Recomiendo:
0

La culpa de los mayores

Fuentes: Insurgente

Durante años recordé con disgusto la frase, que escuché en una cancioncilla cursi, o en unos versos también cursis, de una adolescencia transcurrida en becas, como llaman en Cuba a los colegios internos. Haciendo un esfuerzo para disipar las brumas de la desmemoria, creo saber que la afirmación entrañaba un picante segundo sentido. Jocosa afirmación […]

Durante años recordé con disgusto la frase, que escuché en una cancioncilla cursi, o en unos versos también cursis, de una adolescencia transcurrida en becas, como llaman en Cuba a los colegios internos. Haciendo un esfuerzo para disipar las brumas de la desmemoria, creo saber que la afirmación entrañaba un picante segundo sentido. Jocosa afirmación marcadamente sexual: «La culpa de los mayores la pagan los inocentes.» Sin embargo, hoy la frase viene a mí para demostrarme que en cualquier máxima emanada del pueblo, incluso de aquellos en que malicia e ingenuidad se entremezclan y confunden, hay un sustrato de verdad que a veces se torna axiomática.

¿Por qué refiero esto? Pues porque no puedo dejar de repetir el estribillo, claro que con un sentido menos estrecho, mientras hojeo, leo, informes y despachos cablegráficos que se acumulan en mi mesa de trabajo. Uno de ellos me trae la certidumbre de que cualquier cosa de ayer (está fechado en enero de 2005) puede ser cosa de hoy, y de siempre que en el mundo señoree un sistema que algunos empecinados en la mala fe acuñan como panacea universal, apoteosis de libertad situada en el fin de la historia.

«Mil 200 millones de niños viven en la pobreza, muchos de ellos abandonados a su suerte en la calle, otros empleados como esclavos y otros raptados para transplantes de órganos», según un informe de Fides, la agencia de noticias del Vaticano.

Por su lado, la italiana ANSA glosaba del documento, conocido como «Herodes: la matanza de inocentes», que «la aldea global es solo una inmensa periferia para explotados en el trabajo y 300 mil que son reclutados como soldados, lanzados en primera línea para acciones suicidas y a los que se les suministra droga para vencer el miedo y matar a sangre fría».

El texto, que recoge datos principalmente de las agencias humanitarias de la ONU, detalla que de los 211 millones explotados en el trabajo, 120 millones lo son a tiempo completo, mientras que 171 millones lo son en condiciones de riesgo para la vida, pues muchos reciclan desechos en muladares repartidos en los cuatro confines del planeta, ¿viven? en villas miseria y con frecuencia mueren de tétanos, pulmonía o envenenamiento. «Asia, por ejemplo, es el continente más implicado en el trabajo de menores de edad, utilizando mano de obra infantil para trabajo en subcontratación de grandes sociedades multinacionales».

Y ¿quién se atreverá a echarnos en cara el que este redactor se obsesiona con el tema de la conculcación evidente y desproporcionada de los niños cuando se entere de que, de los 11 millones que mueren antes de haber cumplido cinco años, uno de cada siete no tiene asistencia sanitaria, uno de cada cinco si acaso sueña con agua potable para beber y uno de cada seis padece hambre?..

Hambre. Ni leyendo quizás el mejor de los libros en describirla, precisamente titulado Hambre y escrito en 1890 por el noruego Knut Hamsun -Premio Nobel de Literatura-, se tendría una idea cabal de lo que ella significa. Digo yo. Y lo digo porque basta ver, desde la comodidad de una poltrona frente a la pantalla del televisor, las siluetas abombadas de parásitos al centro de los espectrales niños del hambre, sí, a que desafortunadamente nos hemos acostumbrado un tanto. Y se sabe que la costumbre lacera la capacidad de indignación, de ira ceñuda y desatada, de venganza bienhechora, hasta de justicia.

Pero hay más inri, que va a este comentario. A la altura de la fecha en que se emitió el informe, medio millón de pequeños estaban infectados por el virus que causa el sida, y cada minuto se contagiaba uno nuevo en África, mientras que un millón 200 mil caían en las redes del tráfico de seres humanos, que no de marfil ni ébano, no. Y cuatro millones eran comprados o vendidos para matrimonios, prostitución o esclavitud.

Como para abrir cauce a la vergüenza de la humanidad, el informe concluía que «cuando se habla de derechos de los niños, se habla de problemas que se refieren a dos mil 200 millones de seres humanos, la mitad de los cuales vive en la pobreza», si en la pobreza vivir se puede. ¿Infravivir? ¿Sobrevivir? ¿Malvivir? Juzgue el lector y ponga el verbo, que yo sigo poniendo cifras. Porque las estadísticas se arremolinan y resisten a carenar en la mesa de trabajo. Y buscan una vista atenta, un oído en vigilia. «Aproximadamente 870 millones de niños en el mundo sobreviven -sobrevivir es el término que utiliza ANSA al reseñar el documento- en medio de todo tipo de dificultades y para ellos el futuro es una incógnita».

Incógnita universal, porque universal es el sistema que la plantea. Sistema que nació chorreando sangre, como aseveraba un pensador alemán cuyo legado conserva plena validez, en un mundo que niega ideologías y que, por tanto, se declara postmoderno, con coquetería y melindres de damita fina.

Indiscutiblemente, en los cuatro recodos del orbe la culpa de los mayores la pagan los inocentes. Y que valga la cancioncilla, o los versitos cursis de internados cubanamente adolescentes. Que ya no me desagradan. Por sabios, vaya.