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Entrevista a Aristides Baltas, exministro de cultura griego

«La cultura y la política en Grecia no han encontrado todavía una verdadera conexión»

Fuentes: Rebelión

Aristides Baltas (1943), miembro fundador del partido griego Syriza (Coalición de la Izquierda Radical), en 2012, fue Ministro de Cultura del gobierno de Alexis Tsipras, desde enero de 2015 hasta noviembre de 2016. Con una formación en ciencias, en particular en Física, se ha desarrollado en el ámbito de la Filosofía de la Ciencia, especializándose […]

Aristides Baltas (1943), miembro fundador del partido griego Syriza (Coalición de la Izquierda Radical), en 2012, fue Ministro de Cultura del gobierno de Alexis Tsipras, desde enero de 2015 hasta noviembre de 2016. Con una formación en ciencias, en particular en Física, se ha desarrollado en el ámbito de la Filosofía de la Ciencia, especializándose en epistemología y en autores como Spinoza y Wittgenstein. Docente universitario de larga data. Actualmente, es miembro del Parlamento Griego.

 

Inicialmente, cuando fue ministro de Cultura, el cargo incluía además Educación, Deportes y Asuntos Religiosos. Visto desde nuestra experiencia en Venezuela, tendiente más bien a un desborde burocrático, resulta sorprendente que un solo ministro pueda atender tantas áreas, y tan disímiles. ¿A qué se refiere esa «cultura» en la Grecia de hoy?

Fui ministro en el primer gobierno de Tsipras, desde enero 2015 hasta las elecciones de septiembre de ese mismo año, y el Ministerio de Educación, Cultura y Asuntos Religiosos, en efecto, también incluía Deportes. Luego, el ministerio fue dividido, y el área de educación fue separado como un ministerio aparte, por lo que desde entonces fui simplemente Ministro de Cultura, puesto que ocupé unos doce o trece meses más. Vinieron después dos cambios de gobierno. En estos últimos dos años he sido sólo miembro del parlamento.

La agencia política de la cultura en Grecia −según mi experiencia como ministro, pero también hablo de mi vivencia como ciudadano griego− es muy distinta a la de otras partes de Europa, pero intuyo que incluso lo es aún más a la de Estados Unidos o Latinoamérica. Tenemos dos grandes áreas que atender. Una es la relativa a la herencia histórica, que incluye toda clase de monumentos, teatros antiguos, la Acrópolis, museos que custodian lo que queda de miles de años de historia. Todo esto está bajo la supervisión directa del ministro de Cultura, siendo una parte importante de su trabajo ordenar y organizar su preservación, explotación, y desarrollo. La otra área es la que podemos llamar «cultura moderna», que a su vez se divide en dos. Por un lado, lo que concierne a las principales instituciones culturales que están bajo el control del Estado, como el Teatro Nacional, la Ópera, los grandes museos modernos, etc. Y, por el otro, el ejercicio cultural actual y general: grupos artístico, musicales, producciones de teatro, etc. Pero debo aclarar que entendemos el ministerio no como un promotor de cultura per se, sino más bien como un ente que organiza su basamento, su acción. Nos propusimos crear condiciones de libertad y de desarrollo que motivaran la creación, si bien ha habido muy pocos recursos para financiamiento, puesto que llegamos en un momento económico desastroso para la nación, situación que era equivalente al de todos los otros ministerios. Hemos buscado la manera, entonces, de apoyar sin favorecer, digámoslo así, a unos sobre otros por sus posiciones políticas. Pensamos en su calidad como artistas o creadores, en la seriedad de su trabajo, no averiguamos por quienes votan o a quienes apoyan. Según esto, no hay una escogencia particular, digamos, entre Shakespeare y Brecht; no privilegiamos un tipo de música sobre otra. No ha habido lo que se puede imaginar haya sido un proyecto de cultura teórico y previo desarrollado por el ministerio, sino que ha sido algo mucho más prosaico y simple: preparar y organizar las condiciones favorables para que las actividades se desarrollen por sus propios medios, ofreciendo apenas un respaldo general.

 

No deja de ser curioso que, precisamente en Grecia, Syriza haya nombrado a un filósofo como Ministro de Cultura. No puedo menos que pensarlo como un acto de respeto a la Cultura y al campo cultural, precisamente, como un mensaje que pudiera decir osado, en un mundo que parece despreciarla cada vez más, valorarla sólo en cuanto mercancía o publicidad, y desde allí, decidir quiénes la liderizan en el Estado.

A ese respecto, habría que considerar que en el primer gobierno de Syriza al menos un treinta y cinco por ciento de los ministros eran profesores universitarios. Y este número sorprendente tenía una razón particular. Durante la última década o más, previo a nuestro gobierno, hubo un gran movimiento en las universidades griegas en contra de la privatización, que luchaba por la reorganización de la enseñanza, y en el cual había una particular participación de la izquierda. Por varias razones después de la dictadura, y por la misma experiencia de resistencia a la dictadura, las universidades se convirtieron en una verdadera arena para la discusión social y política, en la cual la izquierda era claramente mayoritaria. De ahí surgiría en buena medida Syriza, y cuando llegó al poder, esa gente con experiencia en el debate y las luchas universitarias, además de tener un mínimo de conocimientos administrativos, fue la mejor considerada para ocupar puestos políticos de importancia.

En mi caso en particular, el hecho de que me dedicara a la filosofía no influyó mayormente en la decisión de ser nombrado ministro, sino que como profesor estaba cercano a esa juventud que formaría Syriza. Había un interés peculiar. Los estudiantes se me acercaban para discutir conmigo sobre política, marxismo, Althusser, etc., etc., y claro, sumado a mi participación directa, desde los orígenes mismos del partido, propició que la percepción de ser un buen candidato para formar parte del gobierno en el área de educación o de cultura. Entonces, retomando tu pregunta, la «filosofía» tuvo muy poco que ver con esto; hablo de la filosofía como en los tiempos clásicos, que es la que imagina uno que, precisamente, no es griego. En cierto modo, todo esto fue mucho más prosaico.

 

Sin embargo, quisiera insistir, ya que sin una relación profunda con el campo intelectual y creativo se desvirtúa en mucho la potencialidad, incluso propiamente política, de transformación social que tiene la cultura. Y aunque es un cambio de matiz, pudiéramos apelar aquí a la visión de Alan Badiou sobre la Revolución Cultural China, entendida como una revolución en la revolución que tenía como objetivo enfrentar los procesos aberrantes de burocratización y desapego del colectivo, más allá del fracaso final de su intento y de las tergiversaciones que se han hecho en su comprensión posterior. Creo que no es banal, entonces, el perfil intelectual de quien dirige la cultura en un gobierno que se autodefine como de izquierda radical.

Siempre tuve en mente el cómo conectar mis dos experiencias, como profesor de filosofía y la actividad en el ministerio. Sin embargo, descubrí que el tiempo era un factor muy importante, que interfería en ello. Estar en una oficina ministerial, teniendo que firmar y decidir muchas cosas bajo presión, una detrás de la otra, extremadamente rápido, no deja tiempo para pensar, no digamos para escribir. Así que, según mi experiencia, quizás el pensamiento actúa en el fondo, la base de tu formación, y puede llevarte a tomar cierto tipo de decisiones de manera más o menos acertada, pero es imposible emprender un cierta teorización inmediata del accionar político en el que estás involucrado, eso viene más tarde. Entonces hay como una escisión entre el trabajo de cada día, con todas las premuras y presiones, y el pensamiento, que madura lentamente. Así es como ahora, a dos años de haber sido ministro, es que he logrado entender mucho mejor de lo que se trataba, qué fue lo que estuvo bien o mal, que se podría corregir o desarrollar, etc.

 

¿Está satisfecho con su desempeño como ministro?

En algún sentido sí, pienso que hice lo que pude. Pero hubo dimensiones que eran en cierto sentido nuevas para mí, y las cuales me tomaron por sorpresa. Por ejemplo, el cómo tratar y relacionarme con la prensa, la comunicación y todo eso. No es que no pudiera explicarme o decir lo que fuera necesario, sino que aquí tenemos una prensa que ejerce todo tipo de oposición, con todos los recursos y todos los medios, y tienen casi un monopolio. Ellos hacían que hasta la más banal de mis frases se utilizara para provocar, tornándola en algo muy diferente de lo que quería decir o había dicho. Esto me obligaba a explicar y explicar siempre lo que estábamos tratando de construir. De eso no tenía la más mínima experiencia, y me llevó cierto tiempo tomar más o menos control de lo que decía y tenía que decir para que no fuera tergiversado y utilizado en nuestra contra.

 

No me queda claro, sin embargo, que hubiera un proyecto cultural propio de Syriza, que reflejara sus perspectivas del cambio social.

Yo modificaría la pregunta, y diría que durante la crisis de Grecia, antes de que llegáramos al poder, lo que necesitábamos era más bien una suerte de regeneración cultural. El que los artistas más jóvenes pudieran emprender nuevas iniciativas, surgieran nuevos grupos de acción cultural, teatros, musicales, etc., que pudieran comunicarse entre ellos. No tenían los medios para crear grandes cosas en público, pero se sentía que algo así se estaba acercando. Entendí eso y lo apoyé. En su momento, hice lo que pude, sin prácticamente poder contar con fondos materiales ni recursos, apenas podía ofrecer algunas facilidades administrativas para que se desarrollaran y el apoyo simbólico del Estado. Pero no ha habido ningún gran evento, que creciera y se desarrollara desde las nuevas condiciones. No ha habido algo verdaderamente importante que se haya producido en ese sentido, y se está todavía esperando que pase. Hay interesantes producciones artísticas, nuevos cantantes y muy buenos, teatro, danza, etc. Algunos tratan de conectar la herencia griega con la modernidad; otros van alcanzando renombre internacional, pero no ha habido un verdadero «terremoto» cultural. Hay compositores o cantantes que vienen de la experiencia de los años 60, como Theodorakis o María Farantouri, muy famosos aquí y bastante conocidos en el mundo, que forman parte de la escena internacional en la que hemos participado, aunque suene ingenuo. En términos generales, quizás no hay nada que pueda verse como específicamente característico de este momento político. La cultura y la política en Grecia no han encontrado todavía una verdadera conexión.

 

Precisamente, entonces, ¿no debería ser el Ministro de Cultura una suerte de conductor de un movimiento cultural que propiciara la creación de una nueva visión de Grecia y de lo que Grecia es para el mundo?

No, nadie en Grecia puede asumirse como líder de la cultura, la realidad habla por sí misma. Es a la gente a la que hay que preguntarle por qué no ha sucedido ese cambio esperado, a los artistas, cómo expresan y pueden expresar este momento. El ministro no ocupa más que un espacio burocrático, y solo como persona, yo como Aristides Baltas, es que puedo participar en esa discusión e involucrarme en construir una visión general de lo que pasa o de lo que debe pasar en Grecia en el ámbito de la cultura. No como ministro, que no es más que un facilitador del quehacer cultural, como ya dije. Y si se hace así, eres un buen ministro; si no, terminas como la derecha anterior, que sólo apoyaba a quienes votaban por ellos, una «cultura» interesada, que se aprovechaba simplemente como publicidad.

 

En Syriza, como «coalición de partidos de la izquierda radical», o sea una izquierda no tradicional, ¿hubo una discusión entre los diversos grupos sobre temas de cultura en la búsqueda de una propuesta unificada o se ha dado por sentado una idea de lo que es lo «cultural» para la izquierda? Hablo no sólo del actuar del campo creativo y artístico, sino el dilucidar la cultura la cultura vía poderosa para modificar la vida, las relaciones sociales, la comunidad, etc.

Sí, claro, pero no fue una discusión central entre nosotros, y tiene que ver con la historia misma del movimiento. Todo comenzó hace unos diez años antes de la llegada al poder, cuando el panorama de la izquierda estaba copado por el viejo Partido Comunista y una extensión del partido eurocomunista, en el cual comencé yo a participar, en la década de 1990. Ahí surgió Synaspismós, que establece un diálogo con los muchos otros grupos de izquierda minoritarios, que incluían verdes, ecologistas, feministas, maoístas, trotskistas, y muchos otros pequeños grupos. Nos acercamos entonces a los movimientos antiglobalización, que surgían con fuerza en esos años. Así, cuando la crisis griega estalló, nuestras discusiones se hicieron más crudas y sistemáticas, creándose las condiciones para una coalición electoral, que apenas alcanzó un cuatro por ciento, llamándonos ya Syriza. De ahí, con vistas ya propiamente de alcanzar el poder, me correspondió a mí escribir un manifiesto que expresara más o menos un acuerdo político de todos, lo que logramos casi de manera unánime. Y eso fue lo que llegó al poder, numerosos grupos que participan sin perder su independencia ideológica. Las dificultades empezaron después de la firma del acuerdo con la Comunidad Europea, y luego del referéndum, cuando vino la separación de un 20% que crearon una suerte de movimiento de oposición, que en las elecciones de septiembre 2015 no alcanzó el 3% necesario para entrar en el Parlamento. Hemos intentado desde entonces, en Syriza, hacer un trabajo en común en todas las áreas, pero la cultura se expresa más bien a través del accionar dentro de cada grupo político, y no en un espacio general compartido, más allá de las manifestaciones, de actividades públicas a las que asistimos todos.

 

Como cualquier otro movimiento anticapitalista del mundo, imagino que Syriza tiene que dilucidar sus relaciones con la experiencia soviética, en términos de negaciones y afirmaciones no maniqueístas, que le permitan definir espacios propios de desarrollos políticos que no estén condenados de antemano. Habría que reflexionar sobre el hecho de que la real y sorprendente revolución cultural que se verificó durante la primera exacta década de la revolución no pudo detener el destino sangriento del estalinismo, la burocratización, la substitución de la realidad por el partido, ni finalmente el rumbo agónico del capitalismo de Estado que sabemos cómo concluyó. ¿Cómo se maneja esa historia dentro de Syriza?

Ya en Synaspismós estábamos muy interesados en la experiencia soviética, con todos sus matices, y en comprenderla a profundidad. Y hemos tratado siempre y desde el principio de abrir una discusión sobre esto con el Partido Comunista de Grecia, pero nunca ellos lo han accedido, nunca. Desde el 68, los comunistas nunca han aceptado que pueda haber otra izquierda que no sea ellos mismos. Son absolutamente monolíticos y dogmáticos, y todavía lo siguen siendo de una manera increíble. Oficialmente, afirman que lo que nosotros hacemos es preparar el retorno de la derecha al poder. Pero la experiencia histórica de la Unión Soviética es parte de nuestra misma herencia, en el sentido más profundo. El mismo eurocomunismo, origen de Spanysmós, viene del movimiento de resistencia a la ocupación durante la guerra mundial, y éste fue en buena medida dirigido por el Partido Comunista. Así, una vez derrotadas las fuerzas alemanas en Grecia, los comunistas casi alcanzaron el poder, ante lo cual los «muchachos malos», en particular, Inglaterra y luego los Estados Unidos, provocaron una cruenta guerra civil en nuestro país, que duró desde 1944 a 1949, con campos de concentración, todo tipo de ejecuciones y de persecuciones políticas. Todavía esas heridas no se han curado. Cuando Syriza tenía ya posibilidad de formar gobierno, llamamos a los comunistas, intentamos un acuerdo con ellos, incluso dándoles una buena representación y poder, pero se negaron. Es la tradición del anti-eurocomunismo que los tiene totalmente aislados. Hay que considerar que, incluso, en Portugal han cedido y forman parte del gobierno.

 

Aunque nos desviamos del tema, quisiera saber qué piensa del hecho de que, a raíz de la aceptación del tratado con la Troika, Syriza y en particular Tsipras fueran vistos como traidores a los postulados de la izquierda internacional .  

Cuando Syriza se fue aproximando al poder, durante dos años, vimos que este movimiento no era del tipo del revolucionario ruso o chino, de calle, que era más bien una suerte de movimiento silencioso. La gente nos prefería, tenía esperanzas en nosotros. Tuve la idea loca que, al llegar al poder, siendo la única vez que lo hiciera un grupo llamándose izquierda radical en Europa, la gente dejaría las calles y harían la revolución con nosotros, porque estábamos en el poder, es decir, en sentido contrario de otras experiencias histórica, pero no pasó así. Lo que sí pasó es que Syriza empezó las negociaciones con los europeos, durante unos seis meses en lo que no sabíamos qué pasaría, pero estaba claro que su resultado podía ser muy nocivo para el país. Así que se esperaba que obtuviéramos algo de esas negociaciones. Al mismo tiempo teníamos que atender la vida diaria en crisis, pues teníamos 26% de desempleo, un cuarto de las entradas nacionales habían desaparecido, la gente vivía en las calles, los niños no comían suficiente como para ir a las escuelas; había suicidios, una suerte de desastre general. La sola esperanza era que Syriza consiguiera medios para salir de esa crisis. Desde ese punto de vista, todas las esperanzas estaban concentradas en las negociaciones, en que se pudiera ayudar a la gente a salir de la grave situación. Empezó, entonces, una especie de lucha con los europeos, que llegó hasta el referéndum, el que ganamos sorprendentemente con más de un 60% en toda Grecia, con todo en contra nuestra, no sólo la derecha, sino todos, primeros ministros anteriores, gobiernos de todo el mundo, toda la prensa y la televisión. Pero la gente votó pensando con dignidad, no era un voto para salir de la Comunidad Europea, porque todos estaban conscientes de que, en esas condiciones, Grecia no sobreviviría fuera de ella. El asunto era conseguir mejores condiciones para firmar un mejor arreglo, esto era la idea de todos, incluso de los grupos más pequeños. Cuando se dieron las negociaciones finales, ya no había otra opción: firmar o salir de la Comunidad Europea, lo que era una suerte de golpe, de trampa. Era un desastre político, esa era la «traición» -a las ideas−, sin embargo había que pensar primero en la gente -la realidad−, y la gente nos prefería a nosotros, como nos decían en la calle, incluso si perdíamos el referéndum, porque sabían que gobernaríamos para ellos y no para los ricos. Ante esto aceptamos la pérdida que significaba el tratado, tratando de explicar las fuerzas involucradas, y haciendo lo mejor que podíamos, implementando el nuevo arreglo, que era muy malo, pero a la vez imponiendo otras medidas orientadas claramente en favor de las clases populares, más allá de lo que quisiera la Comunidad Europea. En ese delicado juego de ajedrez, llegamos a superar el programa con la sociedad en condiciones mucho mejores de las que teníamos al llegar al poder. Estamos ahora en una nueva etapa, sin esa supervisión de los europeos y sin la presión de la calle, y es ahora cuando tenemos que mostrar lo que nosotros pensamos significa una izquierda en el poder.

 

Entonces, ¿diría que el gobierno de Syriza ha sido exitoso desde el punto de vista económico?

Sí, pero en cuanto a que el país está en una mejor situación de la que partimos, pero sigue en muy malas condiciones, por lo que continuamos con el esfuerzo de que la gente tenga trabajo, y mejores trabajos, y haya un crecimiento económico que esté conectado con las necesidades de la gente y que no se preocupe sólo del beneficio del capital. Claro, tenemos que negociar con el capital, pero tratamos de ponerle límites, para construir una economía que ayude a la gran mayoría de la gente.

 

Esto va, entonces, a contracorriente de lo que está pasando en muchas partes del mundo, que tiende fuertemente hacia la derecha, con visos de una clara y peligrosa fascistización del «arriba» social, que logra engañar a las mayorías.

No tengo una respuesta muy clara. En Europa ha surgido una extrema derecha que está relacionada al tema de los refugiados y la inmigración, aunque no es el único factor. Ha surgido en Polonia, Austria, Hungría; está desarrollándose en Alemania y en Inglaterra, grupos claramente cercanos al fascismo o al propio nazismo. Trump mismo ha apoyado, a través de John Bolton, su jefe de campaña, la organización de estas fuerzas de derechas y nacionalismos en contra de la misma unidad europea, por supuestamente «razones populares», entre comillas. Y en Grecia, a pesar de que existen grupos violentos de nazistas (Amanecer Dorado), en realidad muy minoritarios, Syriza es un gobierno de izquierda. Sorprende que, para los europeos democráticos, y no sólo los socialdemócratas, sino de gente de los partidos populares, se nos está empezando a considerar exitosos. Están surgiendo figuras en la política europea para quienes Grecia vuelve a ser una referencia importante en contra de esa oleada de fuerzas de derecha.

Así, se ha venido dando un fuerte enfrentamiento en ocasión de las elecciones europeas, que hace posible una alianza entre los verdes, la socialdemocracia y la izquierda europea en contra de esa derecha. En esa lucha, va a ser importante toda la larga tradición del antifascismo griego, la tradición libertaria desde el siglo XIX, los movimientos de resistencia en contra de la ocupación nazi, todo lo que pasó aquí en la última guerra mundial.

 

Para finalizar, háblenos de su nuevo libro, que trata sobre la experiencia misma de Syriza.

Luego de salir del ministerio, teniendo más tiempo libre, por decirlo de alguna manera, intenté publicar un libro que recogía ensayos de más de veinte, treinta años, bajo el título Los nombres del comunismo. Trataba de pensar, desde los diferentes puntos de vista de los diversos ensayos, y con una larga introducción, el comunismo no como simplemente el nombre de lo que pasó en la URSS, después de Lenin, sino el concepto mismo, más que la palabra. Lo principal, en este caso, el comunismo es la justicia -junto a solidaridad, libertad, igualdad−, una suerte de programa que cruza muchos grandes movimientos de la historia, y no sólo desde la Revolución Francesa, sino desde Espartaco, pasando por las luchas campesinas alemanas, la Comuna francesa, la Revolución Soviética, hasta hoy. Es decir, que el comunismo, en este libro, se presenta como la lucha por la justicia en la historia. O sea, es casi antropológico. Es decir, si tú mueres por la justicia, por tu familia, tus colegas, tu medio, por lo que sea, eres comunista, no importa por quién votes. Es una forma de construir las condiciones de hegemonía de la idea de la justicia. Esto aproxima gente de diferentes culturas que se entienden entre sí, pues incluye siempre una idea de justicia. Allí, no quise escribir nada sobre Syriza, sino hacer un libro amplio que pensara las condiciones teóricas generales de ese comunismo, involucrando a Spinoza, Wittgenstein, a muchos otros, uniéndolos no necesariamente a marxistas, aunque enfocándolos desde Marx. Y, para evitar confusiones, en el prefacio advertí que no se tomara lo que se dice ahí, en ese libro, como una posición de Syriza.

Lo publiqué en mayo 2018, y alcanzó buena recepción. Fue, entonces, cuando quise abordar la experiencia de Syriza, pero desde mi propia participación en el poder, para presentar mi punto de vista sobre lo que Syriza es, cómo llegó al poder y lo que ha hecho en esa primera etapa, que llega a las elecciones de septiembre, me detengo ahí. Trato de explicar una historia que tiene sus raíces en 1968, sus relaciones con el Partido Comunista, cómo se desarrolló, cómo se hizo la coalición con los otros grupos de izquierda. Cómo en cierto momento Tsipras dijo «sí, estamos dispuestos a asumir esta posibilidad de gobierno, si votan por nosotros». Además, qué fue lo que quisimos hacer, por qué tuvimos que firmar el acuerdo, etc., etc.

Estoy tratando de concentrarme en la experiencia del gobierno, porque es una muestra de cómo es el Estado griego, cuáles son las fuerzas del presente, cómo interactúan entre ellas, en qué condiciones se puede ser hegemónico en ese tipo de juego. En este sentido es un libro histórico, teórico, pero también hasta una suerte de reportaje, con lenguaje cotidiano, que continúa la narración del anterior, y que está dirigido a la gente común, y no a los conocedores de las grandes teorías. Espero que sirva para que se entienda lo que es Syriza. Ojalá sea traducido, porque la izquierda internacional debería conocer esta experiencia, considerando que somos el único gobierno de izquierda en Europa. Además, ahí se explica por qué no fue esa traición de la que hablabas -como quiso ser y fue presentado-, pero tampoco una revolución, y por qué, en fin, no tiene que parecer una revolución.

 

 

* Alejandro Bruzual, venezolano, es doctor en Literaturas Latinoamericanas, autor de libros de crítica literaria, poesía y musicología histórica. Presidente de la Sociedad de Musicología de Venezuela e investigador de planta del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, de Caracas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.