Decía Samuel Johnson que el patriotismo es el último refugio de los canallas pero la frase, hoy día, se ha quedado obsoleta: es el penúltimo. El último refugio es el fútbol. Sin embargo, el fútbol, con sus banderas y sus himnos, ha devenido en una forma superior de patriotismo, al menos eso hay que concederle […]
Decía Samuel Johnson que el patriotismo es el último refugio de los canallas pero la frase, hoy día, se ha quedado obsoleta: es el penúltimo. El último refugio es el fútbol. Sin embargo, el fútbol, con sus banderas y sus himnos, ha devenido en una forma superior de patriotismo, al menos eso hay que concederle al doctor Johnson. No sólo en el lenguaje bélico de los comentaristas sino también en las batallas campales que tienen lugar fuera del estadio. La semana pasada los hinchas rusos e ingleses escenificaron una versión del Gran Juego a base de patadas, golpes y botellazos hasta dejar varias calles de Marsella arrasadas. La policía apenas intervino porque los chavalotes se estaban divirtiendo en un pasatiempo permitido y promocionado por el poder. Otra cosa muy distinta habría sucedido si hubiesen sido huelguistas protestando por la reforma laboral. Entonces ni siquiera habrían aparecido las cámaras.
El periodismo, que alguna vez sirvió para informar al público, ahora sirve para distraerlo. Orwell escribió una vez que el periodismo consiste en publicar algo que alguien no quiere que publiques: todo lo demás son relaciones públicas. Enfrentados ante la posibilidad de su extinción (para lo que bastaría con que las grandes empresas, los consorcios, los monopolios y compañías estatales dejaran de sufragarlos a base de publicidad), muchos periódicos han preferido ejercer de cortesanos y cantar las virtudes del sistema capitalista, barriendo bajo la alfombra sus mezquinas miserias. Gracias a esta estrategia del avestruz, los telediarios pueden dedicar el ochenta por ciento de su metraje al fútbol, al tenis, a las motos, a la penúltima onomatopeya de Cristiano, a cualquier chuminada con tal de no hablar de algo importante.
Porque me da en la nariz que los once familiares sirios, ocho de ellos niños, asesinados por las fuerzas turcas este fin de semana cuando intentaban cruzar la frontera es una noticia más importante que un penalty fallado o un gol en fuera de juego. Sí, creo recordar que lo ponía en algún sitio en los manuales de la profesión. No sé, a lo mejor estoy equivocado, también hay que tener en cuenta que yo no he hecho la carrera de periodismo. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos ha documentado más de medio centenar de muertes de este estilo desde enero. Lo cual, unido a los miles de ahogados en naufragios, a los miles de niños raptados por las mafias y a la situación dantesca en los campos de refugiados, ha convertido al éxodo sirio en la mayor tragedia humanitaria en la historia europea desde la guerra de los Balcanes.
Basta hacer un pequeño cálculo de cuántos reporteros y enviados especiales están cubriendo la sigilosa masacre del pueblo sirio en las puertas de Europa frente al ejército de periodistas que están informando de los correteos y tripazos de unos cuantos gladiadores por el césped. Sabíamos que una vida humana no vale tanto como un balón de fútbol: ahora sabemos que tampoco lo valen once o sesenta, sobre todo si son pobres y sirios. El periodismo occidental calla exactamente igual que un muerto.