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Respuesta al artículo de P. Iglesias “¿Quienes son los de abajo?”

La derrota de la «clase obrera»

Fuentes: Rebelión

En alguna medida, el artículo de Pablo Iglesias «¿Quienes son los de abajo?» ha reavivado la ya clásica cuestión de por qué la nociones de «clase obrera» o «clase trabajadora» ya no resultan movilizadoras (o, para que lo entiendan los académicos, de por qué la «clase obrera» no es ya un sujeto político). La respuesta […]

En alguna medida, el artículo de Pablo Iglesias «¿Quienes son los de abajo?» ha reavivado la ya clásica cuestión de por qué la nociones de «clase obrera» o «clase trabajadora» ya no resultan movilizadoras (o, para que lo entiendan los académicos, de por qué la «clase obrera» no es ya un sujeto político). La respuesta de Iglesias, mayoritaria dentro de la izquierda, consiste en el ya viejo y conocido rollo de la transformación («el trabajo ha cambiado») de la clase trabajadora como resultado del posfordismo, la globalización, el neoliberalismo, etc.

La contestación a esta explicación no consiste en negar hechos que son evidentes, al menos para cualquiera que haya vivido dichos cambios, sino en señalar que cuando la idea de la clase obrera comenzó a cobrar fuerza movilizadora, en la primera mitad del siglo XX, la situación era, en los mismos términos (heterogeneidad, desestructuración, precarización,…), mucho peor; y no digamos en países como España, Italia, Rusia,… donde precisamente la clase obrera industrial tenía menos peso y donde, oh casualidad, la «clase obrera» se movilizó tanto o más que en los países más industrializados. En ese sentido, todo el mundo está de acuerdo en que las «transformaciones» que se vienen produciendo son básicamente retrocesos. Todas las respuestas que he leído al artículo de Iglesias van en este sentido. Y, sin embargo, ninguna de ellas da con una respuesta convincente al problema de por qué la «clase obrera» ya no es una idea movilizadora (si se quiere: por qué ya no es un sujeto político o, en los términos hegelianos de Marx, por qué no es una «clase para sí»).

El problema no se resuelve apelando a la existencia de la clase obrera, a sus transformaciones, etc. Prueba de ello es que actualmente la inmensa mayoría de la clase trabajadora se cree «clase media», lo que, incluso al margen de la definición que se dé de ésta, es falso teniendo en cuenta la situación de precariedad (agravada por la crisis), etc., de que venimos hablando. No es casualidad que en la izquierda tengamos dificultades para explicar el problema en tanto que nos excluimos del mismo, buscando la respuesta exclusivamente fuera, como si fuese algo meramente objetivo con lo que la izquierda no tuviese nada que ver. La respuesta está más dentro que fuera de la propia izquierda, pero de una izquierda que todavía se esfuerza por exorcizar sus propios fantasmas: la respuesta es, más bien, que la «clase obrera» se encuentra unida a la derrota del «socialismo real»; por no decir directamente que fue la derrotada; pero esta identificación forma parte precisamente del problema. Lo que está en juego con la tan traída identidad perdida (derrotada) y buscada de la clase trabajadora es, también, la propia identidad de la izquierda.

En este sentido, el debate es más interesante por lo que tiene de síntoma que por sí mismo. Como todo síntoma, se trata de una negación (la «primera negación», por decirlo con Hegel), en este caso de la historia del llamado «socialismo real». La asimilación (o, siguiendo con Hegel, la «asunción» como negación de la negación) del socialismo real es la gran tarea pendiente de la izquierda. La izquierda debe abandonar el discurso de la mera negación, al menos en el plano teórico. Y, no nos engañemos, en este sentido no ha habido ningún esfuerzo teórico serio desde Trotsky, Bordiga o Tony Cliff, y estos tampoco fueron muy serios.

Pero si de lo que se trata es, como repite Iglesias, de pensar en los términos de una realpolitik que acepta jugar con las reglas del enemigo, que tiene claro que primero hay que conseguir poder, etc., entonces la identidad a la que apela desde el título de su artículo, la de «los de abajo», no puede sonar peor a los oídos de la «clase media», mucho peor que la «clase trabajadora»: en los propios términos de Iglesias, no podría haber una categoría más «perdedora» que la de «los de abajo»; en esos términos, lo más lógico sería apelar a la «clase media» directamente. De hecho, Iglesias apela también al «pueblo», categoría más cercana a la de «clase media», donde cabe casi todo, que a la de «los de abajo». Precisamente fue la noción de pueblo, tan criticada por el marxismo por su indeterminación, por no ser una categoría de clase, etc., la que fue desplazada en su función ideológica por la de «clase obrera» o «trabajadora». No por casualidad la noción de pueblo fue recuperada precisamente por el fascismo y por el nazismo (el partido nazi supo reunir a toda la derecha «völkisch»); tampoco por casualidad escogió Fraga el término «popular» para su partido.

Para terminar, yo opondría a la «sabiduría popular» del artículo de Iglesias («hay que jugar con las reglas del enemigo») una cita de un artículo reciente de Zizek, «El simple coraje de una decisión: un tributo izquierdista a Margaret Thatcher«:

«Margaret Thatcher, la mujer que no dio marcha atrás [a sus políticas neoliberales], era esa clase de maestro [en el sentido lacaniano], manteniéndose fiel a su decisiones que fueron percibidas primero como una locura, convirtiendo después progresivamente su particular locura en norma aceptada. Cuando le preguntaron a Thatcher cuál fue su mayor logro, su respuesta inmediata fue: «el nuevo laborismo». Y tenía razón: su triunfo consistió en que sus enemigos políticos adoptaron básicamente sus políticas económicas -el verdadero triunfo no es la victoria sobre el enemigo, sino que el enemigo empiece a usar tu lenguaje, que tus ideas conformen la base de todo el campo discursivo».

Quizás el mayor logro del neoliberalismo sea la izquierda posmoderna…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.