Recomiendo:
0

La cuestión comunista: Las palabras que conmovieron el mundo

Fuentes: Kaosenlared

La revolución Octubre de 1917 fue el año 1 de la revolución socialista, una revolución que «planteaba» la posibilidad de romper la cadena imperialista por su eslabón más débil. A pesar de los pesares, sus repercusiones, todavía siguen presente como primera experiencia en lo bueno y también en lo malo. El tiempo está enterrando a […]

La revolución Octubre de 1917 fue el año 1 de la revolución socialista, una revolución que «planteaba» la posibilidad de romper la cadena imperialista por su eslabón más débil. A pesar de los pesares, sus repercusiones, todavía siguen presente como primera experiencia en lo bueno y también en lo malo.

El tiempo está enterrando a no poco de los enterradores del «comunismo», y sobre las grandes ideales socialistas se puede decir aquello del clásico castellano: los muertos que vos enterrasteis, bien vivo están.

Numerosos trabajos (estoy pensando en Moshe Lewin, Ernest Mandela, o más humildemente la magnífica recopilación editada por Andreu Coll para la colección de libritos de Revolta Global, La razones de Octubre. La revolución soviética y el siglo XX, con trabajos muy valioso de Antoni Artous, Daniel Bensaïd, Michael Lowy, Antonio Moscazo y François Vercammen), nos dejan claras algunas consideraciones básicas como pueden ser las siguientes:

—La legitimidad democrática de la revolución de Octubre no fue el producto de un presunto complot revolucionario, sino de la voluntad mayoritaria de la población trabajadora que revalidó este apoyo en una guerra civil contra los «blancos» y contra el «imperialismo»…Esta revolución se hizo en medio de la mayor participación activa de las masas a través de los «soviets» de obreros, campesinos y soldados, soviets en los que tenían voz todas las ideas y tendencias…El primer gobierno bolchevique trató de buscar acuerdos con las demás corrientes socialistas, incluyendo las que se habían opuesto a la revolución…

—Nada de lo que vino después puede comprenderse sin el desastre sin paliativos que conllevó la guerra civil rusa (1919-1921), la derrota de las diversas revoluciones que se dieron en Europa (Alemania, Hungría, Italia, Austria), esto sin olvidar algunas cosas más como el atraso secular ruso, los desastres ocasionados por la «Gran Guerra», el peso de las tradiciones culturales del zarismo, el carecer minoritario y culturalmente atrasado de obreros y campesinos…Es solo a partir de aquí como se pueden juzgar los errores de los bolcheviques cuya pretensión inicial fue no quedar como la Comuna de París, como algo muy hermoso pero que acabó siendo derrotado..,

—El hecho de que, después de la II Guerra Mundial, otras experiencias revolucionarias o poscapitalistas, siguieran un curso similar al de la URSS de los tiempos de Stalin, se explica por los propios desastres provocados por el estalinismo, y también por su imposición como un modelo de desarrollo nacional acelerado por arriba, y por métodos burocráticos que dieron lugar a situaciones tan complejas y contradictorias como la china…

De ahí que la tentativa neoliberal -sí acaso más refinada que la del Vaticano o la de la CIA- de descalificar de una vez por toda la experiencia revolucionaria del mapa política, es más que el fruto de las presuntas aportaciones y argumentos de Soljenitsin, Furet tantos otros, fue la consecuencia de la propia descomposición de estos regímenes «socialistas» verticalistas y policíacos…Pero esto no debe de hacernos olvidar que en su día, en el momento en que transcurrió, y en los años siguiente, la revolución de Octubre apareció como el esbozo de una alternativa a una civilización gravemente enferma como acababa de demostrar la Primera Guerra Mundial, así como el «corazón de las tinieblas» en los países colonizados y semicolonizados (de hecho, el nazismo o el franquismo, lo que hicieron fue aplicar los métodos de represión colonialista contra el «bolchevismo»)…

Las ideas, los escritos, las proclamas de los comunistas rusos que hicieron la revolución tuvieron un impacto extraordinario en todo el mundo, atrayendo amplios sectores del movimiento obrero, de los movimientos antiimperialistas, pero también de escritores y artistas de todo el mundo. Un buen ejemplo de riqueza de perspectiva nos la ofrecen algunas obras de difícil clasificación, comenzando por los poemas del poeta cristiano eserista Alexander Block, por las páginas desconcertadas del socialismo humanista de un Máximo Gorki, por el entusiasmo juvenil y místico de Nikos Kazantzakis, o por el alegato pacifista y socialista de izquierdas escrito por un joven Bertram Russell y la lista es enorme. Quizás valga la pena hacer una nota sobre Block, y dar cuenta de una lejana reseña de César Antonio Molina para El País» (1-7-00) de la edición de las poesías de Block «Los doce y otros poemas» (Ed. Visor, Madrid, 2000). Nuestro flamante ministro de cultura, comenzaba diciendo: «Aunque fue Stalin quién llevó a cabo la mayor carnicería sobre los escritores rusos, Lenin la inició». El lector se preguntará cómo hizo Lenin tal cosa, y el dato es que Block «fue detenido por la policía» en 1920. No se dice más, tampoco de la circunstancia -Block era más bien eseristas, estos habían declarado la guerra a los bolcheviques desde el tratado de Brest-Litovsk.

Más adelante, la detención y la carnicería se unen: «Para Lenin, como luego para Stalin, ambas muertes -la de Block y la del compañero de Ana Ajmátova- debieron ser «costos de producción». ¿Cuál es la consecuencia del enfoque?. Pues que si bien Block luchó por la revolución, ésta le pagó con la muerte. Si nos atenemos a este punto de vista, nunca podremos comprender como fue que todo ellos tuvieron su fase de efervescencia creativa en tiempos de Lenin. Este y no otro fue el caso de Esenin, Maiakovski. Fue mucho después, cuando «desaparecieron» en los campos de concentración como la mayor parte de los compañeros de Lenin, o como Isaak Babel, Mandelstam, y tantos otros. Curiosamente, por lo que se sabe, casi todos ellos siguieron creyendo en la revolución en la que habían participado, y que sus muertes marquen trágicamente justamente el fin de la revolución, y su usurpación por «otra cosa». Tampoco se explica que precisamente fuese la izquierda revolucionaria -trotskistas y surrealistas- fueran los únicos que denunciaron este horror en su momento.

También existen importantes aportaciones escritas desde otros países con una perspectiva diferente (y crítica en buena medida) que del bolchevismo, de otros comunismos que, con una gama de matizaciones extraordinaria, participaran activa y entusiastamente en la creación de la IIIª Internacional, cuya historia y cuyos debates en sus primeros cuatro congresos ofrecen una fuente inagotable de adquisiciones y reflexiones teóricas en medio de la turbulencia de una revolución mundial que creen presente y eminente; una revolución que existirá con sus propios ritmos, aunque desde 1927, con la burocracia estalinista en su contra; el «socialismo en un solo país» significaba de hecho «el socialismo en ningún otro país». Esta historia será también una de las principales víctimas de la historia oficial estalinista que «rusificará» la internacional, para convertirla primordialmente en un instrumento de la política exterior del Estado ruso.

Las más reconocidas de dichas aportaciones serán las de Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, comunistas con puntos de miras propios, que cuentan con un grado de perspectiva ciertamente singular para estar escritas al calor mismo de los acontecimientos. Durante años, el famoso folleto de Rosa Luxemburgo llegó a ser un referente crítico de gran valor -fue homologada con Trotsky, y sus partidarios alemanes y polacos tratados como «trotskistas»-, pero también como un escudo para desautorizar la revolución, sin embargo, sus esquemas, que pueden ser considerados de apoyo entusiasta pero crítico como corresponde a una marxista, se pueden sintetizar como sigue:

—1) aplaude a los bolcheviques por haber «osado» a hacer la revolución en el sentido de «prólogo», y no se plantea la cuestión de las limitaciones objetivas de Rusia, sino que como Lenin y Trotsky las engarza con la situación de crisis general del imperialismo;

—2) denuncia sin paliativos la cobardía y la traición de los socialdemócratas alemanes que (como los austriacos y los italianos) se convirtieron en obstáculos deliberados contra el proceso revolucionario; es más, su mano militarista (Noske, Ebert) acabarían con su vida, así como con la de Karl Liebknecht y Leo Jogiches;

—3) advierte a los bolcheviques de los peligros de las medidas autoritarias pasajeras, y les conmina a ser más audaces en la cuestión de la libertad; también les advierte por cierto por su inclinación a conceder el derecho de autodeterminación a naciones oprimidas cuyas clases dirigentes se volverán contra la revolución;

—4) retoma sus críticas a lo que considera criterios «estrechos» en la concepción leninista del partido

En Gramsci se dan dos tiempos, el de «La revolución contra «El Capital» que se alinea en buena medida con las posiciones «consejistas», o sea contra la interpretación objetivaste de la socialdemocracia, y el que desde la cárcel reflexiona sobre el contraste en las formas de dominación entre Rusia y Occidente. De ello tenemos buena muestra en las diversas recopilaciones de Gramsci relacionadas con 1917 la más centrada sobre el tema que nos ocupa es, «La revolución rusa y la Unión Soviética» (Ed. De la Torre, Madrid, 1976). Existen antologías tan completas como la de Manuel Sacristán (Ed. Siglo XXI), así como diversos monográficos entorno suyo de revistas como «Materiales», «Zona Abierta» , «Temps modernes», así como numerosos ensayos entre los que cabe destacar el de Perry Anderson «Las antinomias de Antonio Gramsci» (Ed. Fontamara, 1976), o la edición de Fernández Buey, «La actualidad del pensamiento de Gramsci» (Ed. Grijalbo, Barcelona, 1977), con textos de Althusser, Bobbio, Sacristán, Togliatti, etc.

Otra variación crítica bastante fecunda proviene de la corriente comunista-consejista, muy importante en los dos primeros Congresos del Komintern, o sea en una coyuntura en la que parece totalmente posible reproducir la experiencia bolchevique en Europa. Esta corriente estaba muy ligada a cierta extrema izquierda socialista como la de los «tribunalistas» holandeses, llevaba hasta su ultimas consecuencias la experiencia soviética o consejista, y fue muy minoritaria desde los años treinta, pero estuvo representada por un colectivo de intelectuales muy brillantes su esquema básica parte de la proclamación como inexcusable de la consigna «todo el poder a los soviets», que anteponen a la conquista del poder por parte de un partido, En este espacio sobresalen en ella las aportaciones iniciales del poeta y militante Hermann Gorter y Anton Pannekoeck, ambos «tribunalistas». Más singular es la del italiano Amedeo Bordiga, que en aquella época tenía más peso que Gramsci y Togliatti, y que mantendrían una ínfima organización izquierdista que, por citar un ejemplo, rechazó todo tipo de colaboración con los gobiernos republicanos en la crisis española de los años treinta España. Curiosamente, aunque todo el mundo ahora lo atribuye a Lenin, fue precisamente Bordiga el principal responsable de la redacción las famosas y justamente denostadas «21 condiciones» de adhesión» a la Internacional, destinadas a estrechar las posibilidades de una presencia de la socialdemocracia.

De esta amplia corriente, tenemos al alcance obras de autores muy diversos como Karl Korsch simpatizó también con el anarcosindicalismo español y definió el estalinismo como una «fascismo rojo». Anagrama (1973) publicó un «dossier», «Karl Korsch o el nacimiento de una época» con un prólogo de Eduardo Subirats, y textos de Mattick, Vacca, Neggt y otros. Fernández Buey preparó para la misma editorial la selección de textos de Pannekoek, Korsch y Mattitck titulada «Críticas del bolchevismo», una versión abreviada de «La contrarrevolution burocrâtique» (Ed. Gallimard, París, 1971). Zero-ZYX publicó otros semejantes, amén de autores como Paul Cerdán. En la segunda mitad de los años setenta se editó en Ayuso la revista «Negaciones» que se hacía eco de estas posiciones bajo la dirección de Fernando Ariel del Val así como de los economistas Justo G. Beramendi y Eduardo Fiorevanti. En un ámbito muy cercano se sitúa Bordiga, que en los inicios del PCI tuvo tanta o más importancia que Gramsci y Togliatti. Fernández Buey se hizo eco de sus aportaciones al editar una recopilación de textos suyos contrastados con otros de Gramsci en «Debate sobre los consejos de fábrica» (Anagrama, Barcelona, 1975), con una introducción de Alfonso Leonetti. También Zero-ZYX editó algunos libros suyos como «Sobre la cuestión parlamentaria». Pero para conocer su obra hay que ir a ediciones francesas -la de Jean Camette «Bordiga et la passion du communisme» en Spartacus- o italianas: «Bordiga» de A. Clementis, Ed. Eunadi, Roma, 1971). «La sociedad burocrática», las aportaciones de Cornelius Castoriadis, principal exponente del grupo escindido del trotskismo «Socialismo o barbarie» aparecieron en la colección Acracia de Tusquets (Barcelona, 1976), con un vol. 1 sobre «Las relaciones de producción en Rusia», acompañado «Con todos sus artículos publicados en la revista «Socialismo o Barbarie», y un vol. 2: «La revolución contra la burocracia». Una aproximación hispana en una onda cercana es la de A. Castaño (seudónimo de Jesús Santos, seudónimo a su vez del principal teórico del grupo «Acción Comunista»), «¿Tiene el socialismo una prehistoria?. Acerca de la naturaleza social de los países llamados socialistas» (Ed. Blume, Barcelona, 1977).

Otro personaje emblemático de la época fue el filósofo Georg Lukács, seguramente el mayor filósofo de su tiempo atraído por el comunismo, y que durante los años veinte estuvo muy ligado a las posiciones izquierdistas. Ulteriormente «integrado» de una manera muy peculiar, con caídas en la autocrítica, pero con resurrecciones como la de 1956, cuando fue nombrado ministro de cultura del gobierno de Imre Nagy. A pesar de sus tentaciones dogmáticas, a Lukács no se le puede negar una personalidad impresionante. Su obra tuvo un enorme prestigio entre nosotros, tanto por sus escritos «juveniles» (muy influyente entre los grupos «trotskistas») como por sus celebrados ensayos sobre la cultura. Ahora se ha convertido como Sartre en alguien al que liquidar. Recuerdo un artículo aparecido a principios de los ochenta en que se citaba una frase recogida en la salida de la «gente bien» del Liceo de Barcelona: «!Y qué ahora nos no nos vengan ahora con el Lukács¡». Esta reacción tuvo una traducción muy concreta en la cuidada edición de sus obras que había ido preparando Manuel Sacristán para Grijalbo, un editor republicano afincado en México que se había hecho casi un emporio editando obras marxistas y críticas, que dejó suspendido los proyectos (con sus compromisos laborales incluidos).

Lukács tuvo una fuerte vigencia entre nosotros en los años sesenta-setenta, aunque todo comenzó a declinar coincidiendo con la edición de los volúmenes de sus «Obras Completas» de a cargo de Manuel Sacristán, y en ellos puede encontrarse los trabajos más representativos de su fase izquierdista, «Historia y conciencia de clase» y «Lenin: la coherencia de un pensamiento». Cuadernos del Pasado y del Presente (México) efectuó una selección de algunos de sus trabajos más representativos de esta época con el título «Revolución socialista y antiparlamentarismo», así como «El joven Lukács» (1970) con aportaciones de Giovanni Piana, Marco Maccio, Giario Daghini y el propio Lukács. Entre las evocaciones más destacadas sobre su vida y su obra está el estudio de Michael Lowy, «»Para una sociología de los intelectuales revolucionarios. La evolución política de Lukács, 1909-1919» (Ed. Siglo XXI, 1978), y «Conversaciones con Lukács» (Alianza Ed., Madrid, 1969), en la que participaron Holz, Kofler y Abendroth…

Hay una suerte de «Atlántida» hundida y olvida, de granes capiteles del pensamiento crítico con todas sus grandezas y contradicciones, una «Atlántida» que tenemos que recuperar…