Acabo de recibir un libro de Fernando Báez, «La destrucción cultural de Irak», en el cual se describen los innumerables crímenes contra la cultura iraquí cometidos por los ocupantes estadounidenses o sus secuaces amaestrados en el caos opositor a Hussein. Báez es autor de otro libro que ha sido muy bien recibido por la crítica: […]
Acabo de recibir un libro de Fernando Báez, «La destrucción cultural de Irak», en el cual se describen los innumerables crímenes contra la cultura iraquí cometidos por los ocupantes estadounidenses o sus secuaces amaestrados en el caos opositor a Hussein.
Báez es autor de otro libro que ha sido muy bien recibido por la crítica: «Historia universal de la destrucción de libros». En busca de información llegó a Irak en el año 2003, tras la invasión de Estados Unidos, y halló un cuadro desolador del patrimonio cultural, no ya solo de Irak, sino de la Humanidad toda. En el prólogo Noam Chomsky refiere cómo los invasores de Estados Unidos, Gran Bretaña y España dedicaron una parte de sus fuerzas a resguardar la valiosa información contenida en el Ministerio del Petróleo, que era su objetivo fundamental. Sin embargo, no lo hicieron así en los museos que guardan los rastros más preciados del nacimiento de la civilización occidental.
En la Biblioteca Nacional Báez halló una atmósfera de guerra, soldados yanquis fumando entre papeles dispersos. La Biblioteca había sufrido dos quemas y dos saqueos. Los archivos de metal estaban chamuscados, abiertos y vacíos. Lo interesante es que el primer grupo de saqueadores fue con orientaciones precisas de lo que se debían llevar. Sabían donde estaban los manuscritos más importantes y se apresuró a llevárselos. Inexplicablemente un camarógrafo filmó sin prisa esos actos y luego se desvaneció sin dejar rastro.
«Un grupo, continúa Báez, llegó en autobuses de color azul, sin sellos oficiales y alentado por la pasividad de los militares roció los anaqueles con combustible y les prendió fuego… usaron fósforo vivo, de procedencia militar para el incendio». Los archivos microfilmados desaparecieron. El calor fue tan intenso que dañó los pisos de mármol. Algo similar ocurrió en el Archivo Nacional y en la Biblioteca Coránica. El periodista Robert Fisk confiesa en sus crónicas que al ver el desastre fue a la Oficina de Asuntos Civiles de los ocupantes y le informó a un marine lo que estaba ocurriendo. Media hora más tarde nadie había acudido a extinguir la conflagración. Simplemente, dejaron que se destruyera ese acervo valiosísimo, lo cual convenía a sus intereses.
En la Biblioteca Nacional desaparecieron primeras ediciones de «Las mil y una noches», los tratados matemáticos de Omar Khayyam, los tratados filosóficos de Averroes y Avicena, tesoros irrecuperables. Ante estos hechos Donald Rumsfeld comentó que «la gente es libre de cometer fechorías y eso no puede impedirse». En el Museo Nacional de Arqueología desaparecieron 236 manuscritos y porcelanas sustraídos del cuarto de patrimonio. Entre ellas fueron desvanecidas los primeros libros de la humanidad: las tablillas de arcilla de los sumerios, de 5,300 años de antigüedad. Otros textos de Babilonia, Asiria, Caldea y Persia, también fueron tomados de las vitrinas que los resguardaban. Entre los bienes públicos perdidos se encuentran las tablillas del Código de Hammurabí, donde aparece el primer registro de leyes del mundo.
El asalto a la Academia de Ciencias no fue menos aflictivo. Todo comenzó con la llegada de un pelotón de soldados estadounidenses y un tanque. No dejaron en su lugar una sola computadora, escritorio, regulador de voltaje, impresora, todo se lo llevaron. El edificio no fue incendiado pero la mitad de los 60,000 libros de su biblioteca desaparecieron. En la Biblioteca Pública de Basora la destrucción fue total. Paredes, ventanas y piso, tiznados y quemados. Allí se perdieron unos veinte manuscritos antiguos. Al saqueo inicial siguió un incendio generalizado.
En la Universidad de Basora el mobiliario fue robado antes del ataque principal, más del 80% del depósito de libros fue incinerado. En el Museo de Mosul las únicas estatuas que se salvaron fueron las que pesaban mucho y no pudieron ser fragmentadas. Allí se perdieron los pájaros asirios tallados hace dos mil años.
Es evidente que los norteamericanos probablemente indujeron el saqueo para apoderarse de reliquias bibliográficas y tesoros arqueológicos que en cierto plazo aparecerán en la Biblioteca del Congreso de Washington o en el Metropolitan Museum de Nueva York o en alguna de las universidades que puedan haber estado complotadas en el saqueo. Lo que se destruyó ayuda al ocupante porque destruir la memoria de un pueblo es una manera de desintegrar su identidad. Así, puede imponerse mejor otro sistema de valores y otra cultura, si se logra desaparecer la autóctona.
El libro de Fernando Báez es un doloroso testimonio de la barbarie cometida por los halcones de Bush en su ávido afán por apoderarse de los recursos energéticos del Oriente Medio.