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Entrevista a Alberto Acosta

La década desperdiciada del progresismo

Fuentes: Rebelión

– ¿Cuáles son los principales avances y limitaciones del llamado «ciclo progresista» en América Latina? ¿Se puede decir que este ciclo se ha agotado? Es complejo dar una respuesta amplía y generalizable para todos los países. Cada proceso tiene especificidades. Pero, cabría delinear algunos elementos gruesos. Empecemos anotando que los «progresismos» en realidad no han […]

– ¿Cuáles son los principales avances y limitaciones del llamado «ciclo progresista» en América Latina? ¿Se puede decir que este ciclo se ha agotado?

Es complejo dar una respuesta amplía y generalizable para todos los países. Cada proceso tiene especificidades. Pero, cabría delinear algunos elementos gruesos. Empecemos anotando que los «progresismos» en realidad no han sido gobiernos de izquierda, pues no han afectado las estructuras de producción ni la propiedad de medios de producción, ni siquiera fomentaron una verdadera reforma agraria. Tampoco han asegurado las libertades de expresión, de organización y movilización popular, de vida sexual, y hasta han mantenido una perspectiva utilitarista con la Naturaleza.

Son gobiernos que intentaron impulsar políticas post-neoliberales, aunque sin llegar a cuestionar en la práctica al capitalismo. La recuperación del papel del Estado en la economía sirvió simplemente para la modernización capitalista de sus economías, al tiempo que se disciplinan sus sociedades para conseguir los avances modernizadores propuestos. Su preocupación por una mejor atención a las demandas sociales es inocultable, pero sus resultados no son satisfactorios.

Estas gestiones se apuntalaron en crecientes ingresos gracias a elevados precios de las materias primas y, en algunos casos, en una mejor repartición de la renta minera o petrolera a favor de los Estados. El problema es que, para sostener las políticas sociales, optaron por ampliar los extractivismos: petrolero, minero, agrario… En definitiva, luego de tantos años de «progresismo», no hay señales de transformaciones ni en las estructuras productivas (a veces nombradas tecnocráticamente como «transformación de la matriz productiva») ni en las relaciones sociales de producción. Se mantuvo, e incluso profundizó, la modalidad de acumulación primario exportadora, fortaleciendo las lógicas rentistas, las prácticas clientelares y se consolidaron gobiernos autoritarios, es decir caudillezcos. Estos gobiernos incluso empiezan a volverse peligrosos por su tendencia, cada vez más marcada, a irrespetar los propios procesos democráticos que los vieron nacer.

– ¿Considera que ante la disminución de la renta, sobre todo por la caída de los precios de los commodities, que sostenían parte importante de las políticas sociales, los gobiernos progresistas se quedaron sin respuestas contundentes ante la nueva realidad? ¿Por qué?

Considerando que los «progresismos» no cambiaron las estructuras productivas, no cuestionaron al capitalismo, y solo plantearon meras reformas sostenidas con rentas extractivistas, entonces no es de extrañar que, al caer los precios de los commodities, ya no tengan recursos para sostener su manejo económico expansivo y «benefactor». En realidad, ya hace mucho tiempo estos gobiernos perdieron la iniciativa de cambio. Sus respuestas innovadoras duraron muy poco. Por ejemplo, Ecuador avanzó hasta en transformaciones civilizatorias en su proceso constituyente de los años 2007 y 2008: tenemos la definición de la Naturaleza como sujeto de derecho o la misma propuesta del Buen Vivir o sumak kawsay, en tanto alternativa al desarrollo y hasta al propio capitalismo; conceptos que luego, con la práctica gubernamental, fueron vaciados de su contenido revolucionario y se volvieron dispositivos a favor del poder hegemónico burgués que se esconde detrás de la fachada «progresista».

En realidad estos gobernantes no estaban para impulsar utopías como las orientadas por el Buen Vivir. Esto explica la adhesión a un extractivismo exacerbado, sostenido bajo un discurso seudo revolucionario que dice necesitar esos recursos para sostener las políticas sociales, cuando estas políticas deberían financiarse, por ejemplo, con mayores cargas tributarias y redistributivas sobre los grupos más acomodados.

Así las cosas, el desarrollismo, la eficacia tecnocrática, la provisión de infraestructura y el incremento del consumo solo son emulaciones de modelos anclados en viejos patrones de raigambre colonial. El Estado se recuperó en desmedro del fortalecimiento de la sociedad, inclusive a través del debilitamiento de los propios movimientos sociales que elevaron al poder a los gobiernos «progresistas». Y a la postre podemos decir que estamos frente a por lo menos una década o más desperdiciada desde una perspectiva histórica.

– ¿Qué factores internos y externos contribuyen para este «giro a la derecha» que se observa en diversos países del subcontinente?

Repito lo dicho. Cada caso concreto merece su propio estudio. Lo que sí debe quedar claro, incluso para la memoria histórica, es que el actual «giro a la derecha» empezó de la mano de los propios «progresismo» con el abandono de sus propuestas iniciales. Es más, la «derecha» ya vive en las entrañas del «progresismo» de los últimos años. Lo que ahora sucede es que ese «giro» se vuelve cada vez más explícito con nuevos y viejos actores. Por eso tenemos que aceptar que el «giro a la derecha» empezó cuando los «progresismos», hace tiempo, dejaron de representar a la verdadera izquierda.

Por tanto, asumir, sin una severa y profunda autocrítica, que dicho giro es el producto de viejos grupos oligárquicos y sus emporios mediáticos, del Imperio o la CIA, es casi tautológico: la oposición a procesos que puedan conllevar cambios en las estructuras de poder, inclusive de mano de los tibios «progresismos», es su función. Es más, haber forzado los exctractivismos, los gobiernos «progresistas» terminaron por consolidar viejas y nuevas alianzas con las grandes empresas transnacionales y sus recaderos criollos.

Aquí cabría destacar, por otro lado, los efectos desmovilizadores que han provocado el clientelismo de las políticas sociales y el consumismo que alentó el manejo económico expansivo sin transformaciones estructurales, que han facilitado el establecimiento de una suerte de conservadurismo en sociedades que aceptan liderazgos autoritarios a cambio de (pocos) logros sociales y económicos y de la idea de que se marcha hacia la modernidad a través del desarrollismo…

Como saldo, entonces, tenemos que en gran medida los «progresismos» son responsables directos de su fracaso, sobre todo -digámoslo sin rodeos- porque no intentaron enfrentar al capitalismo, sin que esto signifique que este reto puede ser resuelto en el corto plazo.

De alguna manera también cargan con algo de responsabilidad aquellos aplaudidores oficiosos de los «progresismos», sobre todo europeos, incapaces de formular críticas oportunas cuando empezaron a presentarse profundas desviaciones de las propuestas originales. Inclusive callaron ante los reiterados atropellos a los Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza, argumentando -torpemente, por cierto- que no se debía hacer el juego a la derecha. Ese respaldo acrítico y su silencio cómplice no puede ser olvidado.

– ¿Se puede considerar realmente que hay una «nueva derecha» como algunos dicen? ¿Qué tiene de nueva?

Con el tiempo sabremos cuáles son aquellos elementos nuevos, si es que los hay. Lo que nos consta es que la derecha siempre ha sido muy hábil, y más en la actualidad. Luego de un primer desconcierto, grupos conservadores y hasta oligárquicos se insertaron en los «progresismos» o convivieron con ellos, haciendo estupendos negocios. Ese el caso de Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, para mencionar unos cuantos casos. Incluso hoy vivimos nuevas formas de imperialismo, como la que se experimenta de la mano de la expansión china en América Latina, frente a la cual el propio «progresismo» se ha vuelto cómplice.

Por otro lado, otros grupos de derecha aprendieron sobre la marcha. Luego del golpe de Estado contra Chávez en 2003 y de haberse marginado de la institucionalidad electoral creada por los «progresismos» -sobre todo en Venezuela- estos grupos incursionan dentro de dichas instituciones inclusive con éxito, al aprovechar las artimañas electorales que en su momento los propios «progresistas» armaron para enquistarse en el poder.

 

– ¿Podrá la derecha que llega al poder hacer los ajustes que plantea y mantener las políticas sociales y la ampliación democrática de los últimos años como suele prometer? ¿O los avances de los últimos años están en riesgo?

Antes que nada tengamos claro que, sean los «progresismos» o la derecha explícita, tarde o temprano todos tendrán que hacer ajustes en función de los intereses de la acumulación capitalista. Ahora, en el caso de las derechas explícitas, si estas pretenden instrumentar un manejo económico abiertamente neoliberal, con enormes impactos sociales, entonces su estabilidad puede verse seriamente afectada; en este momento se puede analizar lo que sucede en la Argentina del neoliberal presidente Macri. De todas formas la situación será aún más compleja en medio de la crisis de los precios de las materias primas y de la consiguiente disminución de recursos fiscales para sostener las políticas sociales.

Actualmente dudamos que las sociedades estén mejor preparadas ahora que antes de los gobiernos «progresistas» para defender algunos logros sociales conseguidos. Bien sabemos que gracias a la gestión autoritaria de los «progresismos» los movimientos sociales han sido duramente golpeados o aún desmantelados. Hasta diera la impresión, en cierta medida, que en términos políticos el propio «progresismo» implícitamente está dejando la mesa servida para un nuevo y masivo ajuste neoliberal, en especial al debilitar aquellas fuerzas que lideraban la lucha popular.

– La corrupción ha sido un argumento frecuente utilizado por la derecha política y la prensa que afecta a la opinión pública y desacredita a gobiernos progresistas. ¿Cómo analiza el tema de la corrupción en estos gobiernos de izquierda?

Aceptémoslo, ya no son gobiernos de izquierda. Quizá lo fueron en su momento, pero cuando actuaron sin cuestionar las estructuras capitalistas -orgánicamente corruptas y corruptoras- que actualmente rigen en nuestras sociedades, terminaron siendo absorbidos por la podredumbre del juego de intereses del capital. La izquierda en esos gobiernos murió hace tiempo, y solo queda una careta tras la cual se esconde muchas veces un nido de ratas.

La gran prensa -alineada con la derecha explícita- pretende presentar a los «progresismos» como izquierda y lo está logrando, gracias a la misma indefinición y tibieza de gobiernos que ponen direccionales a la izquierda, pero curvan a la derecha… Si bien reconocemos que la corrupción no es un invento de los «progresismos», lo lamentable es que los gobiernos «progresistas», que ganaron las elecciones levantando la bandera de la anti-corrupción, hayan caído en las redes de la misma.

¿Pero qué podíamos esperar de quienes solo querían «domar al capital» sin recordar que este esconde fuerzas inmanejables para los individuos? Por eso parece hasta incomprensible como el gobierno del PT se alió con aquellos grupos políticos corruptos que ahora impugnan a la presidenta Rousseff, cuyo partido también está directamente envuelto en el entramado corrupto del Mensalao y con el turbio manejo del Petrolao.

Debe quedar claro, por lo demás, que si no hay acciones concretas orientadas a superar el horizonte capitalista necesariamente se aceptan sus reglas del juego, en donde la corrupción y la impunidad conforman un dúo inseparable. Para superar al capitalismo la experiencia histórica nos ha enseñado, hasta la saciedad, que no bastan las buenas intenciones.

– En el actual momento político, ¿cómo usted cree que la izquierda pueda actuar para contraponer este avance de la derecha?

Las izquierdas tienen ante sí una tarea muy compleja. En muchos casos enfrentan desde hace rato a los caudillos progresistas sea en las urnas o en las calles, al mismo tiempo que combaten a las derechas fuera o dentro de los gobiernos progresistas, procurando recuperar un espacio propio en condiciones muy adversas. A eso sumemos que, gracias incluso a los grandes medios, la imagen de la izquierda nuevamente se va deteriorando: la izquierda se muestra como inviable en base a ejemplos de la vieja Unión Soviética o de la actual Venezuela.

No queda la menor duda, las izquierdas están abocadas a empezar una vez más aprendiendo de las lecciones de estos años de «progresismos», recuperando la visión utópica de futuro que pasa por enfrentar el capitalismo. Y, así mismo, la izquierda debe replantearse el papel que le da al liderazgo. ¿Acaso hay una persona capaz de dirigir el proceso revolucionario con su ilustre intelecto? Por más de izquierda que sea esa persona, la respuesta debería ser contundente: ningún individuo puede enfrentar al sistema, por más «iluminado» que se crea… es una tarea que recae en la organización popular, no pensada desde la cúpula estatal.

Entonces, la tarea es revertir el dominio capitalista actual y crear un poder desde los intereses de toda la sociedad, así como repensar el Estado desde lo comunitario, democratizando la democracia. Esto demanda una democracia directa en todos los ámbitos posible de la sociedad; la intervención directa de la propia sociedad organizada, sobre todo desde los ámbitos comunitarios y, todo esto, plantea la necesidad de crear espacios de autogestión desde los propios territorios. En síntesis, como proponemos desde Monstecristi Vive, la solución no está en el Estado -mucho menos en el mercado-, aunque este, sin ser una herramienta de dominación, si podría contribuir a la construcción de una sociedad no jerarquizada y autoritaria, siempre que esté controlado desde lo comunitario.

Desde esa perspectiva, el planteamiento de un nuevo Estado debe incorporar otros elementos clave: el Buen Vivir o sumak kawsay; los Derechos de la Naturaleza, que incluye su desmercantilización, tanto como la de los bienes comunes; la descolonización y la despatriarcalización. Desde la lógica de los derechos colectivos se abre la puerta a ciudadanías colectivas y comunitarias. Por igual, desde la lógica de los Derechos de la Naturaleza se necesita otro tipo de ciudadanía, que se construye también en lo ambiental. Ese nuevo tipo de ciudadanía es plural.

En suma, asegurar la vida de los seres humanos y de la Naturaleza es el clamor generalizado que demanda una democracia real y participativa, así como una economía que liquide el abuso del capital financiero y extractivista. Ese es el primer paso para una transición hacia una economía comunitaria y sustentable sustentada en la solidaridad, la cooperación y la reciprocidad, sobre bases de equidad en la distribución del ingreso y de redistribución de la riqueza. Desde esa perspectiva la atención económica prioritaria debe centrarse en el ser humano como parte de la Naturaleza; es decir en la reproducción de la vida antes que en la reproducción del capital.

Esto demanda un gran esfuerzo y mucha creatividad. Si aceptamos que la igualdad de los ingresos y la riqueza incrementa la libertad, la igualdad del poder político hace aún mayor esa libertad. A la inversa, donde no hay libertad, la igualdad carece de sentido. La igualdad está ligada a la libertad y la justicia. Sin igualdad perecen todas las garantías y todos los derechos. Y la libertad será siempre la libertad de quien piensa diferente, como planteaba Rosa Luxemburg.

– Por último, ¿cómo analiza la situación de Ecuador en este contexto?

Ecuador grafica mucho de lo arriba expuesto. De las propuestas iniciales del año 2006 a la práctica gubernamental hay un gran trecho. Inclusive las acciones progresivas de los primeros años están en franco retroceso. Ejemplos sobran: el gobierno empezó desmontando los esquemas de flexibilización laboral, hoy los vuelve a introducir; se opuso a firmar un TLC, hoy está a punto de firmar uno con la Unión Europea; alienta las privatizaciones, a las que se cerró la puerta en sus primeros años de gestión. Se llega hasta a niveles realmente perversos. Ha utilizado como pretexto el terremoto de Pedernales del 16 de abril de este año para financiar los enormes déficits públicos recurriendo a impuestos indirectos -regresivos- como el IVA y tributos a cigarrillos, bebidas azucaradas y alcohólicas, y hasta entregando grandes campos petroleros en explotación -campos maduros- a empresas transnacionales, lo que el propio Correa en 2005 consideraba una «traición a la patria»; en este recuento no puede faltar la promoción activa del extractivismo por parte del correísmo: explotación de petróleo en el centro sur de la Amazonía, la apertura de la mega minería o el fomento de los agro negocios a través de grandes plantaciones.

Lo que si debe quedar claro es que, en casi todos estos países, pero concretamente en Ecuador la pobreza se redujo en tanto hubo dinero excedentario de las exportaciones petroleras, mientras los sectores empresariales más grandes sacaban la gran tajada de una economía en expansión. Tan es así, que en un documento interno del gobierno ecuatoriano se reconoció que, «en síntesis, nunca antes los grupos económicos poderosos estuvieron mejor, nunca antes los más excluidos de la Patria estuvieron menos peor.»

Por tanto, si en Ecuador se establece la derecha explícita, sobre todo la derecha del siglo XX -la derecha del siglo XXI en realidad ya la lidera el propio Correa, pero manteniendo la imagen y el discurso de izquierda- en el ámbito económico ya es bastante lo que se ha avanzado desde la perspectiva del librecambio con esta suerte de neoliberalismo transgénico: el Estado fortalecido ha servido para cristalizar muchos de los objetivos neoliberales, que no se avanzaron antes gracias a la resistencia popular. Es más, en tanto que dichos sectores -sobre todo movimientos sociales- han sido debilitados por el progresismo caudillista, no habrá actores con la fortaleza de antaño para enfrentar una derecha que se avizora incluso revanchista. Es más, un gobierno de la derecha tradicional, que podría incluso haber aprendido a no ser tan dogmática, dispone de todo un instrumental jurídico represivo desarrollado por el correísmo, con el que se ha reprimido y criminalizado la protesta popular.

Ahí está pues la gran tarea de las izquierdas: reaccionar frente a esta embestida de las múltiples «derechas» que hoy viven en nuestra región y, de esa lucha, atreverse por fin a cuestionar a la propia civilización del capital, civilización que no debe ser «domada», sino superada en base a un proceso de transiciones múltiples que exige mucha responsabilidad y siempre más democracia.

Vitor Taveira es comunicador social brasileiro, periodista y máster en Estudios Latinoamericanos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.