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La economía no es un juego

Fuentes: Rebelión

Son largos años, quizá seis u ocho, los transcurridos desde aquel taller en Zaragoza donde presentábamos la necesidad de conocer qué es lo que aportamos a esta sociedad desde las entidades y empresas sociales. Como siempre ocurre algunos se unieron en la búsqueda y otros, pese a todos esos años, aún no han visto la […]

Son largos años, quizá seis u ocho, los transcurridos desde aquel taller en Zaragoza donde presentábamos la necesidad de conocer qué es lo que aportamos a esta sociedad desde las entidades y empresas sociales. Como siempre ocurre algunos se unieron en la búsqueda y otros, pese a todos esos años, aún no han visto la necesidad.

Un trabajo arduo aunque acompañado que nos ha hecho caminar entre la investigación, la innovación y la experimentación, que nos ha generado dudas y alegrías. Ese camino me llevó a México a un encuentro sobre la medición del valor social y ambiental. Encuentro al que agradezco lo aprendido y que me permitió conocer dos grandes emprendedores sociales, Pati Ruiz y Carlos Cruz, junto a los que sigo trabajando hoy. Con Pati y las gentes del Grupo Ecológico Sierra Gorda creamos un curso de medición de estos valores reales. Curso que sigue abierto, ya en su cuarta edición, siendo útil para quienes se acercan con la voluntad de adquirir este conocimiento.

Iniciábamos la búsqueda del valor social por responsabilidad y con el deseo de poder demostrar lo que aportamos a esta sociedad, porque queríamos recuperarlo, como única manera perdurable de poder continuar aportando y hacerlo de forma eficiente. En el proceso descubrimos mucho más y nos convencimos de que el destino de la medición de estos valores es una visión de la economía que nada tiene que ver con la que todavía hoy rige para todos. Reconocemos la realidad del planeta donde se sitúan las personas en un espacio en el que son una parte más y a la vez son una parte esencial. Cualquier necesidad que pueda existir, difícilmente podrá escaparse de las que corresponden a las personas y el medio que comparten. La evidencia de una economía integral que contemple como propios los valores que muestran la satisfacción de estas necesidades, se revela como objetivo de nuestro quehacer.

Nos adherimos a la suma de los valores financiero, social y medioambiental como la imagen de la realidad, un ya conocido triple balance. Durante los últimos cinco años hemos avanzado mucho en esta construcción, la de un ECOSISTEMA ECONÓMICO INTEGRAL E INCLUSIVO. La medición, una propuesta en evolución, es hoy herramienta necesaria para la creación de este ecosistema.

Europa, desde su parlamento, ha hecho propia esta medición y llega a vincular el acceso a algunos fondos de financiación con la medición de los valores sociales y medioambientales generados. En esa misma obligatoriedad podría encontrarse, en un tiempo no muy dilatado, la gestión de la contratación pública o las memorias de RSE (responsabilidad social de la empresa). Algunas directivas aprobadas en el 2014 por el parlamento europeo, como la de contratación pública, podrían ir en esta dirección en sus concreciones e implementaciones nacionales. Algún país incluso ha regulado, con anterioridad a estas directivas, la introducción del valor social en la gestión económica.

El destino de una economía real, integral e inclusiva es un proceso iniciado, que aúna empresas, entidades sociales y administraciones públicas en la creación de valor compartido. Aquellas más dinámicas, innovadoras, capaces y creativas están siendo las primeras en medir y gestionar el valor social y medioambiental.

Pero nuestro pensamiento sigue avanzando y no sólo entiende que estos valores, que lo son de siempre, han de ser parte natural de la economía sino que otros, mal denominados valores, deberían quedar fuera. Sabiendo que más del 90% de los movimientos financieros son especulativos, y que nada tienen que ver con la cobertura de las necesidades de las personas o del planeta, sino que suelen tener más que ver con la apropiación ilícita e injusta de valores que a éstos les pertenecen, nuestro pensamiento se consolida y avanza, y empezamos a ver que ese 90% no debería compartir ese triple balance. No debería ser parte de una economía real. Tendría que ser catalogado como juego perjudicial y dañino. El juego de unos pocos que apuestan con riquezas que no les pertenecen, causando daño a la mayoría de las personas y al planeta, en su egoísta y exclusivo beneficio.

Antes de que la palabra economía se convierta en otra palabra zombi:

«Auténticos muertos vivientes. Palabras que fueron útiles y tuvieron vitalidad en el pasado, pero que ahora sólo perviven en nuestras mentes, sin ningún contacto con la realidad pero absorbiendo nuestra energía»,

deberíamos desplazar todos los movimientos financieros especulativos al ámbito del juego, regulándolos como tal, y así evitar que su acción perjudique al mundo que es de todos. Las afecciones provocadas por el juego no deberían salir del ámbito de los jugadores que en él han decidido participar. No pasaría entonces de ser algo más que unas partidas de póker.

La economía, recuperando la dignidad de la palabra, es valor social y medioambiental sumado al financiero real, el que pertenece a la propia maquinaria económica, la parte que posibilita su correcto funcionamiento.

Raúl Contreras Núria González. NITTÚA

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.