar en dificultades.
Trotman y sus colegas concluyeron que la completa globalización es el camino para vencer a competidores tales como los japoneses y, en Europa, al archi-rival de Ford, General Motors, la cual retiene una ventaja de costos respecto de Ford. Ford también cree que necesita su globalización para capitalizar en los mercados rápidamente emergentes de Extremo Oriente y América Latina.8
De este modo, la «única» cosa que Alex Trotman -el presidente, nacido en Inglaterra, de la Ford Corporation en ese momento- olvidó considerar, a pesar de sus impecables habilidades aritméticas que le permiten conocer la diferencia entre 500,000 y 1 millón, fue esta: qué sucede cuando no pueden vender el millón (y muchas veces más) de automóviles, a pesar de la prevista y disfrutada ventaja de costos estratégica de la compañía. En el caso de la Ford Corporation, incluso la enorme tasa diferencial de explotación que la compañía podía imponer mundialmente en tanto es una inmensa compañía transnacional – esto es: pagando exactamente por el mismo trabajo 25 veces menos a los trabajadores de la «Ford Philippines Corporation»*, por ejemplo, que a su fuerza de trabajo en los Estados Unidos de América- incluso esta incuestionable ventaja no puede ser considerada suficiente para asegurar una salida a esta contradicción fundamental.
Aquí es donde estamos parados hoy, no sólo en el caso de la verdaderamente humillada Ford Corporation sino también en el de la General Motors, con independencia de su ventaja de costos alguna vez profundamente envidiada incluso por la Ford Corporation de los Estados Unidos.
Hablando acerca de un trato recientemente instituido que provee grandes subsidios otorgados por el estado norteamericano a las gigantescas compañías automotrices del país, así es como la actualmente infeliz situación de la industria automotriz es descripta en uno de los últimos números de The Economist: «el trato [en cuestión]* significa que las compañías de autos – bendecidas con la garantía del gobierno – deberían conseguir préstamos por una tasa de interés de alrededor del 5% en vez del 15% que enfrentarían en el mercado abierto en las condiciones actuales.»9
No obstante, ninguna cantidad de subsidios de ninguna clase puede ser considerados suficientemente satisfactorios, porque las «Tres Grandes» compañías – General Motors, Ford y Chrysler – están a punto de quebrar, a pesar del hecho de que el bebé de los sueños de Trotman es ahora un adolescente completamente crecido. Consecuentemente The Economist debe admitir que una vez que los subsidios industriales como este comienzan a fluir, es difícil detenerlos. Un estudio reciente hecho por el Instituto Cato, un think tank de derecha, descubrió que el gobierno federal gastó alrededor de $92 billones subsidiando negocios sólo en el 2006. Solamente $21 billones de eso fueron a productores agropecuarios: gran parte del resto fue a firmas como Boeing, IBM y General Electric bajo la forma de créditos de apoyo a la exportación y varios subsidios de investigación.
Las Tres Grandes ya se están quejando que tomará mucho tiempo repartir el dinero [del estado]*, y quieren acelerar el proceso. También quieren 25 billones más, posiblemente adjuntados a la segunda versión del contrato de rescate de Wall Street. La lógica de rescatar a Wall Street es que las finanzas apuntalan todo. Detroit no puede comenzar a hacer ese reclamo. Pero, dado su exitoso lobby, ¿puede tardar mucho que las aerolíneas enfermas y los minoristas en problemas se pongan en la fila?10
La inmensa expansión especulativa del aventurerismo financiero, especialmente en las últimas tres o cuatro décadas, es desde luego inseparable de la crisis que se profundiza en las ramas productivas de la industria y los consiguientes problemas que emergen de la completamente lenta acumulación de capital (y de hecho acumulación fallida) en ese campo productivo de la actividad económica. Ahora, inevitablemente, también en el dominio de la producción industrial la crisis se está volviendo mucho peor.
Naturalmente, la consecuencia necesaria de la crisis que se profundiza en las ramas productivas de la «economía real», como las están comenzando a llamar, y contrastar la economía productiva con el aventurerismo especulativo financiero, es el crecimiento del desempleo en todas partes a una escala aterradora, y la miseria humana asociada a ello. Esperar una solución feliz a estos problemas desde las operaciones de rescate del estado capitalista sería una gran ilusión.
Este es el contexto donde nuestros políticos deberían realmente comenzar a prestar atención a la proclamada «importante lección de la historia», en vez de «repartir grandes porciones de dinero público» bajo la pretendida «lección de la historia». Puesto que como resultado del desarrollo histórico bajo el dominio del capital en su crisis estructural, en nuestro propio tiempo hemos alcanzado el punto donde debemos someternos al impacto destructivo de una simbiosis aún por empeorar entre el marco legislativo estatal de nuestra sociedad y el material productivo al igual que la dimensión financiera del establecido orden reproductivo societal.
Comprensiblemente, esa relación simbiótica puede ser, y frecuentemente también lo es, administrada con prácticas completamente corruptas por las personificaciones privilegiadas del capital, en negocios tanto como en política. Pues, no importa cuan corruptas puedan ser tales prácticas, están en completa sintonía con los contra-valores institucionalizados del orden establecido. Y- dentro del marco de la simbiosis prevaleciente entre el campo económico y las prácticas políticas dominantes- son bastante permisivos legalmente, gracias al muy cuestionable y a menudo incluso claramente antidemocrático rol facilitador de la impenetrable jungla legislativa provista a este respecto por el estado también en el ámbito financiero.
El fraude, en una gran variedad de sus formas practicables, es la normalidad del capital. Sus manifestaciones extremadamente destructivas no están de ningún modo confinadas a la acción del complejo militar-industrial. A esta altura el rol directo del estado capitalista en el mundo parasitario de las finanzas no sólo es fundamentalmente importante, en vista de su magnitud omnipresente, como tuvimos que descubrir con shockeante claridad durante las últimas semana, pero también potencialmente catastrófico.
El vergonzoso hecho en la materia es que el las gigantescas empresas hipotecarias de Estados Unidos, como Fannie Mae y Freddie Mac, eran sostenidas de manera corrupta y generosamente provistas con garantías altamente rentables pero totalmente inmerecidas por la jungla legislativa del Estado [Norte]Americano en primer lugar, como también a través de los servicios personales de la impune corrupción política. En rigor, la cada vez más densa jungla legislativa del estado capitalista es de hecho el legitimador «democrático» del fraude institucionalizado en nuestras sociedades. Los editores y periodistas de The Economist están de hecho perfectamente bien enterados de las prácticas corruptas a través de las cuales, en el caso de las compañías hipotecarias norteamericanas gigantes, reciben de su estado un tratamiento escandalosamente preferencial [aquí cito a The Economist]permitieron a Fannie y Freddie operar con pequeñas cantidades de capital. Los dos grupos tenían un capital común (como fue definido por su regulador) de $83.2 billones al final del 2007; esto sostenía $5.2 trillones de deuda y garantías, una ratio de endeudamiento de 65 a uno. [!!!] De acuerdo a CreditSights, un grupo de investigación, Fannie y Freddie eran contrapartes por valores de $2.3 trillones de transacciones derivativas, relacionadas a sus actividades de cobertura. No hay modo por el cual a un banco privado le estuviera permitido tener una hoja de balance tan altamente endeudada, 11 y tampoco calificaría para el más alto informa de crédito AAA. …Usaron su financiamento barato para comprar activos de mayor rendimiento.12
[Más aún] con tanto en riesgo, no es llamativo que las compañías construyeran una formidable máquina de lobby. Se le dio trabajo a ex-políticos. Los críticos podían esperar un paseo brusco. Las compañías no estaba asustadas de morder la mano que las alimentaba.»13
Sin miedo a «morder las mano que las alimentaba» refiere, por supuesto, al cuerpo legislativo del estado norteamericano. ¿Pero por qué deberían tener miedo? Pues tales compañías gigantes constituyen una simbiosis total con el estado capitalista. Esta es una relación corruptamente impuesta también en términos del personal involucrado, a través del acto de contratar políticos quienes podrían servirles preferencialmente, con un alucinante «ratio de endeudamiento de 65 a uno» y la calificación de crédito AAA asociada, incluso de acuerdo a la renuente confesión de The Economist.
La gravedad de la presente situación está subrayada en un modo característico por la circunstancia, puesto en estas palabras por The Economist: «corredores en el mercado de cambios de crédito en default recientemente han hecho apuestas en lo impensable: que los Estados Unidos de América no paguen su deuda.» 14 Naturalmente, tales corredores reaccionan aún a eventos de semejante carácter y gravedad como los que experimentamos hoy de la única manera en la que les es posible: intentando obtener beneficio de ello.
El gran problema del sistema global del capital es, sin embargo, que el default de Estados Unidos no es en absoluto impensable. Por el contrario, es – y lo ha sido por un muy largo tiempo- una certeza próxima. Este es el motivo por el cual escribí hace mucho años (en 1995, para ser preciso) que:
En un mundo de inseguridad financiera nada se ajusta mejor a la práctica de jugar con sumas astronómicas y criminalmente inseguras en el mundo de intercambio de acciones -que presagia un terremoto de magnitud 9 ó 10 en la «Escala Richter» financiera- que llamar a las empresas que se dedican a tales juegos de apuestas ´Gestión de valores´*; …Exactamente cuando y en que forma -de las cuales puede haber muchas, mas o menos brutales, variedades – la su astronómica deuda de los EEUU va a entrar en default, no puede verse desde este punto en el tiempo. Puede haber sólo dos certezas a este respecto. La primera es que la inevitablidad del default de [los Estados Unidos de] América va a afectar profundamente a todos en este planeta. Y la segunda, que la preponderante posición de potencia hegemónica de los EEUU va a continuar haciéndose valer por todos los medios, para hacer que el resto del mundo pague por la deuda de [los Estados Unidos de] América tanto como le sea posible.15
Por supuesto, la condición agravante en la actualidad es que el resto del mundo – aún con la históricamente muy irónica enorme contribución china a la hoja de balance del Tesoro norteamericano – es cada vez menos capaz de llenar el «agujero negro» producido a una escala creciente por el insaciable apetitito de deuda de [los Estados Unidos de] América, como lo demuestran las reverberaciones globales de la reciente crisis hipotecaria y bancaria de los EEUU. Esta circunstancia trae el necesario default de [los Estados Unidos de] América, en una de sus «mas o menos brutales variedades», bastante más cerca.
La verdad de este tema perturbador es que no puede haber ninguna salida de estas contradicciones en última instancia suicidas, las cuales son inseparables del imperativo de la ilimitada expansión del capital, sin tener en cuenta las consecuencias -arbitraria y mistificantemente confundida con el crecimiento como tal – sin cambiar radicalmente nuestro modo de reproducción metabólica social adoptando las muy necesarias prácticas responsables y racionales de la única economía viable,16 orientada por las necesidades humanas, en vez de las alienantes, deshumanizante y degradantes ganancias.
Aquí es donde los desbordantes impedimentos de las interdeterminaciones al servicio de los intereses del capital tienen que ser confrontados, no importa que tan difícil sea bajo las condiciones prevalecientes. Pues la absolutamente necesaria adopción y el apropiado futuro desarrollo de la única economía viable es inconcebible sin la transformación radical del orden socioeconómico y político establecido.
Gordon Brown expresó recientemente su descontento acerca del «capitalismo sin restricciones», en nombre de una totalmente inespecífica «regulación». Quizás recuerden que Gorbachov, también, quería alguna clase de capitalismo regulado, bajo el nombre de «socialismo de mercado», y también deben saber lo que le ocurrió a él y a su grotesca fantasía. Por otro lado, la expresión del Primer Ministro británico conservador Edward Heath, largo tiempo atrás, para el mismo pecado del «capitalismo sin restricciones» fue el «rostro inaceptable del capitalismo». Pero el «capitalismo sin restricciones», a pesar de su «rostro inaceptable», permaneció todas estas décadas no sólo «aceptable» sino que -en el curso de su ulterior desarrollo- se ha vuelto mucho peor. Puesto que los fundamentos causales de nuestros aún más serios problemas no es el «inaceptable rostro del capitalismo desregulado» sino su substancia destructiva. Es esta apabullante substancia que debe resistir y anular todos los esfuerzos dirigidos a la aún mínima restricción del sistema del capital -como, de hecho, hizo exitosamente también en Inglaterra transformando al socialdemócrata «Viejo Laborismo» en el neoliberal «Nuevo Laborismo». Concordantemente, la periódicamente renovada fantasía de un capitalismo regulado en un modo estructuralmente significativo sólo puede equivaler a intentar poner parches*.
Pero lo último que necesitamos hoy es continuar poniendo parches, cuando tenemos que enfrentar la gravedad de la crisis estructural del capital, que clama por la institución de un radical cambio sistémico. Resulta muy revelador acerca del carácter incorregible del sistema del capital que incluso en un momento como este, cuando la inmensa magnitud de la crisis que se despliega no puede ser negada por más tiempo aún por los más devotos apologistas ex officio del sistema – una crisis descripta unos poco días atrás nada menos que por el vicedirector del Banco de Inglaterra como la mayor crisis económica en toda la historia de la humanidad- nada puede ser considerado, ni hablar de efectivamente hecho, para cambiar los defectos fundamental de un orden societal reproductivo cada vez más destructivo por aquellos que controlan las palancas económicas y políticas de nuestra sociedad.
En contraste a la reciente iluminación por su propio vicedirector, el director del Banco de Inglaterra, Mervyn King, no tuvo ninguna duda acerca de la buena salud del apreciado sistema del capital, ni tampoco tuvo la más mínima anticipación de una crisis venidera, cuando alabó al cielo por el libro apologético del capital de Martín Wolf, con su autocomplaciente y perentoriamente afirmativo título: Por qué la globalización funciona. Llamó a ese libro «una devastadora crítica intelectual de los oponentes de la globalización» y una «visión civilizada, sabia y optimista de nuestro futuro económico y político».17 Ahora, sin embargo, todos estamos forzados a tener al menos cierta inquietud acerca de la real naturaleza y las necesariamente destructivas consecuencias de la globalización capitalista dogmáticamente aclamada.
Naturalmente, mi propia actitud hacia el libro de Wolf fue muy diferente que la de Mervyn King y otros que comparten los mismos intereses creados. Comenté en el momento de su publicación que el autor, que es el principal comentarista económico del Financial Times de Londres, olvida formular la pregunta que realmente importa: ¿Para quién funciona?, si es que lo hace. Ciertamente funciona, hasta ahora, y no del todo bien, para quienes toman las decisiones del capital transnacional, pero no para la aplastante mayoría de la humanidad quien debe sufrir las consecuencias. Y ninguna clase de «integración jurisdiccional» defendida por el autor – esto es, en castellano básico, el control directo más férreo de la deplorada «cantidad excesiva de estados» por parte de un puñado de potencias imperialistas, especialmente la mayor de ellas – podrá remediar la situación. La globalización capitalista en realidad no funciona y no puede funcionar. Puesto que no puede superar las irreconciliables contradicciones y antagonismos manifiestos a través de la global crisis estructural del sistema. La globalización capitalista misma es la manifestación contradictoria de esa crisis, intentando dar vuelta la relación causa/efecto en un vano intento de curar algunos efectos negativos por medio de otros efectos proyectados ilusoriamente, debido a que es estructuralmente incapaz de dar cuenta de sus causas. 18
En este sentido, los recientes intentos de contrarrestar los síntomas de la crisis que ganan en intensidad, por medio de la cínicamente camuflada nacionalización de magnitudes astronómicas de la bancarrota capitalista, a través de recursos estatales aún por inventar, sólo podían poner de relieve las profundamente antagonistas determinaciones causales de la destructividad del sistema del capital. Puesto que lo que está fundamentalmente en juego hoy no es simplemente una enorme crisis financiera sino la potencial autodestrucción de la humanidad en este punto del desarrollo histórico, tanto militarmente como a través de la continua destrucción de la naturaleza.
A pesar de la manipulación concertada de las tasas de interés y las recientes vacías reuniones cumbre entre los países capitalistas dominantes, nada ha sido conseguido duraderamente por medio de «echar gigantescas porciones de dinero» en el agujero sin fondo del «crujiente» mercado global financiero. La «respuesta global de largo alcance al vacío de confianza», como la proyectaba ilusoriamente The Economist y sus amos, pertenece al mundo de la (no tan pura) fantasía. Puesto que una de las grandes fallas históricas del capital, como modo de control social metabólico largamente establecido, es el continuado predominio de los potencialmente muy agresivos estados nacionales, y la imposibilidad de instituir el estado del sistema del capital como tal sobre la base de los estructuralmente afianzados antagonismos del sistema del capital.
Imaginar que dentro del marco de tales determinaciones causales antagonistas una armoniosa solución permanente puede ser encontrada en la cada vez más profunda crisis estructural de un sistema de producción e intercambio sumamente inicuo – el cual ahora se encuentra activamente involucrado en la producción de una crisis global alimenticia, sumada a todas sus urgentes contradicciones, incluyendo la aún más omnipresente destrucción de la naturaleza -, sin siquiera intentar remediar sus penosas iniquidades, es la peor manera de pensamiento ilusorio, bordeando la irracionalidad total. Pues, autocontradictoriamente, quiere retener el orden existente a pesar de sus necesariamente explosivas iniquidades y antagonismos. Y la así llamada «integración jurisdiccional de la cantidad excesiva de estados» bajo el mando de unos pocos autodesignados, o uno, como proponían algunos apologistas del capital, sólo puede sugerir la -igualmente autocontradictoria – permanencia de la potencialmente suicidad dominación global imperialista.
Es por esto que Marx es más relevante hoy que nunca antes. Puesto que sólo un radical cambio sistémico puede ofrecer la esperanza y solución históricamente sostenible para el futuro.
* Insertaremos la aclaración del país americano específico al cual se refiere el autor en cada caso que lo requiera (n. del t.)
* «Dollop», aquí traducido como «porción», es una masa informe de algo sólido o líquido. En ciertos contextos puede traducir por «cucharada». El juego de palabras del autor alude a esta última posible acepción, de allí la mención de los puestos ambulantes de helados que se encuentran en la High Street de Londres.
* El autor se refiere a la deuda de los Estados Unidos de América.
* «dollops throw in», en el original (N. del T.)
* Refiere al ahorro en costos de producción por medio de la producción masiva (n. del t.)
* «Corporación Ford de las Filipinas», n. del. t.
* El agregado entre corchetes pertenece al autor.
* El agregado entre corchetes pertenece al autor.
* «Securities management», en el original. El autor hace un juego de palabras entre el término «securities» (bonos, valores o títulos, en este contexto) e «insecurity» (la mencionada inseguridad del sistema financiero internacional).
* «to tie knots on winds», en el original (n. del t.)
* Conferencia escrita para una reunión que tuvo lugar en Conway Hall, Londres, el 21 de October del 2008. Traducción del inglés para Herramienta y el Foro de Agustín D’Ambrosio.
1 Todas estas citas fueron tomadas del mismo artículo editoral de The Economist, 11 de Octubre 2008, p. 13
2 The Economist, 11 de Octubre 2008, edición especial, p. 3.
3 Ibid.
4 Ibid., p.4
5 Ibid.
6 Ibid., p.6
7 Shii Kazuo en Japan Press Weekly, Número Especial, Octubre de 2008, p. 20.
8 «Ford se prepara para la revolución global», por Andrew Lorenz y Jeff Randall. The Sunday Times, 27 de Marzo de1994, Sección 3, p. 1.
9 «Un rescate que pasó. En la estela de las aflicciones de Wall Street, los Tres Grandes reciben un enorme subsidio.» The Economist, 4 de Octubre, 2008, p. 82.
10 Ibid., p.83
11 Lehman Brothers, uno de los principales bancos de inversiones, tenía una ratio de endeudamiento de 30 a 1. ¡Eso ya es lo suficientemente malo!
12 «Fannie Mae y Freddie Mac: El fin de las ilusiones», The Economist, Julio 19-25, 2008, p. 84.
13 «Una breve historia familiar: evasivas tóxicas», The Economist, July 19-25, 2008, p. 84.
14 «Fannie Mae y Freddie Mac: El fin de las ilusiones», The Economist, Julio 19-25, 2008, p. 85.
15 «La presente crisis», citado de la parte IV. de Beyond Capital (publicado en Londres en 1995), pp.962-3. (En castellano en Más allá del capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas, 2001, pp. 1111-12.)
16 Ver a este respecto: «Crecimiento cualitativo en utilización: la única economía viable», sección 9.5 de mi libro, El desafío y la carga del tiempo histórico, Monthly Review Press, Nueva York, 2008, pp. 272-93. (Publicado en Herramienta, Números 36 y 37.)
17 Comentario de Mervyn King, en la contratapa del libro de Martin Wolf’s, Why Globalization Works, Yale University Press, 2004.
18 En «Educación – Más allá del capital», Conferencia de apertura pronunciada en el Fórum Mundial de Educação, Porto Alegre, 28 de Julio, 2004. Reimpreso en castellano en La educación más allá del capital, Siglo Veintiuno Editores / Clacso Coediciones, Rio de Janeiro, 2008. Ver también el capítulo: «Why Capitalist Globalization Cannot Work?» en mi libro, The Challenge and Burden of Historical Time, Monthly Review Press, Nueva York, 2008, pp. 380-398; Edición castellana: El desafío y la carga del tiempo histórico, Vadell Hermanos Editores / Clacso Coediciónes, Caracas, 2008, pp. 371-389.