Con sobrecogedora belleza, el poeta cubano Jesús Cos Causse cuenta: «Nació un día / en una aldea / bajo un bombardeo. // Murió el mismo día / en la misma aldea / bajo el mismo bombardeo». Es la Breve biografía de un niño vietnamita, que induce a relatar la de un niño sirio o la de otro que, en Gaza, nace un día en un hospital bajo un bombardeo y muere el mismo día en el mismo hospital bajo el mismo bombardeo.
Se cuentan por miles los civiles asesinados desde octubre en Gaza, en una operación que no es guerra sino genocidio.
El escenario puede ser un hospital, una aldea, una calle, un pasadizo… En Gaza no hay lugar seguro. Lo afirman funcionarios de la ONU, y es tan cierto como el hecho de que el orden político cuya esencia y continuidad cobijan esas tres letras es incapaz de despojar de poder a figuras sanguinarias como Benjamín Netanyahu.
Ese orden jamás concibió enjuiciar a Richard Nixon o a Margaret Thatcher y, en lugar de encerrar de por vida a Henry Kissinger, patrocinó su permanente gira como Nobel de la Paz (apunte para una crónica del retorcimiento) y como consejero de los regímenes sustentadores de la guerra sucia y de la conspiración contra el avance político.
El orden vigente no persigue a los genocidas porque el gran capital se multiplica a través del saqueo. Contra los pueblos, los auténticos dueños de la riqueza, emplea las armas.
En Libia, en Afganistán, en la zona balcánica, en la agredida Siria, en Líbano, en Yemen y en otros lugares, han nacido y siguen naciendo niños cuyas biografías tienen la pasmosa brevedad de la que, con auténtica sensibilidad, elaboró el poeta Cos Causse como un grito contra la injusticia, en gesto de digna rebeldía contra un poder que siembra guerra mientras habla de paz y bombardea refugios inocentes a pesar de que cada diez de diciembre sus sustentadores emiten discursos para conmemorar la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La Organización de las Naciones Unidas, ONU, pide detener el genocidio en Gaza porque sería muy alto el costo político de no hacerlo, pero al momento de emitir resoluciones vinculantes prevalece la posición de miembros del Consejo de Seguridad con poder de veto que impiden toda acción por la justicia.
Queda impune el genocidio y quedan impunes delitos como el asesinato selectivo, la tortura a prisioneros y la matanza de civiles.
Rebeldía es dignidad
En este anciano orden político la potencia hegemónica tiene un escenario electoral protagonizado por dos genocidas: Donald Trump y Joe Biden.
Del mismo modo que la longevidad de esos contendientes encubre la del sistema político global, sus escándalos sexuales, la vinculación en negocios turbios, la retención de documentos oficiales y otros delitos atribuidos a ambos, aunque la imputación se utiliza como material de discusión electorera, encubren la condición de patrocinadores del desconocimiento de los derechos humanos, que es también común a los dos.
En 1949 fue creada la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que Estados Unidos utiliza para enfrentar con disfraces a China y a Rusia y para agrupar como entes sumisos a las potencias europeas. La situación en Ucrania es un capítulo de esa asociación, donde la cabeza se cubre con las siglas de una alianza y los socios menores están obligados a trillar una senda que a veces se torna zigzagueante.
Hay que pensar en un liderazgo europeo desgastado y senil, no por las edades de sus integrantes, jóvenes en muchos casos, sino por su compromiso con el fascismo y su disposición de actuar como títeres en la conducción de un proyecto imperialista dirigido a perpetuar el anciano orden.
De poco sirve mencionar a Macron, Sunak, Schulz, Meloni o Pedro Sánchez… Son elementos de suma, algunos con larga duración y otros destinados a un rápido reemplazo.
La OTAN es el brazo armado del imperialismo fascista.
En ese escenario, la DUDH genera tratados de reconocimiento a la dignidad humana, pero esos tratados son convertidos en letra muerta con el uso del poder mediático para crear sentido común (Antonio Gramsci lo visualizó hace un siglo) utilizando el argumento de que para salvar la civilización hay que apartar o eliminar a ciertos grupos.
La masacre y el apartheid dejan de ser escandalosos, porque son presentados como necesarios. ¿Acaso no es escandalosamente inhumana la sola discusión sobre si procede o no rescatar de las aguas de los océanos a quienes, desde cualquier continente, huyen de la guerra y de la miseria sembradas por el imperialismo en sus países de origen? ¿No es inhumano discutir si procede o no reconocerles el derecho a comer y a respirar por haber salido de los lugares donde nacieron?
En el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hay que denunciar a un poder global que, a interés del gran capital, elimina seres humanos a quienes luego cuenta como daños colaterales y despoja de derechos fundamentales a grupos humanos numerosos bajo alegatos racistas, xenófobos o de cualquier marca de exclusión.
En noviembre fue estimado en 2 480 el número de migrantes muertos en el Mediterráneo y en 1 078 el de migrantes muertos en las fronteras de América.
Esas cifras encierran la negación del acceso al alimento y de la garantía de la integridad física.
En cuanto a la libertad de expresión, hay que señalar que ha llegado a límites inimaginables la prostitución del ejercicio del periodismo y se castiga la independencia y el compromiso con las mayorías.
El caso de Julian Assange es ilustrativo. La revelación de hechos de corrupción, de actos de vergonzosa sumisión, delaciones indignas y fortunas inexplicables destapadas en la red WikiLeaks, tienen prisionero a Assange con una condena de facto que los sustentadores del sistema pretenden mantener en sus hombros de por vida.
El premio, en moneda local y casi siempre en moneda fuerte, es para quienes contribuyen a perpetuar la ideología de la clase dominante.
A propósito del aniversario de la DUDH, hay que asumir la rebeldía sembrada por Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, Fidel Castro y muchos otros exponentes globales y regionales de la lucha contra este sistema, magistralmente descrito por Carlos Marx.
Ante la magnitud y el alcance de la injusticia, la dignidad obliga a ser rebelde.
«¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos», canta Pablo Neruda.
Es preciso recoger la sensibilidad de los poetas rebeldes.
Actualizar aportes y asumir el compromiso de desmontar el capitalismo, es defender la dignidad.
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