El sembrador o la sembradora no deciden ser sembradores, ni deciden lo que tienen que sembrar, ni pueden escoger la tierra donde tienen que sembrar, eso es un encargo de los ancestros y las ancestras, es la magia que de ellos y ellas nace la que les ordena qué semilla sembrar, dónde y cuándo sembrar. Ustedes son sembradores, entonces siembren y cultiven la semilla que los ancestros y las ancestras ponen en sus manos. (Abuelo Zenón[1]. Juan García Salazar)
Resumen
El traslado de la estatua del Dr. Jaime Hurtado González, en Esmeraldas,
Ecuador, ha generado un profundo rechazo por parte de la comunidad
afroecuatoriana y de un amplio sector de los movimientos sociales en todo el
país. Esta acción es interpretada como un acto de violencia simbólica que
atenta contra la memoria histórica y el legado cultural del pueblo
afroecuatoriano. Este artículo analiza el significado de los monumentos como
referentes identitarios y su relación con la lucha contra el racismo estructural.
Asimismo, aborda las implicaciones culturales, políticas y educativas del
intento de remover esta estatua de la zona de CODESA[2]. A
través de una revisión crítica, se argumenta que la preservación de símbolos
como la estatua de Jaime Hurtado es esencial para la construcción de una
sociedad más equitativa y democrática.
Introducción
La memoria histórica es un pilar fundamental en la construcción de las identidades colectivas y en el reconocimiento de los derechos culturales de los pueblos. En Ecuador, la comunidad afroecuatoriana ha luchado durante siglos por visibilizar su aporte a la construcción de la nación y preservar su herencia cultural. En este contexto, la estatua de Jaime Hurtado González, ubicada en el barrio CODESA de Esmeraldas, representa mucho más que un homenaje a un líder político; es un símbolo de resistencia y justicia social para la comunidad afroecuatoriana.
El reciente intento de trasladar esta estatua no es un hecho aislado, sino que se inscribe en un patrón histórico de racismo institucionalizado que busca invisibilizar las contribuciones de los afrodescendientes. Este artículo explora las dimensiones simbólicas y políticas de este caso, enfatizando la necesidad de proteger los emblemas que refuerzan la identidad y la cohesión social.
Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), un monumento es una «obra pública y patente, en memoria de alguien o de algo». Este concepto resalta que los monumentos no pertenecen exclusivamente a un individuo o entidad, sino a la comunidad que los alberga. Por lo tanto, cualquier decisión sobre su remoción o modificación debe involucrar una consulta previa con la comunidad, garantizando que las decisiones reflejen el sentir colectivo y no afecten negativamente la memoria histórica compartida.
Un monumento también se define como una «construcción que posee valor artístico, arqueológico, histórico, etc.» Este valor simbólico convierte a los monumentos en representaciones del orgullo, la identidad y las luchas de una comunidad. En su forma, pueden encarnar la memoria de figuras individuales, pero estas no son conmemoradas en aislamiento. Por ejemplo, un monumento dedicado a un líder cimarrón no solo honra a esa figura, sino también a las innumerables personas que lucharon por la libertad, aportando su valentía e inteligencia al progreso colectivo.
Además, los monumentos pueden ser bienes muebles o inmuebles, como ruinas, construcciones u objetos de valor histórico o artístico, cuya antigüedad y significado exigen preservación. Según la legislación patrimonial de muchos países, estas obras deben ser conservadas no solo para mantener vivas las memorias del pasado, sino también para garantizar que las generaciones presentes y futuras puedan aprender de ellas y disfrutarlas.
Esto implica que la remoción de un monumento no puede ser una decisión arbitraria ni tomada exclusivamente por autoridades municipales. Tal acción requiere un análisis profundo que evalúe su impacto cultural y social. Como señala Lowenthal (1985): «La preservación de los monumentos permite a las sociedades mantener su sentido de continuidad y aprendizaje del pasado».
En conclusión, los monumentos son mucho más que simples estructuras; son custodios de la memoria histórica y del patrimonio cultural. Su gestión responsable es esencial para preservar la identidad y los valores de las comunidades que representan.
Los concejales y el alcalde de la ciudad de Esmeraldas parecen no comprender que los monumentos son más que objetos inanimados. Son testigos silenciosos de nuestra historia, anclados en el espacio público para recordarnos quiénes somos, de dónde venimos y cómo proyectamos el futuro que aspiramos construir. Es fundamental que quienes ocupan cargos públicos recuerden que son servidores del pueblo y que el municipio pertenece a la ciudadanía, no a los intereses individuales de sus autoridades.
Un ejemplo emblemático de esta realidad es la estatua de Jaime Hurtado González en Esmeraldas. Este monumento no solo rinde homenaje a un líder histórico del Ecuador, sino que también sintetiza las luchas de los cimarrones, quienes, durante más de 400 años, resistieron incansablemente por la libertad de su pueblo. En Jaime Hurtado se refleja la resistencia de figuras como Alonso X, un hombre libre que desafió y doblegó a los jerarcas coloniales; la valentía de los cimarrones de las comunas; y la determinación del comandante Lastre. Este monumento no es solo una obra de arte: es un faro que ilumina el camino hacia un futuro más justo y equitativo.
Con cada amanecer, los rayos del sol bañan la estatua del gran Jaime Hurtado González, transformándola en un faro de esperanza para las nuevas generaciones. En esta figura inmortalizada en bronce, los jóvenes encuentran un modelo a seguir, un símbolo de resistencia y lucha por la dignidad del pueblo afroecuatoriano. Jaime Hurtado, Alonso X[3] y el maestro Juan García Salazar[4] forman un legado vivo que inspira a hombres y mujeres a caminar y andar[5] con orgullo, reconociendo sus raíces y asumiendo la responsabilidad de continuar la lucha por la igualdad y la justicia social.
Sin embargo, la relevancia de los monumentos trasciende lo individual. En estos tiempos de degradación de valores, los monumentos se convierten en puntos de encuentro y reflexión colectiva. Para la comunidad afroesmeraldeña y afroecuatoriana, la estatua de Jaime Hurtado es un símbolo que une a sus miembros en torno a un legado compartido. Reconocer y honrar a esta figura histórica fortalece la identidad y el sentido de pertenencia de una comunidad que ha enfrentado siglos de invisibilización y lucha por la libertad.
El significado de monumentos como el de Jaime Hurtado no reside únicamente en el bronce o en el espacio que ocupan, sino en su capacidad para conectar el pasado con el presente y proyectar sueños hacia el futuro. Son recordatorios tangibles de la resistencia, el orgullo y la esperanza que definen a los pueblos. Remover un monumento como este sin un análisis profundo desde una perspectiva comunitaria y cultural sería una afrenta no solo a la historia, sino también a las aspiraciones colectivas de justicia y equidad.
La ubicación de un monumento en el espacio público no es un detalle menor, sino una decisión estratégica con un impacto significativo. Al ser visible y accesible para todos, un monumento se convierte en parte integral del paisaje urbanístico y cultural de una ciudad. La estatua de Jaime Hurtado González, situada en un espacio emblemático de Esmeraldas, no solo embellece la ciudad, sino que transforma ese entorno en un lugar de memoria, educación y reflexión. Cada ciudadano que pasa frente a ella es invitado a recordar la lucha histórica por los derechos colectivos del pueblo afroecuatoriano y de la clase obrera ecuatoriana. Este monumento no es solo una figura estática: es un llamado a reflexionar sobre el significado profundo de la libertad, la justicia y la igualdad.
Más allá de su valor estético, los monumentos como la estatua de Jaime Hurtado son herramientas de transformación social. Funcionan como puentes entre el pasado y el presente, preservando la memoria de héroes y heroínas cuyas luchas y sacrificios construyeron los cimientos de nuestra sociedad. Al honrar su legado, se inspiran las generaciones futuras a continuar la lucha por un mundo más equitativo. En este contexto, la figura de Jaime Hurtado se erige como un testimonio vivo de que la lucha por la justicia social es un proceso continuo que exige la participación activa de todos.
“Llamar al gran Alonso acompañado de la letra X es rendirle homenaje a su espíritu libertario. Él nunca le perteneció a ningún Illescas; él fue un hombre libre. La letra X representa una variable independiente, en constante búsqueda de su verdadero valor, y eso precisamente era Alonso: un símbolo de libertad. También lo era Jaime, el hombre de las piernas largas”.
Metodología
Se llevó a cabo una revisión documental exhaustiva de fuentes primarias y
secundarias, que incluyó tratados internacionales, literatura académica y
pronunciamientos de movimientos sociales afrodescendientes. Además, se
analizaron las reacciones de la comunidad local y de los movimientos sociales
mediante un enfoque crítico y descolonizador, buscando identificar las
dinámicas de resistencia, memoria histórica y reivindicación cultural en torno
al caso estudiado.
Resultados y Discusión
Un visionario y símbolo de la resistencia afroecuatoriana
Jaime Hurtado González fue mucho más que un líder político; fue un soñador y mártir cuya vida y obra trascendieron las barreras del tiempo. Jaime X imaginó un Ecuador más justo, equitativo e inclusivo, especialmente para los afroecuatorianos históricamente marginados. Su enfoque político, radical para su época, proponía una transformación estructural que otorgara a obreros, campesinos, maestros y estudiantes el reconocimiento pleno de sus derechos y la oportunidad de participar activamente en la construcción del país.
Como diputado en el Congreso Nacional, se destacó por su valentía y firmeza al denunciar las profundas desigualdades raciales y sociales que aquejaban al Ecuador. Sus discursos, apasionados y visionarios, no solo resonaron entre los afroecuatorianos, sino también entre otros sectores desfavorecidos. Impulsó leyes en beneficio de los más humildes y se consolidó como un símbolo de los movimientos sociales y de la lucha por los derechos humanos.
En 1996, su candidatura presidencial marcó un hito histórico: fue el primer afroecuatoriano en aspirar a la más alta magistratura del país. Aunque no logró la victoria, su campaña visibilizó las demandas de las comunidades marginadas y cimentó un legado de lucha que sigue vigente. Su trágico asesinato en 1999 truncó una vida dedicada a la justicia, pero su memoria permanece como un recordatorio de que el cambio es posible si se lucha con determinación.
La estatua de Jaime Hurtado González no es simplemente un monumento; es un faro que ilumina el camino hacia una sociedad más igualitaria e inclusiva. Representa un recordatorio constante de que el esfuerzo colectivo y la resistencia son fundamentales para construir un futuro más justo y esperanzador.
El gigante cimarrón[6] que desafió al poder
El economista César Sacoto, amigo personal y compañero de múltiples batallas de Jaime Hurtado, conserva a sus 85 años la lucidez y el temple de los gigantes. Consciente de su responsabilidad histórica, guarda en su memoria recuerdos imborrables que ansía compartir con las nuevas generaciones. Con voz firme, me dice:
“Lo que tengo en la memoria es esto: sé que Jaime nació en la parroquia Malimpia[7]. Su madre tenía un pequeño salón, donde, después de largas jornadas laborales, la gente solía reunirse para conversar y tomarse alguna que otra bebida. Jaime, siendo aún niño y mientras cursaba la escuela, hacía sus deberes en una mesita arrinconada en un ‘cucho’ del salón, como él decía. Y, cuando podía, ayudaba a su madre. Según sus propias palabras, siempre tuvo un amor especial por el aprendizaje”.
Cuando Jaime ingresó a la secundaria, destacó rápidamente como un estudiante responsable y un atleta excepcional. Su talento no pasó desapercibido para el profesor Manzano, fundador del colegio 5 de junio, conocido como «el colegio de los campeones» por su capacidad para formar a destacados futbolistas, atletas y basquetbolistas. Gracias a su imponente estatura y destreza, Jaime sobresalió en los 100 metros vallas y en el baloncesto, disciplinas que practicaba con el mismo orden con la que se dedicaba a sus estudios.
Al culminar el bachillerato, continuó su formación en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales, de la Universidad de Guayaquil. Allí, su compromiso con los sectores populares y su determinación lo convirtieron rápidamente en un líder natural, admirado por sus compañeros y respetado por sus adversarios.
En las elecciones de 1979, Jaime Hurtado hizo historia al convertirse en el primer diputado nacional afroecuatoriano del Ecuador. Su victoria fue contundente, impulsada por su carisma, su claridad al transmitir conceptos y principios, y su extraordinaria oratoria, que resonaba como un llamado a la justicia y a la igualdad para los sectores más olvidados del país.
Un cimarrón de voz tronadora
«Jaime, tu voz, fuerte como un trueno, debe resonar nuevamente», exclama Sacoto con emoción. «Tu risa, forjada en la alegría de tu pueblo, no puede ser silenciada por seis mamarrachos ni por las marionetas de una sociedad dominante. No podrán borrar tu imagen ni tu legado revolucionario, porque dejaste una herencia cimarrona y entregaste tu vida por los intereses del Ecuador, en especial de tu pueblo afroecuatoriano».
Jaime Hurtado, el gigante de ébano, tan imponente como los manglares de Majaguál[8], hizo retumbar su voz en plazas y calles de todo el país. Al igual que Alonso X, el líder cimarrón que unió a africanos e indígenas cayapas para fundar el Palenke[9] Libre de los Zambos, Jaime entendió que la verdadera fuerza reside en la unidad de los excluidos. Su estrategia política se enfocó en enfrentar la hegemonía de las élites, demostrando que un pueblo unido es invencible.
Como los cimarrones de la colonia, condenados a muerte por desafiar el poder, Jaime también fue sentenciado. Su asesinato, planificado desde las más altas esferas de la sociedad dominante, no logró apagar su ruidosa y cariñosa carcajada. En honor a su lucha, el pueblo esmeraldeño erigió un majestuoso monumento en su memoria. Su grandeza no radica únicamente en su tamaño, sino en el profundo significado que encarna para las generaciones presentes y futuras, no solo de Esmeraldas, sino de todo el Ecuador.
El Dr. Camilo Morán Rivas[10] resume este legado con una frase inmortal: «Jaime Hurtado es un muerto que goza de salud». Su memoria sigue viva, latiendo en el corazón de los ecuatorianos que anhelan justicia y libertad.
El cimarrón de la política ecuatoriana
Jaime Hurtado González fue un intelectual profundamente comprometido con la lucha por los derechos de los más pobres y excluidos del Ecuador. Su pensamiento, plasmado en escritos y discursos, refleja una erudición destacable y un conocimiento profundo de las problemáticas de la clase obrera, combinado con una visión histórica detallada sobre su pueblo afroecuatoriano. Este legado intelectual no solo constituye un testimonio de su incansable lucha, sino también un faro de guía para las generaciones futuras. A través de sus palabras, es posible comprender las raíces históricas de las desigualdades raciales en Ecuador y las aspiraciones de los afroecuatorianos por una vida digna y equitativa.
El 17 de febrero de 1999, la historia del país se tiñó de tragedia. Jaime Hurtado, junto con dos compañeros, fue brutalmente asesinado a tiros a la 1:20 p.m., en un lugar público cercano a los edificios del Congreso Nacional y otras dependencias gubernamentales, zonas que contaban con estricta seguridad. Este acto cobarde y premeditado no solo segó la vida de un líder incansable, sino que representó un golpe directo contra la democracia ecuatoriana y los sueños del pueblo afroecuatoriano. En las voces de los ancianos de su comunidad resonó una frase cargada de dolor: “Se fue el cimarrón de la política”.
Este crimen político, más que un atentado contra un hombre, fue un intento de silenciar una voz disidente que representaba los intereses de los marginados y que constituía una amenaza para los poderes establecidos. Sin embargo, la muerte de Jaime provocó una ola de protestas en todo el país, demostrando que su lucha trascendía fronteras sociales y raciales. A pesar del impacto de su asesinato, su legado no fue enterrado con él.
Jaime Hurtado sigue vivo en la memoria colectiva como un símbolo de resistencia, dignidad y esperanza, recordándonos que las ideas de justicia y equidad no pueden ser silenciadas por las balas.
Un vacío que sigue inspirando
La partida de Jaime Hurtado dejó un vacío difícil de llenar en el panorama político ecuatoriano. Con él se fue el cimarrón de las luchas populares y el bambero[11] defensor de los derechos de los excluidos. Sin embargo, su vida y su obra continúan siendo una fuente inagotable de inspiración para nuevas generaciones de activistas y líderes sociales. Las ideas de Hurtado permanecen vigentes, recordándonos que la lucha por una sociedad más justa y equitativa es un compromiso permanente.
Hoy, más que nunca, es fundamental recordar su asesinato y exigir justicia. La impunidad en este caso no solo hiere la memoria de Jaime Hurtado, sino que también constituye una afrenta para todos aquellos que luchan por transformar el Ecuador. Solo a través de la verdad y la justicia será posible honrar su sacrificio y garantizar que su legado no sea en vano.
Más allá de una figura de bronce
La estatua de bronce de Jaime Hurtado González, inaugurada el 16 de abril de 2002 en CODESA, cerca de la terminal terrestre de Esmeraldas, trasciende su representación física. Este monumento es un símbolo viviente, un faro que guía a la comunidad afroecuatoriana hacia un futuro de justicia, equidad y dignidad.
Como diputado y líder social, Jaime Hurtado fue una voz incansable para los marginados, un amplificador de las demandas de los afroecuatorianos en el escenario político nacional. Su figura inmortalizada en bronce es un testimonio de su lucha por los derechos humanos y sociales, una lucha que sigue resonando en las generaciones actuales.
Contemplar esta estatua significa más que observar un homenaje material; es conectar con un legado. Para los afroecuatorianos, la figura de Jaime Hurtado representa nuestra historia colectiva, una narrativa que abarca siglos de lucha por la libertad, la igualdad y el reconocimiento. Su postura erguida y su mirada desafiante encarnan el espíritu cimarrón, esa fuerza ancestral que ha caracterizado a los afroecuatorianos en su resistencia frente a la opresión. Este monumento no solo conmemora a un individuo, sino que celebra la resiliencia de un pueblo que se niega a rendirse ante la injusticia.
Un santuario de memoria y resistencia
La elección de CODESA como el lugar para honrar la memoria de Jaime Hurtado González no fue casual. Este espacio, ubicado estratégicamente como punto de llegada y partida de la ciudad de Esmeraldas, se pensó para que uno de los afroecuatorianos más representativos de la provincia diera la bienvenida y la despedida a los visitantes de la región. CODESA se convierte en más que un lugar físico; es un santuario que celebra la resistencia y la rebeldía de los afroesmeraldeños. Aquí, la memoria de Jaime Hurtado no solo se honra, sino que se fortalece como un recordatorio constante de la lucha por la libertad y la justicia, una lucha que define a toda una comunidad.
En este entorno cargado de simbolismo, la estatua se erige como un punto de encuentro y reflexión. A su alrededor, las nuevas generaciones tienen la oportunidad de conocer su historia y encontrar inspiración para continuar el legado de sus ancestros. De esta manera, el monumento no solo preserva la memoria de Jaime Hurtado, sino que también educa e impulsa a las futuras generaciones a abrazar la lucha por la igualdad y la justicia social.
La estatua de Jaime Hurtado es mucho más que un monumento: es un llamado a la acción, una invitación a defender su legado desde el emblemático espacio de CODESA. Proteger este patrimonio cultural es reafirmar el compromiso de la comunidad afroecuatoriana con la construcción de un futuro más justo y equitativo. Este símbolo trasciende las fronteras de Esmeraldas, convirtiéndose en un referente para toda la diáspora afroecuatoriana y en un ícono de la lucha contra la discriminación racial.
Preservar la memoria no solo honra a un líder, sino que reivindica a un movimiento social que ha luchado incansablemente por la dignidad de millones de personas. Este monumento nos recuerda que la lucha no ha terminado y que es responsabilidad de todos mantener viva su herencia.
Una afrenta a la historia
El traslado de la estatua de Jaime Hurtado González, lejos de ser una simple decisión administrativa, constituye un acto de profundo impacto simbólico: una afrenta directa a la historia, a la identidad colectiva y a los derechos culturales de la comunidad afroecuatoriana. Este monumento no es solo una obra física, sino un símbolo cargado de significado histórico y cultural que honra la lucha y el legado del primer asambleísta afroecuatoriano del país.
La decisión de las autoridades locales de trasladar la estatua de su ubicación original en CODESA demuestra una alarmante falta de sensibilidad histórica y una desconexión preocupante con las necesidades y demandas de la comunidad afroecuatoriana. Este acto se inscribe dentro de un patrón de racismo institucional que, en su expresión más perniciosa, promueve la invisibilización sistemática de los aportes afroecuatorianos a la construcción de la nación ecuatoriana.
Con la remoción de la estatua no solo se desplaza un objeto material, sino que también se intenta borrar de la memoria colectiva un capítulo esencial de la historia de Esmeraldas y del Ecuador. Esto contraviene principios fundamentales de justicia histórica y derechos culturales, ignorando el rol crucial que desempeñan los monumentos como este en la afirmación de la identidad y en el fortalecimiento del tejido social.
La manipulación de la memoria histórica, mediante la remoción o destrucción de monumentos que representan a comunidades marginadas, no es un fenómeno aislado. Este tipo de actos ha sido recurrente en regímenes autoritarios, donde los sitios de memoria se convierten en blancos de políticas represivas que buscan imponer narrativas únicas y excluir a los grupos subalternos. Organismos internacionales como la UNESCO han condenado tales prácticas, subrayando la importancia de preservar los monumentos y los sitios de memoria como elementos esenciales de la identidad de los pueblos y como instrumentos para promover el diálogo intercultural.
El pueblo afroesmeraldeño, cuya herencia cimarrona está profundamente enraizada en valores de resistencia, libertad y autodeterminación, percibe este traslado como un ataque directo a esos principios fundamentales. Jaime Hurtado González simboliza la lucha por los derechos y la dignidad de los afroecuatorianos, y su figura constituye un referente para las generaciones que buscan el reconocimiento y la igualdad. Desarraigar este símbolo equivale a intentar silenciar esa historia de lucha, privando a las futuras generaciones de un pilar cultural esencial.
Existen marcos legales, como la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural (UNESCO, 1972), que refuerzan la obligación de proteger el patrimonio cultural de las naciones. Este acto, al ignorar dichos principios, no solo representa un acto de vandalismo cultural, sino que también podría acarrear sanciones internacionales contra las autoridades locales responsables.
El traslado de la estatua de Jaime Hurtado no es un acto administrativo menor; es una acción cargada de significados políticos y culturales que busca borrar la memoria histórica y negar la identidad cimarrona de Esmeraldas. Es imperativo revertir esta decisión y garantizar la protección de este patrimonio cultural como un acto de justicia hacia la comunidad afroecuatoriana y su invaluable legado.
Un llamado a la acción
El intento de remover la estatua de Jaime Hurtado González de su pedestal en CODESA trasciende el ámbito administrativo: es un atentado directo contra la memoria colectiva de la comunidad afroecuatoriana y un menosprecio flagrante a su invaluable legado histórico. Este acto, presentado bajo el pretexto de una reubicación, evidencia una profunda incomprensión de la dimensión simbólica y política que los monumentos tienen en la construcción de la identidad de los pueblos. Al retirar la estatua de su ubicación original, no solo se desplaza un objeto físico, sino que también se pretende borrar un capítulo fundamental de la lucha por la justicia social y la igualdad en Ecuador.
Jaime Hurtado no es simplemente una figura histórica; es un símbolo de resistencia, de la lucha por los derechos civiles y de la aspiración a construir una sociedad más justa y equitativa. Su imagen, inmortalizada en bronce, ha sido durante décadas un referente para la comunidad afroecuatoriana: un recordatorio constante de sus raíces y de las luchas libradas por sus ancestros. Al despojar a CODESA de este monumento, se invisibiliza la significativa contribución de los afroecuatorianos a la construcción de la nación, perpetuando una narrativa histórica que ha minimizado sus aportes y reforzado dinámicas de exclusión.
Esta decisión no puede analizarse como un hecho aislado; forma parte de una larga historia de discriminación y racismo institucionalizado. Durante siglos, las comunidades afroecuatorianas han enfrentado diversas formas de violencia estructural y simbólica que han marcado su identidad y limitado su integración plena en el marco estatal. El traslado de la estatua constituye una manifestación contemporánea de esta violencia simbólica, que busca negar la existencia de un pasado compartido y común.
Sin embargo, la respuesta de la comunidad afroecuatoriana y de sus aliados ha sido contundente y organizada. Las movilizaciones sociales han demostrado la capacidad de los movimientos sociales para desafiar estructuras de poder opresivas. Marchas, plantones, campañas en redes sociales y pronunciamientos de organizaciones nacionales e internacionales han resaltado la importancia de la estatua como símbolo de unidad, resistencia y orgullo para el pueblo afroecuatoriano. Este debate trasciende los límites de Esmeraldas, convirtiéndose en una causa nacional que invita a reflexionar sobre el respeto a la memoria histórica y la identidad de los pueblos.
La educación tiene un papel crucial en esta lucha. Es imprescindible que las nuevas generaciones conozcan la historia, las luchas y los logros de sus antecesores. Solo a través de una educación crítica y descolonizada se puede fortalecer la identidad y la autoestima de los jóvenes afrodescendientes, empoderándolos para enfrentar los desafíos del presente y construir un futuro más justo e inclusivo. Este esfuerzo requiere la incorporación de la historia y la cultura afroecuatoriana en los currículos educativos, como una herramienta para combatir el racismo y promover el respeto hacia la diversidad.
La derogación de la resolución municipal que pretende trasladar y donar la estatua de Jaime Hurtado es un paso imprescindible para evitar un daño cultural e histórico irreparable. Las autoridades deben escuchar a la comunidad, reconocer la arbitrariedad de esta decisión y revertirla. Preservar la memoria histórica no es solo un acto de justicia hacia el pasado; es también una inversión en el futuro de un país más fuerte, democrático y equitativo. Al proteger los símbolos de nuestra identidad colectiva, contribuimos al fortalecimiento de los valores que sostienen nuestra convivencia.
Hacia una pedagogía descolonizadora
La preservación de la memoria histórica afroecuatoriana exige un enfoque educativo crítico y descolonizador que permita resignificar la historia, los valores y los aportes de esta comunidad en la construcción de la nación. En este sentido, el proyecto de etnoeducación debe ocupar un lugar central en la formación de niños y niñas, fomentando el respeto por la diversidad cultural y promoviendo una narrativa que reconozca y celebre la riqueza de las culturas afroecuatorianas.
La etnoeducación se fundamenta en el principio de que la educación debe estar profundamente vinculada a la identidad cultural de los estudiantes, creando un espacio en el que se valoren sus raíces y tradiciones. Este modelo no solo busca visibilizar los aportes de la comunidad afroecuatoriana a la historia, la economía y la cultura del país, sino también combatir las narrativas hegemónicas que perpetúan el racismo y la exclusión. A través de un currículo que integre prácticas, saberes y perspectivas afroecuatorianas, se puede construir una pedagogía transformadora que empodere a las nuevas generaciones.
Es crucial que este enfoque trascienda las aulas y se convierta en una herramienta para fortalecer la autoestima y el sentido de pertenencia de los estudiantes afroecuatorianos. Al enseñarles a valorar su herencia, se fomenta el desarrollo de líderes capaces de enfrentar las desigualdades y de contribuir a la construcción de una sociedad más equitativa. La etnoeducación no es solo una estrategia pedagógica, sino también un acto político y cultural que defiende la memoria, la justicia y la igualdad.
Conclusiones
El caso de la estatua de Jaime Hurtado González expone de manera evidente las tensiones entre la memoria histórica y las políticas institucionales en Ecuador, poniendo de relieve la necesidad urgente de reconocer y proteger los símbolos que representan la lucha y resistencia de comunidades históricamente marginadas. Este monumento trasciende su carácter de objeto decorativo; es un testimonio vivo de la trayectoria de un líder afroecuatoriano cuyo legado resulta crucial para la construcción de una sociedad más inclusiva y democrática.
La decisión de trasladar la estatua, lejos de ser una acción administrativa neutral, constituye un acto de invisibilización hacia el pueblo afroesmeraldeño y de sus aportes fundamentales a la historia y a la identidad nacional. Este acto de exclusión no solo ignora la relevancia simbólica y cultural del monumento, sino que también perpetúa una narrativa hegemónica que minimiza la memoria colectiva de las comunidades afroecuatorianas. Es imperativo que las autoridades reconsideren esta decisión y reconozcan el significado histórico, cultural y emocional que esta figura tiene para la comunidad afroecuatoriana. En lugar de perpetuar la exclusión, deben implementarse políticas orientadas al rescate y la revitalización de la cultura afroecuatoriana, tanto en Esmeraldas como en el resto del país. Esto incluye la creación de espacios públicos dedicados a la memoria y el reconocimiento, tales como parques temáticos, centros culturales y programas educativos que pongan en valor el legado de los pueblos afroecuatorianos.
El rescate de la memoria histórica no solo beneficia a las comunidades directamente afectadas, sino que también enriquece a la sociedad en su conjunto, al fomentar una comprensión más profunda de la diversidad cultural del Ecuador. La estatua de Jaime Hurtado González debe permanecer en su ubicación original, como símbolo de resistencia, dignidad y esperanza para las generaciones futuras. Este acto de preservación no es únicamente un homenaje al pasado, sino una herramienta educativa que fomenta valores fundamentales como la justicia, la igualdad y el respeto mutuo, pilares esenciales para la construcción de una nación verdaderamente democrática.
Además, las autoridades tienen la responsabilidad ética y legal de garantizar que decisiones como esta sean consultadas previamente con las comunidades afectadas. Respetar su derecho a participar en procesos que impactan directamente su identidad y memoria colectiva es esencial para construir una democracia participativa e inclusiva. La falta de diálogo abierto y transparente en el caso del traslado de la estatua contradice los principios fundamentales de equidad e inclusión.
Por ello, es urgente adoptar medidas concretas que salvaguarden el patrimonio cultural afroecuatoriano. Entre estas medidas se pueden destacar el diseño de proyectos de etnoeducación, la promoción de festivales culturales, el apoyo a la investigación académica sobre la historia afrodescendiente y la implementación de campañas públicas contra el racismo y la discriminación. Estas acciones no solo contribuirán al fortalecimiento de la autoestima de las comunidades afroecuatorianas, sino que también garantizarán que su legado sea reconocido y valorado como parte esencial de la identidad nacional. En definitiva, preservar la estatua de Jaime Hurtado González en su ubicación original no es solo un acto de respeto hacia una comunidad históricamente marginada; es una reafirmación del compromiso con la construcción de un Ecuador plural, inclusivo y justo, donde todas las voces sean escuchadas, valoradas y reconocidas como piezas fundamentales de la memoria colectiva.
Bibliografía
- Ayala Mora, E. (2010). Nueva historia del Ecuador: El Ecuador en el siglo XX. Corporación Editora Nacional.
- Hurtado, J. (1998). Por un Ecuador digno y soberano: Reflexiones sobre la realidad nacional. Quito: Ediciones Pueblo y Revolución.
- Lowenthal, D. (1985). The Past is a Foreign Country. Cambridge University Press.
- Real Academia Española. (2024). Diccionario de la lengua española (24.ª ed.).
- García Salazar, J., & Walsh, C. (2017). Pensar sembrando / Sembrar pensando con el abuelo Zenón. Cátedra de Estudios Afro-Andinos.
- UNESCO. (1972). Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural. Recuperado de https://whc.unesco.org
- Walsh, C. E. (2012). Afrodescendientes en América Latina: La lucha por la identidad y el reconocimiento. Quito: Ediciones Abya-Yala.
- Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Revista Internacional de Ciencias Sociales, 3(2), 533-580.
Notas:
[1] El abuelo Zenón, según Juan García, fue su abuelo materno, y es el nombre de Zenón que vendría ser el abuelo de todas las mujeres y todos los hombres de origen africano.
[2] El Barrio CODESA en la ciudad de Esmeraldas se encuentra cerca del barrio de Ciudadela la Nueva Concordia
[3] Alonso X, fue el más grande de los Cimarrones ysembró en Esmeraldas el proyecto de libertad denominado el «Reino Zambos», cuyo sentido de gobierno era una alianza entre africanos e indígenas, este fue el mas grande Palenke que resistió con valentía y dignidad las arremetidas de las tropas coloniales, en definitiva, este fue el primer espacio libre en los territorios que hoy se llaman Ecuador.
[4] Juan García fue un investigador de la cultura afro en el Ecuador y su principal eje de trabajo fue la recuperación de la memoria y la tradición oral de las comunidades de Esmeraldas, impulsando el proceso organizativo del pueblo afroecuatoriano.
[5] El andar tiene que ver con la cabeza, con lo que se cultiva en la cabeza, y el caminar es una acción de los pies.
[6] Se llamó cimarrón a todo esclavizados rebelde y fugitivo que llevaban una vida de libertad en lugares apartados de las poblaciones de la colonia, en un modelo nuevo de sociedad denominados Palenkes
[7] La cabecera parroquial de Malimpia se encuentra localizada a 20 Km. De la ciudad de Quinindé.
[8] Los manglares de Majahual se caracterizan por un extenso bosque inmerso en un ecosistema húmedo, donde los manglares alcanzan alturas impresionantes de hasta 65 metros
[9] Los Palenkes se define como aquel lugar poblado por cimarrones fugados del régimen esclavista durante el período de la colonia, podríamos decir que el Palenke era considerado como el espacio de libertad
[10] Dr. Camilo Moran Rivas, docente jubilado de la Universidad de Guayaquil
[11] El Bambero es un personaje ancestral que guía, que orienta, que propone políticas, que ayuda a la creación de propuestas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.