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La era del jajajá

Fuentes: Rebelión

Reírse ha sido siempre no sólo algo saludable sino necesario. Encontrar momentos relajados, desenfadados e incluso superficiales forma parte de la vida normal de una persona. El problema aparece cuando esa parcela acaba por consumir casi toda nuestra actividad mental; cuando el espacio que ocupa lo insustancial es mucho mayor que el destinado a la […]

Reírse ha sido siempre no sólo algo saludable sino necesario. Encontrar momentos relajados, desenfadados e incluso superficiales forma parte de la vida normal de una persona. El problema aparece cuando esa parcela acaba por consumir casi toda nuestra actividad mental; cuando el espacio que ocupa lo insustancial es mucho mayor que el destinado a la reflexión, y preferimos casi siempre la evasión antes que dedicar tiempo a analizar las cosas importantes que nos ocurren y que acontecen en nuestro entorno, en nuestra sociedad.

Vivimos en una época donde predomina un buenrollismo esencialmente vacío, donde nuestra atención va deambulando de chiste en chiste, de vídeo gracioso en vídeo gracioso, de titular llamativo en titular llamativo, sin profundizar en nada importante.

Las redes sociales son un lugar paradigmático en cuanto a reflejo de esta realidad. Y es que, en esencia, en las redes sociales se pretende mucho más tener visibilidad o notoriedad antes que aportar reflexión o conocimiento. Se busca más tener muchos `me gusta´ en facebook o retuits en twitter más que compartir algo que aporte contenido a los demás. Y, para ello, publicar cosas ligeras que producen fáciles e insustanciales «jajaja», es lo más apropiado.

Hoy en día, se le dedica mucho más tiempo a ver y compartir vídeos virales de un niño pequeño bailando en una cocina o un perro bajando unas escaleras que, por ejemplo, a informarse y reflexionar sobre los efectos que produce el hecho de que el Fondo Monetario Internacional someta a los Gobiernos elegidos en las urnas a los intereses privados de los bancos y las multinacionales. Algo va mal en una sociedad si una persona está mucho más pendiente de publicar en las redes sociales una foto para mostrar lo bien que le queda el pantalón que se acaba de comprar, que de conocer y debatir acerca de las consecuencias sociales que producen los recortes gubernamentales en servicios sociales y en cultura.

Los efectos de este tipo de comportamiento se ven reflejados en diferentes ámbitos de la vida, como es el de la relación de la gente con la cultura. Sobre esto, son ilustrativos los datos obtenidos en el año 2013 por la Comisión Europea en el Eurobarómetro (en la Encuesta de acceso a la cultura y participación), y por la Organización de Estados Iberoamericanos en el Latinobarómetro (en la Encuesta latinoamericana de hábitos y prácticas culturales). Ahí se pueden encontrar resultados llamativos, como que el 32% de los europeos y el 42% de los latinoamericanos no lee un solo libro al año, que el 72% de los europeos y el 67% de los latinoamericanos no asiste nunca al teatro, o que el 65% de los europeos y el 68% de los latinoamericanos no va nunca a conciertos.

Lo que sugieren estos datos, al mostrar un deficiente nivel en la práctica cultural de un alto porcentaje de gente a un lado y otro del Océano Atlántico, tiene relación con que aún exista en la sociedad un alto grado de ignorancia sobre cuestiones básicas, tal y como podemos observar en noticias sorprendentes que nos encontramos de vez en cuando, como la conocida este pasado abril, donde la VII Encuesta de percepción social de la ciencia, elaborada por la Fundación Española para la Ciencia y la Teconología (Fecyt) reveló que el 27,5% de los españoles encuestados cree que el Sol gira alrededor de la Tierra.

Unida a las características de frivolidad, falta de reflexión y déficit en las prácticas culturales, es necesario destacar otra: hoy en día vivimos en una época en la que se tiene prisa por llegar a ningún sitio, donde prima la dispersión, realizar varias cosas a la vez sin estar centrado realmente en ninguna y, por tanto, sin poder disfrutar plenamente de lo que se está haciendo. ¿Cuánta gente pone un disco en el coche y cambia de canción cada 15 segundos? ¿Cuánta gente revisa el teléfono móvil 3 o 4 veces mientras está viendo una película en el cine o charla con un amigo en un bar?

Este problema lo abordó hace algunos años el sociólogo estadounidense Clifford Nass quien, como profesor de comunicación en la universidad de Stanford, realizó un estudio que demostró que la multitarea (hacer varias cosas a la vez) provoca problemas cognitivos, tales como la disminución de la capacidad de atención y la dificultad para concentrarse y recordar cosas. Derivado de esto, el estudio llegó a la conclusión de que las personas que hacen más tareas simultáneas son quienes las hacen peor.

Estas diferentes características son las lógicas dentro de la sociedad de consumo en que vivimos hoy en muchos países en el mundo. La mayoría de la gente vive absorbida por horarios que conceden muy poco espacio al tiempo libre: intensas jornadas de trabajo, desplazamientos largos, realización de las tareas domésticas, atención a los hijos, etc. Hay mucho cansancio y estrés, y el poco tiempo libre disponible se utiliza para desconectar de la rutina, descansar y consumir, por lo que quedan pocas ganas y poco tiempo para informarse bien sobre lo que ocurre en el mundo y reflexionar sobre ello.

Y, como explica el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky, en esta era de consumo el placer es fugaz. Por ello, se sigue incrementando cada vez más el gasto en lo material. Se genera una búsqueda permanente de novedades, y consumir es la respuesta a la vida insatisfecha de la gente, una forma de evasión que sirve como un calmante que proporciona la sociedad capitalista pero que no soluciona el problema de fondo.

En la sociedad de consumo nos educan no sólo para estar permanentemente insatisfechos, sino también para estar desinformados, como explica con claridad el periodista Pascual Serrano, por ejemplo, en su recomendable libro `Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo´. En esta era tecnológica, donde es evidente la gran relevancia que han alcanzado los medios de comunicación, cada vez tenemos más acceso a la información, pero paradójicamente estamos cada vez más desinformados. La mayoría de la gente es bombardeada por diversas vías con muchas noticias variadas, pero su lectura se queda esencialmente en los titulares, en los textos cortos, sin profundizar en el contenido. Vivimos en una era de flashes, y en esto ha influido decisivamente la popularización de twitter como medio de búsqueda de información. Además, es importante señalar que la mayoría de la gente se queda con las noticias tal cual son presentadas en los medios de comunicación masivos (que en su mayoría responden a los intereses empresariales de sus dueños y no a la libertad de prensa y la pluralidad en los puntos de vista) y no busca contrastarlas con fuentes de información alternativas (que son menos permeables a la manipulación, al tener mucho menos comprometidos sus intereses comerciales, si es que los tienen).

Como dijo Pascual Serrano en una entrevista en la revista Difusión, «sepultarnos entre la información forma parte del plan desinformativo. Entre la mentira y el ruido nos quedamos sin conocer la verdad».

Como resumen de lo que caracteriza hoy en día a esta sociedad de consumo en que vivimos (donde se desarrollan constantemente avances tecnológicos), se puede decir, por tanto, que se producen varios fenómenos interrelacionados y que tienen repercusión en la vida y mentalidad de la gente. Por un lado, desde las redes sociales se alienta la frivolidad y la dispersión para desviar la atención de las cosas importantes hacia lo irrelevante. Por otro lado, mediante la publicidad se genera insatisfacción con el fin de fomentar el consumo constante. Y además de esto, se produce desde los medios de comunicación una clara intención de desinformar con el fin de desorientarnos y así poder manipularnos de forma más efectiva.

Todos estos mecanismos forman parte de un proceso mediante el cual el poder consigue idiotizar a la mayoría de la gente disminuyendo su capacidad reflexiva y, con ello, lograr que no se rebele ante la profunda situación de desigualdad e injusticia social que se vive en el mundo.

Esta era del jajajá, que identifica a nuestra sociedad en este ya entrado siglo XXI, puede ser el peligroso inicio de la consumación de lo que premonitoriamente ya nos advirtió Aldous Huxley en 1932, con su inquietante libro `Un mundo feliz´.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.