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La decadencia

Fuentes: Rebelión

      Algo que asombra es que esa experiencia del derrumbe, esa fatalidad del desmoronamiento, se dé expresivamente precisamente en el lugar deseado, lugar que supuestamente se preserva de las vulnerabilidades cotidianas, el poder. Es decir, en el lugar del monopolio de la violencia y quizás el lugar de la centralización y concentración de […]


 

 

 

Algo que asombra es que esa experiencia del derrumbe, esa fatalidad del desmoronamiento, se dé expresivamente precisamente en el lugar deseado, lugar que supuestamente se preserva de las vulnerabilidades cotidianas, el poder. Es decir, en el lugar del monopolio de la violencia y quizás el lugar de la centralización y concentración de los monopolios diversos, tanto económicos como culturales, sociales, administrativos. La decadencia se hace elocuente precisamente en el poder. Esta impresión puede acontecer debido a los contrastes. Lo más alto se realiza precisamente por la efectuación de lo más bajo, usando estos términos metafóricamente, pues no puede ser de otra manera. Se trata de interpretaciones valóricas, efectuadas a partir de valores sociales. Como ésta no es la discusión, sino, mas bien, la fenomenología de la decadencia, dejaremos esta genealogía de la moral ahí [1] . Lo que interesa es reflexionar sobre el notorio contraste y efectuación concomitante entre poder y decadencia.

Es conocida la inclinación compulsiva de personas por el poder y el dinero. Ha sido este tema motivo de novelas y ensayos, incluso de saberes y ciencias. Lo asombroso es que las personas que acceden a lo soñado, al poder y el dinero, terminan tan envilecidas que sufren una especie de condena, se derrumban en la decadencia, aunque lo hagan lentamente, en el menor de los casos, o de una manera vertiginosa, en la mayoría de los casos. ¿Por qué sucede esto, se podría decir, que es casi como una regla? ¿Qué relación hay entre poder y decadencia? ¿Qué nos dicen estos contrastes de la condición humana?

En el imaginario popular moderno el poder lo es todo, si se quiere también el dinero, confundiendo ambos símbolos del éxito o del logro, incluso tenidos como símbolos mayúsculos. ¿Cómo ocurre entonces que cuando se tiene todo se cae como en la nada? Este fenómeno no tiene que ver sólo con problemas morales o éticos, como, de alguna manera, aluden las religiones, sino con la experiencia, sobre todo con tópicos profundos de la condición humana. Tiene que ver con las paradojas del placer. En el imaginario aludido se cree que el poder y el dinero permiten el acceso a los placeres perdidos en el paraíso o nos llevan al acceso a paraísos deseados. En el fondo, se persigue la satisfacción del deseo, la búsqueda insaciable del placer. La forma que se imagine lograrlo, sea en la forma de reconocimiento masivo, de evidente dominio sobre la gente, de la disposición de todo, de la posesión de lo que se quiera, no importa; lo que importa es que cuando se tiene precisamente el acceso, supuesto que esto era lo que faltaba, el placer se convierte en una utopía inalcanzable. Entonces, se emprenden caminos sin retorno, cada vez más comprometedores para lograrlo. Caminos que sorprendentemente llevan a la decadencia.

Pareciera que la vida nos quisiera enseñar que «por ahí no va la cosa», hablando comúnmente. El logro de la alegría y la felicidad, el deleite de los sentidos, no se obtiene por el dominio. Lo único que se hace, de esta manera, la más usual, es generar infelicidad, en los entornos, así como en uno mismo. Son conocidas también la soledad del poder y la inutilidad del dinero para comprar la felicidad. La abundancia no es felicidad. La vida alumbra otros caminos; los de la creación, la invención, el desborde de alternativas, los de la potencia explosiva, los de la asociación, que nos posibilita las múltiples composiciones. La vida no se basa en ningún dominio, sino en el desborde de posibilidades de la potencia.

No vamos a discutir aquí sí fueron necesarias las dominaciones institucionales para la sobrevivencia humana. Hemos reflexionado al respecto en otros textos [2] . Lo que interesa, como dijimos, es el contraste concomitante entre poder y decadencia. En la interpretación de esta concomitancia, lanzaremos algunas hipótesis interpretativas.

Hipótesis sobre la decadencia

1. El poder, que para nosotros, es usurpación de la potencia, genera inmediatamente la corrosión de las relaciones sociales.

2. El dominio deforma la relación de asociación, convirtiendo esta relación de composición en una relación de descomposición, de deterioro. Se trata de una relación perversa de subordinación. En el momento mismo que ocurre esto, el dominante limita sus posibilidades, su potencia contenida, como humano, a servirse de los dominados, convirtiéndose en el lugar simbólico de la satisfacción suprema, cuando lo que ocurre es una castración de los órganos. El déspota se convierte en la representación de un poder inaccesible y vacío, en un cuerpo sin órganos, en el símbolo de la posesión de todo, de todo el territorio que supuestamente posee; sin embargo, el símbolo mismo es un hueco inconmensurable. La metáfora del déspota, que puede ser cualquiera de los caudillos o jefes, cualquiera de los presidentes o jerarcas, ya sea del Estado o del monopolio económico, muestra, a la vez, la analogía de la representación del dominio, sin embargo, también, de modo oculto, manifiesta la alegoría de la decadencia.

3. El poder, al ser usurpación de la potencia, anula la capacidad de creación, de invención, de composición; repite lo mismo, la reproducción institucionalizada de la usurpación, capturando fuerzas sociales.

4. El poder cree avanzar incrementando sus dominaciones, cuando lo único que hace es incrementar las clausuras de lo nuevo.

5. El poder sólo puede avanzar en la simulación, en el teatro cruel de las representaciones dramáticas de personajes ambiguos, que sintetizan esta pérdida de la creatividad, que pretende ser la voz de las víctimas.

6. El poder expresa elocuentemente la decadencia. Las formas de la decadencia. Pues, en ausencia de la potencia creativa, se desata el grito del mando y la demostración ostentosa de las jerarquías. Cuanto más poder se tiene más carencia se sufre. Cuando ocurre este drama, cuando se produce un vaciamiento de los hombres de poder, más se insiste en desatar más dominaciones, más se recurre a las violencias encubiertas y abiertas. Los hombres del poder se convierten en meras representaciones, figuras planas sin espesor, que están obligadas a realizar el perfil de sus imágenes, convirtiéndose en marionetas de estuco de los hilos de una trama desgastada. La verdad tautológica del poder.

7. Llega el momento de la tragedia: Los hombres del poder son nada, la decadencia lo es todo.

Genealogía de la decadencia

La decadencia no solamente es deterioro, corrosión, hundimiento, crepúsculo, sino, sobre todo, anulación, obstaculización de la capacidad creativa, de la invención, de las composiciones. La decadencia es la caída, el derrumbe del todo en la nada. Esta experiencia evidencia que el imaginario del todo no es más que el colapso en la nada. Recurriendo a ciertas tesis del psicoanálisis, podríamos decir que la inclinación compulsiva por el poder es una de las formas, más patéticas, del instinto de muerte. Este apego por el dominio es el ansia oculta por la destrucción.

Al respecto llama la atención que todos los dispositivos institucionalizados, incluyendo a los medios de comunicación, se encargan de preservar el mito del poder. Son los operadores instrumentales de mantener esta ilusión de satisfacción suprema. En el fondo entonces, son los operadores de la apología de la decadencia. En ese decurso se encuentran las instituciones académicas, el campo escolar, los analistas y comentaristas políticos. Es toda una cultura de la decadencia.

Como dijimos en otros textos [3] , no se trata de caer en la ingenua tesis de la culpabilidad, de la acusación de traición o en la teoría de la conspiración. Sino de comprender cómo se convierte esta trama del poder en una mecánica demoledora reiterada. Cómo se envuelven en estos decursos las sociedades, atrapadas en las mallas institucionales y en el imaginario del Estado. De lo que se trata es de comprender cómo las instituciones, enclavadas en el cuerpo, logran manipular las sensaciones, usándolas como substratos emocionales de estas inclinaciones por el poder y la decadencia. Es menester entonces una reflexión crítica sobre la condición humana.

A propósito, en otro texto, dijimos que el animal humano es el único animal que aplica la violencia sobre sí mismo. De la domesticación de plantas y animales, de la domesticación del genoma de plantas y de animales, pasa a la domesticación del genoma humano. El hombre moderno, constituido en la separación imaginaria entre cultura y naturaleza, sociedad humana y naturaleza, constituido en la voluntad de dominio sobre la naturaleza, ocasiona una paradoja: La dominación aplicada sobre sí mismo lo convierte en naturaleza. La mayor parte de la humanidad dominada es convertida en naturaleza, es afectada como materia y objeto de poder, de la misma manera que lo son las plantas, los animales, la tierra. El supuesto amo de la naturaleza es convertido en naturaleza por su propia dominación. Entonces, el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, según las religiones trascendentales y monoteístas, es empujado, otra vez, al abismo, nuevamente expulsado del paraíso, condenado a ser naturaleza, con la violencia desatada sobre él mismo.

El ser humano es un ser paradójico, como todos los seres de la existencia, como lo dijimos en otro texto [4] ; sin embargo, el ser humano parece llevar la paradoja aún más lejos. Las paradojas de la existencia se convierten, en el ser humano, en las paradojas de la destrucción, dejando de ser las paradojas de la vida. Llevando la destrucción a sus propias condiciones de reproducción. Pareciera un ser empujado por un extraño instinto a su propia destrucción. ¿Qué ocurre realmente?

¿Se trata de la memoria de una anterioridad a la explosión inicial? ¿Memoria y nostalgia de la nada? ¿Una inmensa atracción por desaparecer? ¿Por descomponer su propia constitución? Sin embargo; no se puede decir que este es el único instinto manifiesto. Este instinto de muerte parece enfrentarse a un instinto opuesto, al instinto de vida. Instinto contrario a la atracción por desaparecer, instinto creativo, instinto vital por aparecer de todas las formas posibles, desbordando la potencia constitutiva de la vida. Es como si la materia luminosa y la materia oscura volvieran a contrastar en los dilemas profundos de la humanidad. Las partículas fundamentales o se sumergen en sí mismas, absorbiendo toda frecuencia, como desapareciendo en la nada, o emergen fuera, irradiando frecuencias, asociándose, componiendo, irradiando luminosidad [5] . Ahora bien, esta creatividad no puede darse sin interacción entre la materia luminosa y la materia oscura. La potencia creativa, la creación de la materia luminosa, se encuentra inmersa en las profundidades mismas de la materia oscura. La emergencia de esta potencia de la nada parece deberse a la ruptura repentina de la súper-simetría; acaece repentinamente en el quiebre del súper-equilibrio, anterior a todo. La potencia emerge y desborda a partir de un desequilibrio inicial.

La tendencia al retorno a la nada, a la súper-simetría, parece inscrita en toda composición asociativa de partículas, átomos, moléculas, masas molares, cuerpos vitales. Entonces, las paradojas humanas no parecen ser tan extrañas y ajenas al propio devenir de la existencia. Sin embargo, hay que anotar lo siguiente: Hasta el momento, el ser humano parece no comprender la proveniencia de sus propias paradojas; las niega y oculta, aterrorizado ante lo que considera contradicciones inaceptables, a lo que califica como caos, optando por la uni-lateralización, amputando la interacción generadora de la vida. Lo sintomático es que esta actitud cercenadora es efectuada a nombre de la vida misma, concebida como orden, representada como equilibrio, reducido al dominio de la parte sobre el todo, a la parte dominante a costa de la muerte de la otra parte. Esta amputación detiene la interacción, acaba precisamente con la dinámica misma de la vida. El ser humano entonces convierte las paradojas dinámicas de la existencia en violencias demoledoras de la vida.

No hay pues, por este camino, posibilidades de retorno al súper-equilibrio soñado, a la nada anterior a la inauguración, sino la marcha hacia la destrucción sin horizontes. Tampoco, obviamente, no hay, por este camino, posibilidades de la continuidad del viaje creativo de la vida, sino destrucción sin alternativas. Ante los dilemas de la humanidad es menester afrontar la reflexión radical sobre sus decursos, llamados historia, hacer inteligibles sus profundas contradicciones, interpretar las paradojas existenciales de las que forma parte. Reincorporarse imaginariamente, pues la separación también es imaginaria, al acontecimiento de la vida; acontecimiento y vida reducidas, por el discurso moderno, a la representación de naturaleza. En otras palabras, escapar de la decadencia a la que es empujado por el instinto de muerte, deformación perversa, de la voluntad de equilibrio y simetría.

Volviendo al tema inicial, la decadencia y el poder, la decadencia como consecuencia inmediata de la dominación, asistimos a las formas más patéticas de este instinto de destrucción, de este instinto de muerte. Sin embargo, no solo los que se consideran estar en la cima del poder, poseyéndolo, manifiestan estas formas grotescas de expresión de la decadencia; también aparecen las formas de la decadencia en todos los que se embarcan en las búsqueda insaciable de poder. Por ejemplo, aparece en los fundamentalismos variados, desde los fundamentalismos religiosos, hasta los fundamentalismos políticos, pasando por los fundamentalismos económicos, incluyendo, claro está, a los fundamentalismo pretendidamente «emancipatorios» de toda clase. En el campo político, hay fundamentalismos liberales, neo-liberales, hubieron y los hay fundamentalismos socialistas, también siguen habiendo fundamentalismos nacionalistas, sin dejar de contar con las combinaciones posmodernas de fundamentalismos religiosos usados políticamente. El comunismo no es un fundamentalismo, es la condición de posibilidad histórica de la realización de lo común, del acceso libre a lo común, a los bienes comunes, de los ciclos vitales. Contradictoriamente y forzadamente el socialismo marxista convirtió al comunismo, primero, en un partido, institucionalizando lo que no puede institucionalizarse; segundo, en Estado, capturando la potencia social en la malla institucional de un Estado policial, simulando grotescamente un supuesto camino al comunismo, que no era otra cosa que la actualización de las soberanías pre-liberales. Lo análogo en estos fundamentalismos es el cercenamiento, la castración de órganos, la amputación, la uni-lateralización, la congelación de la interacción paradójica. Todos pretenden lograr el orden utópico, incluso el des-orden utópico; utopía concebida como quietud sin interacción, que no es otra cosa que representación esperada del dominio absoluto del fundamentalismo, cualquiera que sea esta pretensión de verdad, esta pretensión de homogenización descomunal y única. En esta compulsión de muerte entran tanto utopías conservadoras como utopías pretendidamente contestatarias.

En este contexto de la propensión diversa de la decadencia, la decadencia vinculada al gobierno, al monopolio operativo e institucional del mando, a la manipulación de las leyes, al usufructúo de la violencia legítima, al usufructúo de la representación, de la delegación de la voluntad general, es la decadencia más dramática. Los gobernantes hablan a nombre del pueblo, incluso hablan a nombre del «proceso de cambio», los gobernantes hablan a nombre de los movimientos sociales, hablan a nombre de la revolución; al hacerlo sustituyen al pueblo, usurpan el «proceso», usurpan a los movimientos sociales, abolen la revolución. La decadencia en los gobernantes es elocuente; adquiere dimensiones atroces. Una de las formas de esta decadencia gubernamental es la corrosión institucional, con su concomitante consecuencia que es la corrupción. La corrosión institucional es como una oxidación irremediable, la corrupción es como una práctica inherente al usufructúo de poder. La decadencia se hace carne en el semblante; aparece como síntoma de enfermedad. Aparece en las conductas ambiguas, en los discursos insostenibles, en las pedanterías artificiales, en los reclamos desesperados de reconocimiento, en el teatro de la victimación. Cundo estas señales se hacen evidentes es cuando ya ha ocurrido de todo; los compromisos con las estructuras vigentes de poder, locales, nacionales, regionales y mundiales. Ya se ha entregado las riquezas del país a las empresas trasnacionales, aunque este hecho se lo haya ocultado minuciosamente, incluso con escenas estridentes de pretendido «antiimperialismo». Lo ocultado reaparece por algún lado; por ejemplo, en el caso boliviano, en la aprobación descomedida de la Ley Minera, paraíso fiscal para la minería hegemónica de los consorcios internacionales, verdaderos oligopolios del modelo extractivista del capitalismo de despojamiento. Si bien, en la Ley no se mencionen a estas empresas; brillan por su ausencia; las llamadas inadecuadamente empresas cooperativas, verdaderas empresas privadas del capitalismo salvaje, son mediadoras en el circuito de las materias primas. Lo mismo ocurre, aunque en otra escala con las empresas estatales; así mismo pasa, como es de esperar con las empresas privadas nacionales.



[1] Título de un conocido libro de Friedrich Nietzsche: Genealogía de la moral. Alianza Editorial; Madrid 2000.

[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Devenir y dinámicas moleculares. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.

[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento Político. Editorial Rincón; La Paz 2014. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.

[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Más acá y más allá de la mirada humana. Rebelión; Madrid 2013. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.

[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza Geología de la Simultaneidad. Pluriversidad Libre Oikologías; La Paz 2014.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.