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La crueldad como espectáculo

Fuentes: Rebelión

Ver la manera hollywoodense en que gobiernos fascistas como el de Trump reprimen en California; Netanyahu borra a fuerza de bombardeos al pueblo palestino de su tierra; las matanzas y persecuciones contra los musulmanes de la India por el extremismo Hindutva, ordenados por el Primer Ministro Narendra Modi; hasta un ser menor, descartable, como el presidente argentino Javier «jamoncito» Milei, golpea y gasea puntualmente cada miércoles a jubilados hambreados, obliga a preguntarse: ¿por qué ellos sin ningún pudor alientan la exhibición de semejante espectáculo?

¿Solo porque hoy sería inútil ocultarlo, ya que cualquier transeúnte con su móvil se convierte en corresponsal de guerra de un momento a otro?, ¿por estar seguros de que su envoltura de impunidad jamás se desgarrará? ¿Quizás porque saben que ya no son minoría y millones disfrutan del espectáculo, reclamando desde las urnas más y más golpizas, recortes de derechos y bombas de fósforo? ¿O quizás para curar en salud a los tibios, advirtiéndoles que ellos también tendrán su ración de abuso si se animan a levantar su mullido culo de sillón frente al televisor?

Ciudadanías enteras narcotizadas con brutales operaciones mediáticas observan impávidas y sin reacción cómo líderes de alturas históricas como el presidente Lula de Brasil, el primer ministro pakistaní Imran Khan o la figura política más importante de los últimos cincuenta años de la Argentina, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, mediante procesos obviamente kafkianos, acusados de corrupción son condenados a prisión, utilizando los mismos formatos, con causas inventadas de corrupción, robo, latrocinio y, si cabe, hasta cuatrerismo, trata de blancas y falsificación de obras de arte.

Estas acciones pornográficas, tan bien publicitadas y transmitidas en horario central para toda la familia, nos llevan a preguntar si Hitler, si hubiera contado con los recursos técnicos necesarios, habría colocado videocámaras para transmitir en vivo las contorsiones de sus víctimas dentro de sus cámaras de gas. Esto ocurriría a medida que el aire se les acababa y el Zyklon B comenzaba a quemar prolijamente sus pulmones. O si Charles De Gaulle se habría atrevido a transmitir en directo desde las salas de tortura de Villa Susini en Argel, el momento en que sus hombres freían a fuerza de picana a los patriotas argelinos.

Ahora que ya no hay Vietcong a la vista, ni subversivos, rojos, agentes de la KGB, ragheads o guerrilleros, los enemigos son la señora de acá a la vuelta, el portero de la esquina o el primo del vecino de mi tía. Es decir todos, por lo que el combate para ellos es más sencillo.

Quizás algún doctor en algo pueda responder por qué antes los nazis no y ahora los nazis sí. Explicar a qué suburbio infame se mudó la humanidad para que se pueda acorralar a miles de millones de personas contra la desesperación a la vista de todos. Sin generar más sensaciones en el resto que un bostezo acompañado por un desperezo al borde de la descoyuntura, mientras se espera el partido por alguna copa ad hoc de fútbol o alguna otra cosa.

Aquel doctor en algo que disponga de esa respuesta quizás pueda articular también una explicación sobre qué llevó a nazis y sionistas a olvidar aquel mínimo quítame de allí las pajas y entenderse para marchar unidos y a paso crepitante por un «mundo mejor» vaciado de palestinos, morenos, árabes, negros, migrantes, refugiados y necesitados de toda laya.

California Dreamin

Es en este contexto en el que Donald Trump, el gran brujo de estos nuevos tiempos exacerbado de odio, ahora se ha decidido a invadir California, quizás ignorando que no es un país de Medio Oriente, sino el estado con el mayor PBI de la Unión Americana, superando a los de India, Reino Unido, Italia Brasil, Francia o Canadá, imaginémoslo en comparación con naciones africanas, asiáticas o latinoamericanas.

Las protestas que Trump intenta acallar estallaron en el pasado viernes 6 tras una serie de razias masivas lanzadas por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) en búsqueda de migrantes ilegal en el suburbio de Paramount en Los Ángeles, donde el ochenta y dos por ciento de su población es de origen hispano.

En ese proceso no importaron detalles como que los «ilegales» tuvieran sus papeles en orden y vivieran en los Estados Unidos desde hace treinta, cuarenta y hasta cincuenta años, sus casas, sus familias, sus amigos, jugasen softbol en el parque cada domingo e incluso un perro llamado Charlie.

La piel, el acento, las forman y a hasta su dios los delatan, están ahí para hacer pequeña a América como ya lo ha dicho Donald “Captain America” Trump: “la ciudad de Los Ángeles está siendo invadida y conquistada por un enemigo extranjero”, y él ha vuelto para impedirlo.

Los agentes del ICE, se habían instalado en cercanías de centro comerciales, clubes e incluso iglesias de Paramount para “cazarlos” y la respuesta fue inmediata: piedras y bombas molotov, destrucción de vehículos policiales, saqueos por parte de mexicanos, hondureños, guatemaltecos y otras tribus salvajes que ondeaban con desparpajos sus respectivas banderas. Por lo que las autoridades intentaron disuadir con gas pimienta, balas de goma y de humo, con lo poco que lograron, pero sí alcanzaron a capturar algunos centenares que posiblemente sean expulsados sin siquiera posibilidades de despedirse de Charlie.

La reacción de los ciudadanos de Paramount se diseminó a otros lugares de Los Ángeles, donde más o menos se repitieron las mismas escenas, lo que le dio la escusa a Trump, para que al día siguiente ordenar el despliegue de más efectivos de la Guardia Nacional, algo que habitualmente está reservado a la decisión del gobernador del Estado.

Lo que ha generado una fuerte controversia entre Trump y el gobernador de California, Gavin Newsom, un posible candidato presidencial para las elecciones del 2028 por el Partido Demócrata, quien frente al envío extemporáneo por parte del Gobierno federal de cuatro mil hombres de la Guardia Nacional y setecientos marines sin su autorización, calificó de “intervención ilegal” y una “violación de la soberanía del Estado”, por lo que realizó un recurso judicial de emergencia para bloquear la orden presidencial. Además reprochó al presidente que sus medidas y declaraciones provocaron que más personas se unieran a las protestas.

Tras las amenazas de Trump, perseguir y expulsar a residentes extranjeros, el gobierno californiano se declaró “estado santuario”, y advirtió que su Departamento de Policía no iba a participar de los operativos de control migratorio. Lo que ha provocado tensiones entre las fuerzas locales y las federales, lo que podría escalar a un conflicto inédito en la historia moderna de los Estados Unidos.

Este emparche de Trump remite a la medida similar que intentó en 2020 para reprimir las protestas después del asesinato de George Floyd en Minneapolis, en el estado de Minnesota, aunque en esa oportunidad la medida fue descartada por consejo de su Secretario de Defensa, Mark Esper.

Como en cualquier calle de Bagdad o de Kabul, y con el mismo resultado, retenes de Humvees bloquearon el paso a los manifestantes de Paramount intentando evitar que las protestas se sigan extendiendo, lo que se sigue produciendo y para el próximo sábado 14 se esperan al menos mil ochocientas marchas de protestas en todo el país, setenta solo programadas en el sur de California bajo la consigna “No Kings” (sin reyes) un movimiento que se opone a las políticas racistas de Trump y que a la velocidad del rayo se está articulando en todo los Estados Unidos.

Las movilizaciones del 14 coinciden con el desfile militar a realizarse en Washington D. C., por el 250º aniversario del Ejército de Estados Unidos, día en que además Trump celebra su cumpleaños número setenta y nueve y por lo que se ve está dispuesto a tirar el país por la ventana sin tener muy en claro donde podría caer.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.