Ponencia presentada en las jornadas sobre Democracia organizada por Espaimarx en mayo de 2008
Amigos: Joan ha expuesto el título del tema sobre el que quiero hacer hoy algún comentario: La democracia como movimiento. Pero antes, conviene que nos detengamos un poco en el significado y en la historia de la palabra democracia. La palabra democracia, como la palabra república, la palabra ciudadanía, la palabra asamblea, la palabra soberanía, que nos podemos encontrar en nuestras lenguas con algún matiz secundario distinto, quizá, entre ellas, y que proceden de las lenguas y la cultura greco latina, todas estas palabras, como digo, pertenecen a un depósito, a un saber. Ciudadanía, soberanía, dictadura, proletariado, patricios y plebeyos constituyen una constelación de palabras que se interrelacionan, que se dan sentido las unas a las otras y pertenecen a un depósito cultural de saber político que en estos momentos estamos denominando, creo que correctamente, como republicanismo. Es una buena palabra también republicanismo, que hemos fraguado en los últimos 20 o 25 años para referirnos a este depósito.
¿Qué es este republicanismo, qué es este depósito? Como previa, para darle un valor a la palabra democracia, hay que situar que este depósito que llamamos republicanismo es una tradición praxeológica, por usar una palabra técnica; una tradición praxeológica de pensamiento político. ¿Porqué tradición praxeológica? Estas palabras, no han sido inventadas por sabios científicos. Así como, por ejemplo, que la hipotenusa es la raíz cuadrada de la suma de los catetos al cuadrado fue inventado por alguien, estas palabras no tienen inventor, no tienen teórico científico que las construyera, que las elaborara. Tradición praxeológica quiere decir que proceden como saber reflexionado de luchas sociales tremendas, colectivas, sociales, que se dieron en la historia, que han sido mantenidas en uso a través de las generaciones, y han cambiado incluso de sentido y se han enriquecido, como consecuencia y resultado de tremendas luchas sociales colectivas que han ido produciéndose tras la aparición de esa tradición de pensamiento, a lo largo de la historia. Esto es lo que quiere decir que son una tradición praxelógica. En todo caso estas palabras son el producto de un saber segundo, el resultado de la reflexión de individuos que se pusieron a pensar sobre lo que había pasado, sobre la experiencia de lucha, -y las experiencias de lucha han de ser colectivas, sociales-, e intentaron mediante esta reflexión sobre su acción, recoger su experiencia de vida en palabras, en expresiones.
En el origen, esas palabras y esa tradición que hoy denominamos con el término «republicanista» o «republicana», son resultado de la praxis, de la actividad, del quehacer y son resultado de las luchas de clases de la antigüedad clásica en Grecia y también en Roma, de las luchas de clases de la clasicidad, porque hubo lucha de clases en la clasicidad, la clasicidad surge como luchas de clases. Como sabemos hay algunos historiadores que pretenden que la lucha de clases, en todo caso, surge en el siglo XVIII, y que antes no había lucha de clases. Para desmentir estas opiniones basta con leer a los mismos autores clásicos, griegos y latinos: basta leer a Tucídides, a Platón, a Aristóteles, a Tito Livio, y uno queda asombrado de que lo que allí se habla al escribir sobre política es de las luchas de clases.
Este pensamiento, todo este vocabulario surge como praxeología, como saber colectivo, deliberado, porque además aquellos sujetos colectivos deliberaban, eran deliberantes es lenguaje que surge de esa acción, de esa praxis.
¿Cuáles son las ideas matriciales de toda esta praxeología? Que el individuo es un ser social, que los seres humanos no podemos vivir, como tales, si no hay sociedad, relacionándonos los unos con los otros. Desde que nacemos, durante nuestro periodo como «crías», necesitamos ser atendidos, hasta un grado y durante una cantidad de tiempo muy superiores a los de ningún otro animal. Luego, como adultos, necesitamos de saberes anteriores para poder ganarnos la vida, necesitamos de la sociedad permanentemente, somos, precisamente, individuos singulares gracias a que somos seres sociales. Lo que nos construye como individualidades, como singularidades, cosa que en los animales no existe, es precisamente la libertad potencial que nos otorga frente a la naturaleza la sociedad, somos su resultado, somos seres sociales.
La segunda idea es que, por lo tanto y en consecuencia, el orden social que organice la sociedad, la estructuración interna de la comunidad, la organización, la forma como esté constituida la sociedad, resulta fundamental. Según como la sociedad esté organizada, podremos ser libres o esclavos, podremos ser felices o infelices. Por lo tanto, el orden social tiene que ser objeto de deliberación fundamental para nosotros. Ese orden ha de ser tal, que los individuos podamos ser capaces de controlarlo. Si no controlamos el orden social del que depende nuestra vida, estaremos en manos ajenas. La actividad intelectual y práctica que reflexiona sobre el tipo de orden social existente y sus consecuencias y sobre las medidas y luchas a promover para cambiarlo, esa actividad, esa deliberación, es la política. La política es el medio que nos permite controlar -políticamente- ese orden para que podamos ser -si queremos ser – libres y felices.
Libertad y felicidad son las palabras fundamentales, como valores, para los individuos de esa tradición. ¿Cómo quiero ser? libre. Libre ¿Qué quiere decir ser libre? Libre quiere decir no ser dominado. Este es el concepto de libertad que ha atravesado 2500 años, fijaos que este concepto libre: no ser dominado, no tener amo, no tener patrón, no es un concepto como el del teorema de Pitágoras, pertenece al sentido común, es praxeología. Los conceptos de esta tradición praxeológica, que son magníficos, recogen la experiencia y apelan a la experiencia, son conceptos sencillos, no hay un ingeniero detrás con una ecuación que los enturbie, porque surgen como saberes de luchas, como saberes experienciales. Libertad: no tener amo. Si libertad es no tener amo, esto exige como condición que tenemos que poseer para ello los medios que nos permitan ganarnos el sustento. Si para ganarnos la vida la sociedad no nos permite disponer de los medios necesarios, tendremos que pedir prestado los medios o el sustento, dependeremos de voluntades ajenas, no seremos libres. El hombre libre es el hombre al que la sociedad le pone en condiciones de poder ganarse el sustento con sus propios medios (muy pocos de los aquí presentes somos libres). Desde esta tradición, el asalariado es esclavo y por lo tanto, no es ciudadano. La libertad es poder hacer el conducto, la conducción de tu propio opus, de tu propia obra. La posibilidad de dirigir tu mismo tu propia actividad es lo que garantiza al libre. Y el que tiene, para ganarse la vida, que ofrecerse a alguien para que le dé a cambio algo, el salario, es una persona que se somete a derecho ajeno es un allieni iuris, no es libre, tiene amo. El asalariado y el esclavo no son libres, la libertad es poder controlar eso, los medios que garantizan la vida para poder ser independientes.
La felicidad es que el individuo, además, tiene derecho a desarrollarse plenamente como individuo, a auto-elegirse y la propia sociedad tiene que arbitrar instrumentos y medios que permitan el desarrollo de la persona, su plenitud. ¿Cómo? Escuela barata, teatro, cosas que son aportadas desde fuera de la comunidad. La felicidad y la libertad son los dos derechos que constituyen al ciudadano y que esa sociedad tiene que aportar. Los individuos a los que la ley les otorga estos derechos, son los ciudadanos. Repito, en esta tradición de vocabulario, es ciudadano el que es libre. El que no es libre, no es ciudadano. Y en esta tradición de vocabulario, es libre el que no depende de voluntad ajena, el que no está sometido a arbitrio ajeno, a voluntad ajena, el que no se enajena, el que no tiene que vender su tiempo a otro. Quien vende su tiempo a otro, no es libre y no es ciudadano. Esto es una cosa que creo debemos enfatizar para salir al paso a las perversiones del lenguaje actual. Tú eres un asalariado, pero la ley dice que eres un ciudadano, pero tu eres es un «pringao», no tienes piso pero te dicen que eres un ciudadano. Ninguna de las variantes de la tradición republicana -y podemos no estar de acuerdo con alguna de ellas-, se permite una perversión tal del lenguaje. La sinceridad es uno de los atributos que sale de este contexto lingüístico. Decirnos a nosotros que somos libres cuando hay plutócratas gigantescos como Botín, cuando tenemos que trabajar como asalariados, cuando tenemos un contrato con una entidad bancaria usurario que se llama hipoteca, etc., esto no cabe en este lenguaje. En la tradición republicana seriamos considerados esclavos.
He dicho que los individuos a los que la ley otorga los derechos a los que me he referido -libertad, felicidad, medios de vida, capacidad de control sobre su sociedad- son los ciudadanos; solo quien goza de estos derechos es ciudadano. Pero no estoy diciendo que el republicanismo, en todas sus versiones garantice universalmente a todos los individuos estos derechos. Hay distintas corrientes dentro del republicanismo. Ha habido repúblicas, en la tradición histórica, de 200.000 ciudadanos sobre una población de varios millones. En el siglo XVII en Holanda hubo una república, los ciudadanos de esa república tenían garantizados estos derechos, los ciudadanos de esa república tenían, de verdad, el poder soberano de legislar. Cuando los ciudadanos tomaban una decisión, y se hacia ley, esa decisión era inapelable y los instrumentos de gobierno eran lacayos a su servicio. Podemos hablar también de la ciudadanía ateniense, pero fuera de esa gente ciudadana, podían existir otras personas que no fueran ciudadanos y eso era así. La república de Venecia, los ciudadanos venecianos eran personas con absoluto poder real, político, jurídico, material, con auténticas libertades, con auténticas posibilidades de disponer, pero fuera de la ciudadanía había otros grupos sociales muy extensos de no ciudadanos.
Es aquí donde interviene y adquiere todo su sentido, el término «democracia». Democracia, de entrada, es una palabra que pretende que esos derechos de la república deben extenderse a la totalidad de los individuos. Con un primer matiz, la democracia pretende que esos derechos se extiendan a la totalidad de los individuos pobres de la comunidad social. Cito dos textos, dice Platón: (esto es de La república) «nace pues la democracia creo yo, cuando habiendo vencido los pobres matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran y a los demás los hacen igualmente partícipes de su gobiernos y de los cargos que por lo regular suelen cubrirse en este sistema mediante el sorteo». Dice Aristóteles en otro texto, (La política), «hay oligarquía cuando los que tienen riqueza son dueños y soberanos del régimen, y por el contrario hay democracia cuando son soberanos los que no poseen gran cantidad de bienes, sino que son pobres». La palabra democracia hemos de empotrarla en un lenguaje y en unas luchas y la característica de la democracia es que los pobres asaltan el poder y se auto-constituyen en ciudadanos siendo políticamente soberanos. Si comparamos estos dos textos con el teorema de Pitágoras, veremos que nos hablan de experiencia, definen la democracia a partir de lo que está pasando. Los autores que escriben estos textos, aunque ellos no son demócratas, definen con honestidad lo que es la democracia. Como veis, democracia y lucha de clases van unidas. La democracia es la lucha de clases para imponer la ciudadanía de los pobres. Este lenguaje es reflexión, casi de sentido común, sobre experiencias. Vuelvo a recordar el teorema de Pitágoras: pues no, no es lenguaje de ese que ha sido elaborado por un científico, o por un técnico -un tejnites-; lo habrá dicho Platón, lo habrá dicho Aristóteles, pero recogen experiencias. Platón y Aristóteles habrán hecho otras elaboraciones que no corresponden a saber de sentido común, pero no es este. Este saber es saber grande, ese que hay que regalar en la plaza, es Filosofía, nada menos. Pero no es ciencia, no es algo de técnicos -de tejnites-, de especialistas en poiesis, como lo eran Arquímedes, etc o de sabios que reflexionan sobre la realidad material del cosmos.
La democracia como Movimiento
Vemos que en la definición de Platón habla de que «nace la democracia, creo yo, cuando habiendo vencido los pobres…», pero, ¿de donde sale ese poder de los pobres? La experiencia que nosotros tenemos, es que los pobres, uno a uno, los pobres, nosotros…: ¿Dónde está ese poder? ¿Cómo llegan los pobres a tener ese poder? El poder de los pobres, lo adquieren mediante la organización. Habiendo vencido los pobres… y abajo: la democracia es el nombre que recibe este intento de organizar el poder de los pobres: El poder de los pobres solo se puede conseguir organizándose los pobres. La organización de los que no tienen el poder, de los que en el momento anterior solo son clases subalternas, que no tienen derechos y que quieren aflorar al mundo de la igualdad civil: la organización, como digo, de estos sujetos para el combate es lo que recibe el nombre de democracia. Porque es la organización político-civil de todos los excluidos lo que permite a los excluidos luchar y ponerse en condiciones de dar jaque al régimen existente anterior y darle la vuelta. La organización ¿Cómo? A todos los niveles, hay que empezar pensando en los niveles más capilares, la organización en una empresa, la organización en un barrio, la organización desde la cotidianeidad, desde el fondo de la sociedad. Si nosotros nos organizamos, hay organización. Si en una empresa nos organizamos, hay organización. El nombre técnico que le damos a esta organización es el de «relaciones sociales» y de ella depende la verdadera correlación de fuerzas, el verdadero nivel de poder que se produce en la realidad social. Si nos organizamos, aunque las leyes viejas sigan siendo las mismas, cambian las relaciones sociales, está cambiando el juego de interacciones. Quiero señalar que organizarse no quiere decir que un comité nos concite un día a una manifestación de un millón de personas,- que también-. Organizarse es que los pobres, los subalternos, allí donde nos encontremos, y en torno a los problemas que percibamos, seamos capaces de ponernos de acuerdo, comenzar a deliberar y a tomar pequeñas decisiones de acción sobre esos problemas; eso es el fundamento del movimiento. El movimiento podrá llegar a tener un millón de personas, en un momento determinado, pero el movimiento de la democracia ha de tener micro-fundamentos, ha de comenzar en el cara a cara y en los lugares en los que surgen los problemas concretos y juntando en el debate y en la deliberación a los que allí estemos. La organización es lo que genera la capacidad de poder, algunos hemos tenido experiencias hace muchísimos años de que había una asamblea en una empresa y cuando bajaba el director general se hacia lo que mandaba el comité, no lo que mandaba el director general. El director general podría tener los títulos de crédito detrás pero no valían, no funcionaba eso. Es la organización lo que genera el poder, es la organización lo que genera la experiencia de poder. No hay cosa tan frustrante como leer textos en los que te hablan de poder, y vivir en una experiencia en la que nunca se ha tenido esa sensación. Uno puede hacer el acto de fe de creerse que en algún momento, -en la revolución rusa, p.e.- fue la gente la que tuvo el poder, -o que hubo catorce meses en la revolución francesa en los que la plebe tuvo el poder- pero tenemos que hacer el acto de fe de creer que eso fue así porque nos falta la experiencia que nos evidencie empíricamente que eso puede ser así. Algunos de nosotros, los más viejos, hemos podido tener ciertas experiencias que nos permitan saber que eso va por ahí. Si no, uno, cuando le cuentan de estas cosas ha de ejercer una fe ciega y aceptar que eso que cuentan ciertos historiadores ha debido de ser verdad, y si no tiene la capacidad de leer a historiadores pues, se rechaza simplemente esa idea como algo propio de la fantasía; se piensa: si, si, muy bonito, pero ¡eso no es verdad! Lo que genera en la gente que no lee libros de historia la posibilidad de plantearse ideas de alternativa de poder es precisamente la organización y esa nueva experiencia que de repente se descubre como emergente, porque los propios actos y las propias acciones se convierten en los elementos de los que surgen capacidades emergentes, y a partir de ahí surge la experiencia que puede permitir a la gente, en deliberación plantearse objetivos que van mas allá. Es la organización la que genera experiencia de poder, y es la organización de la gente la que construye el nuevo sujeto social llamado pueblo, el demos. El demos, no existe, la clase, no existe. Los sujetos si se organizan y se construyen, existen. El sujeto no existe, hay que construirlo, el sujeto social surge del movimiento.
Llegamos a otro punto: ¿Cuál es el programa que puede impulsar para adelante el movimiento de la democracia? Este es un mal planteamiento. Voy a citar un pequeño texto de otro de los más eminentes republicanos demócratas de la historia, de esta tradición. El texto es de Carlos Marx. Le preguntan: «te pidieron que hicieras un programa para el movimiento» (este texto pertenece a los debates de la primera AIT, de la primera internacional), y él contesta por carta a un amigo suyo: [lo que yo redacté deprisa son] «los puntos que hacen posible un acuerdo inmediato para la acción conjunta de los obreros y que pueden satisfacer directamente los intereses de la lucha de clases y fomentar la organización de los obreros como clase». Le habían pedido que hiciera el programa, se supone que habían pedido a un ser conspicuo, todo saber, todo luz, que se escribiera «el libro gordo»…Pues Marx responde, que eso del libro gordo es una chorrada, y que lo que hay que hacer es poner a la gente delante de lo que tiene en estos momentos en su cabeza, como nervio-experiencia para que se pongan a hacer. Será el movimiento el que genere su propio programa. Ahí no dice otra cosa que lo que había dicho anteriormente en el Manifiesto Comunista, lo importante era la formación del proletariado como clase; «los comunistas no somos una fuerza al margen de…, los comunistas no tenemos un saber que…, los comunistas no aportamos unos conocimientos para…, somos la parte más consciente del movimiento» porque tenemos una visión global del proceso -¿dónde está aquí la ciencia, el saber esotérico y minoritario que según muchos es lo que distingue a los marxistas en su orientación de la política?-. Y qué somos los comunistas, según el propio Manifiesto?: «la experiencia literaria del movimiento». Esta es otra de las ideas que se puede concluir del Manifiesto Comunista: en el apartadito aquel que dice: Comunismo utópico, la primera frase reza: «no nos referimos a los sujetos que han redactado la experiencia literaria del movimiento», Babeuf y compañía. Luego, aparece siempre una cita a pie de página que dice: «Babeuf, comunista utópico…» etc. Pero, sin embargo, Marx decía que Babeuf no era comunista utópico porque había sido uno de los que había registrado, había elaborado literariamente la experiencia del movimiento. Por lo tanto, no se trata de intentar construir, desde fuera, un programa que ilumine al movimiento sino que se trata de participar en pie de igualdad, allí donde podamos, en las luchas que se organicen, y en ayudar, en la medida de nuestras capacidades, a que las gentes nos juntemos para comenzar a actuar. Marx dice: me pidieron un programa, y ¿qué hice?: ¿Qué le podía preocupar a cualquier persona para juntarse con otra y empezar a luchar?, «los puntos que hacen posible un acuerdo inmediato, para la acción conjunta y que pueden satisfacer necesidades de lucha»; nada más. Fijaos que esto es lo contrario de lo que os ha ocurrido tantas veces, hemos decidido fundar la izquierda, nos hemos juntado y hemos comenzado a construir un programa. Y por un «quítame allá estas pajas», -puede ser nacionalizar o no la banca- nos hemos roto, cuando en realidad, ni nacionalización, ni no nacionalización de la banca, mientras no estemos organizados no tenemos poder para nada. Una vez se genera la organización, la propia gente, el debate, la deliberación, la construcción de nueva experiencia y el movimiento, producen las ideas, generan los proyectos. De ahí salen programas, que de verdad, llevan a rupturas revolucionarias y eso es lo que teme el enemigo. El enemigo no nos teme a nosotros que, a veces, hacemos buenos libros, teme al movimiento que está detrás de Evo Morales, el enemigo no teme a Kautsky, teme a cien millones de campesinos organizados en el 1917 haciendo saltar el poder de zarismo, con un programa tan mínimo como «paz ahora, tierra» y al que añadieron los obreros: «poder a los soviets». ¿Por qué ese programa mínimo puede ser revolucionario? Porque es el programa mínimo de una organización de ciento veinte millones de personas, mientras un programa que solo sea letras, si no hay organización, se queda en letras.
La democracia es el poder de la gente organizada y el pensamiento de la democracia es potentísimo y llega a ser radicalísimo, no estoy jugando con la propuesta de que bajemos los niveles políticos. Sí quiero insistir en que el programa debe ser la elaboración que sale desde la experiencia de esos millones de personas que antes de experimentar el poder real y lo que pueden hacer eran totalmente pesimistas. La experiencia y la deliberación posterior, a partir de la experiencia, es lo que genera el programa, el auténtico programa del movimiento. Volviendo al principio, si es pensamiento praxeológico el republicanismo, ha de ser un pensamiento praxeológico también el proyecto, el programa que guíe y ha de surgir de la deliberación de los muchos pobres, de la chusma, de la plebe, de la plebe organizada y su experiencia y de su imaginación. De la imaginación que se despierta en cada individuo sobre las posibilidades de hacer y los objetivos a proponerse cuando ese individuo se vincula a otras personas y genera experiencias de poder, esa es la matriz de la revolución y esa es la matriz de la cual puede generarse un proyecto de liquidación del capitalismo y de un nuevo régimen socialista.
PD sobre ciencia y emancipación.
Durante la comida posterior al acto -un auténtico banquete republicano- un cortés amigo que había asistió al acto me preguntó cuál era mi opinión sobre la participación de la ciencia a la emancipación, pues él valoraba que la ciencia era considerada un elemento importante por nuestra tradición marxista. Creo que esta interesante pregunta merece que incluya aquí mi respuesta
La ciencia es un importantísimo instrumento para orientar las deliberaciones, las luchas y las alianzas de un sujeto social ya organizado, es decir, previamente existente. También es un instrumento imprescindible para indagar sobre las causas de las prácticas humanas que previamente hemos considerado injustas El saber científico introducido en las deliberaciones públicas sobre la orientación de la actividad del movimiento, otorga a los debates información, rigor y acierto. Pero la ciencia no puede sustituir la existencia real del movimiento, y no puede ser la fuente creadora del sujeto que actúa y cuya acción requiere de orientación objetiva. La ciencia tampoco puede crear los principios éticos en los que se basa el movimiento, pues de un enunciado factual no es posible deducir un enunciado prescriptivo, o dicho en plata, de la explicación científica sobre la realidad social, por escalofriante que esta sea, no se concluyen principios morales -la ciencia puede servir, también, para apuntalar la resignación, dado que «así son las cosas»; incluso para afirmar la creencia sobre la perversidad e irreformabilidad de la naturaleza humana, y hasta para explotar mejor a los ya reventados-. El uso emancipador de la ciencia requiere de personas que ya previamente hayan decidido tener la audacia de pensar -sapere aude-: sobre sí mismos y sobre la moralidad del orden social, y que crean, previamente también, que ese uso de la razón es útil porque el destino humano puede ser cambiado por los seres humanos. La racionalidad ética y la praxis política son condiciones previas al uso de la ciencia como instrumento de emancipación. A partir de su existencia la ciencia participa en el robustecimiento de la razón crítica -ético crítica- sobre la realidad existente, y en la fundamentación, mediante su incorporación a la deliberación pública política, de una praxis política acertada. Los principios éticos son anteriores al uso posible de la ciencia al servicio de los mismos. La práctica política en acto es previa a la posibilidad de usar la ciencia para orientar las deliberaciones sobre la mejor forma de luchar.
Por eso es tan importante la existencia de una cultura que afirme los principios éticos en los que se basa la lucha. Una vez declarada la prioridad de la razón ética sobre cualquier otro tipo de pensamiento a efectos de la emancipación, creo que es conveniente añadir que la propia práctica política organizada, con su apuesta por la acción solidaria y sus resultados autoevidentes sobre la posibilidad de cambiar las cosas si reina la fraternidad entre los explotados, es la mejor defensa de la verdad ética. Para resumir mi juicio: La praxis política organizada del movimiento democrático es la que genera la Reforma Moral e Intelectual que afianza la fe en los principios morales; es la que muestra la eficacia y utilidad de la acción política y la que produce la confianza en la posibilidad de un mundo mejor. A partir de esta premisa la ciencia adquiere toda su potencialidad explicativa para el proyecto revolucionario.