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La democracia burguesa chilena

Fuentes: Rebelion

¿Vivimos en democracia?, así sin apellidos. Claro es una pregunta valida solo para aquellos que todavía les interesa los asuntos de vivir en sociedad, al parecer a la mitad de chilenos nos les interesaría la pregunta. Toda la «clase» política actual, incluyendo a los partidos denominados de izquierda, responderán en coro, SI, sin lugar a […]

¿Vivimos en democracia?, así sin apellidos. Claro es una pregunta valida solo para aquellos que todavía les interesa los asuntos de vivir en sociedad, al parecer a la mitad de chilenos nos les interesaría la pregunta.

Toda la «clase» política actual, incluyendo a los partidos denominados de izquierda, responderán en coro, SI, sin lugar a dudas estamos en democracia.

Constatamos que en el plano político comunicacional existe un relato, muy bien construido de cómo se conquistó el régimen actual a pesar de los intentos de Pinochet y sus partidarios de perpetuarse en el poder, en ese relato por supuesto Chile es una democracia imperfecta, como toda obra humana, pero hay que defenderla, cuidarla, después de tanto sufrimiento y los intentos de la derecha de volver atrás.

Las ideas de la transición a la democracia, ideas que caracterizaron a buena parte de la izquierda en los 90, para definir un momento intermedio entre dictadura y democracia, ya quedó en el pasado y se aceptó que la transición a la democracia terminó y ahora estamos en una democracia madura, lo que no quiere decir que sea perfecta. La contradicción DEMOCRACIA O DICTADURA fue reemplazada por la idea de profundización democrática, solo queda un largo camino, diríamos infinito, para perfeccionarla.

Hay una máxima política actual, cuidar lo que tenemos, es una idea muy potente, porque hace referencia a no volver a la dictadura, pero también no volver al periodo previo a la dictadura, es decir el periodo de la Unidad Popular, más allá de las valoraciones morales que tengamos de aquel periodo, pues lo que está claro que los extremos no son deseables, extremos que nos llevan a la confrontación fratricida entre chilenos y chilenas, lo cual hay que evitar. Nuestras diferencias como chilenos tenemos que enfrentarlas de forma civilizada, normada, en definitiva hay que ser responsables.

Hace años atrás se puso de moda en el poco mundo que le interesa la política, que lo correcto era ser de centro izquierda o de centro derecha, incluso ser de izquierda o derecha ya no era relevante, lo más importante es pertenecer a coaliciones amplias, porque la amplitud es una idea que refiere un consenso, un acuerdo que evite los extremos.

La hegemonía intelectual imperante es que ser radical o extremo, se acuño la palabra «extremista», tanto de izquierda o de derecha es un peligro para la sociedad. Particularmente los pueblos originarios han sufrido esta violencia lingüística. No importa si tienes razón o no, lo importante, es que seas civilizado, «razonable».

Como diaria Sol Serrano, actual premio nacional de historia, académica de la UC, integrante del CEP, «la democracia chilena es madura, porque no se ve que sea posible extremos, como en otros países de la región» (CNN octubre 2018).

Para el discurso oficial democracia es poder decir nuestras diferencias, luchar por nuestras ideas, pero sin violencia. Democracia es en esencia consenso de cómo vivimos civilizadamente. Para eso hay elecciones, separación de poderes (ejecutivo, legislativo, judicial), leyes que nos protegen y son obligatorias para todos, se asegura libertad de pensamiento y podemos debatir nuestras diferencias a través de los medios de comunicación, claro, eso sí, son de la clase dominante.

Democracia, es evitar extremos o minimizarlos, democracia comunicacionalmente significa que no hay lucha de clases y toda la violencia que implica. Democracia es «ciudadanía», imaginariamente es la existencia de un aparato estatal neutral y que tiene que velar por todos los chilenos. El Estado no tiene dueño, la ley no tiene dueño. Por fin todos estamos protegidos, al menos en la fantasía de las ideas.

Pero todo lo anterior es relato político comunicacional, y en buena parte mentira, un relato construido para justificar y suavizar la dictadura del capital en la que vivimos.

La definición correcta para nominar el régimen en el que estamos es el de DEMOCRACIA BURGUESA, pues cumple con la formalidad de separación de poderes, de Estado de Derecho, elecciones libres, libertad de expresión, etc., pero junto con ello, es un régimen capitalista extremo, de dominación brutal de clase (burguesía, ahora aliada con la burocracia de carácter estatal y privada).

Democracia burguesa está construida sobre una violencia de clase extrema, esta cimentada sobre los cadáveres de miles chilenos y chilenas, está alojada en la más amplia impunidad de los que saquearon Chile, si algunos violadores de los DDHH están presos, son solo aquellos subalternos que la élite de poder estuvo dispuesta a sacrificar en función de sus intereses.

El aparato estatal no es neutral, las leyes no son neutrales, la burguesía y la burocracia, tienen el monopolio de la armas, se guardan el «legitimo» derecho a usar la violencia, la democracia burguesa, pide, exige no usar la violencia, salvo la que pueden usar ellos, supuestamente a nombre de todos nosotros, como la usan contra los pobladores de Quintero y Puchuncaví, que claman por sus vidas o contra los mapuche en sur o los rapanui en Isla de Pascua o contra las huelgas de los trabajadores que piden mejoras laborales.

Las leyes no son neutrales, es cosa de escuchar a Nelly León Capellán de la cárcel de mujeres de San Joaquín que habló en representación de las 400 internas del Centro Penitenciario Femenino, cuando vino el papa Francisco, Nelly sentenció: «Lamentablemente en Chile se encarcela la pobreza» o el Capellan de Gendarmería, Luis Roblero S.J., más categórico aún «……En Chile, si tú tienes medios económicos, una familia por detrás, cierto prestigio, por supuesto que la cárcel no es para ti. La cárcel es para los pobres. Eso digámoslo con súper harta claridad».

La élite de poder, que no son solo los «políticos profesionales», deciden sobre el alto mando de las FFAA y las policías, sobre los jueces, sobre los candidatos (pues los financian), sobre los directores de los medios de comunicación, etc. El Estado es de ellos y en función de sus intereses.

Alguien en su sano juicio piensa que Luksic, Angelini, Matte, Paulman u otro multimillonario es igual ante la ley que usted o yo. Alguien en su sano juicio piensa que tenemos el mismo acceso al debate público todos los chilenos en unos medios de comunicación que están en manos monopólicas de la burguesía y la burocracia.

En Chile, en esta democracia, que según algunos tenemos que cuidar para protegerla de la derecha, ni siquiera podemos tener una Asamblea Constituyente, ni siquiera se puede degradar a los violadores a los DDHH, ni anular la legalidad de partidos comprometidos con la dictadura o que se coluden para delinquir como la UDI, el PDC o el propio PS, que a esta altura es una sociedad anónima que su capital económico lo transa en bolsa de comercio.

Los promotores y vendedores de la democracia burguesa dirán, ¿pero que proponen? , ¿la ley de la selva?, ¿volver a la dictadura?, ¿caer en un régimen como el cubano o el venezolano?. Es decir el cáncer marxista.

Simple, primero reconocer las cosas como son, hay lucha de clases y nada es neutral, menos el aparato estatal, que en Chile, defiende el capital y usa la fuerza diaria en función de asegurar los intereses de la élite de poder y las clases a las que pertenecen.

Reconozcamos que vivimos en la ley de selva, donde, como en la naturaleza, existe una cadena alimenticia donde la moral, salvo la de los ricos, no existe. Todo es ideología para justificar el actual orden brutal de las cosas. Es el imperio de los avaros y toda la tropa de zánganos que trabajan para justificar la naturalización de la actual sociedad.

Segundo, comprender para nosotros, dominados, esclavizados, embrutecidos, engañados, que solo la organización y la fuerza nos permitirá conquistar algo de justicia en la actualidad y que tenemos que luchar por una sociedad que supere el capitalismo, en sus formas de regímenes dirigidos por sátrapas, reyes, personajes democráticos de distinta índole, al final todos son representantes de la dictadura del capital, algunos más sangrientos que otros, pero sangrientos al fin.

El Estado, el aparato estatal, es una dictadura de clase, cualquier forma de gobierno bajo un régimen económico determinado, aunque se vista de seda, está al servicio de una clase social determinada o de alianzas de sectores de clases, de ahí la importancia del contenido profundo de reconocer la existencia de la lucha de clases en la sociedad actual.

El dilema actual no es dictadura o democracia, menos la democratización del sistema burgués, más allá que pueda ser preferible, en una coyuntura determinada, la disyuntiva real, urgente, necesaria, es entre el capitalismo o una sociedad pos capitalista.

Luis Emilio Recabarren tenía razón, «No, no dejemos en manos de los capitalistas avaros nuestra suerte, porque ellos nunca querrán mejorar nuestras condiciones. No esperemos de los gobernantes lo que nunca pudieron dar. Confiemos a nuestras fuerzas y a nuestra inteligencia la misión de conquistar el bienestar que necesitamos. Que construyamos de nuevo el poder que necesitamos, que hagamos el poder obrero, la fuerza obrera, (y del pueblo agregamos nosotros) para vencer la injusticia y el desorden de esta sociedad capitalista que nos oprime y nos explota».

Máximo Constanzo, Centro de Estudios Francisco Bilbao.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.