El modelo consumista estadounidense, paradigma que sigue o aspira a seguir la inmensa mayoría de las naciones del planeta, constituye una rueda en movimiento cuya velocidad sólo puede reducirse al costo de una recesión económica global. Es por ello que hoy se confronta una disyuntiva diabólica. Si se recupera el ritmo de velocidad que llevaba […]
El modelo consumista estadounidense, paradigma que sigue o aspira a seguir la inmensa mayoría de las naciones del planeta, constituye una rueda en movimiento cuya velocidad sólo puede reducirse al costo de una recesión económica global. Es por ello que hoy se confronta una disyuntiva diabólica. Si se recupera el ritmo de velocidad que llevaba dicha rueda antes de la crisis económica, se superará la recesión. Pero a expensas de dirigirnos hacia una catástrofe ambientalista. Si tal ritmo se disminuye de manera significativa, el Medio Ambiente encontrará una auténtica oportunidad de regeneración. Pero a costa de millones y millones de desempleados. Quizás sea importante colocar la situación en perspectiva.
Mark Hertsgaard señala como luego de la Segunda Guerra Mundial, General Motors, Standart Oil y Firestone secretamente compraron los sistemas de autobús y trolebús a todo lo largo y ancho de Estados Unidos.i ¿La razón? Sacarlos de funcionamiento para eliminar la competencia al automóvil. A ello se le uniría la construcción masiva de autopistas en ese país a partir de 1956 y la implantación de los suburbios como espacio natural de habitación de la clase media norteamericana. El vehículo individual se consolidó así como opción insustituible de transporte.
Refiere Hertsgaard que el crecimiento porcentual del parque automotor estadounidense entre 1969 y 1995, resultó seis veces mayor al de la propia población mundial. En 2006 Estados Unidos disponía de 204 millones de automóviles para una población de 300 millones de habitantes, cantidad que equivalía al 37 por ciento del total de automóviles en el mundo. De ese número, 24 millones se correspondían a los llamados vehículos suburbanos, el más voraz glotón de gasolina existente.ii
Sin embargo, el automóvil es sólo una de las ilimitadas manifestaciones de consumo de los estadounidenses. El norteamericano es un sistema económico diseñado para propiciar el consumo en todas sus manifestaciones y a todo nivel. No en balde, las dos terceras partes de la actividad económica doméstica del país giran en torno a éste, lo cual por extensión implica un sistema basado en el crédito. Antes de la crisis, cuatro mil millones de tarjetas de crédito eran emitidas anualmente por los bancos de ese país. Es decir, un promedio de quince por cada hombre, mujer y niño.iii
El resultado de lo anterior está a la vista. Según señala Hertsgaard, con sólo 5% de la población del mundo, Estados Unidos es responsable de alrededor del 25% de la contaminación planetaria. Algunas cifras pueden expresar de manera gráfica lo anterior. Estados Unidos emite 19,8 toneladas métricas per cápita de dióxido de carbono al año, frente 1,8 en el mundo en desarrollo. Produce 5 libras de basura por habitante al día, frente a 3 libras en Europa y 0,9 libras en el mundo en desarrollo. Consume 678 libras anuales de papel por cabeza frente a un total mundial de 1.151 libras. A cifras del 2001 consumió 7.921 kilogramos de gasolina anuales per capita frente a 828 en el mundo en desarrollo.iv
Pero el problema no es sólo la impronta ambiental norteamericana, sino la naturaleza contagiosa de su modelo de vida. Cada sociedad desarrollada del globo se vuelve cada vez más como los Estados Unidos y cada economía emergente aspira a alcanzar sus patrones de vida. El culto al consumo se ha transformado en la auténtica infección contagiosa de nuestros tiempos.
Según señala The Economist, las economías emergentes representaron más de la mitad del PIB mundial en 2005. Las mayores de entre ellas, con China e India a la cabeza, crecen de manera desbocada. Según la revista, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos se industrializaron en el siglo XIX, les tomó cincuenta años duplicar el ingreso real por cabeza. China alcanzó en 2006 el mismo resultado en sólo nueve años.v
Dicho país se encuentra abocado a la tarea de trasladar a trescientos millones de seres humanos del campo a la ciudad en los próximos quince años y entre 600 y 700 millones para el 2050. ¿Que ocurrirá cuando los recién llegados a la prosperidad aspiren a reproducir el modelo de vida norteamericano? Las cifras hablan por sí solas. China que consumía el 9% de la energía mundial a comienzos de década, consumirá el 20% en 2010. Un aumento porcentual de 11 puntos en menos de diez años.vi
Según refiere James Kynge: «China se está reconstruyendo a sí misma a imagen de su superpotencia mentora, Estados Unidos, sólo que de manera más rápida y en una escala mayor…Los planificadores chinos aprendieron bien la lección. Ellos saben que, en sus primeros cuarenta años de operación desde 1956, el sistema interestatal de autopistas de los Estados Unidos le representó a las compañías productoras bienes y servicios de ese país, un ahorro de un millón de millones de dólares. Es por ello que a finales de los noventa comenzaron a construir su propio sistema».vii
De acuerdo a Lester Brown, Director de «The Earth Policy Institute» de Washington D.C., si las tasas actuales de consumo chinas se multiplican por sus niveles de crecimiento poblacional, para el 2031 dicho país dispondrá de 1,1 millardos de automóviles, cifra superior a la totalidad del parque automotor actual del mundo, el cual alcanza a 800 millones de vehículos.viii
El Financial Times, citaba cifras dadas por «China Electric Power News», poniendo en contexto su significado. Señalaba así que en 2006 China añadió 102 gigawatts a su capacidad de generación eléctrica, lo cual resulta el doble de la capacidad total de la que dispone California. Refería, igualmente, que todos los años China añade una capacidad de generación eléctrica mayor que la totalidad de la capacidad disponible en el Reino Unido.ix
Igualmente, la emisora noticiosa Euronews refería que entre el 2007 y el 2027, China tenía planificado adquirir 23.000 aviones jets con capacidad para más de cien pasajeros, a los fines de ser incorporados a su flota actual.x
Citando a la Agencia Internacional de Energía, el Financial Times refería que de mantenerse las actuales tendencias, China sobrepasará a Estados Unidos como principal emisor de gases de efecto invernadero en el año 2009.xi No obstante, diversas informaciones de prensa refieren que ello ya ocurrió.
Así las cosas, si los seis mil millones de habitantes que conforman el planeta hoy o los ocho mil millones que lo conformaran en el 2030, llegaran a estar en capacidad de reproducir el modelo consumista norteamericano, habría que conseguir tres planetas adicionales de características similares a la tierra. Ello resultaría necesario no sólo para suplir las materias primas requeridas, sino para acomodar la contaminación producida.
No obstante en el momento actual los gobiernos del mundo entero, comenzando por el de Estados Unidos, buscan estimular el consumo en sus ciudadanos como fórmula para superar la crisis económica. El objetivo no es otro que el de recuperar la velocidad que llevaba la rueda consumista antes de la crisis. Ello pareciera la dirección lógica a seguir ante el espectáculo de empresas de bienes y servicios que, a nivel global, se van vaciando de empleados y obreros. ¿Qué ocurrirá sin embargo con nuestro pobre planeta, si dichas políticas tienen éxito? Sin duda alguna, es la alternativa del diablo.
NOTAS
The Eagle’s Shadow: Why America Fascinates and Infuriates the World , London, Bloomsbury, 2003.
ii The Independent, 11 de octubre, 2006 .
iii Hertsgaard, Ibidem
iv The Independent, 11 de octubre, 2006.
v 16 de septiembre, 2006.
vi Ver Story, Jonathan, China, the Race to the Market , London, Prentice Hall, 2003.
vii China Shakes the World , London, Phoenix, 2006 p.31.
viii Buncombe, Andrew, «Supersize Nation», The Independent , 11 de octubre, 2006.
ix 7 de febrero, 2007.
x 14 de marzo, 2007.
xi 6 de marzo, 2007.
Alfredo Toro Hardy es académico y diplomático venezolano. Actual Embajador de su país en Madrid y anterior Embajador en Washington, Londres, Dublín, Brasilia y Santiago de Chile. Autor de dieciséis libros en relaciones internacionales.