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La defensa del marxismo de Mariátegui

Fuentes: www.wolfgangfritzhaug.inkrit.de

En el proceso de estalinización de la Internacional comunista, Mariátegui fue borrado del marxismo. Al final, esto sólo significaba que él no era estalinista.

El capitalismo ha dejado de coincidir con el proceso.
JCM 

I.

Entre las obras de José Carlos Mariátegui la que más se opone al mainstream de finales del siglo veinte es la que lleva por titulo Defensa del marxismo (1930). Ya que hoy en día otra vez se necesitan consideraciones intempestivas como remedio contra el espíritu de la época embriagado del «triunfo del capitalismo», sería bueno de volver la mirada a esta obra. Pero el marxismo de Mariátegui no se opone tan sólo al espíritu de la época actual o solamente al espíritu burgués. Jürgen Mothes ha indagado cómo en el proceso de estalinización de la Internacional comunista, Mariátegui ha sido borrado del marxismo (1994, 32 ss.). Al final esto sólo significaba que él no era estalinista.

Pero el juego se repitió del lado invertido en una perspectiva «útil» por parte de liberales sociales y nacionales. Para poder honrar a Mariátegui creyeron que tenían que dejar de lado su marxismo como una equivocación. En un texto de promoción académica (Habilitationsschrift) de los años 80 se declara que Mariátegui desarrollaría su originalidad «en oposición a […] los pensamientos marxistas» (Maihold 1988, 98). El autor pasa por alto de que Mariátegui hace esto en divergencia pero dentro del marxismo. Él menciona sin duda de que Mariátegui participó (194) en el congreso de Livorno (1921) pero omite de que tuviera conocimiento del Ordine Nuovo dirigido por Gramsci y borra de esa manera la afinidad gramsciana de Mariátegui, que también le era sospechosa al Marxismo-leninismo.3

Luego de haber sido quitado de en medio de esta manera del marxismo, el «primer marxista de América» (cf. Melis 1967), será unívocamente definido en una combinación de motivo típica de las «élites latinoamericanas»: al mismo tiempo estar por la modernidad y parcialmente en contra de ella. En estas circunstancias él respalda «el aprovechamiento de la herencia incaica para una cualidad propia indoamericana» en el proceso de un «giro hacia la nación» y en la perspectiva de un sondeo de las oportunidades para un «desarrollo sostenido del Perú bajo condiciones de dependencia» (Maihold 1988, 490 s.). Esta formula tiene que formar la clave que nos proporcione el acceso tanto a Mariátegui como a Haya de la Torre.

Una mirada hacia atrás sin prejuicios no ve de ninguna manera a un nacionalista. La nación se articula desde abajo y contra el racismo, de manera «marxista». El proyecto de formación de la nación peruana de Mariátegui contiene una revolución social y antirracista.

II.

Si se indaga sobre la «defensa del marxismo» por Mariátegui se encuentra según el caso con dos clases de defensa. La primera, explícita, se compone por los artículos reunidos bajo este título; la segunda, implícita, representa su obra práctica y teórica completa. Ésta presenta las pruebas por aquella. En este segundo sentido vemos a Mariátegui llevar la defensa del marxismo contra debilidades inherentes del mismo, tanto contra la esclerosis de un universalismo vacío como contra un evolucionismo economicista. El marxismo de Mariátegui (cf. Prado Redondez 1982) es un pensamiento interviniente concreto, no es un museo. Los ideólogos estalinistas reaccionaron a esto interpretándolo fuera del marxismo. Los reproches se parecían a aquellas dirigidas contra Gramsci. ¿No había Mariátegui asimilado a Sorel y a Croce?

A pesar de las condiciones tan diferentes de sus países se puede reconocer la misma situación histórica y actualidad publicística que abordan, Mariátegui en su Defensa y Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel. Ambos tienen a menudo los mismos puntos de referencia. Sus textos se acotan entre sí. Si es así que en parte se trata de idéntico material con que los autores elaboran, la forma de hacerlo, pero, difiere en mucho. Los artículos de Mariátegui se pueden formalmente comparar con los del Ordine Nuovo de Gramsci; tienen carácter periodístico y representan intervenciones de formación de opinión. Los apuntes en los Cuadernos de la cárcel de Gramsci son más fragmentarios y llevan antes de todo el carácter de informes de material de trabajo conceptual experimental. De la misma manera que los Cuadernos de la cárcel de Gramsci precisamente en su fragmentariedad producen incomparablemente un efecto más duradero que sus propios artículos anteriores, así también en comparación con los trabajos periodísticos de Mariátegui.

No es ninguna casualidad que el editor francés de los Siete ensayos (Mariátegui 1986), y temprano investigador mariateguiano (1967, 1972, 1973), es el mismo Robert Paris que también ha editado en francés los Cuadernos de la cárcel de Gramsci. La reflexión de Mariátegui como la de Gramsci fue en primer lugar provocada por las catástrofes que representaron para el movimiento obrero internacional la primera guerra mundial y el advenimiento al poder del fascismo. Como también del polo opuesto, que en la revolución rusa representó, apareciendo de manera fulminante, la posibilidad de una alternativa, en lo cual Mariátegui sobre todo tiene presente la revolución mexicana que llegó a triunfar el mismo año de 1917.

Pero lo que en nuestra mirada restrospectiva (cf. por ejemplo Toti 1962) les acerca a Gramsci y a Mariátegui de manera sorprendente no es en primer lugar su raigambre en los movimientos obreros de sus países, sino en su desaparición prematura; en Gramsci en la forma paradójica que su pensamiento político pudo desarrollarse de manera independiente en el aislamiento de la prisión fascista, mientras que afuera la polarización del fascismo y estalinismo absorbía las fuerzas o las ponía fuera de juego. El pensamiento de ambos representa otro potencial de desarrollo del marxismo que el que tomó forma en la Tercera internacional. En el curso del nuevo descubrimiento del «marxismo antidogmático de los años 20 y 30» (Sylvers 1981, 19) aparece de nuevo.

III.

Los distintos capítulos que componen la Defensa del marxismo de Mariátegui, y que llevan por subtítulo Polémica Revolucionaria, fueron escritos, según los editores (hijos de Mariátegui), entre julio de 1928 y junio de 1929. Mariátegui había planeado una segunda sección: «Teoría y práctica de la reacción», pero que él mismo no llegó a ensamblar. – ¿Qué tiempos eran aquellos en los que se escribieron estos textos reunidos bajo este título? ¿En qué situación intervinieron?

Se trata de los últimos «años de estabilización capitalista» (111) antes de la crisis económica mundial. El revolucionarismo juvenil de los años de posguerra había pasado. «[D]espués que las ametralladoras de Noske restablecieron en Alemania el poder de la burguesía, el mesianismo de la ‘nueva generación’ empezó a calmarse» (113). En Italia el régimen fascista intensificaba en aquel entonces la dictadura. El 8 de noviembre de 1926 había sido apresado Gramsci; el 4 de junio de 1928 fue condenado a 20 años, 4 meses y 5 días de prisión. El texto de Mariátegui tiene conocimiento de este destino del «equipo de intelectuales del Ordine Nuovo de Turín» y nombra los nombres de Gramsci y Terracini.5 En enero de 1929 Gramsci obtiene el permiso de escribir en la celda; los primeros párrafos de sus Cuadernos de la cárcel, que según Valentino Gerratana «no han sido escritos antes de junio-julio de 1929» (cf. Gefängnishefte, vol. 1, A9) y los últimos artículos de Defensa del marxismo de Mariátegui caen en el mismo espacio de tiempo. Este era el tiempo en el que la Internacional comunista abandonó la táctica del Frente único.

La Defensa de Mariátegui podría caracterizarse, de igual manera que las notas de Gramsci, medidos frente a los movimientos de derecha e izquierda imperantes, como unas consideraciones intempestivas, si es que se tiene presente con Nietzsche que el espíritu de la época nunca está conforme cuando se lo ignora. Los Cuadernos de la cárcel de Gramsci muestran en efecto como un marxista trasciende los límites impuestos por los marxismos de la Segunda y la Tercera internacional. La situación actual ha cambiado sin duda de manera fundamental en más de un aspecto. En aquel entonces se centraban las luchas de manera muy diferente, y Mariátegui podía todavía creer, a pesar de todas las preocupaciones, en la «creación positiva de la U.R.S.S.» (116). El estalinismo se encontraba todavía en estado latente. La Union Soviética proclamaba «el principio de la coexistencia legítima de Estados de economía socialista con los Estados de economía capitalista» y se mostraba con esta propuesta «más liberal que los Estados formalmente liberales», lo que lleva a Mariátegui al comentario de que la función progresista del liberalismo habría pasado en aquel momento histórico al socialismo (77).

IV.

El título principal Defensa muestra que la situación está determinada por ataques al marxismo, renuncias a su letra, crisis de la misma. Uno de aquellos que hasta declararon la caída del marxismo y que era lo que pretendía provocar, era Hendryk de Man (1885-1953), hoy sólo recordado por especialistas. De marxista se transformó en aquel entonces al antimarxismo hasta llegar al fascismo. En 1926 se publicó en Alemania un libro suyo bajo el título de Zur Psychologie des Sozialismus, «Sobre la psicología del socialismo». En castellano existía de él: Más allá del Marxismo, o como se hubiera dicho en los 90s: posmarxismo. Gramsci se ocupó en su celda de la edición italiana Il superamento del marxismo , «la superación del marxismo». – de Man trabajó como profesor en la Universidad de Fráncfort del Meno de manera temporal y en la «Akademie der Arbeit», Academia del trabajo. Él echa una mirada retrospectiva al proceso de transformación – y Mariátegui lo observa al hacer esto -, en cuyo curso la zanja que lo separa de los «correligionarios marxistas» que se han dirigido hacia el bolchevismo, se ha vuelto cada vez más abismal.

El libro de de Man experimenta por el momento, como Mariátegui registra, una resonancia parecida al de La decadencia de Occidente de Spengler. Ya no se trata aquí como en el caso de Bernstein sólo de la revisión sino de la, veinticinco años más tarde, liquidación del marxismo. Claro que de Man no es de ninguna manera el primero que anuncia el fin del marxismo. Ya Charles Andler había pronosticado en 1897, como Mariátegui recuerda, la «disolución» del marxismo, y Masaryk pregonó en 1898 la crisis del marxismo.

Georges Sorel en cambio, como les interesa a Gramsci y a Mariátegui, representa de inmediato la vuelta revolucionaria hacia Marx de la superficialidad evolucionista y del amansamiento parlamentario del marxismo. Él asimila también la filosofía que viene después de Marx. Sorel se manifiesta contra el positivismo y el racionalismo. Argumentos contra ambos encuentra él en Bergson y los pragmatistas, cuyas ideas las refunda, acentuando el papel histórico de la violencia contra el socialismo de derecho de los socialdemócratas y contra las ilusiones democráticas del derecho al voto universal. «La teoría de los mitos revolucionarios, que aplica al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos, establece las bases de una filosofía de la revolución, profundamente impregnada de realismo psicológico y sociológico» (21).

«Realismo» no tiene que entenderse sin embargo, que se suponga un homunculus politicus racionalista, sino que los seres humanos sean aceptados con sus instintos y pasiones, sus miedos y esperanzas. De emociones semejantes había sido sacudido el racionalismo seco y la socialdemocracia había sido arrastrada a la guerra en 1914. Mientras que en la situación revolucionaria después de la primera guerra mundial, los mejores de la nueva generación, «los mejores espíritus, las mejores mentes» (114 s.), se vuelcan hacia la revolución, ve Mariátegui en cambio actuando a la generación de anteguerra, de los Ebert, Kautsky, Bauer, Renner etc., como saboteadores de la revolución (115). El mayor efecto de su socialdemocratismo le parece a él, sin diferenciar mejor, la resistencia contra una revolución exigida por las masas. Ahora bien, cuando de Man en contra de semejante marxismo fundido propaga por un nuevo espiritualismo, que lleva hacia la «derecha», usa Mariátegui a Sorel como a un anti-de-Man, que inyecta nuevas energías a la izquierda.

Pero Mariátegui se da cuenta también que en la recepción de Sorel se encuentran posiciones contrarias. Él anota: «Las reflexiones sobre la Violencia [de Sorel] parecen haber influido decisivamente en la formación mental de dos caudillos tan antagónicos como Lenin y Mussolini.» (21) Lenin le parece a Mariátegui como el más enérgico renovador del marxismo. Su juicio del marxismo de Kautsky, pero, va más allá de la crítica de Lenin y recuerda en algo a Lukács: Él hace una distinción tajante entre lo que está vivo y lo que está muerto en el marxismo contemporáneo y critica, «…que se quiera llamar marxismo a algo que había dejado de serlo casi desde su origen». El «rector efectivo» de la socialdemocracia alemana, al cual de Man se sentía tan ligado, «no fue Marx, sino Lassalle». Las «refutaciones» actuales de de Man tienen por consiguiente muy poco que ver con el «marxismo activo, viviente, de hoy» (23); lo que de Man cree matar, ha muerto en realidad hace ya tiempo.

V.

Una antípoda de Sorel es Croce. Como aquél cumple éste para Gramsci y para Mariátegui una función importante. Sin exagerar se puede decir que la apropiación crítica de Croce nos proporciona una clave para entender tanto a Mariátegui como a Gramsci. A los detractores a la moda del pensamiento marxista les recuerda Mariátegui como los neoidealistas Croce y Gentile se han dedicado a aquel pensamiento. Éstos han comprendido: «La dialéctica trascendental de Kant preludia, en la historia del pensamiento moderno, la dialéctica marxista.» (39)

Mariátegui practica un sabio trato con Croce, tomando para sí las ideas recibidas de Antonio Labriola por éste:

Marx […] no se propuso nunca la elaboración de un sistema filosófico de interpretación histórica, destinado a servir de instrumento a la actuación de su idea política y revolucionaria. Su obra, en parte, es filosofía, porque este género de especulaciones no se reduce a los sistemas propiamente dichos, en los cuales, como advierte Benedetto Croce – para quien es filosofía todo pensamiento que tenga carácter filosófico – no se encuentra a veces sino su exterioridad. La concepción materialista de Marx nace, dialécticamente, como antítesis de la concepción idealista de Hegel. (40)

Esta relación no estaba clara para Croce. Él considera natural que el autoconocimiento siempre tiene lugar por medio de la rebelión contra el primer amor en la filosofía. Por medio de esta reducción a la psicología juvenil quita él la substancia de la crítica de Marx a Hegel.

Ahora bien, del mismo modo que para Gramsci y anteriormente para Labriola, el materialismo histórico no es para Mariátegui, ni una filosofía de la historia ni un materialismo filosófico (y eo ipso metafísico). Marx ha creado un «método de interpretación histórica de la sociedad actual».8 Croce ha confirmado esto refutando a Stammler, según él Marx no habría aspirado a crear una filosofía de la historia sino una «concepción histórica determinada por las condiciones presentes de la sociedad y del modo como ésta ha llegado a ellas». (40)

La actualidad de este método de investigación se mide para Mariátegui de acuerdo a la actualidad en su referencia al mundo real específico: «La crítica marxista estudia concretamente la sociedad capitalista. Mientras el capitalismo no haya trasmontado definitivamente, el canon de Marx sigue siendo válido.» (40 s.) La lucha política mantiene viva esa crítica.

VI.

El rechazo de Mariátegui contra un marxismo epigonal que se agota en la interpretación de Marx es tajante. «[H]ay que desistir de consultar, como si fueran las memorias de una pitonisa, los nutridos volúmenes de crítica y teoría en que expuso [Marx] su método de interpretación» (75). Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburg son ejemplos de actualizaciones creativas según Mariátegui. Contra el intento de hacer de los grandes nombres banderas partidarias de la división y exclusión, como los comunistas en especial irían a llevar hasta la autodestrucción, está Mariátegui inmunizado.

Se puede ser de la opinión, que las reflexiones de Mariátegui sobre Teoría y práctica de la reacción podrían ser más actuales en la época de la globalización neoliberal del capitalismo que su disputa con refutaciones a Marx olvidadas hace ya mucho tiempo. Su defensa más fuerte del marxismo es su arremetida marxista contra el liberalismo económico de su tiempo. «Aquellas fases del proceso económico que Marx no previó […] no afectan mínimamente los fundamentos de la economía marxista; exactamente como los hechos, mucho más graves y profundos, que han rectificado en el último siglo la práctica del capitalismo, forzándolo a preferir según los casos el proteccionismo al libre cambio y el intervencionismo a la libre concurrencia, no destruyen los fundamentos de la economía liberal, en cuanto son las bases teóricas del orden capitalista.» (75) Son también válidas con ciertas modificaciones en la actual «época de estadización mundial de servicios y empresas» (ibid.).

En vista de este diagnóstico de la época que conceptúa al mercado como metáfora para la marcha autónoma de una economía heredada, advierte Mariátegui a los liberales, con Sorel y Croce, de despachar sin más al marxismo como utopía. Su propio terreno, la economía liberal, dice Mariátegui con Sorel, representa «uno de los mejores ejemplos de utopías que se pueda citar»: Se había imaginado una sociedad en la que bajo ley de completa competencia libre, todo se reduciría a relaciones de cambio; «se reconoce hoy que esta sociedad ideal sería tan difícil de realizar como la de Platón» (Sorel, cit. 76). Con la misma advertencia hacia el reproche barato de utopismo por parte de los liberales en contra del marxismo, aduce Mariátegui al líder de los liberales, Croce: Éste tampoco tendría un mejor entendimiento cuando los liberales tachan de utopistas a los marxistas; con mayor derecho sería al contrario.

VII.

Mariátegui cita ampliamente el manifiesto revisionista de Croce, Materialismo storico ed economia marxistica, del que también se ocupa Gramsci una y otra vez en sus Cuadernos de la cárcel, usándolo contra las tergiversaciones posteriores en la posición de Croce. El que Mariátegui concuerde con Gramsci (del que sin duda no tiene ninguna noticia certera a estas alturas) en la apropiación crítica y modificación de los temas croceanos, muestra la dirección común en el afán en la que ambos se encuentran inmersos en contra de la corriente del marxismo-leninismo que se está formando. Mientras que en éste el comunismo de guerra ha dejado secuelas imborrables, ejerciendo lo político como estado de excepción permanente y bajo el signo de la primacía de la violencia, conjuntamente con una reducción economística del marxismo, dirige Mariátegui (al igual que Gramsci) su interés, sin dejar de lado el papel de la violencia, a la cultura y a la política de lo cultural. Este aspecto de la obra mariateguiana ha hecho que Antonio Melis, anteponga la cercanía de Walter Benjamin con Mariátegui a la «afinidad» con Gramsci, y esto a causa del interés en la industria cultural, en general en la «organización material de la cultura» (Melis 1981, 138).

Mariátegui se da cuenta de que la violencia es incompetente para la apropiación de la cultura. Pero la cultura es una de las fuentes más importantes del poder, enseña él en las Universidades Populares en octubre de 1923: «La burguesía es fuerte y opresora, no sólo porque detenta el capital sino también porque detenta la cultura. La cultura es uno de sus principales, uno de sus sustantivos instrumentos de dominio. […] La cultura es el mejor gendarme del viejo régimen.» La burguesía no se deja quitar el instrumento de dominio cultural a la manera soviética. «El capital es expropiable violentamente. La cultura, no.» (1975, 23) Esto está pensado enteramente a la manera gramsciana y además es compatible con las ideas de Karl Korsch. De forma análoga tiene que verse a Mariátegui en su lucha por la hegemonía cultural. La palabra hegemonía no tiene mucha importancia para él, pero el concepto de hegemonía en los hechos juega un papel central. No se entendería de otra manera su concepción del intelectual que él mismo practica.

La Defensa muestra sólo una mínima parte de la lucha de Mariátegui por elementos de lo cultural. Los elementos particulares pueden haber llegado a ser históricos. Pero la desenvoltura y la referencia a problemas concretos con la que Mariátegui profesa el marxismo como apropiación crítica, y como un pensamiento que interviene en las ideas de su tiempo, es actual. Lo que le ayuda en esto, al igual que a Gramsci, es una epistemología de la praxis siguiendo a Labriola, que de nuevo como Gramsci, es en parte mediada por Croce. Ésta se limita también, al igual que Marx y Engels en La ideología alemana (cf. MEW 3, 27), en ver a la teoría del materialismo histórico como a una guía de investigación. A aquellos que proclaman la muerte del marxismo, les dice Mariátegui allí, después de haberles sustraído sus pocas fuerzas: Lo que vosotros habéis tomado como marxismo, ya estaba muerto. El nuevo marxismo vive donde vosotros no lo esperabais.

Notas

1. Traducido del alemán por José F. Pacheco. [Revisado por La Haine] Publicado por primera vez en J. Morales Saravia (ed.), José Carlos Mariátegui: Gedenktagung zum 100. Geburtstag im Ibero-Amerikanischen Institut Preußischer Kulturbesitz am 10. November 1994 in Berlin, Fráncfort d.M. 1997. Reproducido más tarde en W.F. Haug, Dreizehn Versuche marxistisches Denken zu erneuern, Berlin 2001.

2. Las indicaciones de páginas en el texto se remiten a esta obra.

3. El mismo Manfred Kossok tiene que limitarse: «Tampoco faltan intentos más flexibles de construir una contradicción, por medio de comparaciones atinadas entre Antonio Gramsci y Mariátegui (que en la investigación seria tienen enteramente su lugar), entre el uso intelectual y el uso práctico del marxismo por el partido de la clase obrera.» (1982)

4. «En este sentido, el interés por Mariátegui no es diferente del mostrado por Lukács, Korsch y Gramsci.» (Sylvers 1981, 19)

5. «El equipo de intelectuales del Ordine Nuevo de Turín, asumió la empresa de dar vida en Italia al Partido Comunista, iniciando el trabajo político que debía costar, bajo el fascismo, a Gramsci, Terracini, ect., la condena a veinte o veinticinco años de prisión» (115).

6. Cf. Antonio Gramsci, Gefängnishefte, por ej. cuaderno 8, 167, incluido otra vez en cuaderno 11, 66; cf. además los comentarios correspondientes.

7. Sobre Spengler cf. la entrevista estratégicamente interviniente con Mariátegui de mayo de 1923 en Claridad sobre la restauración en Europa, «El Ocaso de la civilización Europea», en: ibid. 1975, 17.

8. «Marx no tenía por qué crear más que un método de interpretación histórica de la sociedad actual.» (40)

9. Las Universidades Populares (Octubre 1923), en: 1975, 29. 

Bibliografía

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Fuente de la traducción: http://www.lahaine.org/index.php?p=34920