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La «desuniversidad»

Fuentes: Carta Maior

Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas

El Proceso de Bolonia -la unificación de los sistemas universitarios europeos con vistas a crear un espacio de educación superior- se ha visto como una gran oportunidad para llevar a cabo la reforma de la universidad europea. Pienso, sin embargo, que los universitarios europeos tienen que enfrentarse a la siguiente cuestión: ¿el proceso de Bolonia es una reforma o una contrarreforma? La reforma es la transformación de la universidad a fin de prepararla para responder creativamente a los desafíos del siglo XXI, en cuya definición participa activamente. La contrarreforma es, so pretexto de reforma, la imposición a la universidad de desafíos que legitiman su total descaracterización. La pregunta no tiene por ahora respuesta, porque todo está en el aire. Sin embargo, hay señales perturbadoras de que puede que prevalezcan las fuerzas de la contrarreforma. Si esto llegara a ocurrir, el escenario distópico tendría los siguientes contornos.

Ahora que la crisis financiera ha permitido ver los peligros de crear una moneda única sin unificar las políticas públicas, la política fiscal y los presupuestos del Estado, es posible que, con el tiempo, el proceso de Bolonia se transforme en el euro de las universidades europeas. Las consecuencias previsibles serán las siguientes: el abandono de los principios de internacionalismo universitario solidario y de respeto por la diversidad cultural e institucional en nombre de la eficiencia del mercado universitario europeo y la competitividad; las universidades más débiles -concentradas en los países más débiles- serán situadas por las agencias de calificación universitaria en la cola del ranking, supuestamente tan riguroso como realmente arbitrario y subjetivo, sufriendo las consecuencias de la aceleración de la desinversión pública; muchas universidades cerrarán y, tal y como ya está sucediendo en otros niveles educativos, los estudiantes y sus padres deambularán por los países en busca de la mejor relación calidad/precio, como ya lo hacen en los centros comerciales en los que las universidades se están transformando.

El impacto interno será arrollador: la relación entre la investigación y la docencia, tan proclamada por Bolonia, será el paraíso para las universidades situadas a la cabeza del ranking -una pequeña minoría- y el infierno para la inmensa mayoría de las universidades y universitarios. Los criterios de mercantilización reducirán el valor de las diferentes áreas de conocimiento a su precio de mercado, de manera que el latín, la poesía o la filosofía sólo se mantendrán si algún macdonald [1] informático ve en ellas alguna utilidad.

Los gestores de las universidades serán los primeros en asimilar la orgía clasificadora, objetivomaníaca e indicemaníaca; se convertirán en especialistas a la hora de crear sus propias recetas para la expropiación de las familias o el pillaje del descanso y la vida personal de los docentes, ejerciendo toda su creatividad en la destrucción de la creatividad y la diversidad universitarias, normalizando todo lo que es normalizable y destruyendo todo lo que no lo es.

Los profesores serán proletarizados por aquello de lo que supuestamente son dueños -la enseñanza, la evaluación y la investigación-, zombis de formularios, objetivos, evaluaciones impecables en rigor formal y necesariamente fraudulentas en la sustancia, deliverable , milestones , negocios de citación recíproca para mejorar los índices, comparaciones entre «publicas cualquier cosa en cualquier sitio», carreras imaginadas como estimulantes y siempre paradas en los pisos inferiores. Los estudiantes serán los dueños de su propio aprendizaje y de su endeudamiento durante el resto de su vida, en permanente desliz de la cultura estudiantil a la cultura del consumo estudiantil, autónomos en las elecciones de las que desconocen la lógica y los límites, orientados personalmente hacia las salidas del desempleo profesional.

Finalmente, el servicio de educación terciaria será liberalizado de acuerdo con las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Nada de esto tiene por qué suceder. Para que no suceda es necesario que los universitarios y las fuerzas políticas para las que esta nueva normalidad es una monstruosidad definan lo que se tiene que hacer y se organicen eficazmente para hacerlo. Será el tema de la próxima crónica.

Notas

[1] Referencia a Peter Macdonald, fundador de Linux. (N.T)

Artículo original del 25 de agosto de 2010.

Fuente: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=4759

*Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).

rJV