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La dialéctica del show

Fuentes: Rebelión

Guy Debord lo conceptualizó diciendo que en esta etapa «lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece». Esta lógica est á inscrita en todos los circuitos de producción y comunicación masiva, aunque últimamente resulta una novedad que la tendencia sea incorporar a más temprana edad al público consumidor, al cual es fácil […]

Guy Debord lo conceptualizó diciendo que en esta etapa «lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece». Esta lógica est á inscrita en todos los circuitos de producción y comunicación masiva, aunque últimamente resulta una novedad que la tendencia sea incorporar a más temprana edad al público consumidor, al cual es fácil asignarle ciertos parámetros de comportamiento y patrones de vida ligados a la rentabilidad dentro del negocio del show como en el caso de los shows de niños, donde además se construye un imaginario atado al valor que tiene el poseer un talento ligado al entretenimiento. Tenemos que leer estos programas dentro de una etapa denominada por algunos críticos como la era del «warketing», donde el campo de batalla está en la mente del consumidor, y aquí no solo se disputa la preeminencia de una u otra marca sino que se perpetua una forma de ver la vida. Gradualmente el sentido de nuestra vida se va articulando a un tipo particular de mirada, la mirada del espectador. El propio protagonista actúa en función de la mirada del espectador, cuyo único horizonte está en el deseo de ser objeto de esa mirada. La pantalla es total y el espectador llega a convertirse por naturaleza en el sujeto histórico de la sociedad del espectáculo, donde desde luego, el grado de su alienación es inversamente proporcional al grado de su conciencia crítica.

Uno bien podría preguntarse si detrás de todo esto existe una voluntad maliciosa del productor o de un medio determinado que busca jugar con la sensibilidad de los televidentes y de sus concursantes, pero el hecho es que el único horizonte válido, motivo y fin de estos productos es el nivel de rating, de ahí que quizá no exista voluntad maliciosa de los productores sino más bien que poseen un grado tal de alienación, que piensan que no pudo haber una mejor idea. El argumento está en que como taumaturgos del mercado, estos programas dotan a las personas de la posibilidad de existencia dentro de un medio que por definición excluye, y con ello cautivan a miles de seguidores o simpatizantes que se reconocen y reflejan en los concursantes. Esto significaría también que aquel que tiene «la suerte» de estar en este tipo de programas, elimina, al menos por un momento, la insignificancia a la cual nos conduce esa comunicación de masas, donde no solo los niños son sus actores favoritos. Preguntémonos por qué la política en general usa a los personajes de televisión «altamente consumibles» para asegurar alguna dignidad de elección pública. Bajo esa lógica, los partidos estarían a la caza de las «figuras» televisivas, sobre todo en momentos de campaña. Y para finalizar de manera pesimista quisiera insistir que Guy Debord afirmó que la alienación del espectador, que es el resultado de su propia actividad inconsciente, se expresa en que mientras más nos reconocemos en las imágenes dominantes, tenemos menos posibilidad de reconocer nuestra propia existencia. ¿Usted qué opina?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.