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La dictadura perfecta

Fuentes: noticiasdenavarra.com

¿Tiene sentido discutir sobre la democracia perfecta? A finales de enero de este año, en medio de una entrevista, David Friedman -el hijo economista del Premio Nóbel y guía del neoliberalismo americano, Milton Friedman-, definía su modelo de democracia perfecta: «Lo más parecido a una democracia perfecta es el libre mercado». Es raro que declaraciones […]

¿Tiene sentido discutir sobre la democracia perfecta? A finales de enero de este año, en medio de una entrevista, David Friedman -el hijo economista del Premio Nóbel y guía del neoliberalismo americano, Milton Friedman-, definía su modelo de democracia perfecta: «Lo más parecido a una democracia perfecta es el libre mercado». Es raro que declaraciones como estas no tengan una mayor lectura crítica, porque ilustran el paradigma de lo que nos está ocurriendo. Ya no les basta con opinar que el mercantilismo genera riqueza y prosperidad, sino que ahora dicen a las claras que esa es la única política posible, la más perfecta. Con ello la democracia queda sometida al mercado sin escapatoria alguna.

No sé si existe la democracia perfecta, pero casi sabemos con seguridad cómo es una dictadura perfecta, gracias a un debate que en agosto de 1990 tuvieron Mario Vargas Llosa y Octavio Paz en Televisa. En aquel entonces el escritor peruano escandalizó a la audiencia afirmando que la auténtica «dictadura perfecta» no era el comunismo, sino México. El sistema priísta había generado un régimen hegemónico con un entramado tan potente que se permitía aparecer como un partido democrático, pero no dejaba de ser una «dictadura camuflada»: «Una dictadura caracterizada por la permanencia en el poder, por la ausencia de democracia interna, e incapaz, como todas las dictaduras latinoamericanas, de traer la justicia social a sus pueblos».

Esta «dictadura sui generis«, sostenía Vargas Llosa, tenía apariencia democrática pero suprimía «por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia». Para disimular, su aparato de dominación había reclutado eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil, con puestos y prebendas, generando una cohorte de diplomáticos, funcionarios, editores, periodistas y académicos, que usufructuaban cargos creados por el régimen para subsidiarlos. Toda esta inteligencia podía hacer reproches puntuales, incluso con tintes izquierdistas, pero la maquinaria era imparable, como lo demostraban la ausencia de justicia social, la escasa distribución de la riqueza y el avance de la corrupción.

Por desgracia, aquella lengua afilada del literato peruano se ha ido momificando con el tiempo, conforme iba adoptando la pose de un intelectual liberal a ultranza. Así en octubre del 2012, al recibir el Premio de la Libertad de la fundación FAES, Vargas Llosa se atrevió a manifestar que el mayor problema actual no era la economía, sino el nacionalismo:

«El gran desafío que tiene España no es la crisis económica, una crisis que por dura que sea, con las medidas valerosas que se están tomando y con los sacrificios que se hacen, terminará por ser vencida. El gran desafío que enfrenta la España libre y democrática de nuestros días es el nacionalismo.»

Lejos quedan los años en los que criticaba la corrupción de la dictadura perfecta y la falta de justicia material en la sociedad. Ahora ya no es elegante denunciar el expolio que el mercado libre de restricciones ha impuesto sobre las familias y los pueblos.

El debate sobre la dictadura perfecta habría que actualizarlo con las palabras de Oskar Lafontaine, quien ha sugerido que vivimos en la dictadura del monetariado. Es el fundamentalismo de mercado -que ha descrito Joseph Sitglitz-, basado en tres creencias simplistas e infundadas: competencia perfecta, mercados perfectos e información perfecta. El liberalismo de bolsillo que muchos políticos, periodistas y escribidores manejan se cimienta en estos tres supuestos ramplones, pero ni la competencia es un dispositivo de medición fiable y exhaustivo, ni los mercados funcionan de manera ordenada y racional, ni los mecanismos de información son transparentes y simétricos. Un mercado nunca ha sido una entidad equilibrada de capitales, óptima y omnisciente, por mucho que algunos economistas y otras autoridades hayan persistido en ello. Todo mercado exitoso es un endriago que alberga en sus entrañas una crisis inevitable. Ni siquiera las finanzas escapan a la inexorable ley de la entropía.

Cuando se supedita la vida de los ciudadanos al diktat de los mercados financieros, se sucumbe en una espiral irracional que los gobernantes, en una mezcla de ignorancia e impotencia, solo pueden camuflar apelando a la austeridad y a los sacrificios, con una retórica que se asemeja más al ascetismo de las viejas religiones que a la soberanía de las modernas democracias. Es entonces cuando el imperativo de los mercados dicta el bienestar de la ciudadanía, aunque para ello necesiten romper cabezas, atacar cerebros, desahuciar cuerpos y escrachar vidas. A este paso, cuando consigan que la economía sea perfecta, ya no quedará nadie para contarlo, excepto las élites que hayan asegurado su futuro en Suiza y otros paraísos del Norte.

Al sacrificar y aniquilar los bienes comunes por el perfeccionamiento artificial de los mercados y sus plusvalías e intereses, las componendas institucionales han sido capaces de alterar el sentido de las democracias europeas. En la República Italiana se derrocó a un presidente de gobierno para imponer en su lugar un grupo de tecnócratas designado a dedo. En la República Helénica fueron capaces de hacer dimitir a otro presidente cuando éste amenazó con realizar un referéndum, antes de que la ciudadanía griega eligiera las medidas a adoptar. De la República de Chipre y la encerrona de sus habitantes ya ni hablo. En el Reino de España los dos partidos hegemónicos mayoritarios, con el único apoyo sumiso del partido navarrista de provincias, modificaron la constitución para establecer el pago de la deuda como prioridad por encima del resto de los derechos sociales fundamentales, sin someterlo a consulta popular. Siguiendo a Sayak Valencia, parece que las lógicas mercantiles y crediticias crean un Estado alterno, un Leviatán de masas monetarias, cuya producción gore destruye el cuerpo social de la democracia.

Hace unos pocos meses tuve el placer de comer con un excelente amigo, Jorge, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Él fue quien me recordó la teoría de la dictadura perfecta. Después de sus explicaciones le pregunté que si aquel México del que hablaba Vargas Llosa era la dictadura perfecta, entonces me dijese qué era lo que estábamos viviendo ahora en este rincón de Europa. Él, sin inmutarse, con la certeza que da el ser un observador avezado, me respondió con un suave acento chilango: «La democracia imposible». Y siguió degustando su plato con fruición, mientras que a mí aquellas palabras me parecieron un relámpago eterno.

Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/04/07/sociedad/la-dictadura-perfecta