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La falacia de los derechos

Fuentes: Rebelión

«La población que genera toda la opulencia del país, genera al mismo tiempo su propia barrera»Eduardo Galeano1. Y una vez existieron unos tales derechosHablar de los derechos en una sociedad dividida en clases nos remite indiscutiblemente a hablar de estos como las representaciones de las ideas que tiene una clase sobre la otra, en este […]

«La población que genera toda la opulencia del país, genera al mismo tiempo su propia barrera»
Eduardo Galeano

1. Y una vez existieron unos tales derechos

Hablar de los derechos en una sociedad dividida en clases nos remite indiscutiblemente a hablar de estos como las representaciones de las ideas que tiene una clase sobre la otra, en este caso, las ideas que tiene la clase en el poder, la clase dominante, bajo cuyo mando y timonel se encuentra toda la concentración del poder económico, político, militar, ideológico y cultural, para sojuzgar y mantener la opresión sobre la otra clase, la clase desposeída, de los que nada tienen y todo lo necesitan, la clase de los trabajadores que con su fuerza laboral generan toda la riqueza de la clase dominante, quien posee los medios de producción para la reproducción del trabajo asalariado.

En este sentido hablamos de derechos como una noción y un concepto de clase, histórico, por cuanto representa y responde a las necesidades especificas de la clase dominante en todo el transitar de la sociedad productiva, del esclavismo al feudalismo, del feudalismo al capitalismo y de este a su fase superior el imperialismo, quien engendra las contradicciones de un nuevo orden socialista.

Ahora bien, el derecho es social por cuanto al representar los intereses de una clase en el poder y servir a la reproducción de las relaciones sociales de un nuevo transitar histórico, toda su potencialidad jurídica, política y militar recae impajaritablemente en una clase oprimida.

Entendido el concepto derecho como tal, es un sofisma pensar que este logrará emanciparse en sí mismo de su interés de clase, pues a de servir a esta desigualdad como un mero aderezo estético de las constituciones y las leyes, como el andamiaje jurídico y legal, necesario para la reproducción de las relaciones capitalistas de producción; pero, el derecho ha de servirse de toda la superestructura ideológica y del aparato militarista del Estado para imponerse como norma hegemónica de las sociedades.

Sin embargo, la pregunta suele ser: ¿Para qué derechos si no tenemos posibilidades?, el eco resonante de Zuleta, para que entonces hablar del derecho al trabajo si no hay trabajo, para que hablar entonces del derecho a la educación si cada vez son más restringidas sus posibilidades. En una época marcada por la hegemonía del mercado, del imperialismo financiero, los derechos resultan ser servicios, cuya demanda proviene no precisamente de quienes no se les paga el verdadero valor del salario, si no de quienes se apropian de esa plusvalía, excedente del plustrabajo.

Entonces, como ciudadanos de clase y no de la clase de crisis del Estado nación, nuestro papel debe seguir siendo el procurar la emancipación del trabajo asalariado, para lograr una nueva sociedad libre, igualitaria y fraternal, trascendiendo los postulados anacrónicos de la revolución burguesa, una sociedad igualitaria y justa, donde más que derechos tengamos posibilidades iguales para todos, no ante la ley si no ante la vida misma, que no es la fácil noción biologista de esta.

2. Y a propósito, tambien existieron unos tales derechos humanos

«La ciudad se convierte en una estructura de la represión, hay que poner a salvo la minoría integrada, frente a una mayoría creciente de excluidos con ganas de lanzarse al asalto» Eduardo Galeano

De una cosa si estamos seguros los explotados del mundo entero y es de luchar por nuestro único derecho infranqueable, por nuestras propias manos, y es el derecho a emanciparnos del yugo del trabajo asalariado.

Nada más obtuso que considerar la lucha de los derechos humanos al margen de la lucha por el derrocamiento del sistema capitalista de explotación, donde una gran mayoría de hombres, mujeres, ancianos y niños son lanzados diariamente a las mazmorras fabriles so pretexto de generar con la venta de su fuerza laboral, no solo el pago de su salario, si no el excedente del cual se adueña el capitalista, en forma de capital para mantener el brazo anárquico de sus fuerzas productivas, de sus maquinas hacedoras de dinero al margen de toda consideración sobre la dignidad humana.

La burguesía compradora erige toda su estructura política y jurídica sobre la base de tan inmisericordioso sistema de explotación económica, así, creer que la recomposición del tejido social, del Estado burgués como aparato de clase, nace del consenso participativo de su ideal noción de ciudadanía, de sociedad civil, tan abstracta y ramplona como su humanidad genérica, lo cual constituye una afrenta a la ciencia, a la historia, al desarrollo de las sociedades; pues mientras la burguesía pregona la democratización de la esfera pública, subyuga y atropella con su dictadura económica o con su arsenal de filibusteros expertos en el arte de la carnicería.

Miopía política es considerar la participación en erigir cartas magnas y constitucionalidades, bellamente pulimentadas en el arte de la ortografía y la oratoria, sobre un campo desértico de posibilidades de vida alguna; la burguesía habla entonces en su putrefacto dialecto de lo técnico, de lo jurídico como también lo hace de lo divino y lo humano cuando cohonesta con su felonía capitalista; habla entonces del ciudadano político, cual fiel añoranza de las acciones públicas de los hombres de voluntad y conocimiento, de una política erigida a la categoría de arte y especialidad, de ciencia mecanicista para la toma de decisiones que atañen al grueso de la población; hablamos entonces de las constituciones, de su quehacer orgánico, formal, institucional y de su contenido o doctrina como el cúmulo de principios estéticos, políticos, imperativos categóricos a los cuales debe responder el representante burgués de turno, el violador sistemático de los derechos fundamentales o el simple carnicero del oficialismo.

A esa supuesta carta de derechos, a ese ideario democrático, civilista, a ese horizonte de igualdades y fraternidades se opone todo su régimen de terror y de barbarie; se opone su Estado concebido con interés de clase, que a su vez le sirve en el control del comportamiento civil; ese supuesto Estado democrático de derecho, que constituye la forma orgánica de la supuesta voluntad política de todos los sectores y movimientos sociales entra en contradicción con los ortodoxos preceptos de la utopía liberal a la cual asiste, cuando esta le reclama mayor libertad para ejercer el gangsterismo de sus fuerzas de mercado.

Pero, tras de ella, ponzoñosa y taciturna va una sombra adjunta que pregona igualdad y democracia, tras de sí va la escoria, la traición de una pequeña burguesía, inestable, tambaleante, en coexistencia pacifica, producto del arribismo y la masonería, van los pregoneros del falso poder de todo el pueblo, los incrédulos en las dictaduras así sean proletarias, allí van los juicios feligreses que pagan sus impuestos, andan pendencieros reclamando libertad para ejercer la competencia individual, la libertad del liberalismo manchesteriano, reencauchado en su discurso neoliberal, reclaman igualdad ante una ley ciega cuyo brazo sirve a la derecha para disparar al ala izquierda del pueblo que ha dicho basta, y vociferan dolidos el respeto a los derechos primarios; a la vida, a la igualdad, a la participación política, a la seguridad, a los derechos del individuo, a la propiedad. Pero surge al unísono el derecho universal a la emancipación, a la destrucción de todo lo viejo, a la destrucción de la institucionalidad liberal, surge entonces la única clase revolucionaria capaz de conducir a todo el pueblo a su verdadera emancipación, capaz de abolir las contradicciones económicas y jurídicas de las sociedades.

Surgen los horizontes de una nueva lucha, donde no hay discriminación alguna entre derechos primarios, secundarios o terciarios como la paz, los espacios públicos, la participación, la solidaridad; si no que se estructura un único cuerpo orgánico transitorio dispuesto a servir a la igualdad social, a la justicia redistributiva de los bienes para satisfacer las necesidades básicas del pueblo, surge la urgente necesidad de un nuevo político internacional donde el interés imperialista que se ufana de preservar el respeto a los derechos fundamentales, al derecho internacional humanitario, los cuales son concebidos a imagen y semejanza de sus estrechos intereses de clase, es abolida de la faz de la tierra sin más mecanismos de protección que la confrontación de clase a través de la justa violencia revolucionaria por una porvenir sin mentira ni explotación.