La globalización, recordaba F. Hinkelammert, significa que los problemas se han hecho globales. A la luz de la crisis económica y del deterioro global del medio ambiente uno puede ver la racionalidad de la apreciación del pensador alemán. Pero además, entre otros efectos de la globalización (nombre periodístico para el proceso de acumulación mundial del […]
La globalización, recordaba F. Hinkelammert, significa que los problemas se han hecho globales. A la luz de la crisis económica y del deterioro global del medio ambiente uno puede ver la racionalidad de la apreciación del pensador alemán. Pero además, entre otros efectos de la globalización (nombre periodístico para el proceso de acumulación mundial del capital), se encuentra que cualquier acontecimiento que suceda en cualquier parte del mundo es presentado mediáticamente en «tiempo real». La información de lo que sucede no es problema; lo problemático es que no tengamos criterios adecuados para discernir sobre la superabundancia de información y que seamos rebasados por lo que sucede. En todo caso, podemos «asistir» tanto a conferencias de los autonombrados líderes mundiales como a protestas contra esos líderes, pasando por los chismes más triviales sobre las «estrellas» del momento.
Frente a esto, un posible criterio crítico para la selección de la información puede ser centrarse en aquello que revele el «estado del alma» del mundo. En los sucesos recientes de Irán, se han expresado algunas opiniones que nos ponen en alerta sobre ese estado del alma y en el cual convergen la irresponsabilidad que existe al hacer declaraciones sobre una situación política compleja, junto a los intereses de la manipulación mediática sobre las protestas en contra del gobierno de Irán y las reacciones de éste.
Va un ejemplo. Jorge Jacobs en un artículo titulado «¿Qué importa?» escribe para expresar su «interés» por lo que ha sucedido en Irán y como respuesta frente a personas que lo han leído y que le han señalado «al fin de cuentas, ¿qué tanto nos puede interesar lo que les está pasando a los iraníes del otro lado del mundo?». Ya la expresión de estas personas me parece sintomática por el grado de irresponsabilidad y cinismo frente al dolor ajeno (independientemente de las motivaciones políticas, también allí se está produciendo dolor humano). Pero también resulta muy interesante la «respuesta» que puede dar Jacobs a este tipo de cuestionamientos (http://www.prensalibre.com.gt/pl/2009/junio/25/320702.html).
Los argumentos que encuentra para justificar su interés son:
1. Porque le gusta la historia y lo que pasa ahora en Irán es historia, ergo, le interesa. Además, el desarrollo tecnológico le permite estar al día con esta situación y participar de este acontecimiento, lo cual es «único».
2. La creencia en su responsabilidad respecto a lo está sucediendo en Irán, particularmente por la reivindicación del derecho de expresión y el «ataque sangriento» con el que responden los gobernantes iraníes.
Examinemos dichas razones. Primero es un asunto de estética: le gusta la historia. Bajo ese argumento uno podría plantearse, como lo podría hacer cualquiera, que a uno no le gusta el tema, por tanto, es razonable que no interese y uno no se sienta responsable. Esta estetización de la ética tiene como consecuencia que uno pueda olvidarse de todo aquello que no le guste, lo cual, expresa una respuesta sintomática de la indiferencia actual y por supuesto, no resulta convincente frente a la barbarie y problemas como el hambre, el empobrecimiento, etc. De hecho, bajo ese razonamiento el hambre de miles de niños se hace un asunto de poco «gusto». Por lo tanto, se cambia de canal o de sitio en Internet. Lo que hay de «malo» o «feo» en el mundo seguramente no despierta mucho interés estético y bajo este criterio, no hay por qué esperar que la gente reaccione. Al final, es un asunto de gusto.
En segundo lugar, pese a confesar que no conoce muy bien lo que sucede en Irán, se decanta por los manifestantes en contra del gobierno y su derecho a libre expresión, así como en contra de un gobierno que reprime. El truco es que en última instancia, la determinación de sus simpatías respecto a los manifestantes iraníes que apoyan a Mousadi y están en contra de Ahmadineyad, y su desinterés por ejemplo, respecto a los sucesos que han ocurrido en Perú, es un conjunto de prejuicios de origen liberal (o neoliberal). Además que Irán es un lugar estratégico y todo lo que sucede allí nos puede afectar, el apoyo que ha dado Jacobs y toda la prensa occidental hacia los manifestantes tiene que ver con el derecho de expresión y con la caracterización del gobierno iraní como uno de los «ejes del mal» (caracterización hecha desde el gobierno de Estados Unidos). No es raro que la derecha y los conservadores apoyen a estos manifestantes en Irán y condenen cualquier tipo de manifestación popular en sus países.
Y lejos se está de afirmar que el gobierno iraní sea el mejor del mundo, pero como en el caso del gobierno venezolano, la manipulación mediática ha sido muy fuerte y busca claramente orientar la opinión pública de acuerdo a la perspectiva de los intereses estadounidenses.
Es obvia la debilidad ética de la respuesta de Jacobs. Pero, ¿como responder a aquellos que manifiestan esa desdeñosa falta de interés por lo que le pasa a los habitantes de otro lado del mundo? Por mi parte, aquí quisiera proponer sintéticamente algunas respuestas que ya han dado otras personas respecto a nuestra responsabilidad para con el prójimo.
Como apunta F. Hinkelammert, el hecho de que los problemas sean globales significa que todos somos afectados por lo que sucede en el mundo. Como se ha señalado, Irán es un país estratégico en términos de producción de petróleo y lo que pase allí nos puede afectar a todos. Sin embargo, esta es una preocupación eminentemente «política». A tomar en cuenta, pero no es lo principal. Lo realmente importante es que en tanto sujetos, todos estamos relacionados.
También Hinkelammert recoge una frase del obispo africano Desmond Tutu que dice: «yo soy si tu eres». Esto plantea la inextricable condición de ser con otros. Lo cual se ha expresado de muchas formas, pero que remite a nuestra relación con los demás como parte constitutiva de nuestra existencia en tanto humanos. Esta respuesta remite a las consideraciones éticas como las que han dado las grandes formulaciones religiosas (cristianismo, judaísmo, islamismo), así como a respuestas filosóficas (entre otras, la de E. Levinas). Para decirlo en una formulación sencilla: el otro es siempre previo al yo. Esto remite a mi constitución como sujeto responsable frente a los otros.
Más allá, esto remite a nuestra responsabilidad incluso con los que ya no están, como lo plantea R. Mate (retomando la posición de W. Benjamin). En tanto que la verdadera respuesta ética en el recuerdo no es únicamente para evitar que aquello (la barbarie) no se repita como una última plusvalía que sacáramos a los muertos, sino con el hecho que recordar es intentar responder frente a la injusticia que se ha cometido y que permanece vigente, aún cuando no se pueda saldar. No recordar o ser indiferentes es hacerse cómplice de las injusticias que se han cometido y que se cometen.
El punto es darnos cuenta de la responsabilidad que tenemos con los otros, más allá de nuestros gustos y creencias, puesto que solo somos si los demás también son.