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La derecha invisible

Fuentes: Rebelión

para Sergio Ramírez, Ismael Rojas y Rainel Contreras Rivas Ya estoy más viejo que joven. La aclaratoria es urgente para ofender menos, o nada. Lo digo porque la tendencia de los viejos es emigrar hacia la derecha. Esta es la tesis, no la central, sino la secundaria, pero la estoy mencionando primero y eso también […]


para

Sergio Ramírez, Ismael Rojas y Rainel Contreras Rivas

Ya estoy más viejo que joven. La aclaratoria es urgente para ofender menos, o nada. Lo digo porque la tendencia de los viejos es emigrar hacia la derecha. Esta es la tesis, no la central, sino la secundaria, pero la estoy mencionando primero y eso también hay que aclararlo.

Saramago −sentencioso, pero bien hablado−, establece que cuando los izquierdistas van hacia el centro, es porque caminan, en realidad, hacia la derecha. Que alguien considere que ir hacia la derecha es síntoma de evolución o de retroceso, de involución o progreso; que sea más o menos despreciable, dignificante o envilecedor, pues ya eso es otra cosa y en los gustos −como dice Sergio Ramírez en Adiós muchachos−, también se manifiesta la libertad. En los gustos y en la imaginación, acierta el escritor nicaragüense.

Yo soy de izquierda. Siempre lo he sido. Por convicción, por formación y hasta por uso electoral. La primera vez que voté −en 1988, cuando el eslogan más publicitado decía: «El gocho pal 88″−, lo hice por la Liga Socialista. David Nieves era el candidato de izquierda con más proyección. Por lo menos eso creía yo, aunque también sabía que no iba a ganar y, supongo, el propio Nieves estaba convencido de ello. En todo caso, fui uno de los 10.073 venezolanos (0,14%) que votaron por él, de poco más de siete millones de votantes.

Soy de izquierda, pues. Los izquierdistas tenemos la mala costumbre de andarlo gritando. Nos confesamos, nos acusamos, como si de un peso se tratara. Esto −y aquí quien sentencia soy yo−, es un ritual ciudadano, un gesto ético, un hecho rebelde de jóvenes y de viejos; de recién llegados a la vida o a la izquierda; pero también de quienes van, ya, de salida de este mundo como los escritores José Saramago y Mario Benedetti; como el filósofo Gianni Vattimo quien, después de visitar Venezuela, confesó: «me he convertido al chavismo»; el mismo Vattimo a quien, al consultarlo para definir y para darle cuerpo teórico al socialismo del siglo veintiuno, respondió que es «Eso que ustedes están haciendo en Venezuela», que sigan por ahí, dijo. Hay, además, otros viejos de izquierda activos, como los sociólogos Atilio Borón, argentino, y James Petras, estadunidense, permanentes críticos de la economía y la política en América Latina y el mundo. Pero también los hay jóvenes, como Rosa Noriega, Fidel Madroñero, Eric Sáenz, Nelson López y Carlos Aranguren, estudiantes de Comunicación Social en la Universidad Católica Cecilio Acosta, de Maracaibo; todos con las hormonas en ebullición, complejo proceso físico-químico tan propio de los veinte años que los lleva a gritar, una y otra vez, dentro y fuera de sus salones de clases, «Yo soy de izquierda», como si de un distintivo se tratara, dejando ahí, en ese momento, esa mezcla de orgullo y de dignidad que resulta de correr el riesgo de la confesión política.

Lo que no es típico, lo que se acerca −novelescamente, categorialmente− a lo fantasmal gótico, a lo fantasmagórico, es que alguien se declare de derecha. Esa confesión no suele salir en televisión. Y, lo sabemos, ¡Lo que no sale en televisión no existe! Por ejemplo, los dirigentes del partido político «Primero Justicia», que tanta cámara agarran, día y noche, noche y día, no se reconocen en la derecha aunque son de derecha, del mismo modo que son herederos y sucesores de COPEI, viejo partido socialcristiano de derecha, tanto como los socialdemócratas AD y el MAS. Todos caben en un solo paquete: la derecha. Pero no lo dicen, y menos mientras venden sus productos electorales, ni los de ayer −los de antes de 1999−, ni los de hoy.

La pregunta es, ¿por qué los activistas y simpatizantes de la derecha −es decir, los derechistas, los antiizquierda, los conservadores-conformistas, los anticambios, los antitodo− no se confiesan? ¿Por qué no se muestran? Las respuestas son múltiples, pero la más importante es que la derecha es invisible. Claro que nadie dice yo soy de derecha, si hasta parece un insulto, una grosería, casi un autosuicidio, como dijera el señor aquél, de derecha, por cierto.

Pero suicidas no son, irresponsables sí. «Yo asumo» no es pronombre que se junte con verbo en la imaginación ni en los gustos ni en el lenguaje ni en la práctica política y gubernamental de los hombres −y de las mujeres− de derecha. Nadie, en su sano juicio, recorta distancias cuando se trata de siglos de hambre acumulada, de injusticia económica, de hambrunas que contrastan con la más exquisita opulencia en una misma ciudad, en un solo sector. En BBCMundo.com, en la Radio −canal de derecha como CNN y Globovisión, como El País (de España) y El Nuevo País (de aquí, de Venezuela, de los Poleo), como El Nacional, El Universal, Tal Cual y Venezuela Analítica.com− hay un señor que se pregunta, con tono de buena gente: «¿Por qué la izquierda siempre le echa la culpa de todo a la derecha?», pues porque la tienen, le diría yo; porque, si de historia se trata, la derecha −económica y política, gubernamental y empresarial− es la que ha gobernado el mundo, la que ha producido más, la que más ha consumido y la que más se ha enriquecido en la mayor parte del tiempo y del espacio.

Ejemplo de un exizquierdista que se mudó a la derecha es el de Sergio Ramírez. El escritor y exvicepresidente de Nicaragua fue de izquierda. Ya no lo es. Ya él, desde hace rato, es de derecha, pero aún no lo sabe, no puede saberlo. Un hombre que comulga con el discurso «Lula y Bachelet son izquierda», no puede saberlo, ni serlo. Recientemente, Sergio Ramírez estuvo de visita en Maracaibo, en la Universidad Católica Cecilio Acosta. Vino a hablar de las «Perspectivas de la izquierda en América Latina». Sensato y ético, apenas comenzó su conferencia aclaró que, dada su condición de visitante extranjero, prefería no emitir juicios sobre la situación política venezolana y que, del mismo modo, no respondería preguntas al respecto. A cambio, prometió hablar de su experiencia en la lucha sandinista contra Somoza, de su experiencia como vicepresidente y, también, de su pasión por la literatura. Sin embargo, la prensa local dio muestras de cómo se comportan, en general, los medios privados en nuestro país: el periodista Carlos Moreno, del Diario La Verdad, publicó que Ramírez vino a hablar sobre la Reforma Constitucional, cuyo debate es intenso en Venezuela. Lo más importante de esta tergiversación es que el periodista intentó que Ramírez criticara, en público, la Reforma Constitucional, pero el escritor no lo hizo.

Ismael Rojas, por su parte, le preguntó a Ramírez la diferencia entre la izquierda europea y la latinoamericana. No le respondió. No quiso o, simplemente, no pudo. En lo que a mí respecta, no puede haber diferencia porque no hay nada que comparar; porque en Europa la izquierda no existe, y la derecha −que allá sí se confiesa, como José María Aznar y JeanMarie Le Pen−, pues ya sabemos lo que son: de extrema derecha, como también lo son George Bush y todo su equipo, elitista y predestinado por Dios, de neoconservadores straussianos. Le dije a mi amigo Maelo −ya terminada la conferencia− que si eso que hay en Europa es izquierda, entonces Lula y Bachelet serían radicales; mientras Tabaré Vázquez, sin embargo, no llegaría ni a europeo.

Pero, «¿por qué la derecha es invisible?», se preguntará el acucioso. Porque, como Dios, el hambre y las enfermedades, la derecha está en todas partes. En todo tiempo presente desde que el mundo es mundo. La derecha es invisible por cotidiana, por generalizada −casi absolutizada−, por fingida, por simulada; por el solo hecho de no ser atacada ni elogiada, con nombre y apellido, en CNN ni en el resto de los grandes medios de comunicación de derecha. Eso se traduce en lo que alguien llamó la «invisibilidad de lo evidente», en dejar de ver lo que vemos todos los días. Del mismo modo que en CNN son reiterados los conceptos «negro» e «izquierda», en sentido crítico y asociados a eventos cuestionables , reprochables; los conceptos «blanco» y «derecha» no existen. Difícilmente escucharemos que un hombre «blanco» robó un banco o ganó el Nóbel de la paz, o que los gobiernos derechistas, conservadores y neoliberales de Bush y Álvaro Uribe redefinieron y ampliaron el Plan Colombia hasta México, abarcando toda Centroamérica. Pero sí dice, CNN, que fueron «negros» o «de color» los manifestantes que en Estados Unidos interrumpieron el tránsito terrestre, y de «izquierda» o «revolucionario» el gobierno de América Latina responsable del aumento de la inflación. Los blancos y los derechistas son invisibilizados como para construir consenso acerca de su «normalidad», y los negros e izquierdistas son destacados, subrayados mediante un sistema publicitario coherente, permanente, que en nada tiene la apariencia de ser pagado.

«¿Por qué los viejos se derechizan?», es otra pregunta interesante. Básicamente porque idealizaron la izquierda y sus posibilidades. Quizá, porque no conocen la naturaleza humana, el alma; porque creyeron, ciegamente, que la utopía encarnaría durante su espacio-tiempo vital; porque se decepcionaron… Pero la causa fundamental de la derechización de quien, en su juventud, fue convulso revolucionario de universidad pública, es el bienestar alcanzado después de comenzar a percibir los ingresos que sustentan su nuevo bienestar social. Aquí puede producirse el sofisma, «si yo pude lograrlo, entonces cada quien puede y debe lograrlo». Desafortunadamente no hay espacio para todos en este proceso social de adquisición del bienestar económico; la decantación es más selectiva y, el darwinismo social nos lo dice, se trata de la sobrevivencia del más «apto». » En cuanto se hacen ricos se vuelven conservadores», así lo sintetizó Carlos Marx.

«¿Y qué es ser de izquierda y qué de derecha?». Dice Frei Beto −fraile dominico brasileño−, en Rebelión.Org, que «ser de derechas es tolerar injusticias, considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás»; mientras que «ser de izquierda es -desde que esa clasificación surgió con la Revolución Francesa-, optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Norberto Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social».

«Pero la izquierda también tiene responsabilidades», diría el crítico. Y es cierto, no hay duda. La realidad, sin embargo, es terca, insiste Marx −confeso hombre de izquierda−, y si de valores relativos se trata, la derecha se queda con el mayor porcentaje.



[1] El autor es docente de Geopolítica. Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA), Facultad de Ciencias de la Comunicación. Maracaibo, Venezuela